Fue un miércoles que el fútbol transformó en domingo. Era el 20 de octubre de 1976. Fecha entre semana, que sería fecha para todos los tiempos. Argentinos Juniors recibía a Talleres de Córdoba -casualmente igual que este domingo- por una nueva jornada del Nacional. La gente llenó el estadio. El rumor creció sin redes sociales, en el boca a boca: el pibe Maradona podía debutar en Primera. Y allí fueron a colmar la vieja cancha de los Bichitos que, con justicia, ahora lleva su nombre. La estruendosa presentación de un chico de 15 años, que, con el trazo indeleble de esa zurda, partió en dos la era contemporánea del fútbol argentino.
“Siempre digo que, futbolísticamente, ese día toqué el cielo con las manos”. Son las palabras de Diego en su autobiografía. Síntesis de lo que pasó por su alma aquel día. Más allá de todas las alegrías que vivió dentro de la cancha en su maravillosa carrera, siempre le quedó el recuerdo de esa tarde en La Paternal, donde los sueños de Fiorito, se hicieron realidad.
En las páginas de ese libro, relató con precisión las horas previas al gran momento: “Yo me venía entrenando con la primera en la cancha de Comunicaciones. En la práctica del martes se me acercó el técnico, que era Juan Carlos Montes y me dijo: ‘Mire que mañana va a ir al banco en primera’. A mi no me salían las palabras y le respondí: ‘¿¡Qué!? ¿¡Cómo?!’. Él me contestó: ‘Si, va a ir al banco. Y prepárese bien porque va a entrar’. Entonces me fui corriendo, con el corazón en la boca, para contárselo a mis viejos. Justo ese día, Argentinos me había empezado a alquilar un departamento en Villa del Parque, en la calle Argerich, pero todavía teníamos cosas en Fiorito. Podría haber debutado antes, pero en el mes de septiembre, en un partido de tercera contra Velez, el árbitro había sido un desastre y cuando terminó le dije: ‘Usted es un fenómeno. Tendría que dirigir partidos internacionales’. Me dieron cinco fechas por la cabeza…”
Los Bichitos eran una de las sensaciones de ese atípico torneo Nacional con formato irregular. Tenía dos zonas de 8 equipos y las dos restantes de 9 cada una. El cuadro de La Paternal se ubicaba segundo en la sección D, apenas un punto por detrás de Newell´s. Iba a enfrentar a un Talleres que no había comenzado bien, pero que estaba en plena racha de tres triunfos consecutivos. Y que serían cinco más, luego de esa tarde, para consolidarse como la revelación del certamen, alcanzando las semifinales.
Eran tiempos de un fútbol profesional, pero todavía con cierta bohemia, con situaciones que ahora parecen inverosímiles, como el hecho de la no concentración la noche anterior al partido, como lo recordaba el propio Diego: “Esa mañana hacía un calor bárbaro. Me puse la camisa blanca y el pantalón de corderoy turquesa, con la botamanga ancha. ¡Era el único que tenía! Cuando salí, mi vieja me acompañó hasta la puerta y me dijo: ‘Voy a rezar por vos, hijo’. Encima, mi viejo, pidió permiso para irse antes del trabajo y poder verme. Recuerdo que antes de salir a la cancha, me avisaron que había llegado a tiempo. Nos juntamos con los muchachos al mediodía para comer en un boliche de Jonte y Boyacá. El clásico bife con puré, con la charla técnica de Montes como postre, todo ahí. Después cruzamos y nos fuimos caminando a la cancha, entre la gente. ¡No nos conocía nadie!”.
El primer tiempo tuvo un claro predominio de Talleres, que pareció más armónico y tuvo varias chances, hasta que el Hacha Luis Ludueña, convirtió a los 33 minutos. En su libro “Memorias de un periodista deportivo”, Héctor Vega Onesime detalló como fue que él, junto a varios compañeros de la revista El Gráfico, concurrieron esa tarde a La Paternal: “El enunciado de los equipos no estimulaba especialmente, pero dos focos motorizaban nuestra expectativa. Por un lado, la simpatía que nos generaba el club cordobés, al que considerábamos la bandera de la integración nacional del fútbol. Asimismo, se mencionaba la posibilidad de ver en Primera División a Diego Maradona, un adolescente a punto de convertirse en una explosión luminosa del fútbol argentino. Y en esta ocasión, la amenaza” se consumó”.
Diego esperaba su oportunidad en el diminuto espacio destinado a los suplentes: “Los cordobeses nos estaban dando un toque bárbaro. Antes del final del primer tiempo, Montes, que estaba en la otra punta del banco, giró la cabeza hacia mí y me clavó la mirada, como preguntándome: ‘¿Se anima?’ Yo se la mantuve y esa, creo, fue mi respuesta”. Llegó el pitazo del árbitro Roberto Maino señalando el final de los 45 minutos iniciales. En el primaveral aire de La Paternal, se empezaba a respirar el perfume de la historia. Todos estaban esperando que ocurriera lo que habían ido a ver.
En el devenir de la profesión, uno tuvo el gusto de entrevistar a Juan Carlos Montes, quien nos dejó en 2020. Tenía muchas anécdotas e historias de una vida dedicada al fútbol. Sin dudas, haber sido quien hizo debutar en primera a Maradona, era siempre una de sus preferidas y así la relató: “Apenas llegamos al vestuario ya tenía decido su ingreso. Antes de ingresar le dije: ‘Lo primero que quiero es que agarres la pelota y le tires un caño al que te salga a marcar’. Por supuesto que fue lo que hizo, sin dudar un segundo, cuando Cabrera lo quiso anticipar y fue maravilloso. Yo siempre pensé que eso, en un punto, era lógico, porque todo chico tiene esa irresponsabilidad propia de la edad, que luego se va perdiendo. Diego, además, era atrevido por naturaleza. Su caso es único por varias situaciones, y una de ellas fue que, a diferencia de los que debutan muy jóvenes en primera, no le costó absolutamente nada la adaptación y enseguida era uno más. Desde la primera vez que lo vi, me di cuenta que era distinto al resto, pero jamás pensé que podía llegar a ser lo que fue: un caso excepcional en todo sentido”.
La mitología que rodea al fútbol se fue poblando de leyendas. Muchas inexactas o deformadas por el paso del tiempo. El famoso caño de Maradona a Cabrera, la tarde del debut, es una de ellas, pero ratificada por los protagonistas. Diego también la evocó del mismo modo: “En el borde de la cancha, Montes me dijo: ‘Vaya Diego, juegue como usted sabe… y si puede, tire un caño’. Le hice caso: recibí la pelota de espaldas a mi marcador, que era Juan Domingo Patricio Cabrera, le amagué y le tiré la pelota entre las piernas. Pasó limpita y enseguida escuché el Oleeee… de la gente como una bienvenida”.
Como una antesala de todo lo que vendría en sus 20 años posteriores dentro de un campo de juego, la historia de ese partido comenzó a cambiar con su aparición. Los medios lo reflejaron, como en el caso de Crónica: “Recién en la segunda parte y merced al ingreso de Maradona, apareció Argentinos, pero tímidamente. Limitado a lo que pueda crear el pibe, semilla pródiga de La Paternal. En uno de los embates locales, y luego de una serie de lujos del purrete Maradona, López envió un centro y Luis Galván, en su apuro por despejar, casi la mete adentro. Sobre la hora, Maradona apareció por última vez, metiendo un pelotazo justo para López, que se demoró en el pique y no llegó por centímetros”. En la misma sintonía fue Diario Popular: “El pibe Maradona se comió la cancha. El mocoso, que se atrevió a mojarles la oreja se llama Diego Maradona. Se inició en la prenovena de Argentinos Juniors y salió campeón con los renombrados Cebollitas”. La revista El Gráfico era la referencia, la palabra más autorizada. El citado Vega Onesime tuvo a su cargo la cobertura y lo calificó con 7 puntos. “Argentinos quedó sepultado en su incapacidad ofensiva. Ni siquiera la inclusión del sorprendente, habilidoso e inteligente ex Cebollita Maradona, alcanzó para resolver el problema”.
Maradona deslumbró a todos, pero no alcanzó para cambiar la chapa que perpetuó la victoria de Talleres por 1-0. Otro mito de aquella tarde es la cantidad de gente que asistió. Si todos los que dicen haber concurrido lo hicieron de verdad, la capacidad de la cancha de Argentinos Juniors debía ser de más de 100.000 espectadores, como lo evocó Diego: “No estuvieron todos los que dicen haber estado, pero las tribunas estaban hasta la manija, no se veía ni un pedacito de tablón. Lo que más me llamó la atención fue la falta de espacios. La cancha me parecía chiquita al lado de las de inferiores. Y los golpes, grandes. Entre los chicos me había acostumbrado a que me pegaran, pero acá aprendí rapidito que tenía que saltar justo: lo gambeteás al tipo, saltás la patada, y seguís con la pelota”.
La actuación había sido tan buena, que Montes no dudó en darle la titularidad para el partido siguiente. Así nos los recordó en una cálida charla: “Dio la casualidad que a los cuatro días fuimos a Rosario a jugar contra Newell´s, donde yo había dirigido hasta principios de esa temporada y fui campeón en 1974. El debut de un chico de 15 años en Primera División, era la noticia más importante de ese momento en el fútbol argentino. En cuanto me instalé en la habitación del hotel, sonó el teléfono. Era el Gringo Berta, uno de los dos volantes de marca que tenía Newell´s junto al Tolo Gallego que me dijo: ‘Así que el pibe va a jugar de titular. Avisale que la primera pelota que toque va al alambrado’ (risas). A lo que le respondí: ‘No hay problemas, quédate tranquilo. Lo único, no vayas a quedar pagando vos, eh’ (risas).
Argentinos perdió 4-2 esa tarde en el Parque Independencia y una semana más tarde, cayó 3-0 frente a Ferro en Caballito, donde Diego usó por primera vez la camiseta número 10 en un partido oficial. Las tres derrotas consecutivas le pusieron fin al ciclo de Juan Carlos Montes como entrenador del equipo. Su reemplazante, Jorge Enrico, mandó a Maradona nuevamente al banco ante Huracán de Comodoro Rivadavia y San Lorenzo de Mar del Plata. Allí fue donde ingresó en el segundo tiempo, tuvo una actuación extraordinaria, marcando sus primeros goles oficiales.
Juan Carlos Montes guardaba un recuerdo entrañable de Maradona, más allá del hecho que la profesión los había separado prontamente. Con emoción, rememoró un encuentro: “Nos vimos poco con Diego, pero se mantuvo la relación, ya que me llamaba por teléfono cuando estaba en Argentina o me mandaba una tarjeta para las fiestas, siempre educado y agradecido. Solo una vez fuimos a cenar juntos y pude percibir lo difícil que era ser Maradona. Yo dirigía a Tigre y nos concentrábamos en el mismo hotel que Argentinos Juniors. Allí se produjo su invitación y me di cuenta la locura que se generaba a su alrededor. Hablamos de 1980, cuando apenas tenía 20 años y ya no podía salir a la calle ni ir a comer tranquilo a ningún lado”.
Aquel era un Maradona puro, diáfano, al natural. Que vibraba con las cosas simples, como cualquier chico de 15 años. Y fue en octubre. Su mes. Porque no solo fue el debut en primera, sino el de su nacimiento (1960), de la presentación oficial en Sevilla (1992), del regreso al fútbol argentino con la camiseta de Newell´s (1993), del inicio de su carrera como entrenador en Mandiyú (1994), de la vuelta a Boca con el mechón amarillo (1995), de la última función, con triunfo superclásico ante River en el Monumental (1997) y del gol agónico de Martín Palermo a Perú, que festejó como un pibe en el agua (2009). Es que en Diego siempre habitó un cachito de ese nene Fiorito. Si un día a alguien, en estos tiempos de cambios acelerados, se le ocurre modificarle el nombre a los meses, ya sabemos cómo podremos rebautizar a octubre. Por lo menos en esta parte del mundo que ama la pelota. Y que lo hizo mucho más, desde aquella templada tarde primaveral del ‘76 en La Paternal.