Soñaba con ser arquero y jugar al fútbol en Primera División. No sólo lo consiguió, sino que Agustín Enrique Irusta se convirtió en una leyenda de San Lorenzo de Almagro. Respetado por sus rivales, amado por los hinchas, querido por sus compañeros, todavía sigue siendo el guardameta que más partidos lució el buzo azulgrana, con 267 presentaciones entre 1963 y 1976.
Conocido popularmente como el Mono Irusta, el golero está en el top ten de jugadores con más partidos disputados en la historia del club en el profesionalismo. Además, es el que más veces terminó con la valla invicta con 91 encuentros, el que más campeonatos ganó con cuatro títulos (Metro ‘68, Metro ‘72, Nacional ‘72 y Nacional ‘74), y el que menos expulsiones recibió, con apenas una tarjeta roja durante su larga carrera. Todos estos pergaminos demuestran por qué se convirtió en uno de los máximos ídolos de la institución.
Hoy, el hombre de 82 años atraviesa el momento más delicado de su vida, ya que se encuentra internado en el Centro Neuropsiquiátrico Ducont en Villa Sarmiento, a tres cuadras de la estación de tren de Ramos Mejía, dado que padece un cuadro de demencia senil. “La enfermedad está avanzando, pero se encuentra bien. Voy a visitarlo todos los días. También van sus hermanos y sus amigos. Él está mejor, y lo están cuidando”, revela su hijo Fabio en diálogo con Infobae.
En marzo de 2023, al Mono se le detectó esta enfermedad e inmediatamente fue internado para su seguimiento en este centro asistencial, donde se encuentra muy bien atendido. Visitado por su familia a diario, Irusta pasa su tiempo junto a diez personas más, entre pacientes y especialistas en el tema que lo cuidan y lo acompañan. Todos los días se levanta bien temprano, desayuna, camina por el parque que existe en la parte trasera del establecimiento y vuelve al salón para almorzar. Luego se acuesta a dormir la siesta, se despierta, toma la merienda, mira la televisión, cena a las 20 y se acuesta una hora más tarde. El exfutbolista es asistido todos los días por una psiquiatra que le recomienda no dar entrevistas.
En cada visita, Fabio Irusta es el encargado de que a su padre no le falte nada. Le lleva ropa, artículos de limpieza y le proviene sus alimentos preferidos: galletitas, gaseosas y algún postre, aunque en la clínica lo alimentan muy bien. Además, cada vez que puede lo lleva a comer afuera. “No se olvidó de su paso por San Lorenzo. Recuerda algunas cosas y a veces me dice que le gustaría ir a la cancha. Pero hablé con los médicos, y me dijeron que no es conveniente para evitar viajes largos”, remarca su único heredero, quien además agrega: “Vos podés hablar con él porque se encuentra bien. Pero no te va a preguntar nada porque vive en su mundo”.
El Mono Irusta dejó de trabajar en San Lorenzo en diciembre de 2022. Fabio se encargó como taxista durante mucho tiempo de llevarlo a Bajo Flores los días laborales y regresarlo nuevamente a su casa. Agustín era empleado de Ciudad Deportiva, donde solía caminar rodeado de chicos, ya que llevaba a cabo su tarea pedagógica con los juveniles que iban desde la categoría 2009 a la 2014. Desde 1982, ocupó el cargo como entrenador de arqueros hasta hace dos años que le detectaron el síndrome, aunque desde el club lo siguen ayudando económicamente con un dinero mensual.
“En el club están al tanto de la situación de mi papá. En su momento, solo Sergio Constantino (ex candidato a presidente en las elecciones pasadas) me ayudó a buscar una clínica para llevar a mi papá. Fue por intermedio de un amigo en común. Además, están muy pendientes varios empleados del club como Miguel Ángel Clemente y ex compañeros como Héctor el Gringo Scotta y Juan Carlos Carotti. También, dos amigos que están presentes siempre como Leandro Arvilly y Jorge Soteras. Cuando una persona se enferma, le quedan pocos amigos”, sentencia su hijo.
El Mono Irusta nació el 19 de julio de 1942 en Noetinger, un pequeño pueblo cerca de Villa María, Córdoba. Fue parte de una de las épocas más gloriosas azulgranas, con equipos vistosos y ofensivos. Integró el mágico conjunto del 68, se coronó en el bicampeonato del 72 (Metropolitano y Nacional) y fue parte del ciclo que se cerró con el Nacional 74. En su época como portero, no era bien visto que saliera con pelota dominada desde el fondo. Por este motivo, su principal virtud fue arrojar pelotazos de manera elegante, pegándole al balón con el empeine, algo que aprendió de su máximo referente, Amadeo Carrizo. “Yo le pegaba de costado, le daba dirección y la pelota bajaba limpita. Además, se las daba al ras del piso. Me salía bien, tuve esa virtud”, detalló en una entrevista a La Nación en el 2020.
De chiquito, el Mono supo que iba a ser un arquero profesional debido a que su papá también lo fue en Noetinger, donde ambos fueron felices. Agustín todos los días jugaba en el club de su pueblo, hasta que un día un señor de apellido Rodríguez de la Cruz lo llevó a Buenos Aires para llevarlo a probarse a San Lorenzo junto con otros tres muchachos. Finalmente, él solo quedó y desde 1961 estuvo ligado a Boedo.
Apenas arribó a Buenos Aires, Irusta se ganó la vida fuera del fútbol. Fue albañil, cerrajero, electricista y hasta pintaba las butacas del Viejo Gasómetro, ubicado anteriormente en Avenida La Plata e Inclán. Además, barrió y pintó las instalaciones del club como un trabajo extra. Por todo esto, cobró un dinero mínimo que le permitió mantenerse en la gran ciudad. A los 18, hizo el servicio militar al mismo tiempo que asistía a los entrenamientos con el permiso de un superior del lugar donde hizo la colimba.
En julio de 1963, el cordobés debutó en Primera en la derrota 2-3 contra Atlanta. En el arco de enfrente estaba Hugo Orlando Gatti. Luego de aquella presentación complicada, le tocó jugar el primer clásico contra Huracán, de local y con victoria por 3-1. En ese encuentro, atajó su primer penal (siete en total en su carrera) a los cuatro minutos de juego, tras la ejecución de Carlos Arredondo. A partir de ese momento, Irusta solía lucir una camiseta oscura, al estilo Lev Yashin, y empezó a ganarse el corazón del hincha azulgrana, siendo una revelación en un equipo con sangre joven, que levantó el nivel ganándole a Racing en Avellaneda, tras 21 años, y posteriormente por 3 a 0 de visitante a Boca en La Bombonera.
Al año siguiente, integró el equipo emblemático “Los Carasucias”, que quedó eternamente en la memoria popular. Irusta, ya consolidado bajo los tres palos, atajó los 30 partidos de titular. En 1965, una curiosidad marcó su carrera. En el encuentro entre el Ciclón y Lanús en el Viejo Gasómetro, se enfrentó a su hermano Rolando, quien defendía el arco rival y también fue un golero profesional. En 1968 se coronó campeón por primera vez integrando el fabuloso equipo de “Los Matadores”, el primer campeón invicto de la historia del fútbol argentino. En 1977, dieciséis años después de haber llegado a Boedo, fue contratado por Unión de Santa Fe, donde permaneció una temporada, previo a retirarse en Nueva Chicago con 37 abriles.
Años más tarde, volvió a Boedo para trabajar como entrenador de arqueros en las Divisiones Inferiores. También lo hizo en la máxima categoría, por ejemplo, en tiempos de Alfio Coco Basile, Ramón Díaz y Héctor el Bambino Veira como directores técnicos. En su labor en la cantera, formó a niños de 13 años que pasaron por sus manos y se consagraron campeones como Sebastián Saja y Agustín Orión. Otros emblemas del club a los quen siguió de cerca fueron Sebastián Torrico, Pablo Migliore y Oscar Passet. José Ramírez, Nereo Champagne y José Devecchi fue un trío al que ayudó a crecer antes de llegar a Primera. Todos ellos remarcan su sabiduría, experiencia y sus grandes conocimientos técnicos, como también sus inmensas cualidades humanas.
Cuando fue entrenador de arqueros, el maestro Irusta, como también lo llamaban por los pasillos del Gasómetro, contó las enseñanzas que les dejó a los chicos que daban sus primeros pasos bajo los tres caños: “Los aconsejo, les digo cómo tienen que pararse abajo de los tres palos, cómo deben pegarle a la pelota, todo eso es clave en nuestra posición. Y, además, cómo salir jugando. Es muy importante: pelota al piso, pelota larga, de volea, arriba, abajo. Y desde ya que trabajen mucho con los brazos, al sacar, al descolgar. Otro punto fundamental es la seguridad. Un aspecto que, lógicamente, se va adquiriendo con el correr de los años. Son pibes, y hoy tienen que divertirse”, decía hace unos cuatro años.
El Mono Irusta pasó casi toda su vida ligada a San Lorenzo, desde que debutó con 18 hasta el último día que pisó Ciudad Deportiva con 80 pirulos. Siempre fue un fiel ejemplo de que la fuerza de voluntad mueve montañas. Hizo su trabajo con respeto, compromiso profesional y amor por los colores azulgranas. Tuvo sentido de pertenencia para regresar al club con el buzo de entrenador de arqueros para enseñarles a los juveniles durante más de tres décadas. Amó a los chicos de la cantera de la misma manera que al club que lo entronizó. Hoy, necesita recibir ese amor que siempre brindó para atravesar el momento más delicado de su vida.