El fenómeno Faustino Oro sigue atrapando la atención de incrédulos y expertos. A los 11 años, no sólo estableció la plusmarca local como el jugador más joven en participar en la final del principal certamen vernáculo, el Argentino Superior de ajedrez, sino que, además, al cabo de tres ruedas es el único puntero con dos puntos y medio, producto de un empate (ante Leandro Krysa, en la 1ª rueda) y dos victorias (frente a Gaspar Asprelli, en la 2ª y Lucas Coro, en la 3ª, respectivamente). Mañana, desde las 14.30, por la 4ª rueda llevará las blancas ante el gran maestro Diego Flores, el tercer mejor ajedrecista del país y siete veces campeón argentino. Una verdadera prueba de fuego.
Cada tarde, a las 14.30, el salón de Jefatura de Gabinete del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (en Uspallata 3150) está acondicionado para la gran cita del ajedrez vernáculo. De a uno van llegando los 12 participantes, seis de ellos con el título de gran maestro (Sandro Mareco, Diego Flores, Fernando Peralta, Federico Pérez Ponsa, Leandro Krysa y Diego Valerga), de los cuales cinco ocupan un lugar en el Top 10 del ranking doméstico. También hay un maestro nacional, Gaspar Asprelli; dos maestros FIDE, Germán Spata y Ariel Tokman; y otros tres con el título de maestro internacional, Pablo Acosta, Lucas Coro y Faustino Oro, el niño que en junio último, a los 10 años y 8 meses y 16 días estableció el récord mundial de ser el jugador más precoz en lograr ese título.
Faustino es uno de los primeros en llegar; luce borcegos beige, un jean azul, una remera blanca, y una camisa a cuadros abierta; no utiliza ningunos de sus botones. Su cabello no es el misma de hace un año cuando emprendió el viaje a España, acompañado por sus padres, Alejandro y Romina, para medir su ajedrez frente a los mejores; le ha crecido el pelo y también dio un golpe en altura, pero no perdió el aura de inocencia, que lo acompaña en cada gesto o mirada. Es un niño, jugando y divirtiéndose en un ámbito de mayores.
A las 14.30 el árbitro principal Juan Durán y el árbitro adjunto Héctor Fiori hacen el anuncio “jugadores de piezas blancas, pueden empezar las partidas”. Faustino ya se despidió de sus padres que lo acompañaron hasta el interior de la sala; el último saludo fue un choque de puños. El deseo de suerte es un secreto familiar. Sin dudar ejecuta la 1ª jugada “d4″ o Péon 4 dama como se llamaba antes que el ajedrecista inglés de origen sirio, Philipp Stamma, a mediados del siglo XVIII, decidiera cambiar el sistema descriptivo por el algebraico. Frente a Faustino está Lucas Coro, de 23 años, que atraviesa un gran presente junto a los trebejos: fue subcampeón de la semifinal del Argentino (Faustino no la jugó porque fue invitado a la final) y hace un par de semanas se adjudicó el Open Pro Am, uno de los mejores torneos de este año. Coro no necesita pensar mucho para completar las primeras jugadas de la defensa empleada: India de rey. En un minuto hace 9 movimientos. Faustino necesita casi 15 minutos. Acaso teme entrar en una preparación de su rival, que hasta ese momento es el líder de la prueba con 2 puntos, tras dos victorias (ante Asprelli y Acosta).
La partida se vuelve lenta y compleja; 17 jugadas y aún no se “comieron” ninguna pieza. La posición demanda la atención. A Faustino le quedan 36 minutos para hacer 23 jugadas y completar el primer control de rigor: cada jugador dispone de 90 minutos para hacer 40 jugadas. A su rival, le quedan más de 50. Ya se sabe que Faustino es hiperactivo; su cuerpo se contorsiona en la silla. Sus ojos no sólo están atentos a lo que sucede en el juego, su mente también está en las otras mesas de la sala, imaginando las jugadas que allí se suceden. Por eso, mientras su rival piensa, él se levanta y tal vez analiza las jugadas de algunos de sus rivales de las siguientes jornadas. Cómo juegan, qué línea o esquema utilizan para una apertura o defensa.
Ya pasaron tres horas de juego. En ese intervalo ya fue cuatro veces al baño, bebió casi un litro de agua de un envase térmico que está siempre a su lado sobre la mesa de juego. Comió frutas, barras de cereales, aunque en la mesa del catering también hay yogures, sándwiches de miga y medialunas. La partida está igualada, ya varios expertos anticipan el desenlace, pero el niño hincha de Vélez -que anoche disfrutó de la victoria de su amado equipo por la Copa Argentina-, no parece conformarse. Por momentos, acaso buscando una mayor concentración, se quita los lentes y cierra los ojos. En su mente se entrecruzan las jugadas. De pronto sonríe como si hubiera encontrado el camino. Ya el tiempo no lo apremia, le quedan 24 minutos para hacer 7 jugadas y llegar al control de las 40. Su rival está más exigido ahora. Tiene sólo 12 minutos. Entonces, con una ambición no habitual en un niño se lanza al ataque y “sacrifica” una pieza. Se dice así en la jerga cuando un jugador entrega una pieza de más valor por una de menor. Primero es un alfil por un peón y enseguida remata su caballo para ganar esa torre. También cambió su dama por la de su rival. La posición sigue siendo igualada, pero él está más suelto. Le sobra confianza. Y el rival lo advierte y, ahora, titubea.
A las 19, con cuatro horas y media de sesión de juego, Faustino ya parece conocer el destino de sus jugadas con las piezas blancas y las de las negras. Por eso se suelta y observa que Krysa y Valerga acuerdan tablas. Más tarde firman empates Mareco y Peralta, Flores con Asprelli y Pérez Ponsa frente a Spata. En la otra mesa, el salteño Acosta consigue su primera victoria tras vencer a Tokman.
Tal vez en la mente del niño aún haya espacio para pensar o hacer cuentas para advertir que una victoria lo posicionaría en la cima del torneo. Por eso se anima y arriesga más de la cuenta, y en el ajedrez gana el que da jaque mate y pierde el que comete el último error. Coro se equivoca y ya no puede remontar la partida. En jugada 45 efectúa un mal movimiento y nueve jugadas después le extiende la mano en señal de abandono y felicita a Faustino. Son las 19.15. Detrás de los ventanales de la sala de juego hay una explosión de júbilo. Hombres, mujeres y niños también celebran la victoria. Faustino no se inmuta, por el contrario, comienza a analizar la partida junto a su rival, le señala errores y también se marca los propios. Todo un showman, y es apenas un niño que tiene una capacidad asombrosa para jugar al ajedrez, y que diariamente despierta la atención de incrédulos y entendidos.