Diego Schwartzman, el Peque, le regaló al mundo simpatía, entrega y la certeza de que no es necesario ser un gigante o un robot para ser un gran tenista. Sólo hace falta ser humano y tener cierta destreza. Su voz delgada y finita estallaba con cada victoria o se dejaba escuchar cuando encendía “la radio” si las cosas no salían como esperaba. Se mostró dueño de una particular sonrisa, algo cholulo y portador de una gran familia que conmovía por su apoyo incondicional.
- ¿Cuando agarrabas la raqueta y te ibas con tu mamá a jugar un torneo de menores, soñabas con esto, que termina siendo un regalo que te da la vida?
- ¡Es inimaginable! Inimaginable para mí que un torneo tan grande como el US Open me organice una despedida, porque no estamos hablando del torneo de Córdoba o de Buenos Aires, en donde soy local. Esto es muy lejos de casa, con grandes campeones y grandes jugadores, así que, como dije siempre, si hubiera podido elegir una forma de tener mis últimos partidos, sin dudas, sería haciéndolo de esta manera, jugando en grandes estadios y sintiéndome bien.
- ¿Qué le faltó a tu último partido en un Grand Slam?
- Y, me hubiera gustado terminar jugando un poquito mejor, se disfruta más. Me costaba competir, traté de jugar como siempre, intentando ganar el partido, porque me cuesta salirme de eso, soy demasiado competitivo. Pero apenas terminé el partido me quedé con esos pequeños momentos, que son los que valen.
- Es como que terminaste el partido y te fue cayendo la ficha.
- Lo mismo me pasó en Roland Garros. En el momento es como que intento competir, pero en ningún momento entro en la vorágine de que es el último partido. Sin embargo, en un cambio de lado me pongo a pensar y caigo en que puede ser el último, pero es por momentos. Pero, te digo, creo que disfruté más del match en Roland Garros que el de acá (US Open), porque se me fue muy rápido el score y no encontraba la forma de acercarme, eso me desesperaba. ¿Por qué justo en el último partido? En definitiva, siempre caés después del partido y a mí me gusta competir, hacerlo bien y sé que hasta acá llegó mi forma de poder hacerlo bien y como me gusta. De otra manera, no lo encuentro mucho sentido.
- ¿Con qué te quedás de tu carrera?
- Son muchas cosas lindas. Cuando me metí por primera vez en el Top 100, mi primer título (Estambul), mi primer triunfo en la Argentina (challenger de Buenos Aires) y el del Argentina Open. Yo tuve mucha regularidad durante algunos años, en especial durante la pandemia, que no paraba de ganar. Difícil olvidarme de ese 2020.
Una carrera que Peque siente que se le pasó rapidísimo. “La gente grande te dice ‘disfrutá que esto pasa rápido’ (dice mientras se ríe) ¡y ya pasaron 14 años! Pero parece que fue ayer”, esboza casi como sorprendido. Durante esos casi tres lustros como jugador profesional, vivió momentos de dudas y de confirmaciones que lo llevaron a alcanzar el Top Ten del escalafón de ATP, ocupando el N°8 del mundo.
Todo comenzó en 2010, con 17 años, cuando jugó el F5 de Argentina, su primer torneo profesional. Cayó en primera ronda con Juan Vázquez Valenzuela, pero la experiencia no le impidió seguir. Menos de dos años después lograba una seguidilla de 5 torneos futures que lo elevarían para comenzar a jugar los challengers, ganando el de Buenos Aires a fines de ese año 2012.
En 2013 se instaló en el circuito mayor y consiguió su primer título en 2016, cuando le ganó la final de Estambul al búlgaro Grigor Dimitrov, luego cosecharía otros tres títulos más: Río de Janeiro (2018), Los Cabos (2019) y el Argentina Open (2021). Además, llegó a 10 finales, a la semifinal de Roland Garros 2020 y representó a la Argentina en los Juegos Olímpicos de Tokio (2021) y en varias series de Copa Davis, siendo semifinalista en 2015.
- Todo parece muy lindo, ¿pero pasaste por algún mal momento, además del susto por tu papá?
- Sí, claro. (Su cabeza se inclina, sus gestos acompañan la preocupación que adquieren sus palabras) De hecho, termino tomando la decisión de dejar de jugar cuando me aparecen los miedos de viajar y un montón de cosas, cosas que yo nunca tuve problemas en hablarlas y que se te empiezan a volver con los años. Es muy difícil viajar solo tanto tiempo, y desde que sos muy chiquito. En vez de sentirte cada vez mejor, te vas sintiendo cada vez peor en los viajes. Los aviones, estar solo en un hotel… Te van apareciendo miedos que nunca te imaginabas y son difíciles de manejar. Después, a medida que fui creciendo aparecen las redes sociales y todo eso se va volviendo en un ámbito del que me puedo abstraer un poco, porque yo no me crié con eso, por suerte. Entonces, se hacen muy difíciles de llevar. Hubo un tipo que me llamó 10 veces desde un número oculto y cuando atendía me puteaba y me decía que iba a perder. Hay gente que, después de eso, no puede entrar a jugar. Para las personas, todo esto pasa desapercibido, pero hay muchas cosas feas y complicadas atrás de un deporte individual, que es difícil de llevar.
En la despedida de los torneos de Grand Slam, trajo a la charla a su familia, su papa, el “Zorrito” Ricardo, por quien largó todo en Australia para volver a su lado, cuando la salud lo puso en alerta; su mamá Silvana, la que nunca dudó de su “Moshinito” y sus hermanos: Andrés, Matías y Natali.
También se acordó de sus amigos, de Pico Mónaco y de Machi González, “dos personas muy importantes” en su carrera: “Ellos me criaron en mis primeros años de profesional”. También de Fede Coria, con quien comparte carrera desde los 10 años, Pedro Cachín, Zeballos y Zavaleta.
- ¿Qué vas a hacer ahora?
- Todavía no lo sé. Me gustan otras cosas que nada tienen que ver con el deporte o, bueno, pueden estar ligadas de alguna manera. Me divierte más lo comercial que está vinculado a los torneos y a los jugadores. Hoy no me veo como entrenador, pero no sé más adelante.
- No hay dudas de que en la Argentina te miraban de una manera y, con lo que fuiste haciendo, les cambiaste la forma de verte y el paradigma del tenista. ¿Qué sentís que le dejaste al tenis argentino?
- Creo que, para muchos, algo de lo que yo nunca me di cuenta. La diferencia del físico y todo lo que hice detrás del tenis: la prolijidad, el esfuerzo, el entrenamiento y la forma de jugar, sin importar cuánta potencia o qué hacía yo dentro de la cancha. Creo que todo eso es lo que la gente más me reconoce. Y muchos de los que hoy juegan, o de sus equipos, si entro en alguna conversación con ellos me preguntan cómo hacía en los entrenamientos, cómo me preparaba o cómo me alimentaba y creo que, en eso, hice como el círculo del deportista de élite, que pudo sacar mucho fruto de su carrera, y creo que eso es lo que el resto vio también.
- Si tuvieras la posibilidad de viajar en el tiempo y cruzarte con el “Moshinito” de apenas 9 o 10 años, ¿qué le dirías?
- ¡Que repita! (suelta inmediatamente, mirando al piso) Que no lo dude. La verdad es que tuve mucha suerte en esa etapa, no me daba cuenta de lo que pasaba económicamente alrededor mío y eso se lo debo a todo lo que hicieron mis viejos para disfrazarla. Ellos y mis sponsors fueron eligiendo bien los pasos a seguir y siempre me tuvieron muy bien y disfrutando de cada paso que tenía que dar. Eso me deja tranquilo, sin nada de lo que arrepentirme. Por eso, ¿para qué más? ¡Ya está! A veces uno quiere más, pero hay un momento en el que no le podés sacar más, ¿y para qué? No puedo disfrutarlo de esta manera. Tuve una carrera impecable entonces creo que me quedo con eso.