Luego de vencer 3-1 a Cruzeiro en la final de la Copa Sudamericana y lograr un título internacional tras 36 años de sequía, los hinchas de Racing viven en estado de gracia. Como bonus track, la Academia no deja de soñar y da lucha en la Liga Profesional: si le gana el partido pendiente a Estudiantes, se colocará a dos puntos del líder Vélez, con tres fechas por disputarse.
Los fanáticos llenaron La Nueva Olla, el hogar de Cerro Porteño, en la gran definición. Aquellos que no pudieron trasladarse hasta Paraguay también completaron las instalaciones del Cilindro. Y luego de la gesta y el domingo, durante la caravana del campeón, una marea albiceleste inundó el Obelisco.
En el medio, surgieron las historias de pasión. Como la de los dos aficionados que habían estado siete años de novios, se separaron y se reencontraron en el estadio de Asunción para reconciliarse en medio del fervor por la vuelta olímpica.
El sitio oficial de Racing publicó otra profundamente conmovedora. Está relatada en la carta titulada “De padre a hijo”, que firma el periodista Fernando Otero. “Racing es familia: el legado que se transmite, la herencia inmutable y el sentido de pertenencia asegurado... Un testimonio personal que se grita de corazón y estalla aun sin voz”, anticipa el artículo, que narra cómo el viaje de Fernando y su hijo Gonzalo se truncó a último momento por una operación y cómo la pelota y los colores ofician de remanso en los momentos más difíciles y funcionan como un lazo familiar y sentimental irrompible.
LA CARTA COMPLETA PUBLICADA EN EL SITIO DE RACING
Lo que debió haber sido la organización del viaje a Asunción para tres personas se alteró en las vísperas de la planificación. Mi hijo Gonzalo y su tío Gustavo, mi hermano mayor, quedaron varados sin chance de check in, porque -al cabo- el cuerpo manda: lo que se asumía como un control mensual de rutina, los regulares desde abril de 2023 luego de la extirpación de mi cuerda vocal izquierda, obligó a cambiar de ruta.
La recidiva del tumor de laringe -querendón y nostálgico, reapareció en el espacio que ocupaba la cuerda vocal eliminada y con su mismo tamaño- casi a mitad del plazo estimado por los especialistas para la curación, llevó a un volantazo de impacto global. Porque debimos postergar el viaje familiar para ver a Racing en la definición de la Copa Sudamericana ante Cruzeiro y, de yapa, poner físico y espíritu para una laringectomía total.
Desde el jueves 14, día de una operación exitosa y con amplias perspectivas de alcanzar la sanación, que me llevó al quirófano a las 8:00 y me dejó a las 19:00 en la habitación 7511 de la Unidad de Terapia Intermedia del Hospital Italiano, me comunico con textos escritos en un abanico que va desde la pizarra mágica escolar hasta alguna app que lo transforma en voz. Así será hasta que, en el curso del próximo semestre, un implante de voz restaure sonido y fluidez para recobrar un habla confortable.
No hubo silencio que acallara los gritos de gol. Hice de la habitación mi lugar en la Nueva Olla, pero en soledad. Con restricciones para la conectividad con plataformas de contenidos audiovisuales, me quedó el recurso del teléfono con uso de datos para estar en Asunción. Tuvo un alto costo sin beneficio de promoción: a Gonza debí decirle -vaya ironía- que se quedara en casa porque la computadora no garantizaba acceso. La final era para verla juntos, en grande. Mi hermano hizo su parte con el aguante desde Barracas, en la frontera con el Cilindro.
Metí palmas, golpes en la mesa que funciona como bandeja y mucho puño. En el corredor que lleva a las habitaciones se oyeron festejos, una prueba empírica de que la conexión con Racing no se cae bajo ninguna circunstancia.
Y en el cierre, con el gol de Roger, lloré como nene sin juguete. Y el llanto salió de su ahogo y se hizo alto volumen cuando Gonza apareció de golpe acompañado por Julieta, mi sobrina, su ladera frente a la tele en la emergencia. Nos abrazamos y fue suficiente; las palabras, a veces, sobran.
Lloré por desahogo, por mi vulnerabilidad física, por llevar en la carne y el alma aquella sentencia de Rocky Balboa acerca de qué es la vida y la victoria (no se trata de golpear fuerte, sino de cuántos golpes uno puede aguantar y, pese a eso, seguir adelante) y, sobre todo, por la ternura fronteriza de mi hijo (¿”Podés postergar la operación unos días?”, me había preguntado semanas atrás, con esperanza antes que resignación) y porque sé que Francisco, mi hijo mayor fallecido hace 12 años en un absurdo accidente vial, también goza por Racing como lo hizo hasta sus 10 años.
Porque Racing ha sido eso, ahora y siempre. Una ceremonia de familia, a veces con mi abuelo, otras con mi padre y recurrentemente con mi hermano. La cadena se rompió en Fran, a quien llevé sólo una vez a la cancha, en el 4-3 ante Olimpo en el Clausura 2011, justo una semana después del fallecimiento de mi viejo. La culpa con Fran no se redime: jamás me perdonaré la mezquindad de esa única ocasión. Fran se fue, prematuramente y de manera insólita, y con Gonza y mi hermano nos aferramos a Racing para evitar el naufragio. Y de poco, con cicatrices permanentes, nos fuimos rearmando. Hoy, desde nuestros lugares en la Platea A, somos más que tres.
Gonza, fan de Agustín García Basso y fundamentalista de Gustavo Costas, me contuvo con su amor y me dio tranquilidad con las profecías del DT: “En la próxima final vamos a estar... todos juntos”.