El diálogo interno, o self-talk, es la conversación continua que mantenemos con nosotros mismos. Este fenómeno cotidiano tiene un impacto profundo en cómo gestionamos nuestras emociones, y, por tanto, en cómo tomamos decisiones y afrontamos desafíos en nuestra vida diaria.
En el mundo del tenis (y fuera de él) actúa como un arma de doble filo. Un jugador que se reprende constantemente por errores (ejemplo: “¡No metes una!” o “¡Eres un desastre!”) verá cómo su confianza se erosiona, aumentando la probabilidad de cometer más fallos. Por otro lado, quienes usan un lenguaje positivo y constructivo (ejemplo: “Venga, vamos a por el siguiente punto”) logran mantener la calma, concentrarse y responder mejor a la presión. La clave está en reencuadrar los pensamientos negativos y enfocarse en lo que se puede controlar, como la estrategia del próximo saque o la colocación del siguiente golpe.
Diversos estudios como el de Hardy (2006) señalan que un buen uso del diálogo interno puede incrementar tanto la autoeficacia (nuestra autoconfianza) como nuestro rendimiento. Otro de ellos es el de Hatzigeorgiadis et al, publicado en 2008 en el Human Kinetics Journal, en el que, en una muestra de 46 jugadores de tenis, los resultados mostraron que aquellos que practicaban el diálogo interno durante el entrenamiento mejoraban su confianza en los siguientes golpes. Esta relación entre autoeficacia y rendimiento, sobre la que escribo (¿o hablo?) en mi libro Mejores Líderes, nos muestra que el diálogo interno es una herramienta muy útil para generar nuevas posibilidades.
Hay dos tipos de diálogo interno, el instruccional y el motivacional. El diálogo interno instruccional se basa en guiar nuestras acciones y pasos de manera práctica y específica para completar una tarea. Un ejemplo tenístico sería decirnos “hombros”, “bola”, “profundo”, o “agacha”, para recordarnos elementos importantes que nos ayudarán a mejorar en el siguiente golpeo. En nuestro entorno profesional, un ejemplo sería decirnos “habla fuerte” antes de empezar una charla para asegurarnos de que nos oyen al final de la sala, o utilizar palabras específicas que queremos aplicar en nuestro trabajo. En el mismo ejemplo de la charla, se podrían utilizar las siguientes palabras (“proyecta”, “fuerte”, “sonríe”, “ritmo”, “orden”, “respira” o “acaba arriba”). Es importante resaltar que no hay diferencia entre hablarnos para adentro y hablarnos en voz alta, en ambos casos el impacto es igual de positivo.
El otro tipo es el diálogo interno motivacional, que en su caso busca inspirarnos para mantenernos motivados y enfocados ante los retos. En el tenis todo el mundo conoce el “¡vamos!” de Rafa Nadal, que muchos otros tenistas han aplicado, incluso algunos se animaron a decirlo en español sin ser su lengua materna, ya que la palabra esconde mucha fuerza. Aún recuerdo como si fuera ayer la vez en la que me enfrenté a un chico marroquí en categoría alevín en un torneo en el sur de España. El niño no hablaba nada de español, pero se había encargado de aprender la expresión “¡vamos campeón!”, y se ve que, para aprenderla bien, se propuso repetirla en cada punto que me ganaba. Y vaya si dolía escucharla…
Otras palabras que se utilizan habitualmente son “puedo”, “lo tengo”, “soy fuerte”. Todas estas expresiones son totalmente extrapolables a los entornos profesionales, donde se pueden añadir algunas como “confía”, “paso a paso”, “has trabajado duro”, “venga que casi lo tienes”, o “vamos a por ello”.
Ante un desafío laboral o personal, decirse “no puedo con esto” puede alimentar la ansiedad, mientras que frases como “¿qué puedo aprender de esta experiencia?” o “vamos, que puedo” fomentan la resiliencia y el crecimiento. Estudios como el de Kross et al. (2014) han demostrado que hablarse en segunda o tercera persona (ejemplo: “Tú puedes hacerlo”, “te sabes el contenido”, o “Pedro puede”) genera un efecto de distanciamiento emocional, reduciendo el estrés y facilitando la toma de decisiones y, por tanto, el rendimiento en situaciones de alta presión.
Practicar el diálogo interno es un poderoso entrenamiento para vencer a los Big 2 del momento: el estrés (el exceso de presente) y la ansiedad (el exceso de futuro).
Consejos para un diálogo interno constructivo:
- Sé consciente: identifica tus pensamientos negativos y cámbialos por frases más útiles. Muérdete la lengua ante los pensamientos negativos y anímate a verbalizarte más las palabras constructivas. Déjate querer por ti mismo/a, como diría una gran amiga.
- Usa la segunda y tercera persona: distánciate emocionalmente para evaluar problemas de forma objetiva. ¿Tú le hablarías así a un amigo? Háblate como si le hablaras a un amigo al que aprecias.
- Crea rituales: actividades como respirar profundamente o visualizar un elemento a tu alcance pueden ayudar a calmar el ruido mental.
- Celebra pequeños logros: refuerza tu confianza reconociendo tus éxitos, incluso los pequeños. ¿Qué pensaría de ti tu “yo” de hace 10 años? Seguramente estaría muy orgulloso/a de ver dónde has llegado. Reconocer y celebrar esas pequeñas victorias nos ayuda a potenciar nuestro diálogo interno ante los nuevos retos.
El diálogo interno no es algo que podamos apagar, pero sí podemos moldearlo para que sea un aliado tanto en el tenis como en los retos de la vida.
Y tú, ¿cómo te hablas?