En el año 1956, Chile fue designado como la sede de la Copa Mundial de Fútbol de 1962, un hito que prometía unir a un país recién sacudido por la tragedia. El devastador terremoto de Valdivia, ocurrido en 1960, dejó profundas huellas, convirtiendo a la Copa del Mundo en un símbolo de resiliencia y unidad para los chilenos. Jorge Alessandri Rodríguez, presidente en ese entonces, asumió la difícil tarea de reconstruir el país mientras Santiago, Arica, Viña del Mar y Rancagua se preparaban para albergar el evento.
El clima internacional era tenso. Estados Unidos había lanzado su primer satélite de comunicaciones, el Telstar, marcando el inicio de la era de las transmisiones en directo. La Guerra Fría, con sus pruebas nucleares en el Pacífico y la rivalidad entre la Unión Soviética y Yugoslavia, añadía un trasfondo geopolítico inquietante al torneo.
El Mundial tuvo su jornada inaugural el 30 de mayo de 1962, pero seguía sin haber transmisión en directo. Sería la última Copa del Mundo bajo esa modalidad. Este hecho, combinado con un reglamento anticuado, que no se actualizaba al ritmo de los cambios en el fútbol, generó un ambiente hostil tanto en las canchas como en la competencia.
Chile, en su regreso a la Copa tras su última participación en 1950, se encontraba en un grupo complicado junto a Italia, Suiza y Alemania, enfrentándose a dos campeones mundiales. La mesa estaba servida y el balón comenzó a rodar. Uno de los partidos más memorables de esta edición fue el que enfrentó a la URSS y Yugoslavia, donde la violencia se convirtió en la protagonista. Ambas selecciones llegaban a esta competencia con cuentas no saldadas de la final de la Eurocopa de 1960, ganada por los soviéticos. En el partido disputado en Chile, el delantero yugoslavo Mujic provocó una lesión severa en el defensor soviético Dubinsky, quien nunca se recuperaría completamente.
Mientras tanto, en Santiago se gestaba otro episodio violento: el enfrentamiento entre Chile e Italia, disputado el 2 de junio, que pronto se conocería como “La Batalla de Santiago”. Antes del partido, los periodistas italianos Antonio Ghirelli y Corrado Pizzinelli lanzaron críticas feroces hacia la sociedad chilena, describiendo a Santiago como un símbolo del subdesarrollo. Esta provocación encendió la ira de los chilenos, que no perdonarían a la selección italiana durante el encuentro.
La tensión se palpaba en el aire. Con el árbitro inglés Ken Aston al silbato, quien sería conocido posteriormente por inventar las tarjetas disciplinarias, el juego comenzó de forma frenética. A los 12 segundos, se sancionó la primera falta. En el minuto 7, el italiano Giorgio Ferrini golpeó brutalmente a Honorino Landa, provocando su expulsión. Ferrini se resistió a abandonar el campo, lo que llevó a la intervención de los Carabineros. No fue la única intervención de los uniformados, que debieron ingresar al campo de juego al menos otras tres veces.
El partido continuó en un clima de creciente tensión. En el minuto 38, Leonel Sánchez, estrella chilena, se vio envuelto en una jugada tumultuosa. Tras una falta de Mario David, Sánchez respondió con un golpe, reflejando la frustración de su equipo. Aston, abrumado y sobrepasado, no sancionó ninguna de las acciones, pero la revancha llegó pronto: David fue expulsado tras una entrada violenta a Sánchez.
A pesar de las interrupciones y las protestas, Chile logró marcar dos goles, sellando un partido que quedaría grabado en la historia del fútbol. El comentarista inglés David Coleman lo describió como “la exhibición de fútbol más estúpida y vergonzosa, posiblemente, en la historia de este deporte”. Al finalizar, Aston se disculpó: “No estaba arbitrando un partido de fútbol, estaba actuando como un juez en un conflicto militar”, reflejando no solo un partido, sino una época marcada por tensiones políticas y sociales.
Chile avanzó a la segunda ronda, donde venció a la URSS 2-1, antes de caer frente a un Brasil que se coronaría campeón. Mientras tanto, Argentina, que había llegado desde Suecia 1958, no logró superar la fase de grupos.
El Mundial de 1962 se recordaría no solo por su fútbol, sino por la violencia y el fervor que lo rodearon. Quedó grabado en la historia como un torneo de expulsiones y conflictos, un reflejo de un Chile en busca de su identidad en un mundo en plena evolución, donde el fútbol comenzaría a adquirir un nuevo significado, vinculado a fines políticos, económicos y culturales.