Riquelme es jugadorista. Lo era cuando se ponía botines y ahora en su nueva función de dirigente. Siempre ha relativizado el rol del entrenador. A menos que fuera Bianchi. El recuerda que lo impresionaba cómo todos hacían silencio cuando hablaba Carlos. Esa atención única era el resultado del respeto supremo. Pero considera que no hay otro igual: ni Gallardo es como él para Román. Con esa idea incorporada, en sus primeros años prefirió poner más dinero en cualquier refuerzo que en un DT. A veces eligió por cercanía al club o por tenerlo en su círculo de confianza. Hasta ahora, que debe pagar una cláusula de salida alta. Puede haber un cambio de pensamiento de Riquelme. “Sólo los imbéciles no cambian de opinión”, repetía el Virrey. O quizá sea una reacción. Por primera vez, durante estas semanas las esquirlas de la derrota con River, la eliminación de la Copa Sudamericana y otros enojos de gestión rozaron el póster. De una forma u otra, Fernando Gago es la mejor decisión de Riquelme cuando el murmullo subió al palco... Como el slogan Boca contra Todos perdió épica y pareció nacer un Boca que se quejaba de Boca, se debía cambiar el modelo. Y lo hizo. Podrá ser campeón de América o terminar peleado para siempre con Gago, pero contrata a alguien que garantiza independencia de pensamiento, con una línea de juego que gusta, un muchacho de 38 años al que la gente de Boca le tiene cariño por haber nacido en el club. Uno que fue estrella cuando a los 20 años se fue al Real Madrid y jugó con Messi la final del Mundial. Es una jugada que hasta libera positivamente a Riquelme. Ahora puede ir a tomar mates con los técnicos de Inferiores, que Gago se lleva las miradas de todos.
Rápidamente se puede contraponer la carrera de Miguel Ángel Russo. Es el último campeón de América con Boca, en 2007. Tan real como que debía relanzarse en el fútbol argentino cuando Riquelme lo convocó. Fue una gran elección para el momento: Miguel le dio paz a un club convulsionado. Ganó un título valioso porque en esos últimos 7 partidos se lo arrebató al River de Gallardo. Aun así hubo fisuras internas, nombres en los que no se ponían de acuerdo. Se enteró que dejaba el cargo por televisión.
Battaglia pareció la resultante de un cuentito sin final feliz: el chico que había vivido en la pensión del club, el jugador con más títulos, un día se convertía en el DT. Lamentablemente, no pudo construir poder ni ganando. Almendra creyó que era un brazo ejecutor del Consejo. Y cuando se rebeló, pagó. El Negro Ibarra no moría por ser entrenador, lo cuentan quienes lo conocían en Inferiores y lo ratifica que dejó de dirigir una vez que se fue. Tal vez por eso se percibió como un cuerpo colegiado ese tiempo en el que se limpió a Izquierdoz después de la discusión por los premios.
Almirón, elegido en un año político después del no de Tata Martino, debía reinsertarse después de su paso por Elche. Le había quedado lejos su gran Lanús. Al final, no le alcanzó ni haber llegado al último día en la Libertadores. Diego Martínez, por último, parecía el que Román siempre había querido. Tuvo un mes genial, cuando le ganó a River, Racing y San Lorenzo. El desencanto llegó rápido, apenas terminó abril. Hoy, en cambio, Gago desembarca en un lugar de estrella que no tenían Russo, Battaglia, Ibarra, Almirón ni Diego Martínez. Difícilmente le armen una reunión a las 3 de la mañana a la vuelta de un partido.
Pese a esos argumentos para ser seleccionable, Gago aún no es un consagrado como entrenador. Por supuesto. No fueron a buscar a un campeón como en los tiempos de Bianchi, el Bambino Veira, Bilardo, Menotti, el Coco Basile o el Maestro Tabárez. Hoy la vara está en otro escalón y ahí puede sacar ventaja alguien de la casa. Él sabe que está en formación y que le aparece rápido Boca. Es una apuesta con sentido, como otros entrenadores que han hecho historia sin un largo recorrido previo. Aun cuando sea alguien que siempre dividió las aguas. Tal vez se podría pensar que Guillermo Barros Schelotto tenía más consenso popular, aunque cierta desconfianza del pasado con Riquelme llevó a que ni siquiera lo llamara. A Gago se le reconoce un modo de jugar, que sus equipos son “iniciativos”, como decía el Mago Capria, el ex asesor de Racing que lo fue a buscar más por sus modos que por sus resultados en Aldosivi. Del otro lado de la trinchera aparecen también quienes, con una observación resultadista, aceptan que sus equipos han tenido movimientos pero recuerdan eliminaciones pesadas con rivales menores. Hay que ver qué valor se le da para el concepto final al penal errado por Galván. Todos saben que no es lo mismo dar la vuelta olímpica que irse a dormir temprano. Pero aunque salió campeón el Boca de Ibarra y tuvo sus méritos, el mejor equipo fue el Racing de Gago.
Deberá imponer rápido sus formas Gago, que van más allá de la balanza y el cumplimiento estricto de los horarios. O de las declaraciones, justo él que siempre habló de competir como Riquelme. Salvo Paolo Guerrero, y probablemente ahora los de Chivas, sus jugadores han sido muy elogiosos con su forma de trabajo. Se habla de prácticas que sorprenden porque escapan de una rutina repetida semana tras semana. De un 4-3-3 que es su módulo táctico preferido y que difícilmente desarme. Habrá que ver si podrá potenciar a este buen plantel hasta que llegue la ventana de refuerzos de otro relieve. Si Kevin Zenón puede ser el Matías Rojas que brilló en su Racing y fue transferido al fútbol brasileño. Si el Changuito Zeballos será el otro extremo que por fin tenga confianza real, con varios partidos seguidos. Si Anselmino se transforma en ese central con conducción para atraer como le gusta. Y si contará con Chiquito Romero y recuperará a Marcos Rojo, sus dos compañeros cuando llegaron a la final de Brasil 2014 con la Selección de Sabella. Tiene competencia rápida y sabe que en Boca el reloj siempre va más rápido. En fin, nadie sabe el final de la película. Pero Riquelme metió un buen cambio de frente. Dejó de mirarse la 10 en la espalda y cedió la pelota. Saber elegir, entender la importancia de delegar, es una virtud de los líderes de verdad.