Hugo Acuña todavía recuerda sus tardes en la plaza, donde se reunía con amigos para divertirse con los juegos improvisados que pudieran surgir de los chicos más creativos del grupo. En su memoria hay una mezcla de sensaciones, porque también está muy presente el domingo en el que cambio su vida para siempre. “Tenía 11 años y perdí mi ojo izquierdo por un palazo que me dieron jugando al hockey”, recordó en diálogo con Infobae, desde Rosario. A pesar de la presencia de algunos mayores, a nadie se le ocurrió trasladarlo a un centro médico para que le hicieran los estudios pertinentes. Y con el tiempo, las consecuencias fueron irreversibles. “Lo dejé pasar durante muchos años y me acostumbré a ver con un solo ojo; pero por ese golpe también se me desprendió la retina del ojo derecho”, explicó con cierta amargura.
Casi una década más tarde, a la edad de 20, decidió afrontar una intervención quirúrgica con la promesa de recuperar el 50% de su visión. Pero el resultado adverso dejó una decepción irreversible para el ultramaratonista rosarino. “Me dejaron peor de lo que estaba”, aseguró con dolor. A partir de ese momento, quedé ciego. Como no veo nada, me quisieron volver a operar; pero ya pasó mucho tiempo y me acostumbré a vivir así. Hoy me sé manejar solo por todos lados, y decidí no tratarme más. No quiero volver a pasar por una cirugía para tener falsas esperanzas”, reveló con una clara muestra de desilusión.
El desprendimiento de retina fue completo. Hugo debió luchar contra las adversidades para terminar la primaria. “Y para hacer la secundaria, un amigo me enseñó lo básico de computación. Gracias a él me pude recibir. Después hice cursos para ser masajista y trato de seguir aprendiendo día a día”, subrayó. Como si se tratara de las aventuras que habitualmente afronta en extensas distancias, Acuña jamás se detiene. A pesar de las circunstancias, su fortaleza mental le permite llegar a las metas que se propone. “Una discapacidad no es excusa para quedarse encerrado, esperando a que lo sirvan. Uno siempre intenta seguir formándose para ser cada vez más independiente. Hoy, tengo la mala suerte de estar sin trabajo; porque mucha gente cree que un ciego no puede hacer masajes. Igualmente, no pierdo la esperanza de conseguir un laburo como masajista”, analizó.
Para intentar escapar de una profunda depresión que amenazaba con despojarlo de todos sus sueños, incursionó en el deporte a través del fútbol. Fueron años en los que debía comprender la dinámica de jugar escuchando indicaciones permanentemente para afrontar sus nuevos compromisos. Sin embargo, de la noche a la mañana se disolvió el equipo y afrontó un nuevo desafío cuando aceptó la propuesta de un compañero: “¿Querés venir a correr?”
Sin estar al tanto de los esfuerzos que exigen las maratones, comenzó con 8 kilómetros. “Después de esa experiencia, decidí dedicarme ciento por ciento a correr”, aseguró. Su entusiasmo por el running fue creciendo prueba a prueba. “Además, no me golpeaba con otros rivales como en el fútbol”, aclaró con una cuota de humor. De las distancias cortas se atrevió a probar en las de 21k, como escala previa a las maratones de 42k. “El año pasado me invitaron a los 50 kilómetros de Formosa. Fue la primera vez de una prueba tan extensa, pero como me fue bien, me animé a las 24 horas de San Pedro”, detalló. Su aventura por la tierra de las ensaimadas representó una inyección anímica para el futuro. “Fue algo distinto a lo que venía haciendo. Se vive un ambiente de solidaridad constante, porque ahí son hasta los propios jueces los que te incentivan para que sigas corriendo”.
El rosarino sostuvo que “la mentalidad positiva” es su principal herramienta para cumplir con las metas que se fija. “Nunca hay que bajar la guardia, ni dar el brazo a torcer”, afirmó como si fuera su lema de cabecera. “Jamás se me cruzaría tirar la toalla. En cada competencia, pienso en el esfuerzo que me llevó cada entrenamiento y el sacrificio que van haciendo mis guías. Son muchas horas de preparación, como para abandonar”, reflexionó.
Tras haber dejado su huella en San Pedro, Termas de Río Hondo, Tucumán, Formosa y Corrientes, el rosarino sueña con cruzar las fronteras para participar de la competencia más difícil del mundo: el Spartathlón, considerado el ultramaratón de carretera más importante del planeta, ya que clasifican los 370 mejores corredores del circuito internacional y el promedio de finalización es menor al 50%. Se trata de un recorrido de 246 kilómetros que une las ciudades de Atenas con Esparta en Grecia. En caso de concretar su anhelo más deseado, Hugo se transformaría en el primer atleta ciego en afrontar el desafío. “Es mi máximo sueño. Me estoy preparando, porque se requiere de mucha resistencia. Todos los días pienso en llevar la bandera argentina a ese lugar tan emblemático”, concluyó. Para poder participar, Hugo Acuña recibió el apoyo de Club Kickoff, un emprendimiento que se dedica a la recaudación de la ayuda solidaria para que los deportistas puedan disputar las competencias que se propongan. En una primera instancia, la idea es conseguir los elementos propios de la disciplina como calzado, indumentaria y complejos vitamínicos. Una vez alcanzada la primera misión, las energías se focalizarán en el viaje al templo olímpico.