Se estrujó el corazón. Desde que se apagaron las luces en el estadio Mery Terán de Weiss, en Parque Roca, las más de 15 mil personas se sumergieron en un viaje inolvidable. Y los protagonistas de esa nueva aventura en sus vidas, una que emuló lo que atravesaron hace 20 años con la consagración de la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Atenas, casi que quedaron atónitos al ver el amor de un público que les rindió un tributo necesario para estos héroes deportivos.
La Generación Dorada tuvo su premio. Hace más de dos décadas se colgaron la medalla en el podio de Atenas 2004. En la noche del sábado, recibieron una ola de aplausos merecidos y de “gratitud”, la palabra que eligió el entrenador del equipo Rubén Magnano para destacar sus sentimientos. Todo fue a flor de piel. Con el corazón en la mano para cada uno de ellos.
“Es difícil hablar en representación de 11 tipos más, pero me animo a decir que van a sentir lo mismo que yo: no se puede creer esto. Cuando empezamos a hablar de este evento nos dijimos “quién mierda va a venir a vernos’ y llegamos y tuvimos esto. Realmente, te toca el corazón. Es fuerte. Cuando uno piensa y empieza a digerir que esto ya pasó, que uno no lo va a vivir más, que se retiró… Piensa en perfil bajo, que va a estar tranquilo con su familia, que uno nunca más va a tener la oportunidad de tener este tipo de afecto, de retorno, por lo que uno hizo en su carrera, y venir acá y sentirlo de esta manera, es fuerte”, fue lo primero que dijo Manu Ginóbili al finalizar el partido.
“Así que les agradezco en nombre de todo el equipo, les agradezco enormemente. Esto no pasa en todos lados. Pasaron 20 años y ustedes están acá. Así que un millón de gracias a todos, estamos conmovidos. Estamos felices, teníamos dudas, pero esto es impagable. Así que a todos y cada uno de ustedes que vinieron acá a saludarnos, a mostrarnos ese afecto, a aplaudirnos, a celebrar con nosotros, gracias totales a todos”, completó el histórico 5 de la selección argentina de básquet ante la atenta mirada de todos sus compañeros.
* La emoción de Manu Ginóbili tras el reencuentro de la Generación Dorada
Manu fue uno de los que más demostró, a pesar de no expresarlo, su emoción a lo largo de la velada en el sur de la ciudad de Buenos Aires. El escolta que ganó cuatro anillos con los San Antonio Spurs miraba sin cesar las gradas de un recinto que se vendió en apenas 24 horas cuando salieron a la venta los tickets. La idea, para algunos alocada que motorizó el jefe de equipo del seleccionado subcampeón mundial y ganador del oro olímpico Alejandro Casettai, se llevó a cabo con maestría. El show estuvo a la altura de los consagrados.
Pato Sardelli, cantante de Airbag, deleitó con su versión del himno argentino gracias a sus acordes de guitarra y la compañía de su hermano Guido con el bombo. Ese fue el preludio de un espectáculo que llegó al corazón de todos. Pero, antes de salir a la cancha, cada uno de los jugadores fue presentado como si estuviéramos en el All Star Game de la NBA. Y ahí el que se llevó la mayor cantidad de aplausos fue el propio Ginóbili. Pero también hubo más puntos altos, como las palmas para Luis Scola, Chapu Nocioni y Magnano, el técnico que se dio el gusto de copiar, al menos por unos segundos, aquel recordado festejo del final luego de superar a Serbia en el primer partido de los JJOO -el de la palomita de Manu-.
Fue en ese interín cuando llegó el turno de presentar a Carlos Delfino y el santafesino se dio el gusto de darle un beso en la boca a José Montesano. El relator, que supo convivir con la Generación Dorada como cronista durante varias de sus hazañas, se ganó un lugar en el corazón de la gente y Lancha aprovechó para devolver ese cariño con un pico.
* Los jugadores junto a sus hijos
Cuando llegó la hora de jugar, todos aportaron su sello. La magia de Pepe Sánchez, la conducción del Puma Montecchia y los rebotes de Fabricio “rockstar” Oberto, estuvieron. Lo mismo que el aporte goleador de Walter Herrmann, que se mantiene intacto, algo parecido a la mano para los triples de Gabriel Fernández y Leonardo Gutiérrez. Rubén Wolkowyski y el capitán Hugo Sconochini -uno de los más emocionados-, mostraron destellos de su clase.
Acompañados por celebridades, influencers y otras leyendas del deporte argentino como la Peque Pareto (se llevó tremendo recibimiento del público) y Germán Chiaraviglio en cancha, además de varios otros fuera del parquet como los campeones olímpicos Santiago Lange, Cecilia Carranza, Walter Pérez y Juan Martín del Potro -muy ovacionado- los jugadores disfrutaron de un momento único en el último cuarto del partido cuando sus hijos entraron para jugar con ellos. El otro que no faltó a la fiesta fue Ricardo González, el único sobreviviente de la Selección que logró el campeonato del mundo de 1950.
Para coronar el agasajo, todos se subieron a una tarima y recibieron medallas y diplomas para emular lo acontecido aquel 28 de agosto hace 20 años en la capital de Grecia en lo que fue la última jornada de acción en los Juegos Olímpicos. Los 12 jugadores junto a la compañía de Magnano y el resto del staff (Fernando Duró, Enrique Tolcachier, Mario Mouche, Horacio PIla, Miguel Borgatello y la esposa del utilero Roberto Vartanian) se dieron el gusto de volver a sentir, al menos por un instante, ese hecho que marcó sus carreras y sus vidas.
La historia dirá que dos décadas después de poner la bandera celeste y blanca en lo más alto del podio del básquet mundial, un grupo de amigos se reencontró. Y no sólo entre ellos. Con miles de personas -tantas más que lo siguieron por TV- que le entregaron un homenaje a la altura de un grupo de atletas que consiguió un logro épico para el deporte argentino. Pero que, y aún más relevante, marcó a fuego a varias generaciones por una forma de ser que los hace únicos e irrepetibles.