El mundo del fútbol lo extrañará eternamente: se cumplen 5 años de la muerte de José Luis Brown, marcador central y figura de la selección argentina campeona del Mundial de 1986. El Tata, símbolo de Estudiantes de La Plata y alumno dilecto de Carlos Bilardo, luego se dedicó a la dirección técnica (también se desempeñó como ayudante de campo del Doctor).
Además de en el Pincha, el zaguero jugó en Boca, Atlético Nacional de Medellín, Deportivo Español, Stade Brestois de Francia, Murcia de España y Racing, pero quedó en el corazón de todos los argentinos por haber sido parte fundamental de la gesta en México 1986.
Brown llegó a la Copa del Mundo sin club, pero recibió el respaldo de Bilardo, quien lo había adoptado como uno de sus soldados ya en Estudiantes. Por la enfermedad de Daniel Passarella, se metió en la formación titular, conformando una dupla granítica con Oscar Ruggeri. "Por el problema de salud de Passarella, desde el primer partido tuve la posibilidad de jugar de titular, era el sueño de mi vida", le supo revelar a ESPN.
El "Tata" resultó un protagonista ineludible de la final ante Alemania, en la que la Selección se impuso 3-2. El zaguero no contaba con ningún gol en la Albiceleste, sin embargo, le tocó convertir, de cabeza, el 1-0, a los 23 minutos de juego en el estadio Azteca. Brown supo narrar aquella conquista con un tono épico en el micro "Yo anoté un gol en la final del Mundial", que supo realizar ESPN.
“Se me metió Diego (Maradona) adelante y Burruchaga le pegó bien fuerte y con comba. Cuando empiezo a tomar carrera, lo miro a Schumacher (el arquero germano), y digo: ‘No llega’. Vengo corriendo, lo empujo a Diego y le meto el frentazo. Cuando le me meto el frentazo, ya no miro más la pelota y salgo a festejar el gol”, narró. En efecto, ante su arremetida, el capitán quedó desparramado en el área, pero igual de feliz que el autor del grito.
No fue el único gran condimento para el defensor en aquella final, a la que llegó sin dormir ni un solo minuto. “Y no fui el único, porque en el galpón donde dormíamos siete, las bisagras de las puertas hacían un chirrido, y en un momento escuché a varios, me asomé y estaba Ruggeri. ‘¿Qué hacés Cabezón? No pude dormir ni un minuto’, le dije. ‘No te puedo creer, yo igual’, me contestó”, supo detallar sobre lo sucedido en la concentración del club América, que resultó su hogar durante un mes y medio.
El “Tata” fue un ejemplo de coraje en aquella final. Porque la terminó jugando con un hombro totalmente inmovilizado, por un golpe. “Un rival me chocó, me pega acá en la articulación. En los bíceps, la articulación, tenía un dolor insoportable”, explicó.
Entonces tomó una decisión tajante: "Lo primero que le dije al doctor Madero fue 'ni se te ocurra sacarme, no salgo ni muerto'. Me mordí la camiseta, le hice dos agujeros para meter los dedos (e inmovilizar el brazo derecho) y terminé así. Pasé por un millón de cosas difíciles e iba a dejar de jugar una final del mundo por un dolor en el hombro… ¡Ni loco! Tengo el orgullo de haber hecho un gol en una final del mundo para mi país", concluyó su conmovedora narración, que explicó el espíritu de aquel grupo que quedó en la historia.
Esa humildad lo acompañó por siempre, tal como lo confirmó su hijo Juan Ignacio en una entrevista con Infobae: “Cuando la Selección volvió del Mundial, todos querían venir a saludarlo a casa; venían colegios enteros de excursión a tocar timbre. Y él, siempre predispuesto, los recibía, nunca estaba de mal humor; al contrario. Todos me hacían sentir que mi papá era un superhéroe. Es que va a marcar un camino siempre, siempre que pase algo en una final, se va a relacionar con aquella del 86, cuando él no quiso salir de la cancha y jugó lesionado. Ése es uno de sus legados”.