El 8 de diciembre de 1973, el estadio Gabino Sosa de Rosario fue escenario de un acontecimiento inolvidable. En un partido decisivo de la Primera C, Central Córdoba, el equipo local, se encontraba en desventaja 1-0 frente a Argentino de Quilmes. La presión sobre los jugadores y la hinchada era enorme, ya que en juego no solo estaba el ascenso a la Primera B, sino también el título de campeón de la categoría.
Central Córdoba era más que un equipo de fútbol. Nacido junto a la estación de trenes que le daba su nombre, representaba a los barrios humildes del sur de Rosario. El club era el alma de una comunidad trabajadora que veía en sus jugadores un reflejo de sus propios sueños y luchas. En ese contexto, el partido disputado hace 51 años no solo era una cuestión deportiva, sino también una batalla emocional que involucraba a toda la ciudad.
A pesar del marcador adverso, las tribunas del Gabino Sosa, repletas de hinchas apasionados, seguían alentando sin cesar. Central Córdoba, con su camiseta azul con vivos rojos, luchaba con determinación por revertir el resultado, mientras que los jugadores de Argentino de Quilmes, sabedores de lo que estaba en juego, defendían con uñas y dientes su ventaja.
En esos minutos, el encuentro se transformó en un choque lleno de nerviosismo. Cada pase, cada remate, cada jugada estaba cargada de esperanza y ansiedad, y el futuro del club parecía pender de un hilo. El ascenso representaba mucho más que un simple cambio de categoría. Significaba enfrentar a equipos de mayor nivel, ganar visibilidad y abrir nuevas puertas para el crecimiento del club.
Los nervios y la tensión alcanzaron su punto máximo cuando, en los últimos cinco minutos del encuentro, Central Córdoba logró una remontada espectacular. Con una determinación inquebrantable, el equipo rosarino convirtió dos goles en rápida sucesión, Mainonis en el minuto 73′ y a los 85′, desatando la locura en las gradas. El marcador pasó a ser 2-1 a favor del local.
La remontada, histórica y épica, quedó grabada en la memoria de todos los presentes. Fue un torbellino de emociones, un instante de gloria que marcaría el destino del club. Sin embargo, la verdadera sorpresa llegó después, cuando la celebración de la hinchada alcanzó un nivel inesperado.
Con tres minutos aún por jugar, los hinchas de Central Córdoba invadieron el campo de juego para celebrar el logro. Desbordando todos los límites del protocolo, levantaron al árbitro Juan Rolando en andas, como si fuera un trofeo. Esta escena insólita provocó la suspensión temporal del encuentro, pero lo más curioso es que, con el aval de los jugadores de ambos equipos, el partido se dio por terminado de forma oficial, reconociendo la victoria de Central Córdoba.
La alegría de la hinchada se desbordó aún más. El equipo no solo había ganado el partido, sino que también había logrado el ascenso a la Primera B, después de años de lucha por alcanzar ese objetivo. El gesto de los hinchas, al levantar al árbitro en andas, fue una muestra del amor incondicional que sentían por su equipo, un cariño que trascendía los límites del fútbol.
Este acontecimiento, además de la hazaña deportiva, quedaría registrado como un símbolo de la intensidad de la pasión futbolística de la hinchada rosarina. La imagen del árbitro Juan Rolando, llevado en andas por los hinchas, se convirtió en un ícono de esa pasión desbordante, que fue captada por las agencias de noticias y dio la vuelta al mundo.
La victoria de Central Córdoba representaba también un logro trascendental para el club, que finalmente había conseguido lo que tanto había buscado: ascender a la Primera B después de años de lucha. Para los hinchas, aquel 8 de diciembre de 1973 fue mucho más que un triunfo deportivo; fue la materialización de un sueño que, por fin, se hacía realidad.
Años después, Central Córdoba continuó su camino en la Primera B, cosechando éxitos y creciendo como institución. Pero para sus hinchas, aquel 8 de diciembre de 1973 sigue siendo uno de los momentos más emblemáticos de la historia del club, un día en el que el fútbol fue mucho más que un deporte: fue un sentimiento que unió a toda una ciudad y de un arbitro que fue llevado en andas como un trofeo de la gloria lograda.