Fue campeón del mundo, inspiró el apodo de La Scaloneta y Maradona le regaló su vaticinio más impactante: “Diego era Superman”

Roberto Mariani fue un silencioso ladero de Carlos Bilardo en la Selección y se quedó con un tesoro de México 86: una de las dos pelotas de la final. Además, formó a las figuras de dos equipos históricos del fútbol argentino

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Mariani en la actualidad y
Mariani en la actualidad y su foto con Maradona en México 86

Se puede aseverar, sin exagerar, que un helado hizo campeón del mundo a Roberto Mariani. El ex entrenador y formador trabajaba en el fútbol de Bolivia en los albores de la era de Carlos Bilardo en la selección argentina. Con el Narigón eran vecinos, se conocían de los los polvorientos potreros de La Paternal y aquellos picados representan un lazo irrompible para cualquier apasionado por el fútbol. Pues bien, mientras disfrutaba de un inocente cucurucho, se topó de frente con el Doctor y su hermano Jorge. Suficiente coincidencia como para que se subiera a un barco que atracó en el puerto de la gloria.

“Yo había estado trabajado en Oriente Petrolero y Blooming y me vine de vacaciones al país. Estaba tomando un helado cerca de la mueblería de los Bilardo, y venían caminando él y Jorge. Ahí me contaron que iba a hacerse cargo de la Selección. ‘Y estamos preparando a los juveniles para el Sudamericano’, me dijo Carlos. Me presentaron a (Carlos) Pachamé, a (Raúl) Madero, y me pidieron un informe para ir a Bolivia, que era donde se jugaba el torneo. Lo hice para colaborar y Carlos me terminó proponiendo trabajar a su lado”, narra Roberto, de 82 años, mientras observa una foto suya con Diego Maradona en el Mundial de México 86 la misma que ilustra esta entrevista.

“Ninguno hubiera aguantado lo que aguantó Diego en el Mundial 90, era Superman”, subraya con nostalgia. Mariani puede jactarse de haber sido partícipe silencioso de varios hitos en la historia del fútbol argentino. Parte del staff técnico de Bilardo en el 86 y en el 90, le robaron la medalla de campeón en México, pero le regaló a su nieto un tesoro que sólo otra persona en el mundo llegó a poseer: una de las pelotas de la final contra Alemania. Más: resultó el receptor del vaticinio más impactante de la carrera de Pelusa: el anticipo de los dos goles irrepetibles ante Inglaterra en los cuartos de final. Y como alfarero de jóvenes promesas, diseñó dos de las camadas más victoriosas, al punto que una, la que condujo en San Lorenzo, inspiró el apodo que hoy ostenta la selección argentina que lidera Messi y orienta Scaloni: La Scaloneta.

Aunque sus últimas experiencias en Chile estuvieron vinculadas a la élite, y en la actualidad no ejerce dentro de un campo de juego, Roberto no puede dejar de hablar como formador. De hecho, la charla comienza sin preguntas ni preámbulos. Luego de los saludos de rigor, espontáneamente, ofrece una reflexión de cómo observa el desarrollo de futbolistas en la actualidad. “Algunos hoy le dan más preponderancia a lo físico que a lo técnico-táctico. A la técnica del jugador se le puede sacar provecho, pulirla. No es que uno esté aferrado a lo de antes, pero nunca se puede desestimar la técnica del jugador, que viene por naturaleza. Algunos se esmeran en mejorarla y otros se quedan con lo que tienen. Pero creo que la docencia está un poco de lado. Se prioriza el movimiento táctico, que el jugador tenga habilidad, sí, pero ‘tocala antes, no me pases a más de uno’. Así se desestima al que tiene la posibilidad de desequilibrar con su técnica para habilitar al compañero o definir. No sé por qué pasa eso. Se buscan torres de metro 90. No sólo defensores, también delanteros”, se lamenta.

-Pero a Bilardo lo acusaban de cercenar la técnica. ¿Él la priorizaba?

-Priorizaba la técnica y la formación. Como técnico, Bilardo era un adelantado. Ya cuando jugaba era un técnico adentro de la cancha, como (Osvaldo) Zubeldía. Era sensacional. El que no entendía a Bilardo es porque no sabía nada de fútbol. Era muy claro, muy inteligente y visionario. En la cancha te decía ‘va a pasar esto’. Y pasaba. Tenía una manera especial de trasmitirles a los jugadores y le respondían. Argentina fue campeón invicto en México. ¿Qué no le gustaban los jugadores con técnica? El Chino Tapia, Bochini, Borghi, Maradona, el Negro Enrique... Era mentira que le pegaban para arriba. Teníamos un tipo que le pegaba a la pelota como Pumpido, que te habilitaba al delantero desde el arco; estaba la personalidad de Ruggeri. Veías a estos tipos en la cancha y decías “la puta madre”. El Tata Brown... Tenía el manual del defensor, si jugábamos con él en Italia 90 era otra cosa. El Checho Batista.... No desestimo nunca a los demás, cada maestrito tiene su librito, pero cuando uno ve lo que viví yo, cuando tiene las vivencias que yo compartí, es inconcebible no darle crédito a Carlos. Puse mucho en práctica de lo que vi con Bilardo. No es la varita mágica, pero ayuda. Es el fruto de la constancia, el trabajo.

-¿Cómo hizo para quedarse con la pelota de la final del Mundial del 86?

-Me la dio Arppi Filho, el árbitro -murió en 2023-; había quedado con él. Durante los partidos yo me movía por la cancha, iba atrás del arco. Y en un momento, medio en portuñol, me dijo “la pelota, hacemos un acuerdo”. Él se quedó con una y yo con la otra. Mi nieto se volvió loco cuando se la di. También tengo como recuerdo un reloj que me regaló Diego. No quise decir mucho que tenía la pelota por las dudas.

-Lo mencionó a Maradona, ¿qué significaba Diego?

-Para mí Diego no se fue, está siempre en todo. Hablo mucho con el Negro Enrique y le pasa lo mismo. Tengo una fotografía en la que estoy con él, al ladito, después del partido con Italia en el 90. Recuerdo cuando pasaba por acá con el camión (el Scania que usó como auto en los 90) y hacía sonar la bocina cuando iba a jugar al showbol. Yo jugué al fútbol con el padre de Claudia, ella iba al colegio acá cerca. Cali (hermana menor de Pelusa) estudió con mi hija. No era un amigo de todos los días, pero cuando estábamos juntos teníamos una convivencia extraordinaria. Don Diego era un tipazo; la Tota, una madraza. El destino quiso que las cosas fueran así, pero cuando se habla mal de él... No. Él siempre separó su vida privada de lo deportivo. Nadie es quién para juzgar. Cada uno es dueño de sus actos y de su vida. Y Diego tuvo gestos fabulosos con todo el mundo. Con los premios, les hacía ganar más plata a todos. Los repartos eran equitativos con él. Y ayudaba al que más necesitaba. Recuerdo un premio por el Mundial del 86 que puso un presidente de un club de la B. Él lo hizo repartir entre toda la delegación. Era así.

Cuenta la leyenda que el 22 de junio de 1986, el día del mítico choque contra Inglaterra, Maradona se despertó más temprano que nunca en el predio del América de México. Mariani pudo dar fe: se encargaba, con el profe Ricardo Echevarría, de golpear las puertas de las habitaciones para convocar al desayuno. “Se quedó boludeando un rato, compartía el cuarto con Pasculli. En un momento dijo: ‘Tengo unas ganas de comerme un sánguche de mortadela’. Y nosotros teníamos mortadela, eh, habíamos llevado mucha comida de Argentina”, le contó Roberto a Andrés Burgo, autor del libro “El partido”, que se sumerge en la apasionante historia de aquel duelo por los cuartos de final.

Mariani con parte de La
Mariani con parte de La Cicloneta: en la foto aparecen Sebastián Saja, Celso Esquivel, Félix Benito, Guillermo Franco y Mirko Saric, entre otros

“Diego también contó que había hablado con sus hermanos, con Lalo (Raúl) y el Turco (Hugo) de una jugada en la que él se recostaba sobre la derecha, encaraba, dejaba rivales en el camino y definía al segundo palo. Y entonces dijo: ‘Tengo unas ganas de hacerle un gol de esos a los ingleses’. Y bueno, un rato después, de esa manera, hizo el gol de su vida”, completó el DT alterno en la obra. A Raúl Madero, el médico del plantel, Pelusa también le dijo que había soñado que iba a hacer dos goles. Y Mariani fue otro depositario de aquel presagio que se transformó en realidad, con el “Barrilete Cósmico” y “La Mano de Dios”.

-¿Cómo fue esa charla con Maradona?

-Estábamos desayunando. Le dije “vos tenés que hacer un par de goles”. Y me dijo que sí, que los iba a hacer. Los goles que hace son una maravilla. Y en uno se da la asistencia de Héctor Enrique; un fenómeno de tipo. Lo de Diego era esa confianza que se tenía. Los miraba a la cara a los rivales como diciendo “acá estoy para superarlos”. Y velaba por la tranquilidad y la seguridad de todo el mundo. Si veía algo que no era normal, lo ponía de manifiesto y lo trataba de solucionar. Esa camada del 86 es una cosa tremenda, tenemos un grupo de WhatsApp, una convivencia... Y con Alemania en el 90, si no estaba el muchacho de negro, el mexicano (Edgardo Codesal)... Hoy capaz ese penal que definió el partido ni se cobra. Y el que le hicieron a Calderón también era penal.

Sin querer, Mariani hoy sigue teniendo una ligazón con la Selección. Porque en San Lorenzo formó al equipo que recibió el primer apodo con el sufijo “neta”. La Cicloneta, la Reserva que convocaba multitudes cuando se jugaba antes del partido de Primera y ganó certámenes internacionales venciendo a gigantes de Europa o del continente. De hecho, esa camada conformó la base del plantel que arrasó con Manuel Pellegrini en el inicio del milenio.

“El nombre fue una idea del periodista Bocha Flores. Y hoy tenemos un grupo de WhatsApp con los chicos de la Cicloneta. Pipi Romagnoli, Félix Benito, el hermano de (Mirko) Saric... Después Ruggeri los empezó a poner y Pellegrini salió campeón invicto. Todos jugadores que tomaron notoriedad, como Guillermo Franco, Ricardo Verón... Mirko Saric traía una calidad... Yo le decía ‘sos un pichón de Redondo’. Y la gente empezó a hablar de la Cicloneta. Hoy todos los equipos terminan con neta”, se divierte. “Cuando escucho hablar de La Scaloneta, me siento identificado porque me trae muchos recuerdos”, acepta.

Uno de los hitos de ese Selectivo fue la participación en la Copa Dallas, en la que se consagró tras vencer al América de México, al Bayer Leverkusen y al Vitoria de Brasil. “Era Sub 20 y nosotros fuimos con un Sub 16, Sub 17... Fuimos porque se bajó River, nos permitieron participar y ganamos”, rememora. Y ofrece ejemplos de cómo apeló a la docencia para encauzar talentos que supieron flaquear en el difícil camino a la élite.

“Cuando era chiquito, Pipi Romagnoli era una cosa de locos. Y a veces los padres se ponen ansiosos, porque le surgían posibilidades de otros lados y estaba el temor de que no se encaminara acá. Y me pidieron el pase. Yo les dije ‘qué pase, va a ser cosa seria’. Y lo fue”, regala la intimidad de un proyecto que se transformó en realidad. “Con (Guillermo) Franco pasó lo mismo. El padre vino un día y me preguntó si iba a jugar porque si no iba a trabajar o a estudiar. ‘Quédese tranquilo que va a jugar acá y afuera’, le dije. Cuando llegó a la selección de México y jugó Mundiales, sabés qué orgullo...”, suma otro caso.

En Vélez también dejó su sello. Porque forjó a la generación de futbolistas que luego ganó todo con Carlos Bianchi. De hecho, luego de la gestión de Eduardo Luján Manera y antes del desembarco del Virrey, encabezó un interinato en el que tiró al campo a varios de los chicos que luego obtuvieron la Copa Libertadores y la Intercontinental. Y les proporcionó el trampolín para el brinco.

“Con mis colaboradores vivíamos en el club. Pasaba por la panadería en Versalles, llevaba las facturas, y al Lobo Cordone le hacíamos tomar el desayuno con mate cocido porque venía de General Rodríguez. A veces a algunos jugadores no les gustaba el orden y la disciplina, pero hay que ir imponiéndolo de a poco. Lo más difícil es que lo entiendan, que el beneficio es para ellos. Y que te podés equivocar como cualquier ser humano”, revela una cucharada de su fórmula.

“Tengo un libro firmado por Ricardo Petracca, el ex presidente del club. Y en la dedicatoria puso ‘para el que formó las bases del Vélez que ganó todo’. Son cosas que valen más que una palmada. No te las olvidás más”, describe una perla de su “vitrina”, que no reluce como la medalla de campeón del mundo, pero en la filosofía de Mariani tiene el mismo valor.

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