Fue uno de los más rosarino de los no rosarinos. Había nacido en la provincia del Chaco, pero a fines de los ‘60 llegó con su familia a la ciudad que lo iba a adoptar como propio y arrancó en las inferiores de Central. Su pequeña figura se fue acrecentando gracias a goles, talento, calidad dentro del campo de juego y la devoción sin límites que le profesó el pueblo Canalla, alzándolo hasta la meca de sus más grandes ídolos
El Negro Omar Palma. Símbolo de una época hermosa del fútbol argentino, como lo fueron los años ‘80, llenos de contrastes y emociones, pasó a la inmortalidad a los 66 años. Se calzó la número 10 azul y amarilla, siendo contemporáneo nada menos que de otros colegas ilustres como Diego Maradona, Ricardo Bochini y Norberto Alonso. Aquella fue una década extraordinaria, con grandes futbolistas y equipos que han quedado en la memoria y que Omar transitó casi en su totalidad por el verde césped de las canchas argentinas, ya que recién emigró a México a mediados del ‘89.
Quedarán muchas imágenes de sus tiempos de jugador, con esa estampa que mezclaba clase y potrero, siempre con la pelota cortita, obediente, cerca del pie, con esas camisetas que parecían quedarle un talle más grande. Fue el símbolo del gran cuadro de Central que logró la hazaña de ser el único en consagrarse campeón en primera división proviniendo del ascenso.
Ese equipo quedó en el recuerdo, no sólo por esa marca, sino porque practicó un fútbol excelso, de la mano de Palma y el Pato Gasparini, y porque se quedó con un torneo apasionante y muy disputado, que recién se definió en la fecha final, y donde superó a un gran Independiente y a Newell’s, con todo lo que eso significa.
El inigualable Roberto Fontanarrosa puso su pluma a disposición del Negro, para dejar unas líneas que lo retrataban a la perfección: “Palma fue quien tomó la pelota para patear el penal que le daría a Central su cuarto campeonato, al empatar con Temperley 1 a 1. Había arrancado perdiendo 1 a 0 frente a los Celestes, que se jugaban el descenso, y se venía la noche, porque muy cerca de allí, segundo, acechaba Newell´s, el enemigo de toda la vida. Entonces, nadie mejor que Palma, el jugador insignia, para hacerse cargo del derechazo que posibilitaría una nueva estrella. Bajito, oscuro, con cara de pibe, de un trotecito algo saltarín que tal vez originó, junto con el aspecto de torso algo ancho y piernas flacas, su otro mote de ‘Tordo’”.
“Palma no transmitía desde su figura, la realidad de un jugador temperamental y duro –continuaba Roberto–. Hábil, lujoso, de gran pegada, enorme movilidad (que mantuvo hasta sus años de mayor veteranía, retirándose cerca de los cuarenta). Omar también era un jugador calentón, que no rehusaba para nada el encontronazo. Malo, podía poner la pierna alta si lo buscaban, y más de una vez se fue de la cancha por hablar con el referí o los contrarios. Sin embargo, la imagen que tengo de él es la de un caño de suela, que le metió a no se quién, pellizcando apenas la pelota con la punta del botín en plena carrera, para hacerlo pasar arando el piso, sobre el lateral que da a la calle Cordiviola”
A contramano de lo que suele suceder con los muy buenos jugadores, el debut en primera división se le hizo largo en el tiempo, porque llegó a los 21 años. Fue el 21 de octubre de 1979 en la Bombonera frente a Boca Juniors, por una nueva edición de los viejos nacionales. Ingresó a los 75 minutos en reemplazo del puntero derecho Rodolfo Rodríguez, en un cotejo que finalizó igualado en un tanto, y lo hizo debutar un entrenador con quien se identificó de inmediato y también es gloria inmaculada de los Canallas: Ángel Tulio Zof.
Le costó mucho afirmarse como titular, en un plantel de muy buenos valores. Al año siguiente ya iba a dar su primera vuelta olímpica, en el Nacional, al superar a Racing de Córdoba. Como un guiño del más allá, de esos que marcan a los predestinados, su primer gol oficial fue en la final de ida, donde Central casi se aseguró el título, venciendo por 5-1 en una noche de fiesta en Arroyito. En ese equipo descollaban jugadores como Edgardo Bauza, Daniel Carnevali, Víctor Marchetti, Félix Orte y Guillermo Trama.
Sin embargo, como una costumbre que han sufrido muchas veces los cuadros rosarinos, las figuras comenzaron a emigrar, haciendo complicado el recambio y, por ende, la posibilidad de mantener el nivel. Palma permaneció allí, en un par de temporada intrascendentes para Central y con la señal de alarma encendida en 1983, por una floja campaña que enflaquecía el promedio.
El infierno tan temido llegó en el ‘84, cuando no pudo levantar cabeza y se fue al descenso. El Negro fue parte del plantel, pero por una dura lesión (fractura de peroné), no pudo actuar en los últimos dos meses, en una ausencia clave y decisiva. El torneo de primera B del ‘85 pasó rápido para el mundo Canalla, porque el equipo, de la mano de Pedro Marchetta como DT, dio espectáculo, rompiendo con el mito que no se podía jugar bien en el ascenso. Palma fue una de las claves de un cuadro que logró volver a primera varias fechas antes que terminara el campeonato, quedando como segundo goleador de la plantilla, detrás de otro esmirriado de físico e inmenso de calidad como Raúl de la Cruz Chaparro.
El torneo 1986/87, como quedó resaltado en las palabras de Fontanarrosa, fue glorioso para la institución, que no solo obtuvo el título, por supuesto con Ángel Tulio Zof en el banco, sino que consagró al Negro como el máximo artillero con 20 tantos. A los 29 años, le había llegado el momento de emigrar. Carlos Timoteo Griguol asumió como entrenador de River Plate y fue el primer refuerzo que pidió. Palma se insertó en un plantel que venía de ganar todos los títulos posibles con el Bambino Veira y que no logró sintonizar la onda de la nueva conducción. A más de 35 años, cuando se ve el listado de jugadores, causa asombro comprobar que no pudo quedarse con ningún título: Nery Pumpido, Oscar Ruggeri, Héctor Enrique, Américo Gallego, Antonio Alzamendi y Claudio Caniggia, entre otros.
No era fácil ponerse la camiseta número 10, cuando aún estaban muy frescos los recuerdos del Beto Alonso, retirado a fines del ‘86. Eso quizás haya sido una carga extra en la mochila de Palma. Sin embargo, tuvo su momento de gloria, al marcar un gol muy festejado en un Superclásico que River perdía 2-0 en el Monumental y ganó 3-2 con su conquista. Fue más épico aún, porque Jorge Comas, el verdugo de los Millonarios, desvió un penal en la última jugada. En la temporada siguiente llegó César Menotti y para el Negro la historia se escribió de menor a mayor, hasta lograr consolidarse como titular, en un equipo con demasiados altibajos y plagado de grandes nombres. Al Flaco lo suplantó Reinaldo Merlo, quien le dio a Palma la libertad de ser el conductor de equipo.
Allí llegó la oferta del Veracruz, donde vivió otra gran etapa, en un equipo que quedó en la historia, el igual que el cuadrangular que la institución organizó junto a Botafogo, Pumas y Real Madrid. Frente a estos últimos, Palma hizo una maniobra superlativa, que también mereció el recuerdo de Fontanarrosa: “La vi por televisión y quedé asombrado. Arrancó en posición de cuatro de su propio equipo, un poco más atrás de donde comenzó Diego contra los ingleses, y se fue gambeteando españoles, dibujando una diagonal larga hacia la izquierda y terminó como 10, eludiendo al arquero para definir con el arco vacío. En una oportunidad le pregunté si conservaba alguna filmación de esa jugada y me dijo que no, pero hizo la salvedad, modesto, que los rivales estaban ahogados por el intenso calor de México”.
A mediados del ‘92, exactamente cinco años después de su partida, Central vivió el regreso del hijo pródigo. Lógicamente, era otro Palma, con menos velocidad, pero mayor sabiduría para recorrer el terreno. El 19 de diciembre del ‘95, se dio el gusto de dar una nueva vuelta olímpica, ya con 37 años, en la final de la Copa Conmebol ante Atlético Mineiro, con ribetes de hazaña, ya que habían perdido la ida por 4 a 0, ganaron en Arroyito por el mismo resultado y se quedaron con el título en los penales, donde el Negro convirtió el primero.
El cuento escribió su última página el domingo 7 de junio de 1998, cuando Omar ya había cumplido los 40. La despedida fue ante Gimnasia y Esgrima de Jujuy, en una derrota por 3-2, que es simplemente una anécdota. Atrás quedaban más de 60 goles oficiales y casi 400 partidos con esa camiseta fue su segunda piel. Hace unas horas partió hacia otro plano, dejando el legado de una magia inalterable y ese respeto eterno por la pelota, símbolo de Rosario Central. Y allá arriba, en un cielo azul y amarillo, donde esperaba Fontanarrosa, se dará el reencuentro, entre los dos Negros que tanta felicidad le dieron al pueblo Canalla.