“Esto es hermoso. La verdad es que estoy feliz, por toda la gente que vino y por los argentinos, que recuperamos algo que tenemos que guardar por un tiempo largo. Es hermoso por todo el sacrificio que se hizo, con un plantel humilde, que siempre quiere trabajar, que no se la cree nunca. Y también por todos los que decían que después haber salido campeones, íbamos a caernos. Nosotros seguimos y ahora estamos disfrutando de esto que es maravilloso”. La emoción no le hacía perder el foco a Carlos Bianchi. Habían transcurrido apenas un puñado de minutos desde que Roberto Pompei clavó como un puñal esa pelota en el ángulo del arquero de Sao Paulo, para gritarle al mundo que Vélez era el nuevo campeón de la Copa Libertadores. La misma humildad que remarcaba como atributo de sus jugadores, era la que él les había inculcado un año y medio antes, cuando asumió en el cargo, y ahora, en el inolvidable 31 de agosto de 1994, estaba tocando el cielo de América.
Fue la noche soñada, que hizo desvelar a todo un barrio. La noche en la que Liniers no durmió. A nadie le importaban los relojes, esos que no avanzaban nunca en el segundo tiempo de la final, cuando Sao Paulo era un alud tricolor contra la valla del magnífico José Luis Chilavert. Tras el 1-0 en la ida y el mismo resultado en contra en la revancha, había que tratar de llegar a los penales, al tener un jugador menos por la expulsión del Pacha Cardozo. Enfrente, había un enorme rival, lleno de figuras y que, comandados por una eminencia como Telé Santana, habían ganado las dos últimas ediciones de la Libertadores
“Para mí, el de Tito Pompei fue el penal más lindo de la historia del fútbol”. Una frase muy futbolera, que encierra todo el sentimiento, aunque hayan pasado 30 años. El autor es Christian Bassedas, quien, en diálogo con Infobae, recordó cómo fue aquella histórica jornada: “La diferencia la habíamos hecho de local, aunque solo ganamos 1-0. A Brasil fuimos a buscar el resultado que necesitábamos y, en muchos momentos, nos sentimos atacados y dominados. Pero teníamos un grupo sólido, fuerte y contábamos con Chilavert, que siempre estaba en los momentos en el que tenía que aparecer un genio o un crack como él. A lo largo de los 90 minutos no llegamos mucho, apenas recuerdo un buen tiro mío desde larga distancia, que el arquero Zetti sacó del ángulo. En la definición por penales estuvimos impecables: Zandoná y Almandoz fueron dos fenómenos, Chila, que te fusilaba, Roberto Trotta, que era el encargado y tenía gran calidad, y Tito Pompei, para darnos la gloria con ese remate que se metió en la historia de Vélez”.
Había una gran paridad entre ambos equipos, por eso Vélez supo darle valor a la ventaja que había sacado una semana antes en el Amalfitani con el gol del Turco Asad. Carlos Bianchi pensó, analizó y decidió una innovación táctica para la revancha: línea de cinco en el fondo, tres volantes para desdoblarse en la marca y tratar de abastecer a los dos delanteros. El planteo funcionaba a la perfección, hasta que el árbitro sancionó un dudoso penal a los 33, que Muller convirtió con clase. La historia se mantuvo por esos carriles hasta los 20 minutos del segundo tiempo, cuando Raúl Cardozo vio la tarjeta roja y el juez uruguayo Ernesto Filippi también expulsó al entrenador argentino.
Y allí comenzó otra historia increíble. Gustavo Cima llevaba ya cinco años en Competencia, el equipo deportivo de radio Continental. Además de dar sus primeros pasos como relator, también cubría a diario las novedades de Vélez y por ello viajó a Sao Paulo para la cobertura, que así evocó para Infobae: “Víctor Hugo me dijo que intentara ingresar al campo de juego, por lo cual no iba a poder ver el segundo tiempo. Se vivía un clima muy hostil, ya que el Morumbí era como una olla hirviente. Bajé desde la cabina hasta el pasillo que conectaba los vestuarios con el campo de juego, pero quedé allí, porque había una reja cerrada y protegida por personal de seguridad. En esa situación y en absoluta soledad, (solo con un cable largo, micrófono y auriculares), comencé a tener compañía. Primero el Pacha Cardozo, que al ser expulsado se dirigió al vestuario a buscar su Biblia y se puso a rezar. Luego apareció Carlos Bianchi, a quien le ofrecí los auriculares, para que pudiera escuchar el relato de Víctor Hugo, única forma de poder seguir las alternativas desde ese sitio y me dijo que sí. De esa situación, recuerdo claramente dos comentarios suyos: ‘Este nos puede hacer lío’ (ante el ingreso del pequeño Juninho) y, más contundente: ‘Deciles que tiren a matar’, el mensaje que le dio a Ischia, su ayudante, para transmitírselo a los jugadores al momento de los penales”.
Carlos Ischia había sido compañero de Bianchi, cuando el gran goleador regresó a Velez desde Francia en 1980. Fueron varios años de compartir vestuario y descubrir cosas en común. Luego los caminos se separaron y al producirse un nuevo retorno del Virrey, ahora como entrenador a comienzos del ‘93, lo llamó para que fuera su ayudante de campo y así rememoró aquel momento crucial en la ardiente noche de Sao Paulo: “A Carlos lo expulsaron en el segundo tiempo y quedé a cargo, sin contacto con él por la reglamentación. Lo ubicaron atrás de una reja, cerrada con candado y escuchándolo por radio. Él me había comentado que, si había penales, designara al quinto según mi parecer y lo mandé a Pompei. Antes de comenzar la serie, le dije a Roberto:’“Metelo por favor, porque si no te rajan a vos y Bianchi me raja a mí (risas)’. La clavó en un ángulo con una precisión increíble y fuimos campeones”.
Muchísima gente se había juntado en el estadio José Amalfitani para vivir en pantalla gigante lo que sucedió en el Morumbí. Y la fiesta interminable tras el penal de Pompei por sentirse los mejores de América, algo quizás impensado un año y medio antes, cuando asumió Bianchi, que fue dando cada paso en forma meditada, pero firme. Como aquella innovación táctica para la final, que desorientó al adversario, pero que no tuvo nada de improvisación, como lo recuerda Gustavo Cima: ‘No sé cómo me había enterado que el domingo previo a la final se iba a realizar una práctica a puertas cerradas. Era el único periodista allí, logré ingresar y quedé medio escondido en una de las tribunas, desde donde pude observar que habían corrido las líneas del campo de juego del Amalfitani, para que tuviese las mismas dimensiones que el Morumbí, sobre todo con el tema del ancho. Allí descubrí que iba a jugar con línea de cinco defensores”.
Eran otros tiempos en la estructura de la Copa Libertadores, donde clasificaban solo dos equipos de cada país, que se cruzaban con dos de otra nación en la fase de grupos y de allí avanzaban tres. Se sabía con antelación que, en la edición de 1994, los argentinos debían ir contra los brasileños, que no eran precisamente, conjuntos de relleno. Así nos lo recordó Bassedas: “Al momento de comenzar la Copa Libertadores, el plantel estaba en pleno crecimiento, luego de haber sido campeones del torneo local en 1993. Desde la llegada de Bianchi teníamos una estructura sólida, con un muy buen funcionamiento, pero el grupo era muy bravo: Palmeiras, con Mazinho, Zinho y Cleber; Cruziero, donde estaba nada menos que Ronaldo y el Boca que dirigía César Menotti, con el Beto Márcico, entre otras figuras. No era una tarea sencilla, porque obviamente uno no quiere encontrarse con cuadros tan fuertes en el arranque. Para muchos daba la sensación que Vélez Sarsfield era quien se iba a quedar afuera, porque era el que tenía menos historia. Sin embargo, clasificamos con mucha autoridad”.
El debut fue contra Boca en Liniers, en un partido complejo, en el que Vélez corrió siempre desde atrás, no solo por el gol del Colorado Mac Allister, que lo dejó abajo en el marcador, sino también en el juego. Cuando faltaban diez minutos, el Turu Flores puso el empate, aprovechando un resbalón de Navarro Montoya y colocando la pelota con maestría desde fuera del área. Luego llegó el momento del primer viaje a Brasil, donde obtuvo un muy buen empate ante Cruzeiro. El fenómeno Ronaldo puso el 1-1 y el Turco Asad logró el empate, ante un descuido de la defensa rival. Una semana después, recibió a Palmeiras, que venía de golear a Boca por el descomunal score de 6-1. Nada amedrentó a los hombres de Bianchi, que se impusieron por la mínima, con un cabezazo de Asad.
Al comenzar las revanchas, estaba en la cima del grupo y debía visitar La Bombonera frente a un Boca súper urgido, ya que solo había cosechado un punto. Fue un cotejo clave, como lo recordó Christian Bassedas: “Ese partido fue durísimo, con producción futbolística repartida. Creo que, si hay algo valioso de aquel equipo que dirigía Bianchi, entre otros aspectos, era una disciplina táctica muy marcada y la inteligencia del plantel para llevarla a cabo. Ese Boca era muy bueno, con excelentes jugadores y que siempre quería ser protagonista. Se dieron noventa minutos parejos. Estábamos 1-1 y casi sobre el final, lo definió Pepe Basualdo con un golazo en lo que fue un típico partido de Copa Libertadores”.
Vélez había conseguido la clasificación a falta de dos fechas, mientras que Boca quedaba prácticamente eliminado. Con su habitual estilo práctico y letal, superó 2-0 a Cruzeiro y se aseguró el primer puesto, permitiéndose afrontar el choque final ante Palmeiras en Brasil con un equipo alternativo, que cayó por 4-1. En los octavos, Defensor Sporting fue mucho más duro de lo esperado y recién lo superó en la definición por penales, la primera de aquella Copa inolvidable, donde comenzó a acrecentarse la figura de José Luis Chilavert, quien convirtió el suyo y atajó los disparos de Almada y Dos Santos.
Llegó el paréntesis por el Mundial de los Estados Unidos, el que paralizó a un país, que también sintió cómo le cortaban las piernas de su ilusión. Vélez siguió enfocado en su objetivo, que mostraba en el horizonte a Minervén de Venezuela. Fue 0-0 en la ida como visitante y 2-0 en Liniers, con goles de sus delanteros, esos dos tanques imparables para las defensas: El Turu Flores y el Turco Asad. Ahora llegaba Junior de Barranquilla, que iba en busca del mismo objetivo que el Fortín: ganar por primera vez la Libertadores, de la mano de Carlos Valderrama. Cada uno triunfó 2-1 como local y nuevamente la definición por penales decía presente en Liniers, pero esta vez con un cariz dramático. Los primeros ocho fueron convertidos y el arquero Pazo detuvo el de Flores. Solo quedaba esperar que Chilavert siguiera alimentando la leyenda y así fue, deteniendo el remate de Méndez. Luego Basualdo anotó y Ronald Valderrama estrelló el suyo en el poste.
De ese modo se ganó el pasaporte a la final, donde se abrazó a la gloria eterna, gracias a un plantel disciplinado, sólido y parejo, que respondía fielmente a un entrenador brillante como Carlos Bianchi. Así lo recuerda Bassedas: “Marcó un antes y un después en la historia del club, porque a partir de él Vélez Sarsfield se hizo grande. Por supuesto que todos nosotros tenemos que ver con la conquista, porque el fútbol es equipo y más allá del mensaje del entrenador, los que ejecutan son los futbolistas, pero su impronta fue muy importante para ser definitivamente grandes, además de una institución hermosa”.
El Pepe Basualdo era un futbolista ideal para el estilo de conducción de Bianchi, por su perfil bajo, disciplina táctica y calidad dentro del campo de juego. De esta manera nos los recordó: “Yo no tenía mucho diálogo con Carlos, pero con solo mirarnos nos alcanzaba. Conmigo ni hablaba y yo me enteraba que era titular al ver el equipo en el pizarrón. Parecía que nos conocíamos de otra vida. El envión de haber ganado el torneo local siguió hasta ser campeones de la Libertadores. Éramos un equipo humilde que luchó y venció a los poderosos como Palmeiras, Boca, Sao Paulo y el Milan. Cada vez que entró al club, veo el poster y allí estoy, como protagonista de esos momentos inolvidables”.
Julio Santella fue otra pieza clave en aquel grupo, superando claramente su función de preparador físico, donde fue uno de los mejores. También tuvo palabras de elogio para el Virrey: “Siempre le admiré su metodología, que era muy interesante y voy a poner un ejemplo. Llegábamos al hotel para concentrarnos el día anterior al partido y al rato sonaba el teléfono en mi habitación. Era él que me decía: ‘¿Me podría mandar a fulano, por favor?, haciendo referencia a alguno de los jugadores del plantel. Yo lo iba a buscar para que fuera a la pieza de Bianchi, que le hablaba a solas del partido que íbamos a afrontar, pero también le preguntaba por la familia y sus cosas personales. En ese mano a mano, percibía cosas que eran imposibles en las reuniones grupales. Los muchachos solían decir: ‘Pasé por el confesionario’ (risas). Los jugadores se entregaban a Carlos, porque él los convenció y les había ganado su voluntad. Pero no hay una fórmula para el éxito, porque en el manejo de un grupo confluyen un montón de factores para llegar a un buen resultado y muchos tienen que ver en cómo se ejerce el liderazgo. En mi opinión, otra de las claves de su gran tarea es que Bianchi era una figura limpia y clara, lo que lo acercaba a los jugadores y la relación con ellos, la manejaba como nadie, incluso con una mirada, más allá de las palabras”.
Cuando Bianchi regresó, cual hijo pródigo, a comienzos del ‘93, Vélez era un equipo que siempre tenía buenos planteles, pero no lograba concretar. En su firmamento, apenas brillaba una estrella, la del ya añejo Nacional 1968. Carlos puso su sentido común, su conocimiento futbolero y esa sana mezcla de lunfardo con el acento francés, de pibe de barrio que llegó a Monsieur, para potenciar a un plantel ávido de gloria. Los planetas se alinearon. O, mejor dicho, se unieron en forma de V, para permitirle al viejo cuadro de Liniers, romper las fronteras y gritarles a todos que era el mejor de América.