Mano a mano con Barovero: lo que nunca contó del penal de Gigliotti, cómo surgió el manual de conducta de River y la verdad sobre su salida del club

En una profunda conversación, el ex arquero “millonario” cuenta detalles poco conocidos de su paso por el club de Núñez. El manejo del vestuario, las enseñanzas a las nuevas generaciones y las presiones que se viven en el fútbol argentino

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Marcelo Barovero y Fernando Cavenaghi
Marcelo Barovero y Fernando Cavenaghi festejando la obtención de la Copa Libertadores de 2015 (Foto EFE/David Fernández)

¿Líder se nace o se hace, Marcelo?

-El líder se hace. A veces se confunde el temperamento de las personas y se cree que con eso alcanza. En realidad es una transformación que se hace con el tiempo. Lo importante es que el carácter de uno se forme, se adapte. Y que no lo traicione en situaciones límites. Por ahí pasa. Más en un grupo de tantas personas. Todo eso no es sencillo y nunca terminás de aprender. Pero no tengo dudas de que el ser el líder se construye en el camino.

-Hay un paradigma que dice que el líder es el que anda a los gritos imponiendo su personalidad. Que así arrastra al resto. Pero vos sos todo lo contrario. ¿O es lo que parecía desde afuera?

-Lo más simple es esa confusión del liderazgo con el temperamento fuerte. Son formas. Yo digo que cada uno tiene su andar y lo importante es lograr la lucidez suficiente para responder de la mejor manera. Algunos lo hacen a los gritos, otros hablando de otra manera. O directamente sin hablar. Está bueno que se vaya aclarando. Se ha mejorado culturalmente en ese sentido. Ya no podés andar a los empujones por todos lados.

-¿Cómo fue ser el capitán de River?

-Fue un poco fortuito. Se decantó. De todos modos, yo llevaba la cinta y eso me señaló como el capitán. Pero necesitás que el grupo esté comandado por cuatro o cinco referentes. Y en River lo teníamos claro. En su momento Fernando Cavenaghi se lesionó y me tocó porque Leo Ponzio estaba un poco relegado. Pero los tres, más Gaby Mercado y Johny Maidana tirábamos para el mismo lado. Y sobre todas las cosas, sabíamos delegar. Por ahí alguno tenía más llegada a algún jugador y encaraba una situación con él. Quizá algún otro se conectaba mejor con los dirigentes o con la prensa. La foto con la cinta es lo de menos.

Enfrentando a Messi en el
Enfrentando a Messi en el Mundial de Clubes de 2015

Marcelo Barovero siempre fue un líder silencioso. De hechos más que de palabras. O del comentario apropiado en el momento necesario. En tiempos de fútbol marketing, su buzo se vendió por una atajada trascendental sin ningún dibujo. Son estilos. El jamás se hubiera hecho el bulldog de Chilavert en el pecho. Hasta su apodo se hizo marca de casualidad. Trapito se lo había puesto un periodista partidario de Huracán, donde jugó en la temporada 2007-2008. Quedó relegado en los años que se atajó todo en Vélez. Y se convirtió en más repetido que su nombre cuando pasó a River y lo amplificó en el clásico de los domingos el inolvidable Marcelo Araujo, que cambió la forma de relatar en la TV. No fue por el propio Barovero, alguien que siempre les escapó a los flashes, a las polémicas, a las peleas. Como dice, nunca le gustó salir en la foto ni caminar como una estrella. Se percibe rápidamente al estar mano a mano. Sale él para abrir la puerta de su casa. Invita a pasar y, como buen anfitrión, tiene todo prolijamente preparado: mate, té, café o agua. El agarra su termo sencillo y empieza a hablar en modo susurro. Al entrar a su intimidad, si no se lo conociera de antes, sería difícil adivinar que es el arquero que marcó una época en River. Uno que la gente le grita que jamás lo va a olvidar. Apenas de lejos se descubre, en el quincho, un par de cuadros de un hombre flaco, prolijo, con una camiseta verde y el dedo índice de la mano derecha señalando hacia arriba.

Sus días sin guantes están descubriendo una nueva rutina después de 25 años de volar de palo a palo. Dominando la ansiedad, se prometió seis meses en su casa para después arrancar. O para continuar con su formación, que lo llevó a hacer el curso de entrenador, estudiar idiomas o dar charlas sobre la experiencia de su liderazgo. Ahora parte de su tiempo está apuntado a su partido despedida, el 21 de diciembre en Porteña, su pueblo cordobés. Allí donde desde siempre está el mercado familiar y una cancha que llevará su nombre. “Todo lo recaudado será para una obra del complejo para anexar más canchas. El pueblo está movilizado porque es un momento único para ellos. Será mi última gran atajada”, titula otra vez con más sentimiento que marketing. La idea es que juegue gran parte de su River, con Cavenaghi, Ponzio, Maidana, Vangioni, Ariel Rojas. Es el único momento de la entrevista en el que las palabras salen de su boca sin pedir permiso. Como cuando habla de su hijo, que juega en la 5ta. de Tigre y es arquero. A él también le habla sólo cuando se lo pide. El Barovero padre le dice al Barovero chico que es una construcción día a día. “Es un puesto difícil de soportar en Inferiores. Y hay que saber que el instante más difícil es cuando hay que ir a buscar la pelota dentro del arco”. Siempre parece apuntar a la conducta, a la cabeza para convertirse en jugador profesional.

Una foto icónica. Su mesurado
Una foto icónica. Su mesurado festejo tras atajar el penal de Gigliotti. En la entrevista explicó los motivos y recordó que fue cuestionado por no expresarse más efusivamente

-Ya desde tu época pareciera haber un manual de conducta River. Cómo se declara, qué se muestra, qué se postea en Instagram. ¿Es real o una fantasía del afuera?

-En su momento no existía, pero luchamos para que se bajara una línea. Nos sirvió que haya venido Ramón Díaz en un proceso difícil y se llevara toda la presión. Ayudó, además, que a ninguno de nosotros nos gustaban las luces ni salir a declarar. El hizo un buen trabajo. Después, con Marcelo (Gallardo) también había cierto descontrol inicial en el manejo de la prensa. A veces para el jugador no es fácil salir a responder todos los días. O que te manden un mensaje a las 11 de la noche para hacer una nota. Te descontrola. Te hace tambalear. O quedás enredado en compromisos. Ahí, entonces, se buscó un perfil en el que nos ayudaron Rodolfo (D’Onofrio) y el entrenador para ordenar todo. Los jóvenes entonces empezaron a ver que no nos gustaba exponernos. Cuando sos chico soñás con salir en la tapa de los diarios, o hablar en los programas de TV, pero no pensás qué pasa cuando te toca la mala. Buscamos tener un equilibrio. La historia de River habla de grandeza, de aceptar las distintas situaciones. Más que todo cuando perdés. Ahí se nota si hubo un trabajo previo, que puede ser de meses o de años. O sea, intentamos que todo se redujera a un partido de fútbol y no quedar presos de las declaraciones. O de otros hechos.

-¿Fue una idea de ustedes? Aunque pase, porque en todos los grupos hay inconductas, no se imagina en los últimos años que se filtre una foto que los comprometa en River.

-Sí, se habló muchas veces en las pretemporadas. Es tener una línea de conducta. De respeto, de grandeza, de jugar limpio. Y cuidar la imagen. Representamos a un club gigante como River. Y ahora es más grande aún. Hay que saber que no es sólo dentro de la cancha. Si no, lo que se transmite y el ejemplo que se da. Como no es fácil tener 18 ó 19 años y encontrarse abrumado por muchas situaciones, se los trata de guiar. El tema es que les caen de todos lados propuestas, invitaciones... Ahí es cuando a veces descuidan el entrenamiento, el descanso, la alimentación. Nosotros siempre tratamos de enfocarlos en qué los había llevado hasta la Primera. Porque en un rato se te puede ir todo. Por más que alguien se enoje, lo más importante es aprender a decir no.

El penal atajado a Gigliotti que ayudó a River a eliminar a Boca de la Copa Sudamericana 2014

-¿Lo más importante y tal vez lo más difícil es decir no?

-Ese es el tema, pero no queda otra. Hay que demostrar ese carácter. Tienen que hacerlo porque la competencia está muy pareja. Y si no vas puliendo los detalles, cualquiera te puede sobrepasar. Dentro de la cancha se ve. Se juega a muerte. Y el que tiene buenos hábitos, disciplina y constancia, es el que marca la diferencia. Hoy estamos hablando que sos joven, tenés 8 o 10 partidos buenos y cambia tu vida. Por lo menos en la chance de crecer deportivamente. Porque no es riguroso hablar de que te vas a salvar. Es un mito y a veces confunde. No es real, salvo en algunas situaciones muy puntuales. El resto la tiene que remar.

-¿Y qué pasaba cuando había algún lío adentro? Porque los chicos podían escuchar, pero todos se pueden equivocar.

-Hubo muchas situaciones, obvio. En todos los clubes las hay. Se hablaba internamente. A veces pasaba que alguna declaración no era la correcta y salía en la tapa. Automáticamente se lo llamaba y se hablaba al frente de los referentes. Se manejaba según la situación, me resulta difícil dar hechos puntuales. Es una idea general en la que hay que ser flexible, tener tacto. A veces iba a charlar el que tenía más afinidad con el involucrado. En cambio, si había que ser un poco más duro iba el otro, el que estaba más alejado afectivamente por decirlo de alguna manera. O el más grande. Son situaciones que aprendés a llevarlas y la experiencia te da cierta ventaja. Es como cuando te habla tu papá o tu mamá. Y tratábamos que quedara ahí. No condenar a nadie.

Defendiendo los colores de Banfield,
Defendiendo los colores de Banfield, su último paso por el fútbol argentino

-¿Lo resolvían ustedes en el vestuario? ¿En líneas generales no llegaba a Gallardo?

-No sé, por ahí Marcelo lo llamaba, ja.

-Cambiaron los tiempos. Crespo alguna vez contó que hizo una declaración equivocada y lo esperó Passarella en una oficina que llamaban “la cámara de gas”. Ahí estaba con el diario... Ahora el diálogo es distinto.

-Hoy cambió mucho. Me pasó en Banfield, mi último club. Yo tenía 40 años. Después, había uno o dos jugadores de 32. Y los demás eran de 22 para abajo. Hay que adaptarse, acomodarse. El mundo cambió. Después que esté bien o esté mal es otra cosa. Estamos en una etapa en la que estamos aprendiendo con las redes sociales, con situaciones que no salían a la luz y hoy se pueden ver. Tenés que educar. Antes se llamaba educación a eso pero no eran las formas, más allá de que alguna vez se le encuentra justificación a un modo violento de entender las cosas.

-Se habla mucho del Mundo Boca. De las tensiones, de las presiones, de todo lo que genera. ¿Cómo es el Mundo River, Marcelo?

-Pienso que debe ser igual que el Mundo Boca. Por la exigencia, por la exposición. El entorno es una pata más de todo lo que debés alinear para que te vaya bien. El Mundo River es estar constantemente con la camiseta puesta. Las 24 horas. Donde vayas. Hasta en tus vacaciones... Ni hablar dentro de la cancha. Y cuando termina el partido seguís vestido con el buzo de arquero en mi caso. Hasta hoy mismo que me retiré. Hay un fanatismo que no es sencillo de controlar. Por eso estoy convencido que la ayuda psicológica, espiritual o como la quieras llamar es fundamental en estos tiempos. A mí me cuesta ver los partidos de equipos con mucha mayor calidad técnica que el rival, más en este campeonato con 28 clubes, en los que no hagan 3 ó 4 secuencias de jugadas en 90 minutos. Decís: “¿Cómo puede ser que no lleguen ni al arco con semejante calidad de jugadores?”. Se sigue entrenando de lunes a viernes, que es la parte técnica, física, táctica, todo... Y no hay un día, salvo en uno o dos clubes en los que estuve, donde se frene y se trabaje a nivel personal. Muchas veces queremos seguir entrenando, estar en movimiento, en vez de saber qué nos pasa. Tenemos miedo de estar sentado un rato y escuchar el silencio.

Cortando un ataque de Mohamed
Cortando un ataque de Mohamed Salah durante el choque entre Monterrey y Liverpool por las semifinales del Mundial de Clubes de 2019 (Foto REUTERS/Kai Pfaffenbach)

-¿Y por qué creés que no rinde de acuerdo a su potencial?

-Porque el jugador está pensando en las consecuencias que trae un mal resultado. Todo lo que está perdiendo. Por eso estoy convencido que hay que frenar tanto movimiento y buscar la forma de que el futbolista reduzca todo a que es un partido. Que no juegue con el entorno de la semana o de la cancha.

-¿O sea que pensás que se entrenan mucho las piernas pero falta entrenar más la cabeza?

-Totalmente. Hay que hacerlo para bajar esa tensión. Es raro ver los pases que se erran. El jugador se confunde con tanta información que hay. Por eso hoy los entrenadores tienen más incidencia que antes. O deben estar más capacitados que cuando yo arranqué a jugar.

-¿Vos pudiste en algún momento de tu carrera visualizar esto y poder trabajarlo aunque sea individualmente?

-Sí, siempre intenté bajar esa histeria. O de aislarme un poco del entorno. Por todos los clubes que pasé había un cura, brujo, mentalista, psicólogo, qué sé yo, hasta un monje budista. Todos algo te dejan. Ahora la neurociencia, que es hermosa, nos da algunas herramientas que son muy difíciles de medir. Lo otro se mide todo: cuánto corrés, los pases que das. En esta parte es difícil cuantificar. Pero que ayuda, ayuda. Es enfocarte en lo que tenés que hacer. Hay momentos en los que estás paralizado, no sabés para dónde ir. Y a veces pasa dentro de la cancha. En definitiva es calmar y reducir todo a que es una jugada. Es un partido. Y a la hora de ejecutar no estar pensando.

Enfrentando a Tigres de México
Enfrentando a Tigres de México con River, en la Copa Libertadores de 2015 (Foto AP)

-Todo lo que contás me lleva a una jugada: el penal que le atajaste a Gigliotti contra Boca por la Sudamericana 2014.

-No es que uno tenga razón, pero en el fútbol muchas veces si la pelota pega en el palo y sale, te la da. Nadie sabe en realidad porque no hay fórmula. Pero en ese momento pude reducir todo a lo que era: un penal.

-Aunque no fuera sólo un penal. ¿Cómo lo hiciste?

-Mucho trabajo. El aporte de Sandra Rossi con la neurociencia. Se conjugó todo. Primero, desde el momento que cobraron el penal, yo me alejé de la situación. Había otros encargados para protestar. Todo en medio de una gran adrenalina. Los primeros minutos de cada partido son difíciles porque no te entra aire, no es fácil. Sabíamos lo que nos jugábamos. En esa época, encima, se jugaba con gol de visitante... Por eso lo primero que pensé fue “me quiero ir”. Pero automáticamente traté de buscar lucidez para enfocarme en lo que había trabajado en la mañana. Habíamos visto los penales de varios pateadores. Tenía que limpiar mis pensamientos.

-¿Y cómo se limpian los pensamientos? ¿Qué se te venía ahí a la cabeza?

-De todo. Me hacen un gol y cómo hacemos para darlo vuelta. Se nos va el campeonato. Unos días antes habíamos perdido el primer puesto en la liga local contra Racing. Todo eso te aparece... Y lo limpiás con herramientas que te dan. Hay muchas formas. La más común, o la que se puede ver, tiene que ver con la respiración. O la meditación. En todo un trabajo. Porque no podés pensar y accionar al mismo tiempo. Después de aislarme, debía enfocarme en el pateador. Cuando vi que iba Gigliotti, ya debía elegir de acuerdo a lo que había analizado y tener la frialdad de no decidir hasta los últimos dos pasos.

-¿Recién decidir en los últimos dos pasos?

-Sí. La primera referencia era cómo estaba posicionado hacia la pelota. Y la segunda, la velocidad de la carrera que él hacía. Si aceleraba para darle fuerza, le iba a patear cruzado. Si no, iba a abrir el pie como hizo. Después, la sensación de atajar el penal debe ser muy similar a meter un gol. Nada más que eso. La fortaleza de tratar de dar el rebote medianamente lejos. Todo técnico. Ya no pensás más. Sólo ejecutás.

-El festejo fue muy Barovero. A lo Caniggia contra Brasil en el Mundial 90, que sólo levantó la mano.

-Fui espontáneo. Así soy yo. Fue tranquilo el festejo porque quedaban 90 minutos y estábamos a un gol de que se nos fuera la serie... Porque un gol en contra era casi la muerte. En el arco no podés festejar hasta que llegás al vestuario.

-Decís que no se puede festejar hasta que termine el partido. ¿Pero en qué momento te diste cuenta de que esa atajada no sólo fue relevante en tu vida, sino un partido bisagra en el ciclo Gallardo?

-En el momento no me di cuenta para nada. De hecho tuve bastante cuestionamientos porque fui a la conferencia de prensa y no mostré mucha algarabía.

-¿En serio? No me acordaba de esa parte.

-Sí. Es más, el día después iba a entrenarme, escuchaba una FM y decían eso... Había comentarios sobre la conferencia. Criticaban por qué no había estado más eufórico. O mostrado otra cara. La realidad es que hasta que no cumplo el objetivo no me relajo. Yo iba a festejar el día que salía campeón.

Ya retirado, Barovero brinda charlas
Ya retirado, Barovero brinda charlas bajo el título “Perseverancia, liderazgo, resiliencia y la unión del deporte con la vida”

-Aunque se piense que ganarle a Boca es un torneo en sí mismo.

-Es ridículo pensar que ganás el clásico y te salvás. Hay que salir campeón. Yo lo pienso de esa manera.

-¿Qué sentiste cuando te viste hecho tatuaje?

-Nunca sé llevar a palabras esas muestra de cariño. Yo siempre entré con la mentalidad de representar a los hinchas. Que la gente se identificara con mi trabajo. Pero después, que con el paso de los años se siga identificando es muy fuerte. Un tatuaje es para siempre. Por eso... ¿Cómo lo explico? Me llena de orgullo. Fuimos afortunados con ese grupo de recomenzar una historia en River.

-Después de ganar con River te fuiste a México. ¿Mito o verdad que querías tener más vida y te estaba consumiendo mentalmente?

-Yo le comuniqué mi idea a River antes de ser campeones de la Libertadores. Fue en mayo del 2015. Hablé con Marcelo y le dije: “No voy a renovar contrato y no quiero tampoco que el club sea perjudicado”. Así de sincero. ¿Por qué? Porque ya había vivido muchos años el fútbol argentino. Y River demanda mucho más en todo sentido. En la exposición por ejemplo. Yo creía que si me iba a otro país podría estirar mi carrera y mejorar en muchos aspectos. Entre ellos el familiar. Hay años que no se recuperan. Normalmente jugábamos todos los domingos a las 9 de la noche. Entonces me iba de casa en el momento que mis hijos tenían libre. Y cuando estaba acá, ellos no tenían ese rato. Son momentos que no vuelven. Lo analizamos con mi esposa y creímos que era lo correcto. De hecho el tiempo nos dio la tranquilidad de haber tomado una buena decisión. Estamos hablando de 10 años atrás, el más grande tenía 8... Necesitábamos un cambio y siempre habíamos soñado vivir afuera. Yo sentía que mi nivel estaba estancado. Más al jugar de arquero. No es un puesto que vas al banco unos partidos y volvés. Si no podía conjugar el día a día, el entorno, la familia, iba a repercutir en la cancha y no iba a ser bueno para mí ni para River.

-¿Sentías que te podía quitar energía?

-Exacto. Yo llegué a préstamo en 2012 y los dos primeros años fueron muy duros. De arranque no ganamos nada. Y estar en River un año y medio sin ganar es un montón. Hoy parece de otra vida, pero el club ahí no estaba bien. Yo venía de Vélez y fue un cambio difícil, más allá del gran desafío. Siempre me encantaron los procesos, ver una luz grande al final. River era eso. No es fácil estar tantos en un club. De hecho la mayoría tomó el mismo camino que yo.

¿Qué dijo Gallardo: trató de convencerte para que te quedaras o lo entendió rápidamente?

-Lo entendió. Yo fui, le dije, hablamos un ratito. Estábamos de pretemporada en Cardales. Y nada más. Siguió todo el camino hasta el hasta el último día. River te da tanto que hay que ser agradecido. No es quedarse a cualquier precio. Después, siempre se tiende a hablar de lo económico. Si no estás con tu familia, la plata no tiene mucho sentido. Por eso es válido aclarar que no fue el día después de ganar la Copa Libertadores. Uno va, juega, quiere ganar, pero después todo continúa. Por eso siempre estuve tranquilo. Aunque suene un poco raro decirlo, familiarmente fueron los mejores siete años que hemos pasado.

-¿Alguna vez en todos esos años que estuviste en River te pusiste a pensar que atajabas en el arco de Angel David Comizzo, el arquero que vos querías ser cuando eras chico?

-Sí, por supuesto. Una vez fuimos a comer un asado. Fue un 26 de diciembre. El Flaco nos recibió en Reconquista, seis meses antes de que yo me fuera. Y su esposa me dijo: “Si te toca ir a México, los mejores años los pasé ahí”. Así que en todo sentido se transformó en mi consejero. Fue el que me dio los últimos detalles para meterme en el fútbol profesional. Cuando yo era pibe, Comizzo me hacía sentar atrás del arco en Atlético Rafaela para que viera la práctica y aprendiera a ordenar la defensa. Que yo después fuera el arquero de River a él lo llenaba de orgullo y para mí era decir “loco, mirá dónde llegué”.

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