Cuenta la leyenda que en marzo de 1987, al mismo tiempo que Dalma Maradona, primogénita del Diez, en la Clínica del Sol nació una pequeña cincomesina, que apenas entraba en la palma de la mano de los médicos y, en consecuencia, debió permanecer un tiempo internada.
“El padre la podía visitar una hora por día”, relató en X (antes Twitter) el usuario @basualdokuky, quien reveló la historia. “En ese rato, el viejo aprovechaba a leerle un cuento y las enfermeras abrían las cunas de todas las demás bebés para que escucharan. Entre ellas, como vecina de cunita, estuvo, en algún momento, Dalma”, desarrolló en el hilo, que se hizo viral.
“Cuando se estabilizó, dice que no fue mucho después, le dieron el alta. El padre, en ese momento, no tenía un mango y no podía pagar el costo de la internación, que se había multiplicado por la inflación de esos días. Lo llamaban y él decía que iba a pagar... Pero no sabía cuándo”, continuó la historia, que llegó a su clímax, con la misma intensidad que la gambeta postrera de Diego a Shilton en su mítico gol a los ingleses.
“La última llamada de la Clínica fue para decirle que no se preocupara de la deuda porque ya se la habían saldado. ‘¿Quién?’, preguntó. La respuesta fue la mejor del mundo: Diego Armando Maradona. Nunca hablaron, nunca lo cruzaron, nunca nada. Pero Diego se enteró de su deuda cuando pagó lo propio, le contaron de los cuentos del padre, y devolvió gentilezas. Un Maradona siempre paga sus deudas”, remató Basualdo la anécdota que emocionó profundamente a Dalma, al punto que al encontrarla en las redes, la eligió para leerla en la inauguración del Memorial de su papá.
“Y yo todavía no le había contado a la protagonista que la había compartido. Un poco se incomodó, agradeció el anonimato y todos quedamos contentos”, cerró el narrador, quien en realidad alumbró apenas un eslabón de la cadena de gestos silenciosos y plenos de solidaridad con los que Maradona tapizó su existencia.
Sí, Pelusa fue un personaje complejo, con sus luces cegadoras y sus sombras; pero aquellos que lo acompañaron a lo largo de su vida conocieron un sinfín de estas historias, muchas de ellas aún cobijadas en el anonimato. A cuatro años de su muerte, un repaso por algunas de estas gemas que confirman que Maradona fue un distinto, y no solo con la pelota esposada a su inmaculado botín zurdo.
La sensibilidad germinó en el origen humilde, en las canchas polvorientas de Fiorito. Y también por herencia de Don Diego y Doña Tota, quienes también conocieron las privaciones desde la cuna. Muchas veces, el chalet de la casa de Cantilo ofició como base para las intervenciones solidarias. Sí, quien fue uno de los personajes más públicos de la Argentina y del mundo, en silencio dejaba volar el barrilete cósmico paralelo.
“Venía gente a buscar remedios porque no conseguía en los hospitales. Diego decía: ‘¿Qué pasa? Esto lo tiene que hacer el gobierno’. Y mandaba a las hermanas con las recetas a la farmacia de la vuelta, compraban los remedios y se los daban a la gente”, rememoró en una entrevista con Infobae Claudio Daniel Langelotti, el guardián de la casa.
El agente de seguridad supo revelar una anécdota que prueba que Chitoro le legó ese espíritu altruista. En un verano tórrido, dos niños se apersonaron en la propiedad de Cantilo golpeando la puerta y pidiendo caridad. Al atenderlos, Don Diego les preguntó si tenían hambre, sed y calor. Los hizo pasar al parque, sumó dos sillas a la mesa y luego los invitó a que se quedaran a disfrutar de la piscina.
Los pequeños se marcharon extasiados, incrédulos de la experiencia que acababan de vivir: como en una colonia, habían pasado la tarde en la casa de los Maradona. Y volvieron al día siguiente para repetir la secuencia. Y al otro. Sus padres, al verlos regresar tarde y desconfiados de la historia, comenzaron a preocuparse. En consecuencia, el progenitor los acompañó en la siguiente excursión. ¿Conclusión? También resultó invitado a una jornada de asado y refresco. Y fue él quien debió darle explicaciones a su esposa por la extensión de la visita. ‘Yo sé lo que es no tener pileta con mucho calor’, decía el papá de la leyenda para justificar su accionar.
En esa casa, en el ala de huéspedes, llegaron a vivir varios amigos de Corrientes de Maradona. ¿Quiénes eran? Cada vez que regresaba de Europa, tanto en su época en el Barcelona como en su baño de gloria en Nápoles, padre e hijo tenían una excursión obligada a la localidad de Esquina para pescar y alejarse de las miradas del planeta. Y no había mejor lugar que allí, junto al río mudo, donde nació el amor entre Chitoro y doña Tota. Quienes los secundaban, manejaban los botes y aconsejaban en el arte de la caña esperaban ese momento con ansias para estar cerca de la estrella y porque era un remanso para sus economías. Ese panorama cambió cuando Diego directamente los convidó a mudarse a Buenos Aires para vivir con su familia y trabajar para él.
Algunos aceptaron, otros no. Algunos viajaron y se asentaron, otros extrañaron y regresaron. Y uno se convirtió en uno más del clan “Tenemos uno que anda dando vueltas, Germán Pérez, él dice que es nuestro hermano más chico”, le contó Rita Maradona a Infobae. “Somos ocho hermanos y medio con él, jaja. Es el único que quedó de esa época. Se quedó a vivir acá. Otros se volvieron a Esquina”, amplió Mary, otra de las guardianas que mimaban al ídolo.
Chicharra Pérez se convirtió en uno de sus asistentes más cercanos de Diego hasta que un día se puso de novio y le anunció a su hermano del corazón y jefe que se iba a casar. En consecuencia, dejó de ser parte de su staff permanente, pero el ex enganche no le soltó la mano. Con el tiempo, con su guiño y el de su familia, el correntino se convirtió en el encargado del edificio de Segurola y Habana, una de las propiedades más emblemáticas de la vida del astro.
Esa conexión con la necesidad, con el que le urgía la mano tendida, recorre toda su historia. Cuando llegó a Newell’s en 1993 con el objetivo de recuperar su mejor forma y con el Mundial de Estados Unidos en el horizonte, se encontró con que detrás del faro de su llegada que encandilaba, había carencias. Por eso, habló con la marca a la que representaba y les consiguió botines nuevos a los chicos de las Inferiores que los precisaban. Uno de ellos se llamaba Bruno Marioni, luego delantero de dilatada trayectoria, en Argentina y en el exterior. Aquel gesto del Diez le quedó tatuado en el alma.
Su liderazgo no se limitó al campo de juego. Abundan los relatos de ex compañeros que siempre resaltaron su generosidad en el reparto de premios y bonificaciones, aunque el imán para el dinero fuera su talento. Esa característica se puso el buzo con él cuando se transformó en técnico.
Maradona dirigía al Fujairah, de la Segunda División del fútbol de Emiratos Árabes. Su equipo se iba a enfrentar al Kalba, uno de los rivales más poderosos de la categoría y candidato al ascenso. El fútbol era semiprofesional: la mayor parte de sus pupilos tenía un segundo trabajo para subsistir (el grueso del plantel estaba formado por policías).
Conocedor de ese panorama, como acostumbró luego en Dorados de Sinaloa, ofrecía recompensas como motivación extra: regalos varios o relojes oficiaban de incentivos. Pero para ese partido necesitaba un empujón anímico potente. Por eso, convocó a su intérprete, Mohamed, y lo fue a ver al jeque que era el dueño del equipo. “Traducile lo que te digo. Para este partido hay que poner premio doble”. Su asistente titubeó, Diego insistió, y Moha (tal como lo había apodado), le balbuceó unas palabras al titular de la institución, que inmediatamente asintió. Pelusa se fue conforme.
Con el bonus en el anzuelo, Fujairah dio el golpe: ganó y el vestuario se convirtió en una fiesta. Cuando apareció el jeque, los futbolistas se frotaban las manos. Pero al recibir el sobre... El premio era el habitual. La decepción reinó por un instante en camarines y el DT montó en cólera.
“Moha, ¡qué carajo tradujiste!”, increpó al intérprete, que aceptó su culpabilidad: no se había animado a decirle al dueño del club que Maradona exigía premio doble. El entrenador lo arrastró a la oficina del jeque y, ahí sí, lo empujó a que elevara la demanda. Pero el mandamás se negó. Al volver al vestuario y verles los rostros a sus dirigidos, Pelusa no dudó. Tomó su teléfono, llamó a su abogado Matías Morla y le pidió: “Andá al banco y sacá de mi cuenta los dírhams -moneda emiratí-. El premio doble lo pago yo”.