Creo que lo único malo, malo, malo, claramente malo de París 2024, fue la ceremonia de clausura. En general, la ceremonia de clausura tiene un toque de lado B; pasó, sin ir más lejos, en Londres, que estaba anunciada la presencia “Take That” como número de cierre. Y como no estaba Robin Williams disponible, se quedaron con la otra pata, con la pierna flaca de la banda como cierre, con un tipo que se llama Barlow, si no me equivoco.
Bueno, acá, más allá de esta cosa extraordinaria que fue la de Tom Cruise y el cuadro artístico de Los Ángeles 2028, sonó muy mal en el estadio. Vos no podés cobrar hasta 1.500 euros en la reventa por una entrada, por una ceremonia en la cual no menos de 20 minutos la tenés que ver en una pantalla, en la otra punta del estadio, con un problema de sincronismo entre audio y video y haciéndote creer a vos que efectivamente sí fue en vivo lo que pasó con Red Hot Chili Peppers, Snoop Dogg y Billie Eilish. ¿Cómo hicieron para tener 80.000 personas ahí con todo eso? En todo caso, lo mínimo que deberían de haber hecho era ofrecer algo directamente ahí en París.
O sea, la ecuación sería: si en el 2008, en Beijing, los ingleses lo llevaron en Jimmy Page hasta China a tocar arriba una carroza. ¿Tuvo sentido esta cosa rara? Fue muy obvio. Las ceremonias de clausura en general son también bastante negativas en cuanto a tema del público, de las y los deportistas, porque llegan muchos, van en montón y a la media hora se hartaron todos y se vuelven a la Villa a cerrar su fiesta ahí.
Después sí hubo otras cosas negativas, como la cantidad de reclamos que se dieron en la Villa Olímpica, desde la alimentación, los problemas con los sanitarios, el aire acondicionado... El deporte actual deja en claro que si vos no tenés un nivel de excelencia muy amplio y muy profundo, lo de Juego sustentable metételo en el bolsillo, o sea, un atleta necesita proteína, necesita carne, necesita huevos, necesita cosas por el estilo. Si un tipo quiere competir, una chica tiene que competir con 40 grados de temperatura, no puede dormir así. En general, las instalaciones de la Villa Olímpica son súper convencionales, muy básicas. Están muy lejos del nivel de estrella que suelen ocupar los deportistas en los hoteles, inclusive los deportes amateurs.
Después, hubo muchas cosas que se auguraban y no pasaron. Problemas de seguridad no hubo, problemas con el tema de Río Sena hubo algunos, y también fueron unos Juegos Olímpicos extraordinarios en varios aspectos. De la apertura ya hablamos. Hubo cosas que fueron de otra dimensión, muy, muy de la creatividad francesa.
Y después, en términos competitivos, hay nombres que son geniales porque trascienden la estructura de su propio deporte. Mijaín López, el cubano, Isabel Werth, la jinete alemana. O sea, estoy hablando de los mega campeones, ¿no? Las remeras neozelandesas, gente que suma cuatro, cinco o seis medallas en Juegos Olímpicos y que generan un impacto muy fuerte, dándole a su deporte un volumen que su deporte habitualmente no tiene.
La fiesta de las tribunas fue extraordinaria. Se cobró revancha el olimpismo de lo que fue tener tribunas vacías en la pandemia; salvo el fútbol, prácticamente no hubo estadios que no estuvieran repletos y con un clima de fervor. Obviamente los franceses lo ofrecieron con los equipos y los deportistas locales. Desde Leon Marchand, otra de las estrellas de los Juegos, hasta el equipo de handball femenino. Pero pasaba lo mismo con las coreanas de tiro con arco, los chinos de los saltos ornamentales... No hubo espectáculo en el cual no hubiera celebración enorme de las victorias de los deportistas. Fue un impacto muy fuerte que se trasladó también a las audiencias.
Puntualmente puedo decir que en Argentina, una vez más, se han alcanzado niveles de audiencia que son absolutamente infrecuentes para demasiados espectáculos deportivos, o sea, niveles de audiencia superiores a muchos partidos de Primera División para ver un rato de bádminton, de tiro con arco o de yachting. Es algo que es realmente impactante: el nivel de audiencia es lo que hace que se justifique por segunda vez hacer 24 horas de Juegos Olímpicos en un canal que tiene una sola señal estable para generar sus imágenes. En un país, además, que no suele pasar de las cinco medallas, en el que se transmite mucho más derrotas que victorias. Evidentemente hay un interés por el deporte que no se expresa en lo estructural y en lo institucional.
No digo que por el solo hecho de que si tuviéramos buena dirigencia, o buenos planes de laburo, seríamos Francia, Alemania, Inglaterra, Estados Unidos o Corea. Pero entendamos, por ejemplo, que Argentina tuvo poca actividad en los últimos días de los Juegos; un día se zafó porque terminaba el yachting, otro día porque venían Las Leonas, otro día porque estaban (Agustín) Vernice y Brenda Rojas en remo, y el último día con los maratonistas.
Es muy raro encontrarse con una delegación tan escuálida en cantidad de deportistas. Es algo que para Argentina es un gran desafío. Más allá de las medallas. Sin ir más lejos, Argentina, termina en el medallero arriba de México o de Colombia por hacer una referencia panamericana. Pero de ninguna manera el deporte argentino está en ese nivel en cuanto a una cuestión infraestructural. Es muy, muy peculiar lo que pasó con la delegación argentina, seguimos dependiendo de esfuerzos muy específicos, muy puntuales y muy fáciles de identificar para no quedarnos con un sabor amargo, que lo tenemos igual porque pasaron cosas que estuvieron mal, porque hubo un proceso desde Tokio hasta París que lo único que vio fue más deterioro de la base presupuestaria. Y ahora el gran interrogante es qué van a hacer con el ENARD.