Fue una mañana de invierno del año de 2004. Martín se levantó solo y angustiado, se subió al tren y viajó mirando al piso, pensando en cómo resolver los problemas que tenía. Se bajó así, ensimismado y apurado, mientras el tren estaba entrando a la estación Villa Devoto. Trabajaba en el área de Recursos Humanos de Aguas Argentinas y tenía que llegar a las 9 de la mañana, pero nunca llegó: cayó a las vías, el tren le cortó una pierna y aunque los médicos llevaron a la clínica la otra pierna para tratar de "salvarla", no lo lograron. Tenía 39 años y tuvieron que jubilarlo.
Martín tiene ahora 51 años y cuenta su historia mientras maneja al sol, por Palermo. No tiene un auto adaptado sino uno con pedales y caja de cambios automática y dice que, como "siente todo", puede usar las piernas ortopédicas para presionar el embrague, el freno y el acelerador. "Eran las 9.05 de la mañana del 17 de agosto de 2004. Llegaba tarde al trabajo, todavía creo que tengo el boleto. Ese día, me levanté como todos los días para ir a trabajar y bueno, uno tiene tantas cosas en la cabeza… Pienso que uno a veces lleva un ritmo muy vertiginoso. A lo mejor eso me llevó a tener un descuido y a bajarme con el tren en movimiento".
El auto está impecable y hay caramelos ácidos para servirse. Desde adentro no tiene nada en particular, salvo un control remoto con una pequeña palanca que ahora presiona. Afuera, sobre el portaequipajes, un compartimiento se abre y en 30 segundos, baja una silla de ruedas plegable. "De aquel día me acuerdo todo. Me acuerdo del oficial al que le dí el número de teléfono para que llamara a mis padres mientras me estaba desangrando. Y me acuerdo cuando me subieron a la ambulancia y me di cuenta de que ya no tenía la pierna izquierda pero la derecha venía con nosotros, en una especie de maletín".
No hubo forma de salvar la pierna y el riesgo de infección empezó a acechar. Salvaron la articulación de la rodilla, amputaron el resto. Martín no pudo volver a su trabajo: lo jubilaron, empezó a cobrar un plus por invalidez y se mudó a la ciudad de 9 de julio, a unos 300 kilómetros de la Ciudad, "para limpiar la cabeza". Y fue ahí que conoció a un hombre al que también le habían amputado la pierna, pero por una complicación de la diabetes.
"Este señor tenía una Renault 12 y manejaba". Y así como el gran desafío de muchas personas amputadas es volver a caminar, el suyo era otro: volver a manejar. "Yo quería manejar, sabía que podía volver a manejar", dice. El hombre le había pedido a un mecánico de pueblo que le diseñara una palanca que le permitiera presionar el embrague con la mano y pasar los cambios con la otra. Así volvió a manejar Martín, en aquel entonces: con la mano izquierda presionaba el embrague, con la derecha pasaba los cambios, y usaba la prótesis de la pierna derecha para presionar los pedales.
Logró volver a subirse a un auto pero pasó los siguientes años trabajando en su casa, grabando Cds de música para vender. Los médicos dijeron que era depresión, su familia lo creyó y llegaron a convencerse que aquello del tren había sido un intento de suicidio. Martín dice que no y sostiene que "muchas veces esos diagnósticos hacen daño, no ayudan a la persona, te anulan. Pienso que muchas veces el término discapacidad no es muy bueno que digamos".
El año pasado volvió a Buenos Aires y leyó la historia de José Guadalupe Vargas, un mexicano que estaba casi sordo y que se había convertido en chofer de Uber. Leyó que los pasajeros tenían la posibilidad de rechazar viajar con alguien con discapacidad pero no lo hacían. Y se anotó. En agosto, exactamente 12 años después del accidente de tren, se convirtió en chofer de la empresa Uber.
"La primera reacción de los pasajeros es un poco como 'upa', pero bueno, se fueron acostumbrando. Los pasajeros son muy solidarios y no se lo toman tan a mal", cuenta. Pensó qué iba a hacer si alguien lo rechazaba y decidió que "no lo subía y punto" y, a pesar de tener dinero de la pensión, el hecho de tener dinero por trabajar y dejar de sentir que ya "no servía para nada" torció la historia.
"Si me preguntan 'qué tenés ahí arriba' o 'a dónde te vas' les cuento la verdad. Les cuento mi historia como algunos pasajeros me cuentan la suya", se despide. Y cuenta que algunos pasajeros lo felicitan, otros le hacen preguntas, reparan en sus movimientos y que otros, como él aquella mañana de invierno, van demasiado ensimismados. Están apurados.