“Tengo un muy buen recuerdo de lo que ocurrió aquella tarde, porque consideré que la decisión que tomé fue para beneficiar al fútbol. Yo había visto, pocas semanas antes, el partido por el Mundial de España entre Alemania y Austria, donde casi no se atacaron, porque con el resultado que se estaba dando ambos se beneficiaban y avanzaban de ronda. Eso me pareció una barbaridad: sentía que se estaba jugado con el público y justo un tiempo después, se da esta situación en Huracán vs Ferro”. El testimonio de Juan Carlos Demaro, en la charla con Infobae, se mantiene intacto, a pesar de los 42 años que transcurrieron de aquella tarde en Parque Patricios, donde se dio una situación única, que nunca se había producido en nuestro fútbol y que jamás se volvió a dar. El ex árbitro recuerda a la perfección lo vivido ese domingo 1 de agosto de 1982
La inmensidad del palacio Tomás Adolfo Ducó cobraba aún más grandeza, porque apenas 6.000 personas habían concurrido allí, pese a que era una jornada a pleno sol y sin demasiado frío, desafiando un poco el almanaque. Ni siquiera la presencia del último campeón, y reconocido en forma casi unánime como el mejor equipo del país, motivó al público. Ferro Carril Oeste había ganado de manera incuestionable el torneo Nacional en forma invicta, pero su estilo no solía llenar los ojos de la mayoría. Menos aún los de los hinchas de Huracán, afiliados a otras formas, más vinculadas al gusto por el toque y la improvisación, que al trabajo y la mecanización.
“Iban 5 minutos del segundo tiempo, evoca Demaro, y el partido estaba empatado en cero. Ferro tenía la pelota y comenzó a hacer una de sus jugadas clásicas de ese equipo dirigido por Carlos Griguol, que era la de pasarse la pelota entre los defensores y los mediocampistas, haciéndola circular, pero prácticamente sin avanzar en el terreno. Los futbolistas de Huracán habían tomado la decisión de quedarse en su campo y entonces el único que corría, de un lado para el otro, era yo (risas). Ellos habían entendido que era una forma de contrarrestar a ese rival, que atravesaba un gran momento, y venía de ser el campeón del torneo anterior. Entonces me di cuenta de que había que ponerle un fin de alguna manera, porque en casi todos los deportes, hay un límite para determinadas acciones. Allí fui que decidí cobrarle un tiro libre indirecto en contra de Ferro Carril Oeste, por cuanto yo consideré que tenía el balón, pero no quería jugarlo hacia adelante”.
La incredulidad fue patrimonio de todos: los espectadores, los periodistas, que comenzaron a divulgar por las radios (eran tiempos sin televisión en directo de ningún partido) lo que acababa de suceder, y los once de Huracán, que debían salir de su campo para ejecutar el tiro libre. Sus colegas de Ferro no entendían lo que había pasado, y cuando lo comprendieron, llegaron el enojo y los reclamos, como recordó Demaro: “Hubo varios que me vinieron a protestar y bastante, entre ellos estaba Rocchia, a quien le saqué la tarjeta amarilla. Cuando se iba a tomar posición, el juez de línea escuchó que me insultaba, por lo que tuve que expulsarlo. De ahí en adelante, el partido continuó de manera normal, sin ninguna situación atípica y finalizó sin que hubiese goles”.
El árbitro había tomado una determinación en favor de la agilización del juego, pero sancionando algo que no estaba en el reglamento, configurando una situación sin antecedentes. Fueron pocos los que pudieron observar este inaudito momento desde las tribunas. Y quizá la explicación a la escasa concurrencia haya que encontrarla en la realidad del Globo, alejando desde hacía muchos años de la pelea grande y añorando la magia exultante del ‘73, que ya estaba por cumplir 10 años. En el campeonato ganado por Ferro un mes y medio antes, en plena disputa del Mundial de España, el cuadro de Parque Patricios tuvo una pobre performance. Para colmo, sus dos mejores elemento, habían sido transferidos a Independiente: Claudio Marangoni y Oscar Ortiz. Quedaban dos pibes de las inferiores, que asomaban como grandes esperanzas, pero aún no lograban consolidarse en primera, como eran los Claudios, García y Morresi. Ferro, por su parte, era una máquina verde perfectamente aceitada.
Abordado por los periodistas en el vestuario, Juan Domingo Rocchia, que era el capitán de Ferro, acorde con su carácter temperamental, dejó clara su postura: “Sigo sin entender qué pasó. Demaro me amonestó y me dijo que nuestra manera de jugar era desleal para el espectáculo. En ese instante quisieron intervenir mis compañeros y justo me crucé con el juez de línea de banderín amarillo. Le pregunté si el árbitro había leído alguna vez el reglamento y sin contestarme, se dirigió a Demaro para contarle eso y apareció la roja. Por todo esto, tengo tomada una decisión: si me llegan a suspender, no juego más al fútbol en Argentina. Me voy afuera y listo”. Efectivamente, el zaguero fue suspendido por dos fechas, pero continuó actuando en nuestro país, donde se convirtió en uno de los defensores más goleadores y un símbolo de la historia más gloriosa de Ferro Carril Oeste.
Para Juan Carlos Demaro fueron horas especiales, como era de suponer. Una decisión de ese calibre podría tener algún tipo de consecuencias, pero la historia se encaminó sin mayores sobresaltos: “Me llamó Ángel Coerezza, que era el director del Colegio de Árbitros y lo único que me dijo fue: ‘Esto no está nada claro, así que, no lo haga más’. Durante mucho tiempo se dijo que me había suspendido y es mentira, porque seguí dirigiendo sin ningún problema. Ante la situación que se dio, tuve conocimiento de que se hizo una consulta a la FIFA, no sé exactamente cuál fue la respuesta, pero no estaba disconforme con mi decisión. Yo lo que hice fue aplicar en el juego algo que iba a favorecer a la gente, porque los únicos idiotas eran el público, que estaba en silencio y yo, que corría sin sentido (risas). Quise activar el fútbol y hacerlo más grato, pese a que a mi podría convenirme que el balón se quedara por siempre allí o en la mitad del campo, ya que así no habría penales, infracciones o nada raro. Sentí que era como una estafa al público. A partir de eso, cada vez que iba a la cancha de Ferro no me recibían muy bien (risas). Es justo decir que nunca me tuvieron demasiada simpatía y, a partir de ese partido, cuando volví, me insultaban bastante duro. Mi destino estuvo asociado de alguna manera a ese club, porque debuté en Primera, en 1980, en un partido de ellos frente a Independiente en Avellaneda y el último partido de mi carrera, fue en Caballito, en 1994, entre Ferro y Deportivo Español”.
Hubiese sido interesante poder observar el video de lo ocurrido esa tarde, pero como ocurrió con muchos partidos de los años ‘80, no han quedado registros fílmicos, hecho que tiene una explicación. Tal como habíamos señalado, en 1982, el fútbol por televisión aún era bastante restringido en nuestro país, por motivos vinculados a la tecnología de la época. El canal oficial, por entonces ATC, emitía el mejor partido de la fecha, el domingo, pero en diferido, a las 23. En esa jornada, el elegido fue Racing vs River, disputado en La Bombonera, donde la Academia iba a ser de local a lo largo del certamen, por tener su estadio clausurado. Poder ver algo del resto de la jornada dependía de las coberturas que hacían los noticieros de las distintas emisoras, que, a lo sumo, concurrían a dos encuentros y luego, tener la suerte que ese registro sobreviva hasta nuestros días, cosa que lamentablemente, no ocurrió.
Surge una inevitable ucronía. ¿Qué hubiera pasado si una situación de ese calibre se diese en estos tiempos de redes sociales y masificación inmediata de cualquier hecho, sea relevante o no? La imagen se viralizaba en forma incesante, los memes del árbitro y los jugadores, proliferando por las aplicaciones, y sería un tema de debate en la incontable cantidad de programas dedicados al fútbol que existen en televisión o en las plataformas. Nada de eso existía en agosto del ‘82, pero si había tres revistas dedicadas del deporte, que pusieron la lupa en el suceso.
El Gráfico le dedicó un recuadro, bajo el título: “Demaro tuvo razón, pero se equivocó”. En Goles, su histórica competidora, hubo una página entera para el partido, pero apenas una mención en la crónica a lo sucedido (“En Patricios hubo fecha libre”), con una foto del árbitro y los futbolistas de Ferro. La tercera publicación era Estadio, que colocó el tema en su portada, con una imagen del momento y la inscripción “Luz roja para el fútbol”. Dentro de la revista, se le dio una amplia cobertura.
Juan Carlos Demaro tuvo una gran amabilidad para la charla con Infobae, desde su estudio, donde sigue ejerciendo la abogacía, como desde hace casi 50 años, profesión que desarrolló en paralelo con el arbitraje. Tras recorrer algunos otros momentos de su carrera, volvimos sobre el tema, donde nos dejó una reflexión: “Yo creo que el bien pensado, tiene que darme la razón, en el sentido que mi intención fue activar un partido que estaba quieto, darle fuerza u otro cariz en relación a lo que estaba sucediendo. Quedó claro que yo interpreté el reglamento así”.
Tres semanas más tarde, Ferro perdió su invicto en la temporada, goleado en forma impactante por Independiente 5-0, en un torneo que terminó siendo de transición para Griguol y sus muchachos, que seguirían siendo animadores en los años posteriores. Huracán redondeó un buen campeonato, finalizando en el sexto puesto, en una de sus últimas buenas campañas en Primera, antes de la debacle que culminaría con el descenso en 1986. Juan Carlos Demaro siguió dirigiendo por 12 años más en Primera División, aunque lo de esa tarde quedará por siempre como un mojón en su trayectoria. A tal punto, que han pasado 42 años y la polémica sigue abierta como aquel soleado domingo de agosto.