Van casi diez minutos del segundo tiempo en el Estadio Azteca e Inglaterra busca el empate. Diego Armando Maradona está a punto de escribir la página más gloriosa en los libros de historia del fútbol. Acaba de hacer un gol con la Mano de Dios, que será objeto de polémicas rumbo al futuro, pero en breve comenzará a cincelar una obra de arte. José Luis Cuciuffo tendrá un aporte tan invisible como elemental, clave. Glenn Hoddle buscará dar un pase en profundidad, pero Cuchu cortará simple un ataque peligroso y entregará inmediatamente para el Negro Enrique, que construirá un mito alrededor de su “asistencia” a Maradona. Aquel defensor fuerte, bien ubicado, rueda de auxilio permanente graficó con esa escena el aporte silencioso y efectivo que brindó para construir el título de Argentina en el Mundial 86. Entró como pieza de recambio, pero se erigió como un pilar de la defensa que no necesitaba de las luces de las marquesinas para resaltar. Todos aquellos que compartieron con él remarcan su perfil vital deportivo en el campo, pero mucho más aún fuera de él para constituir el grupo. Todos aquellos que compartieron con él todavía no pueden entender qué sucedió aquel 11 de diciembre del 2004 con su accidental –y estremecedora– muerte mientras estaba cazando en Carmen de Patagones.
La historia de Cuciuffo con la selección argentina comenzó mucho antes de la estrella de 1986 con una semilla casi delirante. La popular revista Humor notó que había un defensor en Vélez Sarsfield con un apellido gracioso y decidió candidatearlo para la Copa del Mundo 1982. El tema creció a punto tal que el periodista de la publicación Tomás Sanz aseguró que el defensor visitó un día en la redacción para entender qué había detrás de su constante aparición: “Nuestra broma llegaba a ensalzar a Cuciuffo, que empezó como una broma elemental, de colegio. Lo recibimos ahí y se sacó enseguida las dudas. Tuvimos un rato muy amable”, dijo Sanz en el documental Campeones 1986 que realizó DeporTV. Cuciuffo era, por entonces, más popular por su involuntario protagonismo en la publicación que por el fútbol hasta que Carlos Salvador Bilardo lo convirtió en pieza inamovible en la gesta del 86: entró en el segundo partido contra Italia para darle forma a una férrea última línea y nunca más volvió a salir. Tiró el centro del gol de Valdano contra Bulgaria en una escalada inolvidable y recuperó aquella bola que terminó en la obra de arte del Diego ante Inglaterra, más allá de su implacable protagonismo en la defensa en cada partido.
“Era un jugador fuerte, tenía técnica, pero era un jugador muy aguerrido. Metía como loco, se hacía respetar. Iba muy bien de arriba, tanto en nuestra área como en la visitante. Siempre estaba atento. Se hacía respetar”, lo describe ante Infobae Sergio Almirón, uno de los campeones de aquel 86. Aquel pibe nacido en un barrio obrero de Córdoba era ahora una estrella del fútbol nacional. Su nombre quedó por siempre emparentado a un título inolvidable, emocionante. Tras un inicio en Huracán de Córdoba y pasos por Chaco For Ever y el Talleres de su provincia, se asentó en Vélez. El Mundial lo empujó a un desembarco en Boca Juniors, donde forjó una relación de amistad con Víctor Marchesini que se sostiene hasta hoy. Sí, hasta hoy a pesar de su desaparición física. Aquel hombre que fue un símbolo defensivo de los 80 habla en presente de su compinche: “Entablamos una hermosa amistad que continúa. Yo hablo con su mujer, con sus hijos. Nos hicimos muy amigos en Boca, llegué para disputar el puesto con él y terminamos jugando juntos, él de lateral izquierdo y yo de seis. Teníamos muchas cosas en común, cosas que nos gustaban a los dos, como la caza y la pesca. Salíamos a pescar por todos lados. Un tipazo”, lo recuerda ante este medio. Para él, José Luis dejó de estar físicamente, pero dos décadas después su alma sigue vibrando.
Campeón de la Supercopa y la Recopa, autor de goles ante River Plate, Cuciuffo protagonizó una escena por demás singular durante su paso por el Xeneize cuando Hugo Orlando Gatti se lesionó en los octavos de final de la Supercopa 88 y debió pararse debajo de los tres palos para defender el 1-0 durante los minutos finales. Y lo hizo, especialmente en un centro venenoso que capturó sin rebote cuando el reloj ya marcaba los primeros segundos del tiempo adicionado. “Era un defensor fuerte con una capacidad de salto tremenda y una moral... ¡Una motivación! Era un tipo al que le encantaba la vida. Muy feliz y optimista. Él iba a buscar una pelota y la iba a ganar. Era un jugador de esos que vos tenés que tener porque en el puesto que lo ponías te rendía, un comodín tremendo”, lo define Marchesini.
Una oferta que llegó desde México era tentadora en lo económico, pero decidió aceptar una propuesta del fútbol francés para adentrarse en la cultura europea, darle a su familia una experiencia sinigual. Llegó al Nimes Olympique que tenía como figura a un tal Eric Cantona y a un interesante defensor llamado Laurent Blanc. “Querían conocer Europa, una cultura nueva. Arriesgó y fue para allá. No quería volver la familia después de Francia, es más volvimos un par de veces después a visitar amigos. No sé cómo nació la amistad con Cantona, Eric un día cayó a casa con un Rolls Royce último modelo. Estuvo un rato, charlaron y se pusieron a organizar una caza, se fueron a cazar faisanes los dos. Pegaron buena onda de entrada. Después recuerdo que Eric Cantona vino a la despedida de Diego en la Bombonera (2001) y estuvieron en los palcos hablando. Quedó muy buena relación”. El que habla es Emiliano Cuciuffo, el hijo mayor de José Luis, que probó con el fútbol hasta que decidió estudiar odontología. Lo que relata allí era una constante de Cuchu: organizar salidas a pescar o cazar con amigos.
“Era un enloquecido que te quería llevar a Córdoba, al campo, a cazar o a pescar. Él sabía todo. Era un fenómeno, tenía un corazón inmenso. Él siempre hablaba de eso y mirá, pasó lo que pasó”, se lamenta Almirón. “Se había armado un grupo muy lindo en Boca. Salíamos muchos con nuestras mujeres y después empezamos a ir a cazar con Blas, íbamos a los campos de Gualeguaychú”, remarca Marchesini. En esos campos familiares en Entre Ríos del ex defensor de Ferro todavía resuena el corazón de Cuciuffo: “Es imposible no extrañar a José. Imaginate que yo cuando voy a Gualeguaychú y hablo con mis parientes, con los que tuvieron la suerte de compartir con él, todavía me siguen preguntando por él, por su familia”.
Aquella estadía en Francia terminó con un regreso a Córdoba. José Luis quería estar cerca de Salvador y Encarnación, sus padres, y decidió firmar con Belgrano. “Le ofrecieron otros clubes pero vino porque estaban los padres. Y a los pocos meses cuando él viene falleció el padre. Volvió justo para estar los últimos meses con él. Pero al estar en Córdoba, estaba alejado de todo. Ahora es un poco más federal todo pero antes si no estabas en Buenos Aires estabas como perdido. Entonces le costó mucho adaptarse en lo económico”, repasa Emiliano. Tras aquel retiro silencioso en Córdoba a inicios de los 90, se puso un bar en su barrio y una escuelita de fútbol: “Él amaba tanto a los perros que le puso el nombre de su perro (Hermes). Cuando volvimos de Francia nos trajimos al perro, era un labrador negro que en Córdoba casi no había. Mi viejo lo quiso cruzar y como no había hembras acá se trajo una de Paraguay. Y después andaba con ella para todos lados. La amaba”.
Dirigió algunos clubes locales y tuvo un paso como ayudante de campo en Belgrano de Córdoba de Carlos Mac Allister que duró apenas un puñado de meses en el 2002. Entre medio, repartía sus días entre el bar y su pasión por la caza y la pesca. “Como que nunca se afianzó después del retiro, pero sí a nivel de amistad, tenía eventos todo el tiempo. Le encantaba ir a pescar y cazar, por eso tenía tantas amistades. A él se le acercaba alguien, se ponía hablar y le decían ‘soy del Interior’ y enseguida le preguntaba: ‘¿Vos tenés campo? ¿se puede ir a cazar?’. Y así andaba, feliz. Pero bueno, creo que a él le hubiese gustado incursionar más en el mundo de ser técnico”, plantea Emi.
Fue un 11 de diciembre del 2004 en una de sus tantas excursiones a pescar y cazar que encontró una muerte tan impresionante como absurda. “Es una pérdida que uno jamás pensó que podía pasar. Lo había encontrado en Santa Fe 20 días antes y me había invitado a cazar. Mirá lo que es el destino, él encuentra la muerte en uno de los hobbies que tenía”, relató Oscar Garré en el documental de los campeones del mundo en el 86 sobre aquel fatídico desenlace. “Todavía no lo entiendo, es inexplicable porque era un tipo muy hábil con el tema armas, con todo el tema de pescar. No era un improvisado, no era la primera vez que iba. Son esas cosas que no entiendo de la vida. Muy doloroso”, lo recuerda hoy Marchesini.
El doloroso final llegó un día como hoy hace veinte años. José Luis se había ido a Carmen de Patagones a pescar con un grupo de amigos, pero por por algún giro del destino decidió ir a cazar el último día antes de retornar a Córdoba. En la reconstrucción de la causa judicial que se abrió en Bahía Blanca, los testigos afirman que por la tarde de ese sábado 11 de diciembre había ido hasta un campo cercano a pedir autorización para ir a cazar por la tarde. La mayoría del grupo había decidido tener un día de pesca durante la mañana, pero él partió alrededor de las 19 rumbo al pasaje rural con su amigo mecánico Oscar Beltramo. El documento de la Justicia señala que el establecimiento rural llamado “El Lucero” estaba a unos cuatro kilómetros de la localidad de San Blas, en la punta sur de la provincia de Buenos Aires, y Cuciuffo llegó conduciendo su Chevrolet Modelo S10 Blazer con su amigo, transitando por una huella de tierra. Bajó, disparó sin acertar a una martineta y volvió a subirse a su vehículo. Apoyó la carabina halcón calibre 22 en el piso con la culata sobre el piso y recostada sobre la consola del coche. Quinientos metros más adelante, las irregularidades del territorio hicieron detonar el arma. El tiro pegó en la región abdominal del campeón del mundo. La siguiente escena es la de Beltramo retornando desesperado al hospedaje entre media hora y una hora después de haber salido de caza, con un Cuciuffo peleando por su vida. Lo llevaron de emergencia a una salita médica local, pero inmediatamente indicaron trasladarlo en ambulancia a Carmen de Patagones, a unos 100 kilómetros de distancia. El accidente fue fatal, José luis tenía lesiones en la aorta abdominal y no pudo ser reanimado. Beltramo, inicialmente imputado por el hecho, fue absuelto de culpa y cargo dos años más tarde, en noviembre del 2006, por la jueza Susana González La Riva.
El hecho conmocionó al país. José Luis tenía apenas 43 años. Carlos Salvador Bilardo, entre otras estrellas del Mundial 86, estuvieron en aquel doloroso último adiós en su tierra natal: “Es una pérdida que nadie esperaba”. Una plaza de Córdoba, donde empezó a jugar de chico, y el estadio del club Huracán donde se formó inmortalizaron su nombre. Marchesini corrige la voz y trata de frenar la emoción que ya lo invade: “Debe ser recordado como un buen tipo, amigo de los amigos. Un papá extraordinario. Esos seres que no deberían haber muerto. Una injusticia”. “Me hiciste emocionar...”, dice y frena.
Habían pasado 12 años de su partida cuando Emiliano y Agostina fueron a un evento de los campeones del mundo en representación de su padre. Un enjambre de gritos, insultos al aire, preguntas y demás los hizo dar cuenta que algo sucedía. Diego Armando Maradona, con su aura intacta, atravesaba el caos para meterse en el salón. El Diez estaba impoluto, pero aquella invasión periodística lo había fastidiado. Sentado en el lugar en compañía de su pareja, Agos le planteó a Emi que quería conocerlo, pero temían incomodarlo, saturarlo. Una persona a cargo de la celebración se acercó y le contó a Diego que estaban los hijos del Cuchu allí. Y no dudó: se paró y los encaró como una bala, como si fuesen defensores pero a los que esta vez no debía gambetear. Les dio un abrazo como si fuesen su amigo, interminable, abrazos que hablan. No había fastidio que pudiera resquebrajar el amor por José Luis, y eso quería transmitirlo a sus hijos. “Nos dio un abrazo a cada uno como si fuésemos mi viejo. Charlamos un ratito, nos sacamos una foto. No voy a olvidarlo nunca. Estaba como en una nube por la reacción que tuvo. Nos habló de mi viejo, nos decía cosas buenas de él. Quedamos shockeados”. Cuciuffo dejó una huella imborrable en el fútbol argentino como pieza clave de uno de los mayores logros del deporte nacional. Cuchu dejó una huella imborrable en aquellos amigos que sintieron que siempre estuvo con ellos.