Más tenis, mejor foco

En esta nueva edición de “Subiendo a la red” desglosamos las claves a la hora de la práctica del deporte y de la vida en general. El disparador es una frase del célebre libro “El juego interior del tenis”, del escritor Timothy Gallwey. ¿Cómo mejorar el desempeño?

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Guillermo Coria les pide concentración a sus dirigidos en la Fase de Grupos de la Copa Davis (Foto: Omar Rasjido / Prensa AAT)
Guillermo Coria les pide concentración a sus dirigidos en la Fase de Grupos de la Copa Davis (Foto: Omar Rasjido / Prensa AAT)

“No es lo mismo no saber lo que uno hace que no hacer lo que uno sabe”.

Con este juego de palabras comienza uno de los capítulos del libro El juego interior del tenis, un clásico que ha envejecido extraordinariamente bien (se escribió en 1974). El juego interior del tenis es mucho más que un libro sobre técnicas de tenis; es una obra sobre cómo llevar una vida equilibrada, consciente y en control de uno mismo. Su autor, Tim Gallwey, logró transformar el tenis en una metáfora de la vida, mostrando cómo la autocomprensión, la calma mental y el enfoque en el presente pueden llevar a un mejor desempeño y una mayor satisfacción personal.

Entre las “conquistas” de esta obra está el haber logrado que cientos (si no miles) de entrenadores hayan ayudado a sus tenistas a hacer bien lo que saben. Pero el legado de la obra ha ido mucho más allá, llevando al coaching fuera de las fronteras del deporte para ayudarnos en otras facetas de la vida, como el trabajo o la gestión del estrés, y nos ha regalado conceptos de mindfulness que ahora forman parte de muchas de nuestras rutinas semanales (o al menos de nuestras conversaciones).

Decía Gallwey que el tenis es un medio maravilloso para entrenar la capacidad de poner foco y que esta habilidad puede mejorar nuestro rendimiento en cualquier otra faceta de la vida. Lo cierto es que, como con cualquier arte, todo se basa en la práctica repetida.

El concepto de “poner foco” es la habilidad de concentrarnos en el momento presente, sin interferencias mentales. Es la capacidad de resetear rápido y no quedarnos en el pasado (lamentándonos por el último punto o proyecto profesional perdido o regocijándonos en la victoria), ni dejar que nuestra mente se dispare y nos adelante al futuro para ensoñarnos o alarmarnos. Más fácil decirlo que hacerlo…

Noval Djokovic manifiesta su enojo en un partido de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 (Foto: Tiziana FABI / AFP)
Noval Djokovic manifiesta su enojo en un partido de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 (Foto: Tiziana FABI / AFP)

¿Por qué funciona esta forma de enfoque?

Cuando la mente se centra en observar algo específico (como la pelota o la respiración), no tiene espacio para preocuparse por el resultado o por errores pasados. Este tipo de enfoque crea un estado de “flujo”, donde la mente se vuelve un observador en lugar de un controlador, permitiendo que el cuerpo actúe de manera natural y fluida.

Ser capaces de poner foco es un triple regalo: un regalo para uno mismo, un regalo para el otro y un regalo para nuestro sistema o comunidad.

Para uno mismo, porque poner foco es pegadizo: al igual que el éxito llama al éxito, el foco en una tarea que anima a que pongamos foco en otras que hasta ahora pasaban desapercibidas. A todos nos gusta llegar al estado de flow que nos regaló Mihály Csíkszentmihályi en su maravilloso libro Fluir: una psicología de la felicidad. Pero también sabemos que para que haya flow primero debe haber foco. Prestar atención a un solo de guitarra, al tipo de papel con el que está impresa la portada de un libro, a la máquina de café mientras caen las gotas en la taza… Entrenar la mirada atenta nos aporta el equilibrio necesario entre atención y fluidez para lograr una experiencia más plena.

Carlos Alcaraz en el ATP Finals de Turín (Foto: REUTERS/Guglielmo Mangiapane)
Carlos Alcaraz en el ATP Finals de Turín (Foto: REUTERS/Guglielmo Mangiapane)

También es un obsequio para el otro, porque la forma más pura de generosidad que podemos tener con alguien es regalarle nuestra atención, ese bien tan preciado y cuyo coste no deja de aumentar.

Y para nuestro sistema o comunidad, ya que el foco es un buen antídoto contra la complejidad. Cuanto más complejo es nuestro entorno, más necesaria es la autogestión, que cada uno sepa lo que tiene que hacer y confíe en que los demás hacen lo mismo. Centrarnos en aquello (poco o mucho) que controlamos. Si cada uno de nosotros pone foco en lo que controla, la probabilidad de que el sistema funcione aumenta enormemente. Pero como los sistemas son frágiles, basta que alguien no lo haga (alguien que se centre más en la responsabilidad del otro que en la suya propia) para que el sistema se vuelva quebradizo. El sistema es como el auto en la carretera, si un conductor se despista, las consecuencias las pagan todos los que van dentro y también los que están fuera.

¿Cómo podemos entrenar y aprovechar al máximo nuestra capacidad de poner foco?

Haciendo bueno el “menos es más”. En otras palabras, si te esfuerzas, es que no lo estás haciendo bien. Porque poner foco no va de realizar un esfuerzo por algo que no nos gusta; va de hallar interés en algo que nos pueda gustar.

Cuando en el tenis enfocamos toda nuestra atención en el movimiento de la pelota (su velocidad, trayectoria, giro, bote…), esto desplaza la mente de pensamientos críticos y reduce la presión de “hacerlo bien”. El resultado es que, al observar simplemente la pelota, el cuerpo y la mente se alinean automáticamente y la ejecución se vuelve más precisa. Por ejemplo, un tenista que suele fallar al golpear puede mejorar solo al centrarse en ver la pelota hasta el último momento, sin distracciones.

Tomás Etcheverry, concentrado hasta el último instante, en uno de los duelos de Argentina por Copa Davis (Foto: Omar Rasjido / Prensa AAT)
Tomás Etcheverry, concentrado hasta el último instante, en uno de los duelos de Argentina por Copa Davis (Foto: Omar Rasjido / Prensa AAT)

¿Cómo aplicarlo en cualquier otra disciplina?

Cuando nos toque hacer una presentación en público, en lugar de preocuparnos por la reacción de la gente en las tribunas o por recordar cada detalle del contenido, podemos concentrarnos en el tono y ritmo de nuestra voz. Al poner nuestra atención en cómo modulamos el tono o en cómo enfatizamos ciertas palabras, evitamos que la mente crítica se distraiga con pensamientos de autocrítica. La concentración en el tono de voz nos ayuda a reducir la presión de dar un discurso “perfecto” y mejora la calidad de la conexión con nuestra audiencia. En este mismo caso, otro ejemplo sería concentrarnos en la sensación táctil de tener el pasador de diapositivas en la mano, en su textura, que a veces resulta casi terapéutica. Esto no sólo nos ayudará a mantener la calma en un entorno de alta presión, sino que también permite que la habilidad técnica fluya con menos intervención consciente.

“El secreto del rendimiento extraordinario no está en intentar más, sino en permitir más”.

Timothy Gallwey

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