-¿Es verdad o mito que a Primera llega el jugador con necesidades, Walter?
-En la vida no hay nada que sea absoluto. Pero el promedio te lleva a pensar eso. Si no tenés la fuerza interior de soportar no jugar el fin de semana, si no te bancás entrenar con lluvia, si no podés aguantar los dolores porque en tu casa tenés ciertas comodidades, no vas más. Después, hay casos como el de Gio Simeone. Es un chico que se ha criado en cuna de oro, entre comillas. Yo lo tuve de compañero en Banfield, cuando vino después de debutar en River, y parecía que tenía más necesidad de triunfar que cualquier otro. El tema es que no hay muchos como Gio. El amor, la fuerza y el deseo de crecer lo hacen estar en la élite del fútbol mundial. Hace años que juega en Italia, hoy está en el Napoli y fue a la Selección. Yo creo que si no tenés esa necesidad que te ayuda a soportar los obstáculos que se presentan para ser futbolista, no llegás.
-¿Cómo juega el talento? ¿O para ser futbolista es más importante la cabeza?
-Un tipo con talento pero sin cabeza no tiene ninguna posibilidad de ser futbolista. Un tipo con cabeza pero sin talento tiene chances de lograr algo... Cuando hablo de cabeza, tiene que ver con la fortaleza mental. Uno de los valores más preponderantes de un tipo inteligente es la inteligencia emocional. Poder controlar sus pensamientos. Entender qué depende de uno y qué no. Y profundizando el tema, esa fuerza emocional también es un talento. Si no, lo que vos tenés son cualidades destacables técnicas para mover la pelota. Sos uno que está en la esquina, que hace 200 mil jueguitos. Lo mirás y decís “qué bueno éste”. ¿Pero por qué hace malabarismo en la calle? Ser un tipo talentoso también tiene que ver con la mentalidad.
-¿Vos llegaste a Primera producto justamente de esa necesidad?
-Yo siempre digo lo mismo y creen que soy humilde. Y no es humildad. Yo sé que tenía técnica, pero no me alcanzaba. Porque era un jugador con ciertos controles de balón, pero siempre mis controles eran para atrás por ejemplo. Desarrollé habilidad por tener malos controles. Al meterme en quilombos por parar mal la pelota después tenía que encontrar otras salidas. Entonces, me hice golpear en zonas incorrectas. La mitad de cancha es un lugar de tránsito, de movilidad, no de gambeta. Yo creía que tenía que gambetear en todos lados. Soy un futbolista que en 20 años de fútbol hizo 50 goles. Son pocos. Ahora, la necesidad de subsistir me hizo adaptar a diferentes lugares en el campo. Eso sí me convirtió en un jugador que se anticipó a lo que podía venir. Hoy es normal que alguien juegue de 3, de 10, o un poquito más adelante. En mi época, el 3 era 3, el 5 era 5 y el 10 era 10. Y yo un partido con Ruggeri jugué de lateral izquierdo; después vino Pellegrini y me puso de volante central; al tiempo fui de enganche. Y todo en el transcurso de un año y medio. Todo fue producto de sobrevivir. Entonces, la respuesta a la pregunta es que yo soy futbolista por necesidad económica y por necesidad emocional.
-¿Necesidad emocional?
-Sí. Necesitaba demostrarme que podía ser jugador después de recibir muchos golpes en la vida. Sentir que podía utilizar esa bronca a favor mío y no en contra de los demás. Interiormente quería demostrarles que iba a ser futbolista a los que decían que yo no podía jugar porque era chiquito. Eso me dio también la capacidad de entender por qué creían eso y buscar soluciones. A los 15 años, sabiendo que medía 1,50 metros, aprendí a saltar. Estuve un año y medio en una rampa con una pelota que iba y venía. Me superé. Después, en Primera, me mandaban siempre a marcar a tipos altos. O a despejar la pelota aérea cuando sacaba el arquero en vez de que venga el central a mi lugar. La necesidad estimuló mi inteligencia para sobrevivir en un mundo muy difícil.
Walter Erviti no permite que las palabras se escapen de su boca sin sentido. Las piensa, las procesa, las siente en realidad. Repite el verbo sobrevivir porque - aunque no lo diga- tal vez lo define desde sus inicios difusos en el fútbol. El es acción. No hace apología de las carencias. Ni recita un cuento melancólico en el cual se jacta de los días oscuros. Desde chico utilizó todo lo que le faltaba para actuar en la búsqueda de todo lo que quería. Se transformó en una motivación que le permitió un esfuerzo extra cuando sus piernas diminutas parecían flaquear. Abandonar nunca fue una posibilidad para el zurdo ex jugador de San Lorenzo, Boca, Banfield, Independiente, Monterrey... El necesitaba jugar para poder crecer. Para comer sin revisar la basura. Había dibujado su destino en su cabeza antes de conocerlo: debía llegar a Primera para tener una familia que no repitiera sus necesidades. Lo hizo finalmente por su fuerza emocional, por su talento. Y porque siempre lo ayudó Dios. Nunca jugó solo en más de una hora de charla en un bar silencioso de Martínez. El encuentro se inició como una entrevista y se transformó en un testimonio de vida de un hombre de 44 años que cuando habla, invita a escuchar.
-¿Es cierto que hasta los 18 años jugaste sin arcos?
-Sí. Y un poco más también. Porque soy un producto del potrero. Un tipo que juega a cagarse de risa, a gambetear, a tirar caños. Mi papá lo único que me pedía cuando me veía jugar era que hiciera caños. El amaba eso. En el medio del partido me apuntaba a qué jugador le tenía que hacer un caño. Entonces, yo a los 19 años llegué a jugar al fútbol profesional sin arcos. En Inferiores nunca nadie me había enseñado nada. Hasta que llegó Víctor Doria, cuando ya tenía 17. Debuté en Primera sin entender qué era el fútbol de Primera. Yo en el área chica de San Lorenzo por ahí tiraba un caño. Hasta que una vez me agarró Ruggeri en una reunión mano a mano y me dijo: “Vos conmigo tenés respaldo para hacer lo que quieras, Walter, pero si San Lorenzo no gana lo tuyo no sirve para nada”. Ahí entendí que había algo más. Haber tenido a un tipo tan ganador como Oscar al principio de mi carrera me incentivó a ganar. Porque hasta ahí no me interesaba. Sólo quería que el que me marcaba se fuera a la casa arruinado por haberse comido uno o dos caños. Para mí eso era el fútbol.
-¿Le tiraste caños a algún jugador famoso de esa época?
-A mí me gustaba tirarle caños a mi marcador. Sentía que era una humillación. Hasta que entendí que se trataba de otra cosa. Ahí tengo una historia que recuerdo mucho. Yo estaba en la Cuarta de San Lorenzo y no jugaba mucho. No me citaban. Y una mañana que jugaban San Lorenzo-Boca por la Copa Mercosur, Ruggeri me llamó para entrenarme con los que habían quedado afuera del partido. Arrancó la práctica. Córner en contra. La paré en el rebote, en la medialuna del área grande de espaldas al arco rival. En vez de reventarla, como haría cualquiera, me vinieron a presionar y tiré un caño. Fue un segundo donde yo sentí que era el tipo más famoso del mundo... Me di vuelta para seguir adelante. Y ahí mismo, el Pampa Biaggio me metió tal voleo en el orto que me caí encima de la pelota. Me patearon y se la llevaron. Pero enseguida vino otra jugada y metí otro caño. Me acuerdo que iban cinco minutos de una práctica a la que yo no iba nunca. Ruggeri entonces paró todo y me llamó. Yo pensé: “Me sacó a la mierda”. Oscar me miró y me dijo: “Andá a buscar la ropa que te vas a concentrar”. En ese momento arrancó mi carrera. O sea que el primer caño que valió la pena fue el que le hice al Pampa. Me dio la posibilidad de mostrar carácter y ciertas cualidades que al entrenador le gustaron. Todo rápido. Si hasta debuté en San Lorenzo sin que mi familia supiera que iba al banco.
-¿Cómo que no llegaste ni a avisar?
-En esa época no teníamos celular. Y yo además no era parte del plantel. Ni hablaba. Podría haber pedido hacer un llamado. Pero pensé: “A ver si pido un teléfono y me echan del club”. Estuve 20 años para llegar a Primera. Y cuando llegó el momento tenía miedo de decir “hola”. Fue una experiencia increíble.
-¿Vos sentías la necesidad de consagrarte para ayudar a tu familia?
-Mi papá nunca me hizo sentir que tenía que salvarlos a ellos. Pero como yo no tenía otra herramienta porque no estudié ni vengo de una familia adinerada, sí sabía que si quería tener una familia debía ser futbolista. No me iba a permitir que pasara necesidades. A tal punto que cuando jugaba en San Lorenzo, estaba de novio con mi actual esposa y le había pedido casamiento. Se acercó la fecha y ahí me anticipé: “Vero, no nos casamos. No tengo plata y no te voy a llevar a un lugar incómodo. Sí te prometo que nos vamos a casar más adelante, pero hoy no me puedo hacer cargo”. Ella, con todo el amor del mundo, me respondió que no era así, que no le importaba nada de eso. Igual, no me moví de mi lugar. “Valoro que no te importe. A mí sí. Lo tengo planificado. Como sé que mis hijos van a tener la posibilidad de estudiar, de divertirse y estar sanos”, le aseguré ese día. Todas esas necesidades yo las tenía en cuenta a la hora de aguantarme ser el número 23 en una práctica de fútbol en la que jugaban 11 contra 11. Me pasó en River, donde me probaron durante un año entero.
-¿En River? No sabía esa historia.
-Yo fui a los 14 años. Me llevó Cacho Gonzalo, la misma persona que trajo al Burrito Ortega. Él habló bien de mí y me habrán visto algo. Pero no me ficharon. Me dejaron entrenando nada más. Te juro: había dos equipos, o sea 22 chicos. ¡Y el único que se quedaba afuera era yo! Me la banqué. ¿Por qué? Porque yo quería tener una familia. Quería tener hijos. Quería progresar. Pero no es fácil. No es que estaba estimulado. Mi mamá lloraba cada vez que venía de Mar del Plata para acá. Esa necesidad me dio fuerzas. Enfocado en las historias de hoy, aunque viví algo similar en algún punto, me da pena. Hay tanta necesidad en el país, el fútbol genera tantos intereses, que los chicos están en una selva. Me da lástima porque se pierden de vivir una etapa hermosa que no va a volver. Y más allá de que viven un momento muy lindo de ser futbolista, tampoco disfrutan jugar a los 17 ó 18 años, porque están pensando qué va a pasar cuando tengan 23, 30, 32, 40. Viven 20 años adelantado. A nosotros no nos preparan para el primer día ni para el último de futbolista profesional. Y son dos cambios bisagra en nuestras vidas. Porque pasamos de ser nada a ser todo. Y de ser todo a no ser nada otra vez...
-¿Y esa necesidad de jugar para formar una familia sí la sentías como una presión?
-La idea de formar una familia era una motivación. Era algo que me decía que no abandonara. A mí, a los 18 años en San Lorenzo me dejaron libre. ¡Me mandaron a mi casa! Vino el coordinador y me dijo: “Walter, te tenés que ir”. Yo igual me quedé. Era un lunes. Entonces vino el martes y me insistió: “Walter, te tenés que ir porque tu cama la tiene que ocupar otro jugador”. Lo escuché, pero no me fui. Llegó el miércoles y lo echaron al coordinador... Ahí vino Víctor, me probó y a los dos meses estaba debutando en Primera. O sea: para mí todo es una motivación. Después, claramente me duelen cosas. Sufrí, lloré a escondidas como todos, pero al otro día ya lo utilizaba como algo para correr un poquito más que el resto. Somos seres emocionales. Ahora, si dejamos que nos gestione la emoción estamos en graves problemas. Uno debe aprender a controlar sus pensamientos. Los pensamientos controlan las emociones, las emociones van a la acción y la acción hace el hábito. ¿Dónde arranca todo? En la cabeza. El problema es que metés en tu cabeza. Y de dónde sacás lo que metés en tu cabeza. Ahí están los valores, que uno los hereda. Y tus creencias, que son las que vas encontrando día a día.
-Vos llegaste a la Primera de San Lorenzo, Boca, fuiste campeón con Banfield, pisaste la Selección y sos adorado en Monterrey. ¿Nunca te pusiste a pensar qué hubiera pasado si dejabas ese día la cama en San Lorenzo?
-Nunca me hubiese ido. No se me pasaba por la cabeza. Y es algo que recuerdo sin rencor. Yo no me puedo poner a enojar con otra persona porque tiene una visión desde otro ángulo. Quizá hasta haya tenido cierta razón en su pensamiento. Me tengo que ocupar de lo que hago yo.
-¿Cuándo conseguiste esa capacidad para distinguir que sólo tenés incidencia sobre lo que hacés vos?
-Me la dio la vida. Desde muy chico. Yo vivo solo en la calle desde los 14 años. Y soy un hijo de Dios. Creo en Dios. Tengo una relación con Dios desde esa época. Yo caí en River, en Buenos Aires y lo primero que conocí fue a Dios. Vivía en una pensión cualquiera, no era la del club. Ahí había otras personas, entre ellas algunos chicos jugadores. Uno era Darío Cativa, un tucumano que también estaba en River. El era evangelista. Me hablaba de Dios. Me prestaba la Biblia y yo la leía. Después no lo vi nunca más... Ahí empecé a entender que había cosas que me hacían bien, otras que me hacían mal. Y que dependía de mi decisión. Eso me ayudó a crecer y a entender que debo controlar mis pensamientos. Aun sabiendo que hay malos pensamientos que me pueden dar placer. Yo no soy un cura, pero mi cabeza está direccionada al bienestar de todos. Me puedo equivocar, pero tengo buenas intenciones.
-¿Después de leer la Biblia te empezaste a involucrar más? ¿Empezaste a ir a misa o no hace falta?
-No. Es un vínculo mío con Dios. He participado de reuniones, he ido a escuchar. Porque hay otras personas que pasaron por lo que yo pasé y me gusta aprender. Pero también veo que el mensaje de Dios está muy manipulado. Muy mal transmitido. Hay mucha gente que le ha sacado beneficio propio y eso alejó al ser humano de la palabra. Eso me duele. Cuando se pregunta dónde está Dios, puedo responder que lo han sacado de todos lados. Entonces, si vos lo echás, después no pidas que no haya guerra, que no haya gente con hambre. Dios está en su lugar. Ahora si no lo dejás entrar en tu corazón, si en el colegio no permitís que eduque a tus hijos con una línea, cuando les pase algo no pidas que ellos recen para que actúe. Estuvo desde que nacieron... A mis hijos no los mando a ninguna Iglesia. Sólo les muestro que yo soy así. Y tengo dos hijos mayores que hablan de Dios. Ellos vieron, actuaron y entendieron que hay algo que te sana. Es el camino que conozco. A mí Dios me salvó.
-¿De qué sentís que te salvó?
-Dios me salvó de la calle. Me salvó de la droga. Me salvó del sexo sin sentido. Me salvó de contaminarme. Yo comí basura, dormí en cualquier lado, pero siempre tuve claro cuáles eran mis límites. Yo no robo. No tengo mala intención con el otro. Siempre fui así. Viví en una pensión donde no había llave y nunca me llevé nada que no fuera mío. Que me encantaría tener un avión estacionado en un aeropuerto, sí. ¿Pero qué debo hacer para tener un avión? ¿Mentirle a la gente? ¿Robarle a alguien? No. Prefiero tener un autito estacionado en la puerta de mi casa, que me lleva y me trae. Es la ambición y saber si uno la puede controlar. Yo tengo objetivos y sueños enormes, pero no soy esclavo de mis sueños ni de mis objetivos. No voy a hacer cualquier cosa para cumplirlos.
-¿Qué sentís cuando se dice que el fútbol es para vivos?
-Que lo han contaminado tanto que hay cierta verdad en esa idea. Después hay que ver qué definimos como viveza. Se admira al tipo que tiene 500 hectáreas en un campo sin saber cómo las compró. Pasa una persona con un auto impresionante y se lo aplaude sin saber cómo lo consiguió. Pareciera que el mundo se ha hecho para los vivos. Yo pienso que los que realmente son vivos no se hacen notar. Son casi invisibles. Hay que tener cuidado con el que se la da de vivo... Hoy las redes sociales te demuestran que el mundo es así. La misma persona es diferente en su vida. Es el mundo de los vivos: engañar para un beneficio personal. Yo soy parte de otro, donde todos podamos ganar y convivir contentos. Si puntualizo en el fútbol, vos no me tenés que atacar porque perdí un partido ni yo te tengo que atacar porque no fuiste futbolista. Se le puede dar algo mejor al espectador. No le vendamos que lo único que sirve es ganar. Porque yo gané. Y gracias a Dios, mucho más de lo que imaginé. Y después de la victoria no hay nada. ¿Sabés qué te espera después de ganar? Otro día para buscar otro triunfo. La victoria no te abraza, no te da cariño, no te aconseja. Entonces, si lo único que importa es ganar, y cuando ganás no te espera nada. ¿Qué hacemos?
-Aunque estemos de acuerdo con ese concepto, hoy parece siempre tener razón el que gana.
-No. La evaluación sobre ganar tiene que ser mucho más profunda. Yo no puedo pretender que Defensa y Justicia salga campeón siempre. ¿Y qué? ¿Defensa y Justicia no tiene razón? Respeta un modelo de juego, una identidad, todo el mundo sabe lo que hace, vende jugadores caros. Acá los que tendrían que competir siempre y ganar son Boca, River, Racing, Independiente. Porque tienen recursos para hacerlo. Pero los otros también tienen otras verdades, que son respetables y que para el nivel que ellos manejan son recontra valederas. La victoria te puede acariciar un poco en un momento de duda. Te puede dar un poco más de tiempo para realizar lo que querés. Pero no mucho más que eso. Aunque reconozco que hasta tu círculo íntimo se confunde. Te hacen sentir un rey. “¿Qué querés, Coca? Ya te traigo”, te dice uno y sale corriendo. O “que nadie hable porque se fue a dormir la siesta”, pide el otro. Te tratan como un diferente cuando sos futbolista. Ahora, cuando vos llegás a la cama y te acostás te encontrás con vos mismo. Ahí está el verdadero éxito: poder descansar bien. ¿Sabés cuántos conozco que ganan, que son millonarios, que son famosos, pero cuando llega la noche no pueden dormir?
-Todo desemboca otra vez en la cabeza. ¿Hay que tener una fortaleza especial para jugar en Boca?
-Para jugar al fútbol hay que tener una cabeza especial.
-Te digo Boca porque es el mundo que conocés. Podría decir River también.
-Yo creo que Boca es el exponente más grande de nuestra cultura deportiva. Está hasta por encima de River en ese sentido. Y lo digo con respeto. Boca es una experiencia increíble por todo lo que te hace vivir. Por todo lo que te hace sentir. Aunque también puede ser negativa si no la podés controlar y experimentar desde un lugar sano. Porque lo que te da Boca es irreal. Hay muy pocos futbolistas en toda la historia que estén a la altura de Boca. Que tengan su propio nombre. Yo cuando jugaba en Boca no podía salir a la calle porque me volvía loco la gente. Me fui de Boca y el otro día no me conocía nadie... Riquelme se va de Boca y lo conocen en todo el mundo. ¿Adónde quiero llegar? Para la mayoría de nosotros lo que nos da Boca es irreal. No es nuestro, es del escudo. No te lo podés apropiar. Lo tenés que entender. “Esto me pasa porque estoy en Boca y debo respetarlo”. Si no lo ves desde ese lugar, si vos te creés que sos famoso, si te pensás que sos un crack, o que merecés el mundo porque saliste campeón, te equivocás. O si en la mala te creés que sos un desastre, que te mereces lo peor porque erraste un gol abajo del arco, también es un error. Todo eso no te pertenece. Es de Boca.
-¿Cómo es hacerle un gol a River jugando para Boca entonces?
-Para uno que ama el fútbol y sabe que el Boca-River es el partido más importante que tenemos como cultura, es increíble. A mí me tocó hacer un gol en el último minuto. Me dejó una experiencia que siempre rescato porque fue uno de los peores partidos de mi carrera... Horrible. Erré pases, estuve impreciso, nervioso. Había llegado con mucha ansiedad por hacer las cosas bien porque ese partido lo había vivido mil veces en mi cabeza. Había imaginado jugar en la Bombonera contra River, hacer goles, ser la figura... Cuando entré a la cancha se me vinieron los recuerdos, las ganas, la ansiedad, la necesidad. Y fui un desastre. Pero haber estado 20 años antes luchándola me dio la posibilidad de que la última pelota fuera gol. Porque cuando erré un pase, me dije “el próximo es el que vale”. Perdí otra pelota y me dije “la próxima es la más relevante”. Hasta que llegó... Lo más importante de hacer un gol tan recordado, porque el hincha de Boca me recuerda por el gol a River, es la experiencia de vida que me llevé. Siempre lo más importante es lo que viene.
-¿Al otro día te sentías Maradona?
-Me explotó el teléfono. Me llamaron de todos lados. Me dieron mil cosas. Me amó el mundo por un día. Pero yo ya había cumplido 30 años... Tenía la capacidad de saber que eso no me pertenecía. En otro momento me podría haber mareado tranquilamente. Boca te estropea. Boca, si no sos sano de la cabeza, te confunde. Te hace sentir en un partido que no podés jugar más al fútbol. Y al otro domingo te hace sentir que podés ir a la Selección. Por eso Boca no es para cualquiera. Si vos no vivís para Boca el tiempo que estés en Boca, no vayas a Boca. No vayas porque no tiene sentido. Es una pérdida de tiempo. Vos le tenés que dedicar las 24 horas de tu día a Boca. Cuando te tirás a descansar, cuando tenés que comer, cuando salís a pasear, cuando vas, cuando venís, cuando declarás, cuando abrís la boca, cuando no la abrís. Todo el tiempo tenés que pensar qué es lo mejor para Boca. Es el único club que te exige eso. El resto te da la posibilidad de que cuando te vas sos invisible.
-¿Cómo es para alguien que vivió esa exposición el momento de volver a ser uno más? ¿Extrañás esos días?
-Nada. Yo disfruto ser invisible. Me encanta. La paso bien estando solo. No me gusta que me reconozcan por un logro material. Para mí no es un elogio. Me parece que lo mejor que me puede pasar es vivir la vida con tranquilidad, que no me contamine. Yo no la pasé bien. No disfruté todo lo que te da el fútbol fuera de campo de juego. No me gustó. No me interesó. El hecho de hoy no tener casi relaciones con el ambiente, salvo mis amistades, me pone contento. No tengo que saludar a nadie porque es el dueño de un lugar o porque me da algo. No lo necesito. No me suma. Ahora subo ciertos mensajes en las redes sociales porque puede ser productivo para alguien que quiera adueñarse de la experiencia de otro. No para ser famoso ni para un canje. A mí me gusta observar. Y para mirar debés tener cierta invisibilidad. Si vas a tener el protagonismo de la reunión, difícil que puedas entender qué está pasando alrededor.
-¿En este rol de observador que ves cuando mirás el fútbol argentino?
-Una confusión constante. Estamos mareados entre lo que nos piden los hinchas y lo que busca el mercado. La gente, como mi papá cuando era chico, pide la gambeta. Y el mercado pide automatizar situaciones para correr el menor riesgo y llegar rápido al arco contrario con el control del juego. En Europa, en el fútbol que nos da de comer, quieren previsibilidad. Entonces, estamos queriendo conformar a los dos mercados y no conformamos a ninguno. Nos cuesta generar la sensación que debe provocar este deporte. Hablan de las Sociedades Anónimas sí o Sociedades Anónimas no. No: acá hay que hablar de cómo generar recursos para que más chicos puedan ser futbolistas, para que el fútbol pueda ser mejor. Para que los pibes no se vayan a los 15 ó 16 años. Queremos tener jugadores que nos hagan sentir el fútbol de verdad. Acá hay chicos como Echeverri o Mastantuono, o tipos como Cavani. Los que están en el medio, con todo el cariño del mundo, si están en Argentina es porque les falta jerarquía. Si a los 28 años están acá es por un tema personal o porque no les dio. Es todo una nube de conflicto en la que estamos tratando de sobrevivir. Pero en vez de hacerlo juntos, es dejame que yo sobrevivo y después vemos vos qué onda.
-¿Cómo hacés para entrar a ese mercado como entrenador? Estuviste cerca de Independiente cuando finalmente fue Tevez. El propio Carlitos te bancó en su presentación.
-No estuve cerca. Independiente quiso contratar a algunos entrenadores y le dijeron que no. Entonces pensé “vamos a decirles que podemos ser útiles”. Pero la elección por Carlos ya estaba antes de nuestra reunión. Como yo lo que quería era lo mejor para el club, fui el primero en felicitarlo y desearle lo mejor... Veo que cada vez se me hace más difícil poder entrar. No pertenezco a ningún representante que me pueda abrir una puerta. No tengo relaciones directas con las personas que deciden. No me interesa que me hagan parte de un proyecto por amistad ni por cariño. Podría aprovecharme de ser Erviti y después demostrar lo que valgo. Decirle a alguien “che, Juancito, sabés que soy buena gente, dame una oportunidad en tu club”. Pero pienso que debería ser al revés. Todo eso me aleja del mundo del fútbol. Y me jode porque tengo muchas ganas de entrenar y sé que puedo hacerlo. No porque lo diga, sino porque me lo demostré. Me vi bien en Atlanta. Aunque a veces siento que la capacidad no tiene el peso que debería. Aun cuando entiendo que yo lo debo demostrar.
-Necesitás alguien que confíe en vos. Capria vio algo en Gago cuando dirigió Aldosivi, aunque perdía, y lo propuso para Racing.
-Total. Necesito eso. Cómo me pasó los primeros días de futbolista. Era el número 1000 y pasé a ser el número 10. Yo me preparo para ese momento. Y confío en Dios. Tengo mucha fe. Y si Dios no me hace ser entrenador será porque me estará preparando para alguna otra cosa. Ya me ha demostrado que debo tener fe. En su momento, por ejemplo, yo no quería jugar en Banfield. Me arrodillé y le dije: “No quiero ir a jugar a Banfield”. Era un club que estaba peleando el descenso todo el tiempo, que se iba a la B, que nunca había ganado nada. Cuando Monterrey me llamó y me dijo que me querían comprar, le respondí: “No, no y no”. No creía que era por ahí mi historia. Mi lugar era San Lorenzo, pero San Lorenzo no me quería. Entonces, le expresé lo que sentía: “El único que puede lograr que yo vaya a Banfield sos vos, yo no voy a ir”. ¿Cómo terminó la historia? Fui a Banfield y fui el tipo más feliz. Salimos campeones por única vez en la historia. Soy el único o de los poquitos jugadores que tienen dos títulos en el club...
-¿Y cómo te diste cuenta finalmente que debías ir a Banfield?
-Hubo situaciones que si no las veía era un gil. Que venga tu familia y te diga “queremos ir a Argentina”. Y un par de cosas más... Entonces acepté. Cuando fui, encima, los primeros seis meses me criticaron mucho. A tal punto que me querían mandar a préstamo a un equipo de Nacional B. Y yo le dije: “Vos me trajiste acá, vos me tenés que demostrar por qué me querés acá”. Al final vino Julio (Falcioni), salimos campeones, me consagré, fui a la Selección. Después volví y otra vez salí campeones. Entonces, Banfield es una parte importante de mi vida la cual yo no hubiese elegido. Fue otra oportunidad de comprobar que el sacrificio paga. Uno, para hacer cosas que le gustan, en el camino debe hacer otras que no le gustan. Nada es fácil en la vida. Y eso ya lo aprendí.