Cuando el hombre es más que el mito. Y el protagonista supera a su propia leyenda. Guillermo Vilas estará por siempre en la mesa de los indiscutibles. No solo por sus grandes triunfos, sino por un hecho único: convertir en popular un deporte de elite. El colorido, los bombos y cantos, que parecieron impropios de una cancha de tenis durante décadas, se convirtieron en la mejor escenografía, gracias a su carisma. Y por sus éxitos en cualquier parte del universo, sobre todo desde la explosiva temporada 1974, donde se afirmó entre los mejores del planeta, con la fantástica coronación en el Masters, el 15 de diciembre.
“Honestamente puedo decir que estoy muy contento por haber ganado el Masters. Algunos meses atrás una persona me preguntó: ‘¿Qué pensás sobre el césped?’ Le respondí que el pasto es para las vacas. Ahora pienso que es para las vacas y para el tenis también”. Un Guillermo Vilas feliz y distendido, dejó esa frase para todos los tiempos, en la ceremonia de coronación, ante la risa y sorpresa de los espectadores que habían asistido a una final vibrante. En cinco sets muy disputados frente al talentoso rumano Ilie Nastarse en el veloz césped del Kooyong Stadium en Melbourne.
Ese torneo, reservado al cierre de la temporada solo para los ocho mejores, tenía por primera vez una presencia argentina, en la que era su quinta edición. El lugar elegido para la cita, en la lejana Australia, tenía una gran tradición tenística, pero configuraba una verdadera travesía para llegar desde aquí hace 50 años. Quien acompañó a Guillermo en aquella expedición fue Juan Carlos Belfonte, su histórico preparador físico y también durante varias décadas, del equipo de Copa Davis. El querido profe nos dejó en 2020. Uno tuvo la suerte de conocerlo y entrevistarlo sobre aquel viaje inolvidable.
Y así lo rememoró: “La planificación la hicimos sobre la marcha y sin demasiados datos concretos. Viajé a pedido de Guillermo, tal como me lo comunicó Oscar Furlong, que en ese momento tenía a cargo la parte profesional de la Asociación Argentina de Tenis. Él mismo fue el que hizo la gestión ante la Secretaría de Deportes para conseguir los pasajes. Fue una verdadera aventura, porque hay que situarse en lo que significaba irse al otro lado del mundo en 1974. Era una experiencia hermosa, pero en la que sabías que, prácticamente, perdías todo contacto con tu familia”.
La temporada ‘74 fue la de la gran explosión de Vilas. Luego de una primera parte con resultados irregulares, comenzaron a llegar los títulos como una catarata: Gstaad, Hilversum, Louisville, Toronto, Teherán y Buenos Aires. Sus participaciones en el circuito empezaron a llamar la atención de los medios, sobre todo de los diarios, que ampliaron el espacio que le dedicaban al tenis. Pero también en la gente. Ese deporte que parecía exclusivo de unos pocos, se fue masificando. Argentina también fue productor de indumentaria, pelotas y raquetas. Los clubes vieron con asombro como se incrementaba la demanda para utilizar sus canchas. Todo ese aluvión, tuvo origen en ese muchacho de vincha y pelo largo, que introdujo, game, set, ace, smash y volea, en el vocabulario de muchos argentinos.
En septiembre, con varios triunfos resonantes, regresó al país. Realizó exhibiciones y disputó algunos torneos locales, con enorme afluencia de público y un aliado decisivo para la masificación definitiva del tenis: la televisión. En el Belgrano Athletic Club, una tarde de ese mes, enfrentó en la final a Julián Ganzábal y el encuentro se transmitió en directo por Canal 9, interrumpiendo la emisión de un clásico como lo era Feliz Domingo. Algo grande estaba pasando y no sería una moda pasajera.
Guillermo se consagró campeón del Abierto de la República en el Buenos Aires Lawn Tennis por segundo año consecutivo el domingo 24 de noviembre, venciendo en la final al español Manuel Orantes en cuatro sets. Dos días más tarde, a las 10:30 de la mañana, se subió al avión con destino a Australia junto a Belfonte, el propio Orantes, también clasificado, y su esposa Virginia. Era el inicio de un periplo que tenía pautadas escalas en Lima, Papeete y Sídney, para finalmente arribar a Melbourne.
Todo se vivía con gran curiosidad en el grupo, como lo evocó Belfonte: “Una de las escalas antes de arribar a destino fue en Papeete, un lugar bellísimo, donde ellos tres disfrutaban de la playa y se reían de mí, porque caminaba sin parar por la arena, pensando en como diagramar el entrenamiento. Había muchas cosas a tener en cuenta que me tenían ansioso, como el hecho de estar en un lugar con el horario diametralmente cambiado. Suponía que no sería fácil. Apenas llegamos le dije a Guillermo que íbamos a hacer tres sesiones de entrenamiento por día, para ayudarlo a liberar las tensiones que tenía, aprovechando que se podía ir adaptando tranquilo, ya que llegamos con mucha antelación”.
El propio Vilas recordaba que los días previos al comienzo de la competencia, eran poco alentadores: “No esperaba ganar el Masters. Como muestra de esto es el hecho que cada jornada cambiaba la reserva de avión de regreso para el día siguiente, porque pensaba perder enseguida. Llegué al inicio del torneo sin haber ganado un set en los partidos de entrenamiento”.
Una de sus principales preocupaciones era el saque, herramienta fundamental para actuar sobre una cancha tan rápida como lo es el césped. Belfonte supo cómo ayudarlo: “Yo era amigo de Neale Fraser, uno de los mejores jugadores australianos de todos los tiempos, gran capitán de Copa Davis y eximio conocedor de nuestro deporte. Un día fuimos a su casa, donde tenía instalada una cancha y, tras verlo entrenar a Guillermo, me confesó: ‘Si saca así, no va a tener ningún problema’, a lo que le respondí entre risas: ‘Ahora el tema es convencerlo de eso a él’”.
De los ocho participantes, Vilas era el que menos experiencia tenía en jugar sobre césped. El sorteo determinó que integrara el grupo azul junto al local John Newcombe, el neozelandés Onny Parun y alguien que sería un eterno compañero de ruta: el sueco Bjorn Borg. En la otra zona, denominada blanca, estaban el rumano Ilie Nastase, el mexicano Raúl Ramírez, el español Manuel Orantes y el estadounidense Harold Solomon. El sistema era igual que en la actualidad: todos conta todos en cada zona y los dos mejores, a las semifinales.
Había llegado el momento del debut. Nada menos que ante un local y especialista en esa superficie. Vilas asombró a todos, empezando por Newcombe, con una actuación estupenda y la victoria por 6-4 y 7-6. En el recuerdo de Belfonte, fue un paso decisivo para lo que vendría de allí en adelante: “Guillermo no había llegado con tanta confianza y la fue incorporando a medida que ganaba partidos. Para que esa seguridad fuese en aumento, fue muy importante esa victoria ante un tenista como Newcombe”.
Apenas 24 horas más tarde, debía ingresar nuevamente a la cancha para medirse ante Parun, otro hombre nacido y criado en canchas de césped. Fue una batalla agotadora, extensa, y con una alta temperatura. Vilas se quedó con el primer parcial por 7-5, pero cedió el segundo 6-3. Eran tiempos donde el último set no tenía tie break, había que tener dos games de diferencia para adjudicárselo. La paridad era extrema. El neozelandés parecía estar más entero desde el aspecto físico, al tiempo que Guillermo sufrió algunos mareos por el calor. Con el score igualado en 8, Vilas hizo un gesto a Belfonte, de querer abandonar. El profe recordaba a la perfección su respuesta: “Le dije: si abandonás te mato, o algo así (risas). Era importante poder sobreponerse a las adversidades y llegar en ganador. Por suerte, me hizo caso y gracias a su eterna tenacidad, se quedó con el partido”. Fue por 11-9 y con eso selló la clasificación, aunque aún debía enfrentar a Borg, a quien superó 7-5 6-1, para avanzar invicto a la semifinal.
Allí lo esperaba Raúl Ramírez. Era un jugador veloz, de gran movilidad, quien llegaría a ser número 1 del ranking mundial de dobles. Pero su estilo le calzaba a la perfección a Vilas, quien, a lo largo de los cruces en sus carreras, terminaría con récord positivo de 11-1. Aquella semifinal del Masters, pautada como la final a cinco sets, no fue una excepción. Pese a perder el primer parcial por 6-4, Guillermo no se desenfocó del plan que había trazado para ganar los siguientes tres con claridad: 6-3, 6-2 y 7-5. Pese a la diferencia horaria y las limitaciones en comunicaciones que había hace medio siglo, los triunfos resonaban por aquí, ganando las portadas de los principales diarios.
Una vez más, como tantas veces a lo largo del ‘74, y lo que sería una costumbre en su carrera, estaba en la final. Lo esperaba el talentoso, díscolo e imprevisible Nastase. Guillermo tenía muy claro el panorama: “Ilie había ganado tres de las cuatro ediciones anteriores, porque el Masters era ideal para él, al disputarse por zonas y tener doble eliminación. Podía perder un partido en la fase de grupos, descargar allí su tensión y terminar jugando muy bien. Algo de eso ocurrió en la final, donde yo estaba en ventaja de dos sets, pero tuvo una gran reacción al igualarme. Sin embargo, yo mantuve mi línea todo el tiempo, sin desenfocarme y fue lo que me dio la seguridad de saber que podía ser el campeón”.
Vilas se quedó con los dos primeros sets con la autoridad y seguridad que había mostrado en toda la semana. El inicial fue parejo y se definió el tie break, mientras que en el segundo no hubo dudas y se lo llevó por 6-2 en 26 minutos. Pero nada podía estar definido con un hombre como Nastase enfrente. No solo por su calidad, sino porque sabía como sacar provecho de distintas situaciones para desconcentrar al rival. Y no dudó en hacerlo, hablando, haciendo chistes con el público y discutiendo entre risas algunos puntos con los jueces. El combo empezó a darle resultado. Porque además era un tenista de excepción. El tercer y cuarto set quedaron de su lado, ambos por 6-3 y una enorme sombra de duda se posó sobre los 7.000 espectadores que estaban en el estadio Koyoong.
Era un momento clave. Inexperiencia y cansancio podían juntarse para un desenlace no deseado. El profe Belfonte se anticipó al momento: “Sabiendo que iba a ser una jornada muy calurosa, tomé la decisión de colocarle dentro de la funda de una de sus raquetas, una pastilla sin nada adentro, envuelta en un papel. Antes de ingresar a la cancha le dije: ‘Si te sentís cansado, lo tomás con abundante agua’. No recuerdo en que momento de la final lo hizo, pero en ese momento me miró e hizo el gesto que estaba todo bien. Sin dudas, fue el efecto de la mente, tan importante en este deporte”
La lógica indicaba que el trofeo debía quedar en las manos de rumano. Sin embargo, Vilas retomó la determinación que lo había llevado hasta allí, sacando muy bien y buscando la red en cada ocasión. Con esas características se llegó el momento clave, con Guillermo al servicio 5-4. Tras perder el primer punto, ganó los tres siguientes para asomarse al match point. Y el título fue una realidad, cuando la devolución de Nastase se fue ancha sobre la paralela. El argentino tiró la raqueta y saltó con sus dos brazos hacia el cielo, que ya estaba en sus manos. Cruzó la red para encontrarse con un adversario que lo felicito, tocándole la cabeza en un lindo gesto deportivo. Desde las viejas tribunas del estadio, bajaba un emocionante “Ar-gen-tina, Ar-gen-tina” coreado por un pequeño grupo de compatriotas, con un detalle muy particular que recordó Belfonte: “Apenas terminado el partido, un muchacho bajó corriendo entre el público, ingresó al court y abrazó a Guillermo. Luego supimos que era un argentino de apellido Jaime, socio de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires, que se había pagado el pasaje para ver el torneo”.
La trashumante vida del tenista no le dio tiempo a Vilas para demasiados festejos. A las pocas horas inició un nuevo viaje, rumbo a Sudamérica, pero no para aterrizar en su país. Cinco días más tarde de su consagración en Melbourne, arrancaba una serie de Copa Davis ante Brasil en Sao Paulo. Arribó el miércoles, ante una gran expectativa del público para poder ver al campeón del Masters. Pese a ganar sus dos singles, Argentina cayó por 3-2. Ese viernes 20, en horas de la noche, pudo verse por la pantalla de Canal 7 la final ante Nastase, concitando gran atención, aunque hubiese transcurrido casi una semana. Visto desde la óptica actual, parece algo irrisorio, pero medio siglo atrás, era la manera de poder tomar contacto con los grandes eventos. Sobremanera, si estos se desarrollaban del otro lado del mundo y con un deporte que aún no era tan popular.
Había llegado el tiempo del regreso a casa. Mucha gente, entre periodistas, amigos, socios y curiosos, lo esperaban en el Buenos Aires Lawn Tennis, donde fue recibido como un héroe y paseando en andas. La semilla había caído en un terreno fértil. Ya nada sería igual. El tenis rompió sus compuertas y se convirtió en un torrente incontrolable, que fue inundando cada rincón del país. Desde los más selectos clubes con las mejores raquetas, hasta los chicos con paletas de madera en las calles, se sumaron a esa ola. Luego llegaron Clerc, Sabatini, Jaite, Mancini, la Legión y Del Potro, entre otros. Pero todo comenzó allí. Gracias Guillermo. El agradecimiento cumple 50 años, pero será eterno.