Hace 5 años, la última vez que visitó al país, dejó sus valijas en el hotel de Buenos Aires y rápidamente se perdió en las calles porteñas, aprovechando las pocas horas que estaría en la gran ciudad antes de viajar a Bahía Blanca, donde debía jugar el clasificatorio olímpico con la selección de Estados Unidos. “Fue un día hermoso: caminé mucho, me comí un risotto de vegetales, me tomé un cafecito, entré a una panadería, observé a la gente... Reviví las memorias de aquel año que viví en Rosario, en el 94. Fue increíble, inolvidable para mí en todo sentido y volver, luego de tanto tiempo, ha sido muy especial”. Fue impactante escuchar a Diana Taurasi, cuando regresó a su Argentina, 25 años después. Sobre todo porque hablamos de, para muchos, la mejor basquetbolista de todos los tiempos. O, al menos, la más laureada e importante de la historia.
Ahora, por si faltara algo, a los 42 años, acaba de lograr un hito más, histórico en los Juegos Olímpicos, nada menos. Ganó el sexto oro olímpico seguido, algo que nadie logró en más de 100 años en deportes colectivos olímpicos. Ayudó, esta vez en un rol menor, a estirar el invicto del seleccionado estadounidense (61-0), tras una final muy apretada con Francia (ganó por 1).
Taurasi, además, viene de disputar su temporada N° 20 en la WNBA, siempre jugando para Phoenix Mercury y luego de haber superado los 10.000 puntos, un hito único. De la NBA femenina fue campeona en tres ocasiones, con tres MVP en total (dos de Finales), cinco títulos de goleadora y nueve selecciones de All Star. Pero, claro, lo suyo va más allá porque, en los recesos, por años se fue a Europa, básicamente porque los sueldos en USA siempre fueron inferiores. Y en el Viejo Continente ganó 18 títulos, seis de Europa, siendo cuatro veces la goleadora. Si le faltaba algo, con Estados Unidos logró cinco oros olímpicos y cuatro Mundiales. Una leyenda viviente que podemos decir “es nuestra”.
“Sí, claro, yo me siento tan argentina como estadounidense. Podés preguntarles a mis compañeras de selección cómo me comporto cuando estamos en un Juego Olímpico o un Mundial. Pensá que en mi casa se habla castellano, se toma mate, se come facturas, milanesas, empanadas, asado, tripa, pollo al galeto, hablamos todo el día de fútbol... Yo viví casi toda mi vida en Estados Unidos, pero llegaba a mi casa en Los Angeles y era como llegar a Argentina. Además aquel año que viví en Rosario me dejó marcada de por vida…”. Su relato, en aquella nota para Infobae, impacta. Por su castellano casi perfecto. Por lo arraigada que tiene nuestras raíces. Por la pasión con la que habla de Argentina. Por la emoción que desprenden sus palabras. Y porque quien las dice es una superestrella de todos los tiempos.
Su pasado en el país le quedó marcado a fuego. “Atesoro hermosos recuerdos. Tenía 12 años y prácticamente vivía en el Club Atlético Villa Diego. Estaba todo el día, desde las 8 de la mañana hasta las 8 de la noche. La vida de club que aún extraño porque en Estados Unidos no existe. Allá es la escuela y la universidad, pero no hay instituciones así. Yo recuerdo que allí jugaba a todo, al fútbol, al tenis, al hockey…”, rememora. Y al básquet, claro, deporte en el que ya se destacaba y jugaba con chicas más grandes, aunque siempre aclarando “que en aquella época me gustaba más el fútbol, eh”. Cuando volvió a Estados Unidos, siguió jugando a ambos hasta que tuvo que decidirse. “Igual, me sigue encantando el fútbol y con mi papá, ex jugador, miramos muchos partidos. Es más te digo: si hay un partido de la Selección y otro de los Lakers, miro el de Argentina. Y hay un partido de Central o de los Suns, miro el de Central. No tengo dudas”, aclaró.
Su padre, Mario, fue jugador. Italiano, llegó al país a los cinco años y ya de grande conoció a Liliana, una rosarina de pura cepa. Se casaron, tuvieron a Jessica y cuando pensaron que se quedarían a vivir en el país, salió una oportunidad en California y se fueron. Allá, en Chino, una ciudad del condado de San Bernardino, se afincaron y nació Diana, el 11 de junio de 1982. Tenía 12 cuando volvió a Rosario, por poco más de un año, pero tiempo suficiente para que le quedaran marcadas las vivencias. “Rosario siempre va a ser mi casa. Ahí está la familia, mi corazón. La gente caminando por las veredas, la panadería, la verdulería, la carnicería… En Estados Unidos no se ven esas cosas. Recuerdo bien los días de fin de semana a la mañana, me daban unos pesos y me decían ‘andá a comprar unas facturas’. Yo iba con mi hermana, caminando, comprábamos facturas, también soda, vino y volvíamos a casa. Ahí estaba mi tía haciendo ñoquis y la salsa... Todas esas cosas están en mi mente, hasta los olores”, rememoró.
Los domingos eran de fútbol. Y, como gran parte de Rosario, teniendo que decidir entre dos clubes. “Muchos en la familia somos de Central y algunos de Newell’s, pero bueno, a eso no se les habla (se ríe). Tengo hermosos recuerdos, como los del 95, cuando estuve en la cancha en aquella gran final que ganamos de manera increíble (NdeR: se refiere al 4-0 y triunfo por penales sobre el Atlético Mineiro en la definición de la Copa Conmebol, luego de perder 4-0 en Belo Horizonte). Y ahora lo sigo siempre, como puedo”, describió.
Mujer de fuertes convicciones, hace 5 años, en el primer partido de local en la WNBA, Phoenix Mercury –su equipo- decidió usar esa primera noche en casa para resaltar a mujeres que han marcado la historia y ella eligió poner dos imágenes en sus zapatillas, la de la jueza estadounidense Ruth Bader Ginsburg y la de nuestra Eva Perón, en un calzado hermoso que además tuvo los colores (celeste, blanco y dorado) de nuestra bandera. “Quise homenajear a dos mujeres que tuvieron un impacto grande en la sociedad. Que no tenían miedo de decir cosas que en esa época no se podían decir, que mucha gente quería decir pero no tenía el apoyo. Eva luchó por la mujer, por los que menos tienen. Dejó su huella en muchas formas. Mis viejos me lo contaron, pero luego yo también me informé. Hoy uno va a Youtube y puede mirar lo que sea. Y a mí me encanta todo lo que esté relacionado con Argentina porque quiero aprender más”, explicó.
Taurasi rompió muchas marcas, como la de hoy en un Juego Olímpico, pero su impacto va más allá de la cancha. Pero afuera también rompió barreras o, al menos, ayudó a derribarlas, como Evita. En el 2012, cuando se le plantó a la FIBA por un código de vestimenta que le parecía sexista. Como en el 2017, cuando se casó con Penny Taylor, jugadora australiana y compañera de equipo en Phoenix. O como en marzo del 2018, cuando Taylor dio a luz al hijo de ambos, Michael Leo. “Nunca quisimos ser ejemplos, lo mantuvimos todo como algo privado. Nos casamos porque somos dos personas que se aman y tener un hijo sentimos que era nuestro siguiente paso en la relación, pero está claro que el básquet y el mundo en general han progresado mucho en romper el paradigma histórico”, aseguró.
Diana, en su carrera, siempre tuvo como referente y ejemplos inspiradores a deportistas argentina, comenzando por Maradona y llegando hasta Messi, pasando por Ginóbili y Scola, dos de su deporte. “Fue así y lo siento así. Me falta conocer a Messi, me encantaría. Con Maradona me saqué las ganas en el 2008, cuando estábamos en China y fuimos a ver a la Selección. Se lo pedí especialmente a Adam Silver, el comisionado de la NBA que justo estaba con nosotros. Logró conseguirme un rato con Diego y aún conservo la foto que nos sacamos. Con Manu he estado bastante cuando él iba a jugar a Phoenix. También con Luis (Scola) cuando jugaba en los Suns y con Pepe (Sánchez) en los Juegos Olímpicos, aunque en 2019 tuve la chance de estar con él cuando viajé a Bahía Blanca y jugué en un centro de alto rendimiento. Siempre me ha gustado charlar con ellos y preguntarles de todo del país”, comenta. Y deja una reflexión sobre la argentinidad y una forma de ser tan especial. “Somos distintos, vivimos la vida de una forma distinta, con más intensidad, con más pasión”, aseguró.
-¿Y sentís que la famosa garra y pasión argentina han estado presentes?
-Sí, claro, sin dudas. Quizá por tener sangre argentina y sangre italiana. El ADN argentino está en mí, es parte mío, y me ha ayudado. Y quizá eso sea una explicación. Lo mismo que haber jugado siempre con una mentalidad de inmigrante. Lo traigo de mi familia, de mis padres, que fueron a Estados Unidos y, con esfuerzo y dedicación, hicieron su camino.