Una bengala color naranja tirada desde afuera del estadio encendió la violencia. Un hecho mínimo, sólo para marcar presencia de la barra de Berazategui en el encuentro de visitante contra Claypole, dio lugar a la barbarie. Porque la barra del Tambero no se bancó ver esa acción de sus rivales y salió en masa a buscar a sus rivales para enfrentarlos y marcarles que en su territorio nadie puede venir a hacer ostentación de ningún tipo. Ni siquiera cuando la acción de la barra de Bera no estaba dirigida a los violentos del equipo local sino a los funcionarios de la Agencia de Prevención de la Violencia en el Deporte, que dos semanas atrás clausuró el estadio del club que participa de los torneos de Primera C tras unenfrentamiento con la Policía luego de una derrota con Puerto Nuevo. Era decir: “Podrán sacar a Berazategui de su cancha pero nunca a su barra”. Así, como código de mafia. Y más fuerte era si el mensaje se daba de visitante y nada menos que en cancha de otro club con barra complicada. Y ese acto terminó por enlutar la tarde futbolera en el sur del Gran Buenos Aires.
La acción se planificó con bastante tiempo de anticipación y fueron 20 integrantes de la barra de Berazategui, que tiene su núcleo en el barrio El Bueno, los que consiguieron cinco bengalas y lograron acercarse casi hasta la puerta del estadio. Ahí hicieron la acción de tirarlas para adentro, pero no hacia la tribuna local, sino hacia el cielo, como señal de presencia y apoyo al plantel. Pensaban que no habría represalias porque ambas barras venían de trabajar codo a codo en las últimas elecciones del Sindicato de Panaderos y porque Pepe, el líder de la barra de Claypole, tenía buena relación con ellos. Pero en el fútbol argentino, si vas a un barrio a mojar una oreja aún cuando no sea la propia, el otro lo siente como una afrenta. Y entonces Pepe dio la orden de salir a buscarlos.
Los 20 de Berazategui corrieron hacia el sector del barrio Malvinas Argentinas, que está a la vera de las vías del tren y esperaron ahí para arreglar cuentas si es que la banda del Tambero lograba su cometido de salir del estadio. Pero la Policía lo impidió. Parecía entonces que todo quedaría como otra anécdota más del insólito y violento fútbol de nuestro país, en este caso en su versión Ascenso, hasta que uno de Claypole divisó entre los dirigentes de la delegación visitante a un presunto barra. Y eso fue el acabose: directamente ante la imposibilidad de salir a buscar a los rivales a la calle, decidieron romper el cerco y atacar a los directivos. Fueron varios los que saltaron y un montón de proyectiles volaron de un lado hacia otro; la información oficial marca una agresión sobre todo al presidente del club Naranja. La barbarie duró varios minutos hasta que la Policía pudo controlar todo, pero insólitamente no hubo ningún detenido ni por el ataque de Claypole a la CD de Berazategui ni por la acción de los barras del Naranja desde afuera de la cancha. Y como no hay cámaras de precisión en el estadio, la tarea de la UFI 8 de Lomas de Zamora, que es la que interviene en el episodio, será titánica para dar con los responsables de otra tarde frustrada de fútbol.
Ambas barras además tienen un historial de violencia gigantesca. La de Berazategui cuenta con varios crímenes sobre su espalda y siempre tuvo una rivalidad interna entre el grupo de Villa España y Villa Mitre (cuyo líder histórico, Diego Kity Villa, fue asesinado en la interna diez años atrás); y la facción de El Bueno, que representa a un barrio pegado al estadio, cuyo nombre más poderoso en toda su historia era el de Daniel la Cuca Fernández y que está integrado por barras que primero disparan y después preguntan. De hecho fue esta facción la que se enfrentó a tiros con la Policía tras el partido con Puerto Nuevo, que determinó que Berazategui tenga que jugar hasta fin de año fuera de su estadio y a puertas cerradas.
En el caso de Claypole, la barra cambió de mando tras la pandemia. Antes estaba manejada por dos hombres ligados al narcotráfico apodados Verdura y El Chueco de la Dos, pero tras varios enfrentamientos fueron desbancados por un histórico del barrio apodado Pepe, quien obtuvo el apoyo de la institución, lo que se materializó en la bandera “La banda de Pepe”, que viste la tribuna local desde que ganaron la popular. También es gente de pocas pulgas y aunque como ya se narró, ambas barras jugaron juntas la interna de la elección del sindicato de panaderos en julio pasado, y también participan de otros grupos de choque gremiales con otras barras del Ascenso, ese negocio compartido no se traspasa al mundo del fútbol, donde vuelve a mandar la ley de la selva, una ley que marca como norma no escrita que si no hay visitantes y vos venís igual y te hacés notar aunque sea desde afuera, la vas a pagar. Y, generalmente, con sangre.