En lugar de amenazar, sancionar o multar la Conmebol debería dar explicaciones

El caos organizativo en la Copa América excedió el escándalo del día final. El doble estándar en el entretiempo: de sancionar a entrenadores por dos minutos a tomarse 24 minutos por el show de Shakira

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Los incidentes que demoraron el partido por la desorganización de la final de América. El caos y maltrato a quienes pagaron la entrada para ver el espectáculo que se demoró una hora y cuarto
Los incidentes que demoraron el partido por la desorganización de la final de América. El caos y maltrato a quienes pagaron la entrada para ver el espectáculo que se demoró una hora y cuarto

Disfrutar de un equipo capaz de ganar sin siquiera jugar en todo su potencial un torneo tantas veces esquivo está por encima de todo: eclipsa cualquier otro punto de vista. Sin embargo, quedar varados alrededor del suceso de un ciclo incomparable puede convertirse en el narcótico imprescindible que nos lleve a minimizar un bochorno que merece un trato casi tan privilegiado como el resultado deportivo

Era tan difícil adivinar que pasaría como ignorar que algo malo iba a pasar. Esta Copa América, la falta de oficio (¿interés?) de los organizadores y la propia historia reciente y no tan reciente de la Conmebol tenían comprados todos los boletos.

La tentación coyuntural nos arrastra a buscar calificativos inexistentes para dimensionar el desprecio con el que se atendió una previa que perjudicó a tantos espectadores que parece una tilinguería destacar que, además, provocó una demora de hora y cuarto en el comienzo del partido. ¿Habrá sucedido alguna vez algo similar en algún play off entre los Lakers y los Celtics? ¿En las casi sesenta ediciones del Superbowl? ¿Cuándo los New Jersey Devils derrotaron a los Dallas Stars en la primera final del siglo de la National Hockey League? Ni siquiera pasó en 1990 cuando Cincinnatti Reds barrió en cuatro partidos a Oakland Athletics. Y miren si habrá tiempo para modificar horarios en un partido de béisbol.

No se trata de ejemplos chicaneros sino un atajo para ponernos en situación: de ninguna manera los dueños de los principales deportes norteamericanos se permitirían el lujo de dañar el valor agregado que le imponen a sus competencias casi como en ningún país del mundo. Ya fue dicho días atrás: salvo la calidad del partido y el resultado, ellos tratan de que todo lo demás valga la pena. Y el precio del ticket.

Sucede que el fútbol que ellos llaman soccer no forma parte de esa elite. De tal manera, aunque hayan acumulado durante décadas a varios de los mejores futbolistas del mundo, desde Pelé y Cruyff hasta Messi y Luis Suárez, no solo no lograrán que el juego tenga el arraigo popular de los anteriormente mencionados sino que, mucho menos, manejarán el oficio de la organización.

Podemos anclarnos una vez más en lo que aún a estas horas podría seguir sucediendo alrededor de la Copa América. Campos de juego en pésimo estado, rollos de césped que se colocaron para un partido se levantaron para un recital y volvieron a instalarse, amenazas a quienes se quejaran públicamente al respecto y, lo más reciente, el patético espectáculo de la inseguridad que infectó el final de Colombia-Uruguay que no fue sino un triste preludio para la previa de la final.

Pocas cosas legitimaron más el poderoso soliloquio de Marcelo Bielsa en la conferencia de prensa del último viernes que lo que acaba de suceder en Miami. No importa que nadie haya dicho exactamente que iba a pasar lo que pasó. Lo que importa es que, en un contexto que navega entre la incapacidad y la arrogancia, algo debía lastimar aún más el despropósito de jugar por segunda vez en cuatro ediciones el histórico Campeonato Sudamericano fuera del territorio en el que se disputó durante casi ochenta años. Es cierto que el 2016 quedó allá lejos en los calendarios. Sin embargo, que la fiesta del centenario del sudamericano se haya celebrado en tierra norteamericana fue más que una señal.

Solo para empezar, haber pisado con el negocio ese territorio abrió la puerta al mayor escándalo de corrupción con sentencia judicial que recuerda este deporte. Aquel legendario FIFAgate por el cual, entre otros, cayeron presos casi todos los presidentes de las federaciones sudamericanas y varios de sus socios. Obviamente por decisión de la justicia de los Estados Unidos. Fue una gran chance para ordenar las cosas. Sin embargo, desde entonces, pasaron un par de cosas.

Por ejemplo, las agresiones entre hinchas brasileños y argentinos en 2023 sin que la policía hiciera otra cosa que reprimir a los visitantes. O el disparate de los oficiales de la salud brasileña que entraron en la cancha para retirar a algunos jugadores argentinos que presuntamente habían violado las normas del COVID –nadie aclaró debidamente si efectivamente hubo documentación migratoria adulterada- lo que interrumpió prematuramente un clásico que jamás se completó.

Y a propósito de clásicos, el episodio que más claro deja si efectivamente los de ahora son mucho mejores que los de antes, fue el de la famosa final que River y Boca disputaron en el Santiago Bernabeu de Madrid.

Un organismo que es incapaz de jugar en su territorio el partido más trascendente de su historia y que no se da maña para evitar que se disfrace de escándalo su clásico de selecciones por excelencia debería motivar a sus representantes a ser, al menos, un poco más moderados a la hora de, por ejemplo, sancionar disciplinaria o multar económicamente a un técnico si su equipo sale cinco minutos tarde a jugar el segundo tiempo.

Una vez más, la materia prima supera abismalmente a la capacidad dirigencial.

La paradoja es que, mientras estamos despidiendo a Angel Di María, y empezando a extrañar a Luis Suárez o a Lionel Messi, los que hacen casi todo mal siguen atornillados a esas butacas que parecen estar siempre a resguardo de cualquier peligro. Aunque el FIFAgate lo haya desmentido circunstancialmente.

Muchos pensarán que por poco menos que lo de anoche alguno de los responsables ofrecería la renuncia. Teniendo en cuenta los antecedentes, lo de Miami no parece más que otra mancha del tigre

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