Nacieron en la misma ciudad, pero se conocieron a 1300 kilómetros de distancia gracias a una “emboscada”: la historia de amor de Marcos Acuña y Julia Silva

Los dos son oriundos de Zapala, pero nunca se cruzaron. Sin embargo, sus caminos se unieron en Ferro Carril Oeste, el club del que surgió el Huevo y donde ella era socia e hincha. “¿Tomamos unos mates?”, fue la contraseña para una relación que les regaló tres hijos y hoy desembarca en River Plate

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El Huevo, Julia y sus
El Huevo, Julia y sus tres hijos, en la celebración por el título en el Mundial de Qatar

Zapala es una ciudad de apenas 35 mil habitantes. Todos se conocen, o al menos se cruzan alguna vez en sus calles. Es el tipo de lugar donde los apellidos suenan familiares y cualquier rincón trae un eco de la infancia. Marcos Acuña, uno de los héroes de Argentina en el Mundial, bicampeón de América y flamante refuerzo de River Plate, y Julia Silva, su pareja, nacieron y crecieron allí, separados por apenas algunas cuadras y unos cuantos años. Y, sin embargo, nunca se vieron.

“Es raro”, supo recordar Julia con una sonrisa, “porque en un lugar tan chico es difícil no haberse cruzado nunca”. Pero así fue. Ni en el colegio, ni en las plazas ni en las tardes de domingo bajo el viento patagónico coincidieron sus caminos. Zapala los vio crecer sin siquiera imaginar que años después sus vidas se entrelazarían a kilómetros de allí, en una ciudad desbordante y caótica: Buenos Aires.

El destino decidió jugar su carta lejos del sur. Marcos llegó a la capital para seguir su sueño de ser futbolista. Fue en Ferro Carril Oeste donde finalmente se encontraron. Ella, socia del club, lo vio primero. “Me habían dicho que había un chico de Zapala en Inferiores, pero no lo conocía. Cuando lo vi, quise acercarme. Él es tímido, así que tuve que tomar la iniciativa”. Con la determinación propia de quien siente que algo importante está por suceder, Julia se propuso conocerlo.

Marcos, reservado y callado, tampoco tenía idea de quién era ella. Su mundo estaba enfocado en la pelota, en los entrenamientos duros y en soñar con un futuro en Primera División. Nunca imaginó que, a cientos de kilómetros de su tierra, una chica de su misma ciudad aparecería para cambiarlo todo.

Buenos Aires, con sus millones de personas y su inabarcable extensión, se convirtió en el escenario de un encuentro improbable. En la vastedad de una ciudad donde es fácil perderse, dos chicos de un rincón lejano se unieron. Y lo que no ocurrió en años de vidas paralelas en Zapala, ocurrió casi de inmediato bajo las luces de la gran ciudad.

Ferro terminó siendo el lugar
Ferro terminó siendo el lugar que unió a la pareja

Este es el comienzo de una historia donde el azar y la voluntad se cruzan para darle forma a un amor que, desde ese momento, no dejó de crecer.

Todo comenzó en Ferro. Julia Silva trabajaba ahí -ofició de fotógrafa y su padre fue candidato a presidente en las últimas elecciones de la institución- pasaba horas en el club, conocía cada rincón y cada cara. El Huevo Acuña (32 años), por su parte, entrenaba con la mirada fija en el sueño de debutar en la élite. Los primeros encuentros entre ellos fueron breves, formales, apenas saludos intercambiados en los pasillos. Pero ella, que había oído que ese muchacho también venía de Zapala, sintió curiosidad. Decidió hacer algo al respecto.

Aprovechando la rutina de Marcos, calculó el momento exacto en que él saldría de entrenar. Sabía que para regresar a la pensión del club tenía un solo camino posible. “No fue casualidad que nos cruzáramos. Yo lo esperé, sabía que iba a pasar por ahí. Y funcionó”. Se encontraron en una esquina, los dos sonrieron con nerviosismo, y entonces se dio la invitación: “¿Tomamos unos mates?”.

El lugar elegido fue la Plaza Irlanda, un espacio verde en pleno barrio de Caballito, con sus caminos sombreados por árboles y el ruido constante de la ciudad alrededor. Marcos y Julia se sentaron en el pasto, compartieron unos mates y dejaron que la conversación fluyera como si se conocieran de toda la vida. “Desde esa primera salida no nos separamos más”, diría después Julia, consciente de que ese día al sol había cambiado sus vidas.

Después de esa tarde, los mensajes por teléfono comenzaron a volar, con la ilusión propia de un romance que recién comienza. No tardaron en convertirse en compañeros inseparables. Aquella cita en la plaza no solo marcó el inicio de su relación, sino también el comienzo de una rutina donde el amor fue creciendo en medio de risas, charlas interminables y la sensación de que, a pesar de las distancias y del azar, estaban destinados a encontrarse.

En septiembre de 2011, a pocos meses de haberse conocido, ambos ya sentían que lo suyo iba en serio. La conexión era profunda y natural, como si esos años de no haberse cruzado en Zapala fueran compensados ahora por la cercanía inmediata.

En 2014, con tres años de relación, dieron un paso definitivo: la convivencia. “Ese año llegó Mora, nuestra primera hija. Fue un cambio grande, pero estábamos listos”, recuerda Julia. El primer hogar de la pareja fue un departamento modesto en Caballito, cerca del club Ferro. Para entonces, Marcos ya jugaba en Primera y, por pegada, manejo y dinámica, se perfilaba como una joven promesa en el fútbol argentino. A pesar de los cambios en su carrera, como el pase a Racing Club, la pareja decidió mantener su vida en ese barrio que tanto les gustaba. “Nos quedamos en Caballito porque fue donde todo empezó, es nuestro lugar”, contó ella con nostalgia.

La carrera de Marcos avanzaba a pasos agigantados. Su talento y disciplina lo llevaron a ser convocado a la selección argentina, lo que significó viajes, nuevos desafíos y, eventualmente, la oportunidad de jugar en Europa, primero en el Sporting de Lisboa, luego en el Sevilla de España. La familia siguió creciendo. A Mora se sumaron Benjamín y Martina, completando así el círculo familiar. La vida en territorio andaluz les dio estabilidad, pero también ha reforzado sus raíces. Este amor, que comenzó con un cruce planeado en una esquina porteña, los llevó por todo el mundo. Y ahora los depositó en una nueva estación: el estadio Monumental.

El año en que decidieron
El año en que decidieron convivir nació su primera hija

Según contaron ellos, la dinámica entre Marcos y Julia se basa en un delicado equilibrio entre dos personalidades opuestas que, de algún modo, encajan a la perfección. El Huevo es tan reservado fuera de la cancha como arrojado y tenaz dentro de ella. Su carácter introspectivo y su tendencia a ser callado se complementan con la energía inagotable de Julia, que es, según él mismo admitió, “el motor de la relación”.

“Desde el principio fue así”, comentó Silva con humor. “Él es muy tímido y callado, siempre fue así, pero yo hablo hasta por los codos. A veces me tiene que pedir que lo deje meter un bocadillo”, añadió. “Marcos es un hombre muy familiero, pero le cuesta expresar lo que siente”, reveló Julia. “Yo ya me acostumbré, sé cómo es, y no necesito que hable mucho para saber lo que le pasa. Con una mirada ya entiendo todo”. Y es que, a lo largo de los años, la conexión entre ambos se ha vuelto casi intuitiva. En entrevistas, mientras Marcos mantiene su tono serio y medido, Julia suele intervenir con comentarios rápidos y chispeantes que relajan la conversación y sacan a relucir un lado más humano del futbolista.

A pesar de la exposición mediática que vino con la carrera de Marcos, la pareja ha logrado mantenerse unida. Julia lo dejó claro: “Yo lo conocí cuando recién empezaba, cuando ni soñábamos con todo lo que vino después. Para mí sigue siendo el mismo chico que tomaba mates conmigo en la plaza. Eso no va a cambiar”. Ni antes, ni ahora, cuando, ya consagrado, con un lugar ganado en el olimpo de la selección argentina, se convirtió en el refuerzo estrella de River.

"Él es muy tímido y
"Él es muy tímido y callado, siempre fue así, pero yo hablo hasta por los codos", contó Julia
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