La sequía se iba acrecentando, hasta transformarse en una sombra que oscurecía al deporte argentino. Cada vez estaban más lejos, y amarillentos los recuerdos, de aquella plata conseguida por el excelente remero Alberto Demiddi, en las aguas de Munich, allá por el ‘72. Habían pasado 16 años de ausencia argentina en el medallero olímpico, hasta que llegó Seúl ‘88 y el maleficio pudo cortarse, gracias a dos símbolos de esa década, cuyos resplandores llegan hasta nuestros días: Gabriela Sabatini y la selección masculina de vóley.
Fue una competencia extraordinaria y singular por múltiples factores: el dóping positivo de Ben Johnson, tras batir la plusmarca en los 100 metros, las cinco medallas doradas de Mat Biondi en natación y las tres de Florence Grifith, esa dama que conmocionó al atletismo. Fue el regreso de la lucha mano a mano entre Estados Unidos y la Unión Soviética, luego de los respetivos boicots a Moscú ‘80 y Los Ángeles ‘84. Pero también fue la última vez que dijeron presentes, como tales, Alemania Democrática y la Unión Soviética en la máxima cita del deporte universal, a donde regresó el tenis, luego de 64 años de ausencia.
Y allí anidaba una de las grandes esperanzas del deporte nacional, porque Gabriela Sabatini llevaba ya tres años encaramada como una de las mejores del mundo. Como ratificación de su nivel, un par de semanas antes había perdido la final del Abierto de los Estados Unidos ante Steffi Graf. Y pese a ser una estrella mundial, Gaby llegó a Seúl con la marca registrada de su timidez, que enseguida fue bañada por el afecto de toda la delegación, que la esperaba con anisas. Con orgullo, portó la bandera en la ceremonia de inauguración y se preparó para el debut, que sería con un éxito aplastante ante la yugoslava Sabrina Goles 6-1 y 6-0. “Estar en la villa olímpica es lo mejor, y poder compartir cosas con los demás. Todavía no lo pude hacer, pero quiero ir a ver a los otros argentinos en sus deportes. Y quiero esta medalla, porque no se para mí, es para el país”, señaló un rato después.
En esas palabras, estaba sintetizando algo que siempre subrayó, a lo largo de su vida, que fue la hermosa experiencia de vivir en la villa, porque le abrió un mundo diferente, lejano a su habitualidad en el circuito internacional, donde estaba en los mejores hoteles y con autos último modelo a disposición. Ahora era el tiempo de compartir las horas con diversos atletas, que luchaban mucho por estar allí y atravesaban una realidad diferente a la elite del tenis. Bebió un poco de aquel amateurismo que impregnaba buena parte del campamento argentino y lo incorporó como combustible.
En la segunda ronda, superó a la alemana Silvia Hanika 1-6 6-4 6-2. En condiciones normales, debió ser más sencillo el trámite, pero en la jornada anterior, Gaby había perdido un maratónico partido de dobles junto a su amiga Mercedes Paz, ante la dupla canadiense, luego de más de cuatro horas de batalla. El martes 27 de septiembre iba a quedar en la historia, no tanto por el 6-4 6-3 ante Natalia Zvereva, sino porque esa victoria la colocó en las semifinales y con ello, Argentina volvía al medallero en los Juegos Olímpicos luego de 16 años, ya que, en el tenis, no había partido por el bronce. Con una sonrisa plena, declaró: “No festejé mucho, porque espero dar todavía más en el torneo. Yo conozco la expectativa del deporte argentino por tener una medalla olímpica, pero no me sentí presionada por eso. Aquí es todo diferente, porque no tenemos la presión de los puntos del ranking, pero, por otra parte, lo lindo es sentir que no estoy jugando solo por mí, sino en representación de Argentina y me siento orgullosa de haber conseguido una medalla para mi país”.
Ese orgullo era el mismo que se sentía aquí, a tanta distancia de la lejana Seúl, que la magia de Gaby ponía un poco más cerca. Fue el comentario en todos los medios y la tapa obligada de los diarios, que le hicieron el espacio que se merecía el regreso al medallero. Con enorme facilidad dejó en el camino a la búlgara Manuela Maleeva en la semifinal, para dar el último paso rumbo a la quimera del oro. Allí la esperaba, como tantas veces en su trayectoria, su eterna adversaria: Steffi Graf. La final fue el viernes 30 de septiembre en la noche argentina, ya mediodía del primer día de octubre en Corea del Sur. Fue de lo escaso que la televisión nacional mostró en directo de aquellos Juegos. La alemana fue una topadora, como era su costumbre y se quedó con la gloria, tras un doble 6-3, alcanzado un hito único en la historia del tenis: el Grand Slam dorado, ya que antes, había ganado los cuatros máximos torneos en ese 1988.
Gabriela nos disimuló la frustración en la ceremonia de premiación. Sentía que ella podía estar en el escalón más alto, pero enseguida tomó conciencia de lo que había logrado, mientras acariciaba la medalla plateada: “Cuando estaba en el podio y vi subir la bandera argentina, me emocioné. Sentí algo extraño, como un escalofrío. Pensé en lo que representaba, no tanto por mí, sino por todos los argentinos”. Gaby demostró que, por una vez, para todos sus compatriotas, la plata si alcanzaba…
Javier Frana fue uno de los tenistas que más presente estuvo a la hora de jugar por el país, ya sea en la Copa Davis, Panamericanos o Juegos Olímpicos. Seúl ‘88 fue la primera de las tres ediciones en las que pudo competir, con algunas anécdotas que recordó en diálogo con Infobae: “Desde chiquito siempre tuve fascinación por los Juegos Olímpicos y cuando surgió la posibilidad de ir, me tiré de cabeza. No ingresé en forma directa al singles, sí al doble, entonces me fui a jugar una clasificación a Monterrey y lo conseguí. Para llegar a Seúl fue un vuelo extenuante de más de 36 horas desde Los Ángeles, tanto es así que llegué de noche y no sabía si eran las 22 o las 4 de la madrugada (risas). El momento de la inauguración es indescriptible, porque te sentís parte de una película, en ese estadio colmado. La villa olímpica era hermosa y estaba ubicada justo frente al predio de tenis. El espíritu que se percibe allí es único, porque a cada paso te cruzás con la elite del deporte mundial y observás los movimientos y rituales de los atletas de las distintas disciplinas. De chico jugué mucho al vóley y siempre me gustó, por eso estuve cerca del plantel argentino, los fui a ver varias veces y fue hermoso ver cómo consiguieron esa medalla. Una vez que ya había quedado fuera de competencia, me quedé varios días más y allí entrené tanto con Steffi Graf como con Gaby, obviamente con el consentimiento de ella, en el día previo a la final. Fue algo muy especial ese momento de pelotear con las dos chicas que se iban a disputar la medalla dorada”.
En las especulaciones previas, Sabatini configuraba una esperanza real de medalla. También se pensaba que el seleccionado de fútbol, tenía chances concretas. Pero lentamente, todo se fue desvaneciendo, por las bajas que fue sufriendo el plantel que habían imaginado entre Carlos Bilardo, técnico de la mayor, y Carlos Pachamé, su ayudante y entrenador del equipo. Los primeros que quedaron marginados fueron Claudio Caniggia y Pedro Troglio, al ser transferidos al Verona de Italia. Más tarde se dio una situación inesperada, que no ocurría desde hacía más de 10 años, y fue cuando dos clubes se opusieron a ceder futbolistas al cuadro nacional, reverdeciendo una vieja práctica, de los tiempos anteriores a la asunción de Menotti.
En paralelo con la disputa de los Juegos Olímpicos, se desarrollaban las etapas decisivas de la Copa Libertadores, donde estaban en carrera San Lorenzo y Newell´s, que decidieron priorizar sus intereses, negando, en total, a cinco elementos: Blas Giunta y Norberto Ortega Sánchez, por un lado, Roberto Sensini, Jorge Theiler y Roque Alfaro por el otro, respectivamente. Menos entendible aún, fue la posición de River Plate, que no tenía ninguna competencia internacional y el torneo local, recién comenzaba. De todas maneras, impidió que Ernesto Corti y Julio Zamora estuvieran en Seúl.
La lista final se fue armando sobre la marcha, con convocatorias a último momento y en medio de una gran desorganización. Uno de los que viajó fue el Chacho Claudio Cabrera, que así nos lo recordó: “Fue una linda experiencia, pero no la pudimos disfrutar del todo ni sentir el espíritu olímpico, porque al fútbol lo alojaron en Taegú, distante 400 kilómetros de la villa, por la que habíamos pasado el día que arribamos solo para acreditarnos. En aquella ciudad disputamos los partidos, hasta que quedamos afuera con Brasil en cuartos de final. Lo único que siempre te hacía bien, sea un amistoso o un partido a beneficio, era ponerte la celeste y blanca. Al día siguiente de la eliminación, fuimos a Seúl e hicimos noche en la villa antes del regreso. Allí quedaban pocos atletas, pero compartimos el lugar con los muchachos del vóley y Gabriela Sabatini, que fueron los que consiguieron las medallas para nuestro país”.
En la misma dirección, nos describió sus recuerdos Hugo Perico Pérez, el último de los llamados por el cuerpo técnico: “Estábamos en medio de una gira y el Coco Basile, con ese vozarrón tan particular, me pidió que me parara: ‘Perico: le quiero informar que Bilardo lo ha pedido para disputar los Juegos Olímpico de Seúl’. Fue muy lindo, porque los muchachos se pusieron a aplaudir y enseguida me volví solo haciendo Roma – Zurich – Madrid – Buenos Aires. Fui titular en un buen equipo, que podría haber ganado una medalla, pero nos eliminó Brasil 1-0 en cuartos de final en un partido cerrado”.
Argentina nunca jugó bien. En la fase de grupos igualó con Estados Unidos 1-1, perdió con Unión Soviética (a la postre campeón) 2-1 y superó por idéntico score a Corea del Sur, para avanzar a los cuartos de final. Allí aguardaba Brasil, con la gran figura de Romario. Fue el primer evento que la televisión argentina emitió en directo de aquellos Juegos Olímpicos. Pocos lo vieron, porque fue un domingo a las 6 de la mañana y la lógica victoria de Brasil clausuró una tenue ilusión. Apenas se destacaron la seguridad de Néstor Fabbri, la dinámica de Perico Pérez y Darío Siviski en el medio, más la potencia goleadora de Carlos Alfaro Moreno, como anticipo de la gran temporada que viviría en Independiente.
El campeonato mundial disputado en Argentina en 1982, constituyó un punto de inflexión en la historia del voleibol en nuestro país. La gente se volcó en forma masiva a ver los partidos de la Selección, que tuvo una actuación formidable, alcanzando un tan inesperado (en los cálculos previos) como festejado tercer puesto. Fue una generación brillante de jugadores, que se mantuvo por muchos años en la élite y en Seúl ‘88 tenía el objetivo de poder conseguir una medalla. Hugo Conte fue uno de los referentes y símbolos de aquella camada y así lo evocó en la charla con Infobae: “El equipo llegó muy bien en el plano mental, físico y técnico. La preparación la iniciamos en el mes de mayo, cuando regresamos de jugar en la liga de Italia, con el gran objetivo de subir al podio, porque sabíamos que lo podíamos hacer por la calidad técnica que había en ese grupo. No es que todo lo demás fuese un fracaso para nosotros, pero íbamos convencidos de lo que queríamos, que era una medalla. En la fase de grupos tuvimos un partido que fue tremendo contra Estados Unidos, donde nos pudimos colocar dos sets a cero, con una tarea formidable y lo terminamos perdiendo en el quinto, contra el que iba a ser el campeón olímpico. Contra Países Bajos fue otro encuentro clave, que ganamos 3-0 con bastante comodidad, obteniendo el pase a las semifinales”.
La primera parte ya estaba cumplida y había llegado el momento de la verdad, que era nada menos que enfrentar a Unión Soviética en la semifinal. Pese a mantener el buen rendimiento de la fase de grupos, Argentina cayó por 3-0, pero aún quedaba la chance de la medalla de bronce, a definirse en el clásico frente a Brasil. Fue el sábado 1° de octubre en la noche de nuestro país, casi el mediodía en Corea del sur, día y horario ideal para la televisación, sin embargo, apenas un puñado de personas, aquellos pocos que tenían cable hace 36 años, lo pudieron ver por un canal brasileño. Además de las cosas puntuales señaladas más arriba, la TV nacional hizo una pobre cobertura de los Juegos, con tres canales en manos del estado, que tenían lo derechos, pero apenas se limitaban a una síntesis diaria, en horas de la noche. El único privado era el 9, pero había decidido abrirse de la OTI, la empresa que manejaba los derechos para el hemisferio sur.
El cuadro nacional salió a la cancha con la misma fe con la que había viajado, con la convicción de traerse una medalla, como lo recuerda Conte: “Fue un partido durísimo, donde logramos colocarnos dos sets a uno contra un equipo brasileño que era potencia, con grandes resultados a nivel mundial y olímpico. Se hizo muy largo, y allí sufrí un problema intestinal en el cuarto set, y debí ir a baño, porque los cólicos eran tremendos. Regresé para el final de ese parcial y listo para el quinto, pero con un sufrimiento terrible (risas). En el último sacamos una importante ventaja, que comenzaron a descontar, pero lo cerramos 15-9 y desató la locura total, con un festejo inolvidable. El día anterior, llegaron mi esposa y las ex de Uriarte, Martínez. Fue un poco un delirio, porque les dijimos que se vinieran, que algo grande íbamos a lograr, pero fue una locura logística de pasajes y llamados telefónicos entre Buenos Aires y Seúl en el ‘88 (risas). Estuvieron solo dos días, pero fue maravilloso. La medalla de bronce para aquella generación significó lo máximo de todo lo que logramos y sentimos que hicimos más conocido a nuestro deporte”. Dirigidos por Luis Muchaga, además de Conte, el plantel estuvo conformado por Daniel Castellani, Daniel Colla, Juan Carlos Cuminetti, Alejandro Diz, Waldo Kantor, Esteban Martínez, Esteban de Palma, Raúl Quiroga, Jon Uriarte, Carlos Weber y Claudio Zulianello.
Pasaron 36 años de una competencia inolvidable, que trazó una imaginaria línea, a nivel global, marcando un antes y después en muchos aspectos. También lo fue para nuestro país. Gracias Gaby y muchachos del voleibol, por darle la merecida vuelta olímpica a Argentina en el medallero de los Juegos.