-¿Qué se extraña más en un futbolista de alto nivel como vos, Fabián? ¿Jugar o competir?
-Competir. Justo anoche fui a jugar pádel con unos amigos. Gané, porque siempre he sido muy competitivo. Después le decía a mi esposa: “Dios mío, lo que más disfruto en la vida es competir”. No te puedo explicar lo que genera en mí tener esa necesidad de ganar. Y eso que era un partidito con unos amigos... Aunque había alguna pica porque uno de ellos estaba muy bocón, creyéndose el mejor. Para mí fue como una inyección de adrenalina. ¿A qué voy? Esa parte de competir al más alto nivel es lo que más me falta. Se termina convirtiendo como en una droga.
-¿Se aprende a competir o viene con uno?
-Justo después de la final de la Copa América di mi opinión sobre qué le pasa a Colombia, por qué muchas veces nos quedamos en la puerta. Y dije: “A nuestra mentalidad le falta muchísimo comparado con Argentina”. A ustedes les enseñan a competir desde chiquitos, aun cuando también ese espíritu viene desde la cuna. Yo, justamente, siento que nací así. Mis recuerdos de infante son que quería ganar todo. Me dolía perder, me daba rabia. Después me fueron encaminando mis padres, los primeros formadores... En mi cuadra, mi Champions League era el pan con la gaseosa. Y nos jugábamos como si fuera nuestro último partido para ganarlo. Me ayudó mucho mi barrio. En conclusión, se nace con ese sentido de competencia, aunque también se puede ir forjando. Por eso conté: “Ustedes van a ver el el baby fútbol en Argentina y es una guerra”. Después pedí disculpas por utilizar esa palabra porque éste es un país que ha sido muy violento durante mucho tiempo, de hecho he tratado de sacar de mi vocabulario esas frases bélicas. Pero para el que ha estado en el fútbol, entiende que está dicho de buena manera. O sea, que los argentinos dan absolutamente todo. Todos los balones los van a disputar como si fueran los últimos.
-En Argentina generó mucha repercusión el elogio a ese gen competitivo.
-No sabes... Me mandaban videos del Baby fútbol de Argentina después de mis palabras. Me escribieron niños diciendo “Fabi, tienes toda la razón, yo así salgo a la cancha, quiero ganar. Tengo 11 ó 12 años, ya gané 5 títulos y busco seguir detrás de mi sueño”. Desde ahí la mentalidad empieza a ser diferente a la de acá. No de todos, porque me tocó convivir con compañeros que fueron muy ganadores, pero sí hay una formación totalmente distinta.
Fabián Vargas deja salir cuidadosamente las palabras de su boca. No las amontona. Busca pensar lo que dice y, a su vez, invitar a reflexionar a los demás. Su físico está igual a los tiempos de volante derecho de Boca, cuando podía trabar fuerte una pelota en el medio y después darle calidad al pase siguiente. El tono de su voz también mantiene los buenos modales. Aunque su elaboración tiene cada vez más profundidad. Es parte de su madurez, de su preparación. Ya instalado hace varios años en los medios, no usó el atajo que le daba su apellido. Sabe que haber sido un gran futbolista no le garantiza moverse bien en otros roles. “Sentí que necesitaba un respaldo desde la parte académica. Entonces empecé a prepararme. Soy estudiante de Comunicación. Estoy a punto graduarme. Y me recibí de entrenador. O sea, estudié para enseñar fútbol, para comunicar sobre fútbol y para transmitir conceptos”, repasa orgulloso su nuevo currículum. Ahora el colombiano tiene 43 años, pero tuvo un plan articulado antes de colgar los botines.
“Yo empecé a estructurar mi vida para cuando terminara el fútbol porque identifiqué que la gran mayoría no se preparaba para ese día después. Ni desde la parte emocional ni desde la formación. Ni la económica. Eso me hizo entender que debía ser distinto. Ya en Argentina inicié mi carrera de DT. Y empecé a estructurar negocios que me dieran flujo de caja constante, porque otra de las problemáticas es que como futbolistas ganamos muy bien y nos acostumbramos a un nivel de vida muy alto. Luego se cierra ese chorro, intentas mantener el mismo status y vienen los problemas. Yo no quería que me agarrara así. A su vez, ya en Millonarios, cuando regreso acá, me buscaron de ESPN. Viene la gente de Argentina y me dice que iban a producir el primer programa desde Colombia, porque lo que salía acá era todo producido allá. No sé si he sido el primer futbolista que trabaja como panelista en un programa estando activo. Era un programa piloto, se hacía los lunes, que era mi día de descanso y sólo demoraba una hora de mi vida. Empezamos.... Y ya son 9 años que llevo. Causó mucho revuelo especialmente entre los periodistas jóvenes, que sintieron que les estábamos quitando un espacio. Pero se busca engrandecer el debate. De hecho no me afecta cuando dicen que el jugador no estudió porque sí lo hice. Siempre entendí que hay que prepararse”, desarrolla sobre su nueva competencia.
-Vos decís “competir” e instantáneamente pensás en los argentinos.
-Es que me tocó vivirlo... Mira: yo jugué acá en un equipo muy grande, que es América de Cali. Tenía compañeros que ya habían estado en selección Colombia, otros que habían ido por Europa, y muchas veces su nivel de entrenamiento no era el mejor. Me tocó ver muchachos que se escondían cuando había trabajo físico. Después salían delante y nos hacían llegar atrás a los jovencitos. El preparador físico se enojaba: “¿Pero cómo puede ser? Llegan los de experiencia primero que ustedes. Y los más chicos, que son los que deberían tener más deseo de triunfar, no están haciendo bien el trabajo”. Nos tocaban unas palizas de castigo por ellos... Uno callado, se la comía. Yo sabía interiormente que estaba trabajando para mí. Que ellos se estaban engañando. Y fue así. Sus carreras, por no ser honestos con la profesión, se les fue agotando rápidamente. Después llego a Argentina y me encuentro con tipos que económicamente estaban bien, que habían sido Selección Argentina, que habían jugado afuera, pero querían ir por todo. Entendí algo que me decían constantemente: era por la gloria. No lo hacían sólo por el dinero sino porque querían ganar absolutamente todo. Y sabían que metiéndose en la historia de un equipo el resto iba a llegar por añadidura. El dinero, la fama, el reconocimiento... Me encantó porque desde mi casa había aprendido que uno tiene que ser muy disciplinado, que tiene que dar el cien por ciento. Si no, mejor no hacerlo. Por eso, me identifiqué con esa idiosincrasia argentina. Queríamos ganar siempre. Un entrenamiento, el picadito, el fútbol tenis, lo que fuera. Tuve la fortuna de conformar equipos ganadores, y el denominador común era que todos queríamos hacer historia.
-¿Te acordás quiénes fueron los primeros que te impresionaron por ese espíritu?
-Cuando llego me encuentro con Martín Palermo, el Flaco Schiavi, Diego Cagna... Diego Cagna era brutal. Yo era bueno físicamente, me consideraba con una capacidad interesante. Pero voy a Boca y este tipo era el primero en todo. Había muy poquitos jugadores que se le podían pegar a él. Era impresionante. Y cómo se trabajaba. Guillermo Barros Schelotto también, Cascini, Burdisso, el Negro Ibarra... Sebastián Battaglia, que era jovencito pero ya estaba impregnado de todo esto. Ese grupo ganó tantas cosas por esa mentalidad que tenían los jugadores, el cuerpo técnico y los directivos. Todo el mundo quería ganar. A nosotros no nos servía otra cosa. Y no estoy diciendo que sólo sirve ganar en la vida, porque es muy difícil ganar. Pero ese grupo quería ser el primero y se esforzaba para conseguirlo. Después mirabas el fin de año y estábamos con dos o tres trofeos.
-¿Creés que esta mentalidad tiene que ver con la necesidad del argentino, con la competencia en el barrio, con el modelo Maradona?
-La necesidad es un motor grandísimo, que te lleva a hacer cosas extraordinarias. Y hablas del potrero porque muchos venimos de condiciones sociales complejas, de carencias en muchos sentidos. A nivel emocional, económico, de falta de estudio, de educación, de oportunidades. Eso hace que por tratar de que tu familia esté bien llegues a entregarlo absolutamente todo. A buscar las oportunidades como sea. Si no te abren la ventana, ir y romper la puerta... A mí me pasó algo distinto, y es que vengo de una familia que nunca me sobró nada pero tampoco me faltó. Siempre tuve mi techo, mi alimentación. Yo jugaba al fútbol por un motor que encontré muchísimo más fuerte: la pasión. Cuando llego a América de Cali, a los 16 años, voy a una pensión. Ahí me encontré con situaciones de compañeros que sí habían tenido esas carencias en la vida y que su única esperanza era el fútbol. Eso los llevó a convertirse en profesionales y a muchos a tener buenas carreras. Pero a otros, cuando esa necesidad se acabó, cuando se les fue el hambre, perdieron ese motor que tenían y su carrera no terminó floreciendo. Y ahí es donde vemos talentos desperdiciados. Yo entendí que no tenía sus necesidades, pero sí el hambre de la pasión. Son dos motores grandísimos que, depende cómo lo tome el ser humano y cómo se lo encamine, te pueden llevara a ser el mejor o un jugador más de del montón.
-¿Y cuál crees que es el límite? Como decís, en Argentina los chicos cuando pierden salen llorando y dejan tirado el trofeo por ser segundo. Pero a veces se genera una situación de inconformismo que también hace daño.
-Ahí es importante la presencia de los formadores. Me escribieron muchos profesores a partir de que una de mis críticas fue que en Colombia al octavo le dan premio. Y el mismo que al primero. Me hablaban sobre la frustración del que pierde. Yo, en cambio, siento que están queriendo quitar situaciones que son necesarias para la vida. Como la tristeza. Perder te duele, te genera esa frustración. Pero si no aprendes a gestionar las emociones de niño, cuando sos grande y te las quisieron evitar dándote un premio, o entregándote lo mismo que al primero para que no lloraras, ¿cómo haces? Cuando tengas una ruptura amorosa, cuando tu novia o tu novio te diga que no quieren continuar con vos, cuando tuviste problemas en el colegio y no sacaste las mejores notas, ¿cómo haces?
-Ahí hablás del deporte y de la vida.
-Es que hay que formarlos para la vida. Competir es distinto. Pero en los niños, lo que dices: el que pierde sale con rabia. Hay que decirles que sólo hay un ganador, que es importante llegar a la final. Y también debe saber que si te dolió no salir campeón, quiere decir que tienes que esforzarte mucho más si quieres ese premio. Entonces, conceptualmente puede sonar contradictorio, pero hay que vivirlo. Me acuerdo que de niño perdía y lloraba, pero a los 10 minutos se me había olvidado y estaba jugando otra vez con los amigos detrás de la pelota. Igual me había dejado enseñanzas. Y esas enseñanzas son que debo trabajar más, que tengo que ser más disciplinado. Además, cuando se premia a todos por igual, ¿se piensa en el que gana?
-¿Qué querés decir?
-En estos debates, que tenía con muchos de los que aplaudían “qué bien que le den premio al niño que perdió”, me encuentro con una persona que me dice lo contrario. “Fabián, mi hija compite karate. Y ella se esfuerza, es muy disciplinada. Nosotros la apoyamos mucho. Tenía una competencia y fue campeona. Vino feliz a abrazarme. Pero después, a todos los que habían competido les dieron la misma medalla. Y regresó la niña llorando, a decirme: ‘Papi, pero si yo fui la mejor, fui la que trabajé... Y a todos les dieron el mismo premio que a mí’”. A partir de ese ejemplo, les respondí a los profesores: “Ustedes han pensado en los que lloran, en los que se frustran, en los que no han ganado, ¿pero han tenido en cuenta también cómo se sienten los que ganaron? ¿Cómo te sientes tú si trabajaste al máximo y al final tu recompensa es la misma que todos?”. Eso también genera una problemática. Hay que mirar todas las partes. Si te acostumbran a que con el mínimo esfuerzo van a recibir un premio, ¿qué va a pasar cuando sean grandes?
-Es un buen punto. El resumen es entender que lógicamente no es lo mismo ganar que perder, pero que para aprender a ganar hay que saber perder.
-Totalmente. Uno de las derrotas aprende. Y ésta fue una frase que le causó muchísimos problemas a un gran técnico que tuvimos y fue Pacho Maturana. Él decía que perder es ganar un poco. Nadie entendió el trasfondo poderosísimo de esas palabras. Y si vas y ves, lo dijo Michael Jordan: “Perdí muchísimas más veces de las que gané, pero fueron muchas más las veces que lo intenté. Ahí está el fondo. En no caerse, en levantarse y trabajar para intentar lograrlo”. Hace parte del aprendizaje de la vida. Especialmente, qué es lo que no tienes que volver a hacer. Y lo vemos con Argentina. La Selección duró muchísimos años sin ganar. Pero esas derrotas les enseñaron qué debían hacer. Y mira, volvieron a ganar después de muchos años. Por eso en la Copa América les decía a los colombianos: “Este ya es el camino. Nos tocó perder, pero seguramente le va a dejar una enseñanza al cuerpo técnico, a los jugadores. Van a entender cuál es el camino para llegar a una final, que ya es un premio. Y de pronto en la siguiente van a ver los errores, corregir y empezar a ganar”.
-Si bien tiene que ver con las camadas, más que como el jugador de carácter que abre mercados como en otras épocas, hoy se piensa en el colombiano como el talentoso que no se termina de esforzar. Dicho a grandes rasgos, por supuesto.
-Sí. Acá siempre se ha dicho que le falta el centavito para el peso. Es un tema que ya lo tenemos instaurado a nivel cultural y toca empezar a cambiarlo. ¿Por dónde? En la base. Porque cuando uno llega a profesional ya es muy difícil. Se pueden modificar cosas, pero ya hay vicios que traes de fondo. Muchos me llamaron y me dijeron: “Fabi, chévere, porque nos pusiste a pensar”. Me encantó que la gente empezara a decir “carajo, ¿será que estoy haciendo bien las cosas? ¿Será que puedo hacer algo distinto para cambiar esta realidad?”. Y siento que eso, no sé en qué medida, hará que por lo menos trabajen en mejorar, y que de pronto más adelante tengamos generaciones que sean más duraderas y ganen muchas más cosas. Al final han sido pocas las que hemos conseguido.
-¿La disciplina está por encima del talento?
-Siempre. No llegas sin disciplina. O es muy difícil... Esto fue un proverbio chino. Lo leí hace muchísimos años. Y lo pude comprobar en carne propia. Mira que te contaba que llego al América en el 97, a una pensión de ésas que los equipos tienen reservadas para los jugadores de mayor proyección. Ahí fue que nos dieron la oportunidad a Kilyan Virviescas, a Andrés Pérez y a mí, de acá de Bogotá, que es una región que no saca muchos jugadores. Me encontré con compañeros con unas condiciones que no te alcanzas a imaginar. Muchos de ellos mejores que uno. Pero ahí entendí que si quería superarlos tenía que ser más disciplinado que ellos. Y empecé a ver que muchos, como tenían ese talento innato, no se cuidaban. Les gustaba la fiestica, el trago, llegar tarde a los entrenamientos. Y fuimos viendo cómo poco a poco nuestra disciplina los iba superando. El talento, si no está acompañado de la disciplina, tiende a desaparecer. Muchos talentos terminaron desperdiciados. Quedaron en el “uh, ese tipo cómo jugaba de bien”. O en “ése era un crack”. Podría haber sido el mejor jugador del mundo, pero no tuvo disciplina. Hoy me encuentro con muchos de esos compañeros y me dicen: “Si nosotros hubiéramos seguido el camino de ustedes, ¿dónde estaríamos?”. Lamentablemente para ellos, se dieron cuenta cuando ya el talento se les había acabado.
-¿Cómo es ganar y cómo es perder en Boca?
-Uf, son dos polos con un espacio muy grande entre sí... A mí me tocó una época maravillosa en Boca. Me encantó. Y es que casi siempre ganamos. Tuve la fortuna de ganar cuatro títulos al hilo con el equipo. Nos tocó perder muy poco, pero era duro. Me encantaba ver ese vestuario amargado por empatar un partido. Recuerdo una vez que jugamos contra Talleres. Boca llevaba mucho tiempo sin ganar en Córdoba. Íbamos ganando y nos terminaron igualando. El vestuario parecía un funeral.
-¿Para tanto?
-Sí. Todo el mundo enojado. Era fascinante ese vestuario de Boca: le quería ganar a todos. Y esa presión de la hinchada, que también se había acostumbrado a ganar y nos exigía. Maravilloso. Había que darles una alegría a todos estos tipos. Muchos de ellos hacían unos sacrificios grandísimos para ir a vernos. Y si algo tuve, es que cuando entraba a la cancha siempre estaba pensando en ése que estaba afuera, que dejaba de comer, que muchas veces guardaba dinero para sus hijos o para otras actividades, de pronto más importantes que el fútbol, porque su máxima prioridad era acompañar a Boca. Vi casos en Japón, cuando fuimos a jugar la Intercontinental con el Milan, donde había gente que había hipotecado su casa para viajar. Yo decía: “Dios mío. ¿Qué es esta locura?”. Para nosotros era una responsabilidad grandísima, decir “tengo que entregar absolutamente todo en la cancha porque mira el sacrificio que están haciendo estas personas para venir”. Por eso me encantó cada momento que viví en Boca. Me tocó las de ganar. Después, tuve momentos en los que perdí, como la Libertadores en el 2004. Me dolió muchísimo. Primero porque fue acá en mi país, yo me tenía que quedar. Y por todo lo que sucedió durante esa Copa. La semi, lo que habíamos vivido con River pasando en el Monumental. Y lo que ocurrió con Once Caldas. Porque al final terminamos como unos malos perdedores. Fue después de la declaración de Bianchi, donde supuestamente no quisimos ir a recibir las medallas. Lo digo y la gente no lo cree, aunque es problema de ellos. Nosotros no sabíamos que debíamos quedarnos porque premiaban por ser segundos.
-Te soy honesto: para todo el mundo fue una ironía de Bianchi.
-De verdad te digo. Todavía le siguen dando duro a Carlos. A mí me ha tocado salir a contar la historia y les digo a todos: “Vea, cuando uno es campeón, cuando gana, no está pendiente de a quién le están entregando la medalla. Uno está saludando a la familia, a los hijos, saltando, gritando, echándose agua en la cabeza. Está en miles de cosas, celebrando con su hinchada. No se está dando cuenta de qué pasa en la premiación”. Y mucha gente me responde “¿cómo no van a darse cuenta que le dan premio al segundo?”. Pero no en todos los torneos les dan premio al segundo.
-Vos de verdad decís que ustedes no sabían...
-Te aseguro que no sabíamos. Nosotros vamos a saludar a toda la gente. Había como 7000 personas de Boca, de La Doce... Ahí estaban todas nuestras familias y nos sentíamos amargados. Fuimos saliendo y nadie nos dijo “esperen muchachos que tienen que recibir la medalla”. Si nos lo hubieran dicho, nos habríamos quedado. Ninguno del protocolo de la Conmebol nos avisó. Me acuerdo que después estaba en el vestuario, y llegó unos de los utileros con una bolsita con las medallas del segundo puesto. Nos las entregó ahí. Cada uno la guardó y ya. Después me di cuenta lo que se había armado por la declaración de Carlos. Que sonó irónica, como “éstos tipos qué se creen”. O agrandados. Pero realmente para Bianchi era la primera vez que tenía que enfrentarse a eso. Fue duro no ganar en Boca. Si te estoy contando que empatar era difícil... Imagínate lo que es no ser campeón de América.
-¿Ustedes sintieron que la energía se agotó contra River en la semi?
-Yo lo sé. Fue así. Esa semifinal fue muy desgastante por todo lo que se vivió, por cómo se vivió, por cómo se terminó, por lo que hubo durante los partidos. Emocionalmente el equipo se desgastó muchísimo ahí. Pero no es excusa. Yo siento que la Copa era para Once Caldas. Futbolísticamente nosotros estuvimos un poco mejor. Ellos desde sus armas hicieron lo que debían para llevar la definición a los penales. Pero en esa final hubo unas cosas que para el argentino son importantes, digamos, y que generaron problemas. En el vestuario siempre acostumbrábamos a jugar fútbol tenis. Empezaron algunos y rompieron un espejo. Ustedes son muy cabuleros, muy... Imagínate que se rompa justo un espejo previo a salir al partido. Recuerdo a los utileros haciendo las contra mufas. Al rato, arranca el calentamiento y se lesiona Guillermo. Les veía la cara a todos y me decía “le están echando la culpa al espejo”. Igual, salimos a darlo todo. Nos faltó definición. Después, mira... El que hace el gol es John Viáfara, que fue compañero mío. Vivimos en la pensión del América, debutamos los dos ahí. A John lo conocía bien. El había empezado como central y era uno fuerte, pero no tenía la mejor pegada. Por eso cuando lo vi que iba a patear, en la cancha dije “la sacó del estadio”. ¡Y nos la terminó clavando en el ángulo! Fueron muchas situaciones... En la vida hay cosas que son para uno. Y esa Copa era para el Once Caldas. Mira los rivales que eliminó. Sacó a Santos, a Sao Paulo, o sea, rivales complejos de Sudamérica. Ese año estaba predestinada para ellos.
-¿Qué huella te dejó Bianchi?
-A Carlos le agradeceré toda la vida por haberme permitido disfrutar del Mundo Boca. Somos privilegiados los que tuvimos la posibilidad de haber vestido esos colores y de hacer historia. Siento que quedé en el corazón del hincha y es el premio más bonito y grande que puedo tener. Después, fueron enseñanzas totales de liderazgo. La primordial es que uno nunca se puede olvidar que trabaja con seres humanos. No somos máquinas. Él siempre pensaba en la persona, en que tu familia estuviera a gusto. Porque sabía que si estabas bien de la cabeza ibas a tener un mejor rendimiento. Y después, fue sincero. El primer día que llegamos al vestuario en Casa Amarilla, él me llamó junto a Amaranto Perea, y nos dijo qué iba a pasar con nosotros. Los dos veníamos de ser capitanes de nuestros equipos, líderes. Y nos avisó: “Les va a tocar empezar prácticamente desde cero. Porque yo ya tengo mi equipo armado. Es un Boca que viene de ser campeón de la Copa Libertadores”. Sebastián Battaglia ya estaba casi vendido a España, y Burdisso estaba próximo a salir. O sea, nos llevaba a futuro... En el inicio no fue fácil no estar jugando constantemente. Para cualquier jugador es dificilísimo, pero nos mostró las cartas de antemano. Amaranto empezó a jugar antes porque le tocó hacerlo de lateral y lo hizo bien. A mí sí me tocó aguantar hasta que Sebastián se fuera a Villarreal. Fueron seis meses complicados, pero le agradezco que tuviera esa sinceridad. Y después fue congruente lo que nos dijo y lo que hizo. “Ahí está, mijo. Ya depende de usted, aproveche”, me avisó al ponerme. Me sirvió muchísimo para haber aguantado y al final poder ganarme el puesto en un equipo como Boca y triunfar.
-¿Y la otra cara? ¿Cómo fue perder con Independiente, con todo lo que genera el descenso en Argentina?
-Muy duro. Fue una decisión que tomé conscientemente. Pasa que cuando me hablan del proyecto Independiente y me empiezan a mostrar los jugadores que estaban contratando, eran tipos de experiencia o ganadores en sus equipos. Yo dije: “Carajo, se está armando un equipo pensando en ser campeón”. Que era lo que le servía al club. Y asumí ese reto. Ya había vivido como hincha lo que es irse a un descenso con el América. Había acompañado al equipo desde la tribuna y fue muy doloroso. Por eso cada partido en Independiente me entregué sintiendo lo que había vivido en la tribuna. No quería que esa hinchada pasara por lo mismo. Tengo que reconocer que futbolísticamente ha sido uno de mis mejores años, salí como uno de los mejores extranjeros de la liga argentina, pero uno no puede decir “yo me salvé”, porque todos fuimos partícipes de eso. Nos tocó arrastrar con una deuda que no era de nosotros, de años anteriores. Desde nuestra posición intentamos revertir la situación. No alcanzó. Fueron muchas cosas... El mayor problema de Independiente en ese momento fue la parte política. Había una guerra. Parecía que muchos querían que el equipo descendiera.
-¿A ese nivel la interna?
-Sí. Y combatir contra eso desde la parte deportiva se hacía muy difícil... Más las deudas. Fue muy complicado. De hecho, yo los últimos seis meses no los cobré. De Independiente lo pagaron, pero la AFIP me hizo un cobro adelantado de impuestos que no debía pagar y me sacaron la plata. Espero que lean esta nota y me la devuelvan. Fueron muchas cosas que hicieron complejo que pudiéramos mantener la categoría. Lo único que puedo decir es que me entregué al cien por ciento. Arriesgué mi físico muchas veces. La gente no sabe lo que lo que muchas veces hacen los jugadores... Jugué más de tres meses infiltrado, con un tobillo hecho nada. De hecho me quedó con un problema de por vida ahí. Pero no me importaba porque porque era parte de mi trabajo y había asumido ese desafío. Lamentablemente no lo pudimos conseguir. La gente se queda con que simplemente descendimos, que no fuimos capaces, y ahí no podemos hacer nada porque al final fue así. No pudimos hacer que Independiente se mantuviera en Primera. De todos modos, siento que mi trabajo fue respetado, que fue valorado por gran parte de la hinchada. Porque se sintieron representados en la cancha como seguramente ellos hubieran querido hacerlo si tuvieran esa oportunidad de defender a su equipo. O intentar por lo menos darlo todo para que su equipo no se fuera al descenso. Yo siempre competí así.