Mi nombre es Ariel Atamañuk, tuve un accidente en el 2015 mientras me desempeñaba como un integrante del Destacamento Móvil 3 de Gendarmería Nacional. Prestaba servicios en Jesús María (Córdoba) y era chofer de micro, camiones y vehículos ligeros. También soy esposo de Viviana Maricel Cabrera, a quien conocí en Esquel (Chubut) en 2005, en nuestro primer destino como gendarmes. Desde ese momento estamos juntos, es la que me acompaña hasta el día de hoy.
14 DE MARZO 2015
Viviana se encontraba en Iberia desempeñándose como casco azul de Gendarmería Nacional. Ella era la que me despertaba todas las mañanas por la diferencia horaria que había en ese momento. Me acuerdo muy bien porque ese día cuando me levanté llovía muy fuerte, inclusive me cambié el uniforme por el más viejito para que no se me arruinara el nuevo, porque dije: ‘Seguramente con esta lluvia lo voy a mojar todo y lo voy a terminar estropeando’. Después de cambiarme me fui a la Unidad, preparé el mate y dejé todo listo.
Recuerdo que esa mañana había compartido una imagen en Facebook, una caricatura de dos viejitos agarrados de la mano en una mecedora que decía: “Que lindo es llegar juntos a viejitos”. La publiqué y la etiqueté a Viviana. Le hablé antes de salir y le dije que le iba a volver a escribir cuando llegara a Río Ceballos porque estaba muy feo el clima.
Esperé que amaneciera un poco más, porque íbamos a salir antes pero por la lluvia lo hicimos más tarde. Yo llevaba el relevo de la gente que estaba trabajando allá, pero ni bien hicimos 5 o 10 kilómetros de Jesús María, chocamos.
Lo recuerdo hasta hoy. Momentos antes, le había dicho a mis compañeros que fueran a sentarse. En ese momento llevaba 34 personas a bordo. Estaba todo muy difícil, no se veía nada. En el aire se presentía que algo podía suceder. Yo llevaba muchas horas haciendo ese tipo de viajes y sabía que los días de lluvia o niebla el peligro podía estar en cualquier momento.
Un camión venía directo a nosotros. Vi cuando perdió el control; vi cómo había mordido la banquina, cómo volvió a volantear y cómo se subió a la ruta. Primero pegué un grito adentro del colectivo para alertar a mis compañeros de que algo iba a suceder. Después hice una frenada fuerte para que chillen las gomas, seguida de otra para estabilizar el micro y poder hacer un volantazo. El choque fue frontal y de nuestro lado no teníamos banquina.
Después del volantazo se escuchó un ruido muy fuerte y salí despedido del micro. Se había cortado el cinturón de seguridad, la base del asiento quedó en la fusilera y el respaldo salió conmigo. El accidente fue muy grande, una pierna quedó atrapada entre los fierros, tuve desplazamiento de cadera, fractura en la cuarta y quinta vértebra, el brazo derecho roto en tres partes, un riñón cortado y pérdida de líquido en los pulmones. En ese momento cerré los ojos y me despedí de mi señora, dije: “Gorda, te amo”. Pensé que no iba a volver a abrirlos.
Estuve 30 días en el hospital de urgencias en Córdoba. Cuando me desperté mi esposa fue la primera persona que vi. Cuando vi sus ojos brillosos, fue como una esperanza de vida. Le pregunté si había perdido las dos piernas o una y me dijo las dos. Entonces le pregunté ¿Sobre o bajo la rodilla? y ella respondió ‘sobre’. Fue muy duro.
Me habían cerrado las heridas de las dos piernas y me hicieron una amputación en ambas. El traumatólogo me confesó días después que el brazo también debería haberlo amputado pero decidió no hacerlo porque ya me faltaban las dos piernas. Me lo ataron con alambres, por así decirlo.
Hoy Ariel Atamañuk representará a Argentina en los Juegos Paralímpicos de París 2024 en paracanotaje. Sin embargo, el camino hasta convertirse en este gran atleta no fue fácil. Literalmente, el misionero volvió a nacer en aquel hospital de Córdoba y, desde que recibió el alta, comenzó una nueva vida. “Fueron momentos muy duros. No podía moverme solo, ni hacer nada. Viviana estuvo casi tres meses haciendo todo por mí. Desde bañarme hasta limpiar mis necesidades. Ella fue fundamental. Nos arreglamos los dos solos. Costó al principio, fue un aprendizaje mutuo. Ella ayudándome y yo intentando empezar a independizarme: sentarme solo, bañarme solo… Muchas cosas”, recuerda en una íntima entrevista con Infobae.
“Un día le pedí que me pusiera un espejo en frente porque quería ver mi nuevo cuerpo. Yo antes tenía las piernas completas. Me quedé un ratito, me miré un poco y entendí que esto iba a ser así, que mis piernas no iban a crecer, y que por más prótesis que tenga éste iba a ser mi cuerpo y tenía que aprender a quererlo y cuidarlo”, relata y reflexiona: “Uno piensa que no puede haber cosa peor y la verdad es que hay que ser agradecido de las cosas que nos pasan. Siempre hay que saber que hay otras personas que la pasan peor”.
A partir de esa aceptación y su buen humor, que según él fue “fundamental para no caer en pensamientos malos”, Ariel encontró en el deporte una motivación inmensa y su vínculo comenzó nada más ni nada menos que en los Juegos Paralímpicos de Río 2016. “Al año siguiente, los ortopédicos de Córdoba se pusieron de acuerdo con mi esposa para ir a verlos. Me encantó. Cuando a uno le pasa lo que me pasó a mí, piensa que no hay nada del otro lado de la puerta. Decís: ‘Me quedé en una silla y acá se terminó mi vida enfrente de un televisor’. Pero fue ahí cuando vi que mi mentalidad cambió. Dije: ‘Bueno, hay una vida llena de desafíos por conquistar’. Cuando volvimos mi cabeza volaba. Primero arranqué con una bici de mano y fue una experiencia increíble. Volver a hacer deporte fue hermoso e inexplicable”, asegura Atamañuk.
Sin embargo, su contacto con el agua llegó un tiempo después, tras ver una exhibición en el Estadio Mario Alberto Kempes de Córdoba: “Mi señora se acercó al profe, le preguntó si podía subirme, le explicó la discapacidad que tenía y él dijo que sí. Empecé a tomar clases formalmente en 2017 y en febrero me incorporaron al equipo nacional de paracanotaje”. “En mi primera experiencia en un kayak terminamos últimos”, recuerda entre risas y agrega: “Pero yo estaba fascinado de poder ser parte. De estar en contacto con la naturaleza y poder sentir el aire en la cara”.
Poco a poco el esfuerzo rindió sus frutos y para mitad de ese año Atamañuk iba a disputar su primer Mundial en República Checa: “Después de ese primer empujón, logré meterme en el ranking como primero y poder clasificar a los siguientes eventos”. Una vez consolidado como uno de los mejores remeros de Argentina, en 2019 comenzó los preparativos para Tokio 2020, su primer experiencia paralímpica. “Fue un sueño cumplido. Confiaba en que el trabajo que estaba haciendo era muy bueno. Uno le dedica muchas horas al deporte, pero eso no te garantiza nada. Podés entrenar un montón y ni así tener la certeza de que salga bien. Finalmente, y después de mucho entrenamiento durante la pandemia, las cosas salieron. En 2021 buscamos la clasificación en la Copa del Mundo de Hungría y pudimos poner las dos embarcaciones en Tokio (Canoa y Kayak). Fue una locura”.
El misionero recuerda aquel evento como algo atípico ya que se vivió con ciertas restricciones al estar atravesado por el COVID-19: “Fue hermoso, pero no podía ir la familia ni la hinchada. Disfruté el poder estar, pero no en el contexto que podría haber sido si no hubiese sido por la pandemia. Me acordaba de Río 2016, que era un mundo de gente”. Finalmente, en aquella competencia acabó décimo en Kayak KL2 y noveno en Canoa VL3, a milésimas de competir por las medallas.
Ariel considera que podría haber obtenido mejores resultados en aquella edición, pero no por no haber subido al podio, sino por todo lo que fue su preparación ya que, a la hora de competir, lo hace para superarse a sí mismo y no para conseguir una presea: “Nunca apunto a una medalla sino a buscar la mejor versión de mí. Si eso alcanza para ganar un metal, bienvenido sea, sería la frutilla del postre”.
Con esa mentalidad se hará presente en París, tras lograr la clasificación en el Mundial de Alemania y entrar como el quinto mejor del mundo, después de asegurar su plaza en el Selectivo Nacional en marzo.
Durante la entrevista, Ariel trazó un paralelismo entre cómo es su vida después de aquel 14 de marzo del 2015 y la disciplina que practica: “Es un deporte en el que tenés la vista fija hacia donde vas, sin ver lo que dejás atrás. Sólo hay que mirar atrás para ver lo que lograste o el recorrido que hiciste. Siempre empujando hacia adelante. Está bueno cada tanto mirar hacia atrás para ver lo que avanzamos, pero a la hora de enfocarte no hay que perder de vista el frente y seguir remándola”.
Hoy, nueve años después del terrible accidente que protagonizó, el argentino afirma que “el deporte es vida. Salud. Nos demuestra que no hay límites y que por más que nos pase algo doloroso o trágico, la vida no se detiene. Hay mucho para hacer y solamente se necesitan tres cosas fundamentales para lograrlo: querer hacerlo, tener las herramientas y tener el apoyo familiar. Mi esposa me levantó cuando las cosas no andaban bien, me apoyó y me alentó cuando las cosas sí iban bien”.
Con respecto al choque, en el que de las 35 personas que viajaban en el micro perdió la vida José Olmedo (íntimo amigo de Ariel), Atamañuk concluye: “Nunca supe nada del camionero ni quise saber quién era. No tenía sentido en ese momento y menos ahora. Parece que se había quedado dormido. No vi la causa, sólo me dijeron que figuraba como que se había dormido y nada más. No quise entrar en detalles”.