“Los Juegos deben estar al servicio de la ciudad. No la ciudad al servicio de los juegos”. Por distintas circunstancias, esta especie de axioma del olimpismo -no podría dar fe de que tal cosa figure en su carta orgánica-, no solo rara vez se hizo visible sino que, en el caso de París, está mostrando un rostro absolutamente inverso. Así como se dice que Barcelona comenzó a mirar al mar de manera mucho más amigable de la mano de los Juegos del ‘92 y para Londres 2012 se puso fuertemente en valor una zona Este hasta entonces irrelevante, la capital francesa está atravesando días francamente contradictorios.
Por momentos, el reclamo de comerciantes parisinos amenaza con volcar inevitablemente la balanza para el lado del debe. Taxistas de aeropuerto cuyo trabajo merma por la invasión de navettes autorizadas que abaratan brutalmente el viaje a la ciudad, concesionarios de bateau-mouche cuyos barcos pasarán un par de meses sin moverse por el Sena o dueños de bares emblemáticos cuyas sillas ya no son miradores de privilegio: desde los Cafés du Trocadero, Malakoff y Kleber ya no se ve la Torre Eiffel mejor que desde ningún otro lado, sino una enorme estructura de hierro y vidrio montada para venderle escenografías únicas a cadenas de televisión a precios inimaginables.
Pero como el universo tiende al equilibrio, pronto uno recuerda que esta singular alianza entre París y el Comité Olímpico Internacional nos va a regalar imágenes tan impactantes que hasta corremos el riesgo de distraernos embobados incapaces de registrar si los espectáculos deportivos son buenos o malos. Dicho en criollo, París nos va a tirar toda su belleza en la cara. Insolente. Encantadora.
Todas estas consideraciones y algunas discrepancias son, por cierto, parte lógica de una previa llena de ansiedades: la necesidad de hablar sobre los Juegos desde mucho antes de que los Juegos empiecen nos lleva a llenar el aire de controversias que, ciertas o falsas se diluirán apenas empiece a jugarse el primer partido de Paris 2024 que, además, involucrará a la Argentina de Mascherano (miércoles 24, 10 de la mañana hora argentina en St. Etienne).
A propósito de Argentina. Es de manual especular con “las posibilidades de nuestra delegación”. Un auténtico fallido en tanto en esa “delegación” conviven mujeres, hombres, aficionados, rentados, súper profesionales, deportes individuales, colectivos, con pelota, con palo y bocha, con raqueta, a caballo, en el agua, en bicicleta y siguen las firmas. Pese a tanta reticencia, prometo algún esbozo en próximas entregas.
Mientras tanto, me pregunto. Acerca del affaire Enzo-Francia-Garro, ¿a ninguno de nosotros se nos ocurrió detenernos en el detalle de que se echó al subsecretario de Deportes una semana antes del comienzo de los juegos?
Desde ya que nadie en nuestra delegación tiene síntomas de orfandad al respecto. Pero ¿si tan poco importa el cargo, para qué gastar recursos y llenar casilleros que no se respetan? ¿No merece una reflexión que tres personas distintas hayan ocupado ese puesto en un año olímpico? (Ricardo Schlieper renunció cuando designaron secretario a Scioli)
Finalmente, si durante la administración de Alberto Fernández el área de Deportes fue acusada de adueñarse del Enard o, cuanto menos, de quitarle la autarquía que corresponde a esta entidad compartida en partes iguales por el Estado y el COA, ¿cuánto se diferencia un presente en el cual el responsable administrativo del Ente pasa a ocupar además el cargo del expulsado Garro?
O sea que el reparto de dineros para becas, planes de desarrollo o lo que fuera que, aun a valores de pobreza, tanto de la canilla del Estado como de la del Enard, queda en manos de una sola persona. ¿Es necesario? ¿Tan poca gente idónea ha parido nuestro amado deporte?
Nada. Solo digresiones mientras matamos la ansiedad olímpica paseando por una ciudad tomada.