Cuenta la historia que una tarde de 1986 León Najnudel, el creador de la Liga Nacional que en ese momento era el DT de Sport Club de Cañada Gómez, salió del gimnasio donde se estaba entrenando la primera división y se puso a ver un picado de chicos en el playón externo con piso de baldosa y tablero de madera. Y un pibe, algo excedido de peso, le llamó la atención. “Me llamó con una cara de malo (se ríe), pensé que me iba a morder… Me preguntó el nombre, si jugaba en el club y me pidió que me levantara la remera. Cuando lo hice, me dijo que estaba gordo, que debía adelgazar. Y luego me invitó a entrenar desde el día siguiente, con ellos. Fue algo muy loco”. Pasaron 38 años pero Hugo Sconochini recuerda con nitidez aquella anécdota que protagonizó con una de las personas más importantes en la historia del básquet argentino. Así empezó una impecable trayectoria que lo llevó a ser nada menos que una figura en Europa y el capitán del seleccionado argentino campeón olímpico en Atenas.
Justamente a 20 años de aquel hito, el cañadense de 53 años conversa extensamente con Infobae sobre su carrera y, especialmente, ante la cercanía del emocionante evento que el 2 de noviembre se vivirá en Parque Roca. Con entradas agotadas y muchas sorpresas, que incluirán la presencia de glorias que hicieron grande al básquet nacional, aquella camada inolvidable se juntará para encontrarse en persona y recordar la mayor hazaña del deporte argentino, cuando la Selección venció a los NBA de Estados Unidos en una semifinal olímpica y luego a Italia para lograr un oro casi que milagroso para lo que significa Argentina en el contexto del básquet internacional.
La historia de Sconochini es muy particular y, de alguna forma, generó un quiebre en el básquet nacional. Tenía apenas 17 años cuando a oídos de Gaetano Gebbia, un mítico entrenador del Reggio Calabria, llegó el dato de que en Sport había al menos dos jugadores con alto potencial. El coach, acompañado por el general manager, llegó hasta lo profundo de Santa Fe para presenciar prácticas y partidos de aquella academia de básquet que tenía Sport. Así se llevó a él y al pivote Jorge Rifatti. Poco tiempo antes el Baskonia de España se había llevado a Marcelo Nicola, otra de las joyas del básquet argentino. Fue una época clave, la que abrió la exportación de talento nacional al Viejo Continente, gracias a la Ley Bosman.
No fue fácil, “los primeros tres meses llorábamos los dos abrazados”, pero de a poco Hugo se adaptó y a los pocos años ya lo apodaban el Jordan de las Pampas. Fue figura de Europa, especialmente desde que saltó al Milano en 1993, aunque le costó llegar a la Selección. El DT de aquel entonces, Guillermo Vecchio, lo llamó para el Panamericano U22 de Rosario -que Argentina ganó- pero luego no lo convocó más para la Mayor, generando la mayor polémica a mediados de los 90, porque no había dudas que Sconochini, un escolta-alero todoterreno de 1m95, era el mejor jugador argentino del momento.
Pero, con el cambio de entrenador y la llegada de Julio Lamas, justamente el DT que lo había conocido siendo parte de aquel cuerpo técnico de Najnudel, todo cambió. Lamas lo citó para el Sudamericano de 1997 y luego le dio un papel preponderante, primero en el Mundial 1998 y luego en el comienzo del recambio generacional, en aquel Preolímpico de 1999 que tuvo a Manu, Oberto, Scola, Nocioni, entre otros. La génesis de la Generación Dorada. Nada menos que una camada que tocaría el cielo con las manos en Atenas, previo dolor en el Mundial 2002, cuando perdió increíblemente el título en una escandalosa final ante Yugoslavia.
“Yo creo que todos tenemos un destino marcado… A mí me tocó vivir uno distinto al de otros, con momentos hermosos y obstáculos. Para mí, cuando era figura en Europa, era difícil de entender por qué no estaba en la Selección. Yo me perdí los Olímpicos del 96, esos eran mis Juegos. Y todavía no sé por qué. Pero bueno, un día esa puerta se abrió y estaré siempre agradecido. De por vida. En 1997 y 2004 viví los mejores momentos de mi carrera con aquel equipo. Un camino fantástico que tuvo ese broche de oro en Atenas”, relata.
-No tantos saben que llegaste lesionado a los Juegos, que hiciste un gran esfuerzo… ¿Cómo fue ese proceso?
-La gente generalmente ve la puntita de un iceberg que está hundido debajo del agua. A veces detrás de la gloria, del suceso, hay renuncia, sufrimiento, dolor, pérdida. Y en Atenas pasó eso. Fue una prueba muy grande para mí. En el torneo Diamond Ball de Belgrado me lesioné el hombro derecho y recuerdo que hasta le dije a Rubén (Magnano) que quería renunciar. Él me dijo que ni loco, que así estaba bien. No fue la primera vez. También renuncié luego del Mundial de Indianápolis, ahí me convencieron mis compañeros… Me dijeron que no era el momento, que tenía que aguantar hasta Atenas. Nunca lo voy a olvidar. No me alcanzan las palabras para describir la profundidad humana de aquel grupo de personas.
-De hecho, una de las jugadas icónicas argentinas de los Juegos Olímpicos, aquel pase de lujo a Montecchia, tuvo que ver con esa lesión, ¿no?
-Sí (se ríe), es verdad. Me dolía tanto el brazo derecho que me costaba hasta picar la pelota. Y cuando sale ese contraataque contra Estados Unidos, yo la pico con derecha y enseguida me la paso a la izquierda, por el dolor. Ahí, cuando le voy a dar la pelota a Herrmann que estaba en el costado izquierdo, veo que (Richard) Jefferson me cierra esa opción. Es cuando veo al Puma que aparece por derecha, pero yo tenía la pelota en la mano izquierda, entonces intuitivamente tiré la faja. La definición de Montecchia, sin picarla, casi con un pase de ballet, terminó de hacer hermosa esa conversión tan trascendente.
-¿Y qué reflexión te merece haber sido el capitán de semejante equipo que quedó en la historia del básquet mundial?
-Cuando Rubén me dio la noticia me generó mucho orgullo. Básicamente porque la persona que me elegía tenía una enorme consideración mía como jugador y sobre todo como persona y líder de grupo. Mi trayectoria hablaba por sí misma en ese momento y yo siento que tenía una gran relación con todos. Seguramente también ayudó la experiencia, que yo fuera un poco más grande que el resto. De cualquier forma, ese equipo no necesitaba un capitán, no necesitaba que nadie lo guiara, porque todos sabían cómo comportarse dentro y fuera del campo. Eso no quita que haya sido un orgullo enorme. Especialmente que los chicos me hayan aceptado. Ya ser capitán de la selección de tu país es algo muy especial, pero imagínate de ese equipo. Es algo inmenso.
-Lo extraño fue que, justamente siendo capitán y luego de ganar el oro olímpico, renunciaste al seleccionado y no jugaste más. Tenías “apenas” 33 años.
-Sí, pero ya no tenía más ganas, mi cuerpo no me permitía estar en la misma habitación que ellos. Sentí que debía renunciar en el momento justo y dejar que otros chicos que venían de atrás, pisando fuerte, tomaran mi lugar. Yo tuve mi tiempo, la Selección me dio muchísimo, yo di todo, fue un orgullo. Pero ya estaba, no daba para más.
-Pero tal vez otro se quedaba luego de ser capitán campeón olímpico. ¿Fue una decisión fácil o muy difícil?
-En un punto fue fácil, porque escuché mi cuerpo, ya estaba... No quería más. Por eso, además, en 2005 dejé de jugar, estando en Roma. Mi mente, además, tampoco quería más, estar siempre bajo la lupa, que todos te miren, te exijan… Ya no podía responder.
-Uno se cansa de eso tanto como de los dolores, ¿no?
-Y sí, en el alto rendimiento ganar es liberarse, por dos o tres días no te joden más. Así vive un profesional del deporte y hoy, peor. Es normal, hay poca empatía, porque a la gente le gustaría estar en tu lugar y proyecta, exige…
-Lo loco fue que, cuando dejaste, te dedicaste al padel, full time, a jugarlo y luego a enseñarlo
-Sí, reemplazó completamente mi pasión por el básquet. Arranqué en 2012, cuando me retiré definitivamente (NdeR: tuvo regreso en categorías menores de Italia). Gustavo Spector, un argentino que tenía una escuela de tenis, me vino a buscar para dar preparación física y así arranqué. Pero luego en otro lugar de entrenamiento hubo un muerto y yo no quise seguir, no tenía el título habilitante. Pero él, después, inauguró canchas de padel y volvió a convocarme. Quiso enseñarme y yo al principio me negué, porque no me atraía nada de ese deporte. Pero, cuando empezó, me encantó. Nunca había tenido una paleta en la mano y de repente terminé jugando algunos torneos y luego tomando tres cursos de maestro nacional. De repente se volvió mi trabajo y mi pasión. Hoy trabajo de eso durante ocho horas por día. Increíble las vueltas de la vida…
-¿Y jugaste con tus compañeros olímpicos cuando te encontraste?
-Sí, algo con Fabri para la película que hicimos, con el Chapu también. Sé que el Colo (Wolkowyski) juega, Gaby (Fernández), también. Pepe y Manu, también. Ojo que no terminemos haciendo un desafío en los días de vacaciones que luego del partido nos vamos a tomar todos juntos.
-Bueno, vamos a eso, ¿cómo te tiene emocionalmente el reencuentro?
-Ansioso. Por volver a juntarme, abrazarme y estar vestido de una misma manera, en una cancha, otra vez. Ansioso porque los recuerdos vuelvan a nosotros y los tengamos a flor de piel. No veo la hora.
-¿Cuándo y con quién venís al país?
-El 24 de este mes con mis hijos Oliver (23 años) y Matilde (21). También eso es muy especial porque la última vez que estuvieron en Argentina eran muy chicos. Mi familia, la última vez que los vio, eran chiquitos y ahora están gigantes. Esto también va a ser muy emocional, porque hay gente que ya no está… Será un hermoso reencuentro en Cañada de Gómez. Del 25 a 1° de noviembre estaré ahí, luego vamos al evento en Buenos Aires, se van mis hijos al otro día y luego con los chicos de viaje.
-¿Y basquetbolísticamente cómo estás? Porque contaste que habías dejado de jugar, que ya no te interesaba más…
-Sí, volví al básquet hace dos meses. Me estoy entrenando los jueves y sábados, con un grupo de chicos que incluye a mi hijo. Y me volví a divertir, la verdad. Me costó mucho al principio, pero le agarré la mano otra vez. De hecho, cuando pasa cada sábado, no veo la hora de volver a tirar. Y aprovecho esos días hasta el jueves para pasarle la lengua a las heridas (se ríe).
-¿Y cómo imaginás el reencuentro y el evento en sí?
-Hermoso. Hay mucha expectativa y ansiedad en el grupo, por lo que será, cómo vamos a hacerlo. Y, claro, no estamos entrenando, porque no es lo mismo jugar contra un equipo de jugadores retirados que otro con rivales en actividad. Algún miedo teníamos, para que el partido no termine en una batalla campal (se ríe), conociendo a los compañeritos que tengo.
-Pero ustedes, en mayor o menor medida, se mantienen muy bien, tal vez algo que no sea casualidad, tipos que lograron lo que lograron por esto que llevan dentro y que se extiende a mantenerse hoy muy en forma
-Estoy completamente de acuerdo. No es casualidad. Hay una memoria física, muscular, y un deseo, que nace de una mentalidad, una forma de aprovecharse del deporte. Está claro que lo de afuera no siempre refleja lo de adentro, como estamos de nuestras caderas, de la columna, de las rodillas, pero el deseo está y la voluntad de mantenerse lo mejor posible.
-¿Y cómo viene hoy el chat del equipo? Muy activo imagino, ¿y cómo son los roles sociales de este grupo, más allá de los pergaminos de cada uno?
-Casi siempre todo opinan, participamos todos, con los mismos chistes de siempre, pero ahora está claro que está más activo, hablando mucho de esto que se nos viene. Y en cuanto a los roles somos todos los mismos de siempre. No hay Ginobilis o Scolas, no hay campeones NBA ni nada que tenga que ver con títulos. Están Manu, Luis y los de siempre, amigos, hermanos de camiseta como siempre decimos.
-¿Y qué es lo que buscan que ocurra este sábado 2 de noviembre en el Parque Roca?
-Primero que las personas que vayan a la cancha vean un equipo que nunca más se juntó luego de la medalla olímpica, un grupo de personas que puso a la Argentina en el mapa del básquet mundial, algo que será muy difícil que se repita. Y nosotros lo que queremos es vernos, juntarnos, jugar juntos. Yo, por ejemplo, quiero abrazar a mis compañeros, sorprenderme y emocionarme con ellos. Algo que siempre me ha costado un huevo. No veo la hora de largar una lagrima, de llorar, de abrazar a cada uno y decirle que lo quiero mucho, decirle gracias por lo que cada uno me hizo vivir. Nos gustaría hacer algo humano, volver humano a un equipo que fue un equipo humano. Vamos a celebrar a este equipo que realmente fue muy especial.