El 25 de junio de 1978, la selección argentina dirigida por César Luis Menotti alcanzó la gloria al consagrarse campeona del mundo por primera vez, derrotando a Holanda 3 a 1 en la final disputada en el Estadio Monumental.
Con dos goles de Mario Kempes, el Matador, y uno de Daniel Bertoni, Argentina se impuso ante un desafiante equipo holandés que había alcanzado el empate transitorio con un cabezazo de Dick Nanninga. El 1 a 1 en los 90 minutos llevó la definición al alargue, donde finalmente la escuadra albiceleste logró imponerse.
Una vez lograda la primera estrella del escudo, una duda quedó resonando durante años en los pasillos de la Asociación del Fútbol Argentino: ¿dónde fue a parar el balón con el que se había jugado esa histórica final?
Aquella noche, mientras la euforia todavía reinaba en las calles, se celebró una cena de gala en el Plaza Hotel, presidida por el brasileño João Havelange, presidente de la FIFA, junto al presidente de la AFA, Julio Humberto Grondona.
También participaron los árbitros argentinos que habían oficiado en el torneo. Durante el evento, surgió la idea de solicitarle al colegiado italiano Sergio Gonella, quien había dirigido la final, que dejara en Argentina el balón del partido. Sin embargo, Gonella se negó rotundamente: “La pelota es del árbitro”, afirmó, sin dar oportunidad a sus interlocutores de insistir.
Así fue que el balón se fue de la Argentina en manos de Gonella. Años después, en una visita al Museo del Fútbol Uruguayo en el Estadio Centenario en Montevideo, dos íconos del fútbol argentino, el recordado relator José María Muñoz y el árbitro del partido inaugural del Mundial de 1978, Ángel Norberto Coerezza, se encontraron con una reliquia del fútbol sudamericano: el balón con el que Uruguay venció a Brasil en la final del Mundial de 1950, conservado como un tesoro.
Ese encuentro reavivó una vieja pregunta:
¿Por qué no está expuesto el balón de nuestra primera Copa del Mundo junto al trofeo en nuestro país?
El recuerdo del silbatazo final de Gonella en la victoria de Argentina aún resonaba. Al finalizar el encuentro, varios dirigentes le pidieron al árbitro que entregara el balón, pero él siempre esquivó la petición: “Cuando lleguemos al hotel”, respondía.
Una vez en el hotel, Coerezza insistió, pero Gonella se mantuvo firme en su postura: “La pelota es del árbitro”, dio como respuesta.
Una misión: recuperar el balón
Los años pasaron y la frustración por no haber logrado que el balón de aquella histórica final quedara en Argentina seguía presente.
Pero el destino ofreció una nueva oportunidad. En 1982, durante un amistoso entre Italia y Argentina en Florencia, Muñoz y Coerezza lograron entrevistarse con el presidente de la Federación Italiana de Fútbol, Artemio Franchi.
Aprovechando la ocasión, invitaron a Gonella a asistir al partido. Tras largas negociaciones, finalmente se consiguió un acuerdo: Gonella devolvería el balón a cambio de tres balones Tango -el modelo usado en la Copa del Mundo disputada en nuestro país- y un portafolio de cuero argentino.
Gracias a ese compromiso y al esfuerzo de estos embajadores del fútbol, el balón con el que Argentina se consagró campeona del mundo en 1978 regresó a estas tierras. Hoy, puede ser admirado en el Museo de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), junto a las copas del Mundial de 1978, 1986 y 2022.
Este logro, impulsado por la perseverancia de figuras como Coerezza y Muñoz, permitió que una pieza clave de la historia del fútbol argentino quedará en su lugar, celebrando así uno de los mayores hitos del deporte nacional.
Además, fue una muestra del compromiso y el amor por el fútbol que llevaron a estos personajes a recuperar un símbolo invaluable.
Los árbitros argentinos que participaron en el Mundial de 1978, como Ángel N. Coerezza, Luis Pestarino y Arturo Iturralde, no solo desempeñaron un papel crucial en aquel torneo, sino que también se convirtieron en guardianes de la memoria futbolística argentina, asegurando que, junto a la Copa, el balón de la final también forme parte de nuestra historia deportiva.