“The rumble in the jungle”, cuando Alí noqueó a Foreman: así se vivió en el estadio la pelea más recordada de la historia

El 30 de Octubre se cumplirán 50 años de aquel memorable combate. El autor de esta nota, postulado para ingresar al Salón de la Fama del Boxeo Mundial, cubrió este suceso y lo evoca con la emoción intacta

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"La pelea del Siglo", Alí vs Foreman (Foto: AP)
"La pelea del Siglo", Alí vs Foreman (Foto: AP)

Era una ciudad marrón, apagada. Acumulaba el dolor de un pasado sufriente y de un futuro incierto. Recuerdo a Kinshasa como una ciudad iluminada por un sol quemante sin pájaros ni flores. Mi Dios, una ciudad sin pájaros ni flores muestra la mueca cruel de un dolor esdrújulo. Y a pesar de ello, el mayor show de la historia del boxeo, su página más brillante quedó registrada y escenificada allí, en lo que por entonces se llamaba Zaire y ahora es la República Democrática del Congo; o sea el ex Congo Belga. Un lugar del África Central habitada por gente huesuda y triste.

En estos días muchos colegas amigos me han preguntado qué cosa recordaba de aquel combate que está cumpliendo 50 años. Y a todos les he respondido que en aquella madrugada del 30 de octubre de 1974 en el estadio de futbol “20 de Mayo” me pareció transitar una fábula, una ficción. “The Rumble in the Jungle” (”La pelea en la selva”), tal como se ha inmortalizado ocurrió, pasó, fue un hecho cierto. Podemos dar fe de ello 700 periodistas enviados especiales de todo el mundo –dos de medios argentinos: Emilio Ferés por el diario La Nación y yo que firmaba como Robinson por El Gráfico-, más cientos de millones de espectadores del planeta que pudieron verla por televisión a través de la CBS de los Estados Unidos. Fue hasta aquí el único acontecimiento que cumplió con la premisa de la eternidad. Eso de “la pelea del siglo” –que siempre es por un tiempito– esta vez resultó cierto.

Nosotros, los periodistas, cuando estamos frente a un evento excluyente, de interés mundial, creemos que ello habrá de sostenerse en el tiempo. Tremenda decepción es comprobar después que aquella emoción no se eternizará; antes bien será una cita estadística. Una injusticia, pensamos. Pero no, es el tiempo quien las sepulta o las reemplaza. No se trata de una cancelación deliberada; más bien pareciera la natural dinámica del transcurrir de la vida actual.

Hoy, medio siglo después, este combate ha logrado desafiar a los calendarios consagrándose como “el combate de todos los tiempos”. Esa pelea entre Muhammad Alí y George Foreman ganó la eternidad, pues ha trascendido épocas y generaciones. Y agradezco a Dios la bendición de haber estado allí y recordarlo; más aún de poder evocar el acontecimiento con la memoria intacta y dejar que la emoción me envuelva otra vez…

Oh sí, comencemos. El ventilador colgante gira sobre mi cabeza con decrépito quejido. La habitación del hotel Memling, cuartel general de la prensa, simboliza el apogeo de la humedad. Las paredes tienen humedad, de los muebles se desprende el olor a humedad. Siquiera el aroma del primer café matinal logra disimularlo. Tampoco el humo de los cigarrillos aunque cuando fueran aquellos Chesterfield extra largos. Sobre una mesita artesanal de mimbre entrecruzado Emilio Ferés y yo apoyamos nuestras máquinas portátiles de escribir. No deberíamos desconcentrarnos ni con las gotas que caían de una ducha anémica con el cuerito desvencijado ni con algunos gritos eufóricos que aún provenían de la ochava, justo debajo de nuestro cuarto; tampoco con el vuelo o el zumbido de algún insecto que nos volaba sobre la cabeza. La hazaña de Alí al recuperar su corona mundial se festejó como si fuera un triunfo del pueblo, una epopeya de todos los congoleños. Y a la vez una sorpresa para el mundo. Ha ganado el hombre que les había dicho ser cada uno de ellos y luchar por sus derechos. Ha triunfado brillantemente el atleta que les prometió la gloria tras cumplir una sanción que duró tres años y dos meses (1967-1970) por no acudir como soldado al llamado del ejército durante la guerra de Vietnam.

Alí recuperó ante Foreman su cetro de campeón mundial (Télam)
Alí recuperó ante Foreman su cetro de campeón mundial (Télam)

Nunca había visto a Cassius Clay –por entonces era más conocido como Cassius que como Muhammad– tan necesitado por motivarse. En su último entrenamiento público, –cuatro días antes de la pelea-, acompañó cada movimiento con el murmullo gesticulado de un libreto abrumador. Alí iba diciendo con tono cada vez más alto cosas como éstas: “Bailaré, nací para bailar. Y no me podrá encontrar en todo el tiempo. El tirará su izquierda estúpida y yo moveré la cabeza, pasará de largo tantas veces como me lo proponga y seguiré siendo el rey”. Luego, acompañado por Bundini Brown, su amigo y algo así como brujo personal, también Ángelo Dundee, su técnico y Luis Sarría, el masajista, siguió gritando: ”Quiero saber quién de ustedes tiene dudas sobre mi triunfo. Vamos, anímense, cobardes periodistas que tienen la costumbre de hablar después... Hablen antes. Que alguno levante la mano y diga si esa momia puede vencerme; ¿hay alguno aquí capaz de decírmelo en la cara?”.

Hubo alguien que levantó la mano, un colega del The Detroit News, y Alí le respondió: “Cuando pase esta pelea te ganarás la vida escribiendo versos. Porque de boxeo no sabes nada”. Cassius, en el fondo, necesitó crear este clima. De los 700 periodistas llegados de todo el mundo, cualquier encuesta hubiera sido obvia: el 98 por ciento estaba con Foreman por nocaut. Cassius sabía todo esto. Y de a poco fue creando el clima, el contexto favorable. Primero estaba convencido él mismo que podía. Luego adoctrinó al público. Trabajó con la gente como un auténtico líder religioso o político. Les enseñó a corear su nombre, qué cosas debían gritar y en qué momento, y el día del pesaje realizó el ensayo general ante 10.000 personas que se acercaron a presenciar gratuitamente la ceremonia de la balanza. Alí bajó de una camioneta. Dio una vuelta olímpica. Se paró ante la tribuna y comenzó a dirigir el improvisado coro. Toda la gente gritaba en un momento: ”¡Alí, mátalo! ¡Alí, mátalo!”. Sería importante que nadie interpretara mal pero nada debería ser más intimidatorio que una tribuna de hermanos gritando y agitando los brazos. Si por cualquier circunstancia o contrariedad esa gente bajara al campo sería incontenible. Pensé “ojo si llegamos a un fallo discutido…”.

Cuando Foreman subió a la balanza lucía nervioso. Físicamente su figura mostraba una línea más estilizada que 6 meses antes cuando noqueó a Ken Norton (2° asalto) en Caracas. Sus 98.800 kilos parecían más consistentes y atléticos que los 97.970 de Alí. Para Archie Moore, uno de sus técnicos, ídolo del General Perón que engalanó el Luna Park peleando a comienzo de los 50′, éste combate no le dejaba dudas. Me dijo el viejo Archie: “Respeto mucho a Alí, lo he respetado toda la vida, pero no podrá hacer nada contra George; hay una gran diferencia de potencia, y eso es terminante en el boxeo. Esta pelea con mucha suerte para Alí, podrá durar cuatro rounds...“.

El otro asesor del campeón, Sandy Saddier –otro ex campeón mundial que trajo Perón al Luna junto con Archie–, opinó que la pelea se definiría en el primer golpe neto de su pupilo Foreman. Cuando los visité en el hotel Intercontinental y mientras evocábamos aquel inolvidable viaje a Buenos Aires, me confesó: “Ni Cassius ni nadie pueden aguantar a Foreman”.

Alí y Foreman en acción en una pelea que aún se recuerda
Alí y Foreman en acción en una pelea que aún se recuerda

Hasta el domingo por la noche, tres aspectos planteaban las grandes incógnitas de la organización. Primero: la concurrencia masiva al estadio “20 de Mayo”. Las plazas autorizadas son 64.300. Y la venta de esas entradas, a través de bancos oficiales, estaba totalmente parada. Un obrero ganaba en aquella época en Kinshasa, entre 40 y 50 dólares por mes. La popular costaba 10 dólares. Mucho dinero para la gente que vivía de un salario. Y el ring side salía 250 dólares, mejor ni hablar…

Por cierto que ante el fracaso en la venta de entradas y la improbable llegada de turistas el dictador Mobutu Sese Seko Kuku, quien había depuesto a Patrice Lumumba –hoy héroe nacional– tras un cruento golpe de estado en 1960, dio libre acceso a todo el mundo y el estadio se llenó. No puedo hablar del negocio. Nadie por más que investigue sabrá la verdad absoluta de esta empresa mixta formada por el estado de Zaire, asociado a la Video Techniques (Mike Malitz y su joven abogado Bob Arum, quien entonces tenía 42 años) más Don King Productions –recientemente salido de la cárcel- y las cinco corporaciones presididas por el inglés George Dale. El gobierno de Zaire aportó 15 millones de dólares de los cuales 5 fueron para Foreman, otros 5 para Alí y los 5 restantes para gastos de la organización. Pensar que hoy le ofrecen 120 millones de dólares a Canelo para que elija rival y se presente en Arabia Saudita…

El excéntrico dictador Mobutu al lado de Alí y Don King
El excéntrico dictador Mobutu al lado de Alí y Don King

Todo aquello, lo del Zaire, lo recuerdo por haberlo escrito para El Gráfico. Y también partes de aquella nota. Por ejemplo: -A las cuatro menos cuarto de la mañana me di cuenta que todo era cierto. Que las 40.000 personas existían y palpitaban, que lo frenético del baile lingalo me ubicaba en África, que la transpiración que nos bañaba simbolizaba el clima de este misterio tropical, que Cassius estaba en el ring esperando a su rival y la expectativa del mundo entraba en su período de agonía. Cuando apoyó la espalda sobre las cuerdas en las que yo clavaba mis ojos, sentí miedo. Temí que semejante prodigio se desplomara ante la fuerza bruta de Big George. Y preparé por las dudas la frase póstuma: ‘Esta noche, el boxeo se quedó sin Clay, pobre boxeo’.

Todo el show previo no significaba nada: que Muhammad luciera confiado, que hiciera gestos burlones demostrando su fe, que sonriera e incitara a la tribuna a gritar: “Muhammad mátalo”, formaba parte de su programa. Enfrente había un oso seis años más joven, lleno de salud y con el hambre sin saciar. Un campeón con vitalidad salvaje a quien nadie le había pegado y muy pocos le habían aguantado. Era opinión unánime que Clay tampoco podría hacerlo. A esta altura, (para quienes alguna vez vieron la pelea por YouTube) les parecerá mentira que uno haya hecho “tanto” y el otro tan poco. No es difícil de explicar, acaso alcance con plantear algunas diferencias: para Foreman la energía, la potencia y la pegada. Para Muhammad todo lo demás. Y esto quiere decir mucho. Durante las siete semanas que Clay estuvo en Zaire, trabajó pensando cómo anular el golpe de Foreman. Su tarea abarcaría todas las áreas: la táctica, la técnica y, fundamentalmente, la psicológica. Foreman, en cambio, subió sin pensar más que en meter una mano.

Alí, acompañado por una multitud en las calles de Zaire
Alí, acompañado por una multitud en las calles de Zaire

Toda esta guerra tenía un punto final: el ring. Pero no el ring hasta el momento de iniciarse la pelea: el ring como escenario hasta el mismo momento en que el combate terminara. Mientras se escuchaba el himno de los Estados Unidos, Cassius hacía señas a un sector del ringside de que “estaba temeroso”. Movía las manos juntando los dedos hacia arriba y acompañaba la expresión con una mueca infantil. Luego, al finalizar el himno de Zaire, llegó hasta las cuerdas y dirigió el coro para que entonara el estribillo que él mismo les había enseñado durante las siete semanas que estuvo en Kinshasa, el famoso: “Alí Buma, ye” (Alí mátalo). Cuando el referí Zachary Clayton –de Filadelfia, “puesto a dedo” por Foreman– daba las instrucciones, Cassius le dijo cosas irreproducibles. Y ya en combate le repitió algunas frases irritantes. Por ejemplo: “Aprendé, animal”; “No, así no”; “Qué fácil eres”; “Cómo me divierto contigo”. Cuando no le hablaba, le movía la cabeza con gesto de “contrariedad”. Y Foreman cayó en la trampa. el también comenzó a hablar y a gastarse psicológicamente. Al finalizar el cuarto round le escuché decir claramente: “Ahora te mato”. Era lo que quería Clay: desmoralizarlo, llevarlo a la lucha verbal, reírse de las fallas de Foreman y hacerlo caer en histeria con palabras y foules. Cassius lo hacía con la tranquilidad del que provoca como parte de un plan: Foreman, con el nerviosismo de un hombre humillado. Y el resultado de esta actitud tiene que ver con el resultado de esta pelea. Clay había conseguido su objetivo.

El golpe final –una derecha cruzada a la mandíbula en el 8° asalto– no fue ni fuerte ni sorpresivo. Muhammad tiró esa mano terminando una combinación que había iniciado con la izquierda en directo. Foreman perdió pie, trastabilló hacia adelante y cayó. Ya en la lona, su cuerpo cambió la posición y quedó mirando al cielo con los brazos y las piernas abiertas. No estaba ni dormido ni conmocionado; estaba destruido moral y físicamente. Su fatiga psicológica no le permitió ponerse de pie. Tenía la íntima convicción, además, que ya no valía la pena. Y se resignó a dejar la corona mundial porque sabía que nada podía hacer ya por retenerla. Cuando el referí Clayton llegó al grito de out, el estadio se puso de pie. Surgió entonces un frenesí incontrolable y hasta el mismo Cassius sufrió un colapso. El boxeo le había devuelto a su rey la corona.

Hoy al evocar aquel acontecimiento vuelvo a ver el paisaje eternizado de la gloria de Muhammad Alí, el más grande…

Ernesto Cherquis Bialo y Muhammad Alí
Ernesto Cherquis Bialo y Muhammad Alí
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