De un comienzo con dudas a ganar todo: a 40 años del inicio del ciclo del Bambino Veira en River Plate

Hace 4 décadas, el entrenador debutaba en el Monumental con una derrota frente a Vélez, por 1 a 0. Había asumido en medio de una situación crítica del elenco de Núñez, pero logró dar vuelta la historia y de su mano el Millonario pudo obtener la Copa Libertadores y la Intercontinental por primera vez

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River 0 - Vélez 1 (Metro 1984 - Debut De Veira)

Ese vestuario sabía de tiempos mejores. Mucha gloria había pasado por allí, no solo en los títulos de River, sino también, cuando la gloria máxima de Argentina en el Mundial ‘78 rebotó incesante y feliz por esas cuatro paredes, que ahora estaban en una calma casi desconocida, acorde con el sinuoso 1984 que atravesaba el equipo, con altos y bajos en forma constante. Se había ido Luis Cubilla de la dirección técnica y el sueño de ver a César Luis Menotti en su lugar se desvaneció. El elegido fue el Bambino Veira, con el aval de sus buenas campañas en aquel San Lorenzo explosivo post ascenso. En ese sitio había un pizarrón de un verde medio olvidado, tan habitual, por esos tiempos, en las aulas escolares como en los vestuarios de fútbol. Era septiembre del ‘84. El nuevo entrenador tomó una tiza blanca y dejó allí una sentencia que, quizás, sonaba muy pretenciosa para ese momento de dudas, pero que hablaba de convencimiento y terminaría siendo premonitoria: “Con serenidad, humildad y trabajo, este plantel puede quedar en la historia de River”.

Además de su eterno optimismo, el Bambino tenía motivos para sostener ese credo, porque se encontró con un muy buen grupo de futbolistas, donde se destacaban Enzo Francescoli, Norberto Alonso, Nery Pumpido, Roque Alfaro, Américo Gallego y el Vasco Olarticoechea, entre otros. El problema no eran los apellidos, sino la falta de confianza después de un comienzo de temporada sin regularidad y con jugadores que no eran ubicados en los lugares de la cancha donde más podían rendir.

30 de septiembre de 1984.
30 de septiembre de 1984. Primer partido de Veira como entrenador de River

El caso más emblemático fue el de Francescoli, a quien Luis Cubilla lo sacrificaba colocándolo como volante por derecha, en un ida y vuelta impropio para el Príncipe. Otra muestra era Héctor Enrique, que no tenía sitio definido y muchas veces actuaba como punta. Un simple enroque entre ambos, potenció sus condiciones y le dio un rédito infinito al equipo a partir de allí y en los años por venir.

El Bambino tenía muy claros sus pensamientos al desembarcar en Núñez: “Cuando llegué me fijé tres objetivos con un orden inalterable: sumar muchos puntos para salir de la zona del descenso, armar un plantel capaz de unirse en dos ideas básicas: interpretar una idea futbolística y convivir en amistad y ganar el campeonato local. Creo en la organización, en eso siempre fui un enfermo, porque un rival podía ganarme porque en la cancha era mejor, pero jamás por agarrarme desorganizado”.

Una de las primeras prácticas
Una de las primeras prácticas del Bambino en el estadio Monumental

Después del sub campeonato en el Nacional, detrás del implacable Ferro dirigido por Carlos Timoteo Griguol, el equipo tuvo un bajón, que repercutió en una serie de flojos resultados, con el punto más bajo en la goleada sufrida ante Unión en Santa Fe por 5-1 a comienzos de agosto. Allí se produjo la dimisión de Luis Cubilla, a las puertas de iniciar una gira por Europa. Uno de los integrantes del plantel era Roque Alfaro, que así evoco aquellas horas en diálogo con Infobae: “Estábamos en ese viaje por Italia y España, donde nos tocó enfrentar nada menos que al Nápoli en el debut de Diego Maradona. Allí nos enteramos que Héctor Veira iba a ser nuestro nuevo director técnico. Nos pusimos muy contentos, porque sabíamos que era una persona de fútbol y que nos iba a venir muy bien. Aquel era un grupo unido, que permanece hasta ahora, ya que todos los días nos saludamos para saber como le van las cosas a cada uno, Con esa base, el Bambino iba a arrancar bien, porque contaba con todo el apoyo necesario, como para poder sacar a River adelante en un momento medio complicado con el promedio”.

Con todos los logros que obtuvo ese grupo, parecen de fábula las menciones de Veira y Alfaro sobre el tema descenso, pero era un tema presente y que preocupaba, porque al irse Cubilla, River estaba de la mitad hacia abajo en esa fatídica tabla, como lógica consecuencia de un pésimo 1983, donde finalizó anteúltimo, más el andar irregular de la primera rueda del ‘84.

El Bambino en las tribunas,
El Bambino en las tribunas, observando a los que pronto serían sus dirigidos

Esa inquietud, se trasladaba al plantel, donde Veira debía trabajar tanto en lo deportivo como en los anímico, dos aspectos donde siempre se destacó como un especialista en el complejo mundo del fútbol. Roque Alfaro sostiene que su presencia fue ideal en ese momento crucial: “Fue muy importante para la levantada que tuvo ese grupo de jugadores, al igual que el Nano Areán, su ayudante de campo y el profesor Alfredo Weber, encargado de la preparación física. Él se manejó de maravillas con nosotros, estando siempre atento a cada una de las facetas, tratando que todos se sintieran importantes y el ejemplo fue el Beto Alonso, que era la máxima figura del club y fue suplente en la temporada 1985/86, sin jamás decir nada ni estar enojado, viendo que Francescoli y Morresi conformaban una dupla intratable”.

Había llegado el momento de levantar el telón. El domingo 30 de septiembre de 1984, el River del Bambino debía dar su primera función, con el estadio Monumental como escenario y Vélez como adversario, un equipo que tenía buenos jugadores y estaba encaramado en la pelea por la punta, junto a Estudiantes, Argentinos Juniors y Ferro Carril Oeste. El flamante DT no pudo contar con dos elementos claves como el Tolo Gallego (convaleciente de varicela) y Enzo Francescoli, cumpliendo una fecha de suspensión. Con la formación se dio un detalle curioso, ya que salió a la cancha sin delanteros: Pumpido; Saporiti, Borelli, Karabín, García: Héctor Enrique, Olarticoechea, Merlo, Alfaro, Alonso y Tapia.

Roque Alfaro muestra orgulloso la
Roque Alfaro muestra orgulloso la Copa Libertadores obtenida bajo la conducción técnica de Veira (Foto: Juan José García)

Tuvo varias situaciones favorables, pero la carencia de un hombre de área, definidor, con instinto goleador, le jugaron en contra, erigiendo al Mono Navarro Montoya como figura. Vélez esperaba y esa táctica le dio resultado, porque en un contragolpe, a los 20 del segundo tiempo, consiguió el único tanto de la tarde, por intermedio de un habitual verdugo del River de los ‘80: Jorge Comas. Salió en velocidad y al enfrentar a Pumpido, definió con calidad, con un toque de zurda por sobre su cabeza.

No fue el mejor arranque, pero enseguida comenzaron a llegar los resultados, al punto que de allí hasta el final del torneo disputó 14 partidos, con 7 triunfos, 4 empates y 3 derrotas, ninguna de ellas en el Monumental. Finalizó en el cuarto lugar y Enzo Francescoli fue el goleador del torneo, como preanuncio de los dorados tiempos por venir. El Nacional ‘85 fue la antesala de la gloria, como lo recordó Jorge Gordillo para Infobae: “Hicimos una linda pretemporada en Villa Gesell y en el Nacional llegamos hasta las instancias finales y después en el torneo largo, realizamos una campaña inolvidable, con la dupla brillante de Francescoli y Morresi, sumados a la Araña Amuchástegui, que era letal. Nos dimos el gusto de dar la vuelta olímpica en la Bombonera, siendo campeones varias fechas antes. Enzo fue transferido a Francia y todos nos preguntamos ¿Y ahora? (risas). El Bambino tuvo la capacidad de poder reinventar el equipo para la Copa Libertadores, aprovechando la calidad del Beto Alonso como lanzador y la potencia goleadora de Antonio Alzamendi”.

El River del Bambino Veira
El River del Bambino Veira que ganó todos los títulos

Todo lo bueno que se veía en el campo de juego estaba respaldado por un sólido grupo, que se había hermanado más allá del fútbol. Como ejemplo de esta situación, va un sentido recuerdo de Roque Alfaro: “Pasamos muchísimos momentos juntos, la mayoría fueron de alegría y los pocos tristes que hubo, siempre los sacamos adelante con la base de la unión, como una mañana en que llegamos a la práctica y nos enteramos que Nery Pumpido había tenido un accidente de auto con su familia en una ruta en su pueblo y lo derivaron a la capital de Santa Fe. Al saber la noticia, lo primero que hizo Veira fue decir: “¡Que vamos a entrenar! Nos subimos a los autos y partimos para allá a ver como está Nery. Eso fue lo que hicimos, dejando de lado toda obligación de trabajo para estar con quien más nos necesitaba en ese momento. Esa es la pauta de la relación que tuvo él con el plantel, que fue siempre excelente”.

Roque se permite una sonrisa al rememorar una anécdota, a modo de pintura del vínculo que había entre el plantel y el entrenador: “Casi nunca había discordia puertas adentro y las pocas veces que sucedió algo, se solucionó rápidamente. Como el día que el Bambino se enojó porque estábamos jugando al carnaval en la concentración y dijo: ‘Llegan a tirar una bombita más y me voy’. No fue una, fueron muchísimas, más algún baldazo también (risas). Cumplió con su palabra, ya que se levantó y se fue. Pero al otro día estuvo de regreso y siguió todo como siempre. La verdad es que pasamos una etapa muy agradable con la compañía de él, que era muy simple y práctico en los planteos de los partidos”.

Veira, sentado en el medio
Veira, sentado en el medio entre Mostaza Merlo y el Beto Alonso

El torneo 1985/86 lo ganó por 10 puntos de ventaja, reverdeciendo los viejos laureles de la institución, pasando el siempre exigente filtro futbolero de sus hinchas, como evocó el Bambino: “Cuando asumí, entre otras cosas, dije que iba a hacer levantar a la platea, para que despidiesen al equipo de pie. Muchas veces lo conseguimos y ese fue uno de los mayores logros”. Era el momento de saldar la deuda histórica y así lo hizo con la anhelada Copa Libertadores. Después fue por más y tocó el cielo del mundo, al levantar la Intercontinental en Japón, como lo evocó Gordillo: “También nos dimos el gusto de ser campeones del mundo ante el Steaua Bucarest, en un partido durísimo, pese a que, en la previa, muchos lo habían subestimado, pensando que River tendría un rival menor enfrente y nada que ver. Por algo era el ganador de la Champions y fue la base de la selección de Rumania que disputó lo mundiales siguientes. Eran muy bravos. Les dabas una patada y te dolía a vos (risas)”.

De aquella gloriosa jornada en Tokio, queda un recuerdo muy especial en la memoria de Roque Alfaro: “Fue la única vez que le falté el respeto al técnico. Yo siempre le decía Héctor o Veira, jamás por el apodo, pero ese día, cuando faltaba un minuto para terminar, vi que había un cambio: ingresaba el Gringo Sperandío y yo tenía que salir. Estaba enojado y lo encaré: “¿Cómo me vas a sacar ahora, Bambino, que lo más lindo es terminar dentro de la cancha?” Me abrazó, muy a su estilo: “Tranquilo Roquecito, es la cábala” (risas).

Pasaron 40 años de esas jornadas donde el Bambino llegó casi en silencio a River. No eran muchos los que creían en él para enderezar ese barco que estaba a la deriva, sin embargo, supo llevarlo desde las aguas turbulentas a las plácidas playas de la gloria, ganando todo lo que se le cruzó por delante. Una sentencia de Roque Alfaro, ratifica que aquella elección, fue la correcta: “Cuando llegó, River estaba necesitando alegría. Y el Bambino se la dio, con su chispa y su manera de ser tan particular. Fue, sin dudas, el entrenador ideal para ese plantel que quedó en la historia”.

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