Nueve torneos, cien partidos y un fanatismo viral por su cara pintada de albiceleste: la vida del abogado de 43 años que sigue a la selección argentina

La transmisión del partido contra Holanda en el Mundial 2014 descubrió a Rodrigo González Cejas pintado y emocionado en las tribunas. Volvieron a encontrarlo ocho años después mimetizado en el estadio Lusail en el festejo del gol de Messi a México. Antes lo conocían como el Máquina, ahora todos le dicen el Talismán. La historia de un hombre que sacrificó sus relaciones y su economía por ser fiel a la Selección

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A Rodrigo González Cejas le dicen, desde el Mundial de Qatar 2022, el Talismán: en una década vio cien partidos de la Selección y solo se perdió uno

Viste falda a cuadros. Luce ropas desgarradas y un chaleco. Tiene una espada y pelo largo decorado con trenzas que cuelgan sobre sus perfiles. La cara está pintada de color celeste y blanco. Galopa un caballo frente a soldados indecisos. Pronuncia palabras estimulantes. Los convence a combatir. “Podrán tomar nuestra vida, pero jamás tomarán nuestra libertad”, grita William Wallace. La escena se proyectó en el espejo de un baño del Itaquerão. Era, paradójicamente, una fecha patria: el miércoles 9 de julio de 2014. Rodrigo González Cejas se convirtió en el William Wallace que vio infinidad de veces en la tele, asumió ese convencimiento, repitió ese rostro enajenado. Se pintó la cara de celeste y blanco, y salió. El ambiente, como en esa batalla mítica del puente de Stirling, era hostil.

No sabe cuántas veces vio Corazón valiente en su adolescencia. La película, dirigida, protagonizada y producida por Mel Gibson, sirvió de inspiración. Poco importaba que el discurso emotivo fuese un permiso artístico, una reminiscencia de la obra dramática Enrique V, la pieza final de la tetralogía Lancaster de William Shakespeare adaptada al lenguaje moderno, o que el film acumulara errores y rebosara de licencias históricas. No resultó influyente que en las guerras de independencia de Escocia hacia fines del siglo XIII los guerreros no usaban falda ni trenzas ni rostros pintadas. Ni para Rodrigo ni para la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, que en 1995 la nominó a diez premios Oscar y la condecoró con cinco, incluyendo mejor película y mejor director.

Lo único que importaba era la representación. Brasil se había quedado afuera del Mundial que hospedaba con una derrota catastrófica: había perdido siete a uno contra Alemania y abierto la posibilidad de que Argentina se consagrara en su tierra. El deseo del brasileño promedio -siempre en pose futbolera- radicaba en el mal del otro y procuraron exteriorizarlo hasta el hartazgo. “Tenían mucha bronca -rememora Rodrigo-. Todos los brasileños tenían puesta la camiseta de Holanda. Lo único que les quedaba era rogar que no ganáramos nosotros. Por eso había un clima raro en la cancha, agresivo. Éramos minoría en el Itaquerao”.

Rodrigo González Cejas y la imagen que lo inmortalizó: el festejo en el segundo penal atajado por Sergio Romero en las semifinales contra Holanda en 2014
Rodrigo González Cejas y la imagen que lo inmortalizó: el festejo en el segundo penal atajado por Sergio Romero en las semifinales contra Holanda en 2014

Le habían regalado unas pinturas en el hotel. No sabe por qué las guardó. Nunca se había pintado para ir a la cancha. Tenía 33 años por entonces. Iba solo a ver a San Lorenzo desde los trece, cuando se inauguró el Nuevo Gasómetro. Pintarse la cara no es precisamente un rito de la patria futbolera: es un color reservado para los “paracaidistas” del fútbol. Lo fue, antes de generar conciencia. El fútbol le era ajeno en su niñez. Había nacido en una casa grande en el barrio de Caballito en el seno de una familia grande: cinco hermanos -tres varones, dos mujeres-, papá Carlos, mamá Ana, abogados ellos. Practicó judo en su infancia y compitió internacionalmente. Se federó en Club Daom y en Ferro.

Llegó al fútbol de rebote. La culpa la tuvieron sus vecinos. La familia Pantín se ufanaba de tener antepasados anclados a los albores del club San Lorenzo de Almagro. Un tío o un abuelo o un familiar lejano era el responsable de suministrar y curar los botines de los primeros futbolistas de la institución. Su debut como hincha es una reconstrucción indirecta: recuerda más lo que le contaron que lo que sintió aquella vez que a los cinco años su equipo recibió a River en condición de local. Es la historia oficial de su germen sentimental con el Ciclón. Empezó a los cinco años gracias al contagio de vecinos, se formalizó a los trece, cuando ya empezó a ir solo. Acumula treinta años de fidelidad, de partidos, de canchas, de vivencias.

Reconocible entre la multitud del estadio Lusail, en el mismo momento en que Lionel Messi celebraba su golazo contra México por la segunda fecha del grupo C del Mundial de Qatar (REUTERS/Dylan Martinez)
Reconocible entre la multitud del estadio Lusail, en el mismo momento en que Lionel Messi celebraba su golazo contra México por la segunda fecha del grupo C del Mundial de Qatar (REUTERS/Dylan Martinez)

Esa fue la primera vez que se pintó la cara. No dejaría de hacerlo desde entonces. “Soy fanático de la película Corazón valiente, me acuerdo de la imagen de Mel Gibson antes de ir a la guerra y cómo pintado de celeste y blanco le pide a su gente que no tenga miedo y los convence de que pueden vencer a los ingleses. Me vi representado en eso. Lo tomé como una batalla. Ese partido fue así”, relata. Ese partido terminó sin goles. En las tribunas, los neutrales no eran tales. Fue el Mundial donde resonó el aliento argentino encolumnado bajo la canción Decime qué se siente. Los argentinos invadirían Brasil al día siguiente.

Pero antes hubo penales y Sergio Romero tuvo que convertirse en héroe. Rodrigo eligió ponerse la camiseta de San Lorenzo encima de la casaca de manga larga de Argentina antes del desenlace. Estaba detrás del arco donde se ejecutaron los penales. Las cámaras lo enfocaron por primera vez después de que el arquero atajara otro penal, el primero fue a Ron Vlaar y el segundo, a Wesley Sneijder. Después lo retrataron llorando. Finalmente, tras la consagración, volvieron a documentarlo, esta vez extasiado. “En esos penales me hice conocido”, confiesa.

Entre hinchas y entre Maradonas, Rodrigo González Cejas siempre en la tribuna cada vez que juega Argentina, ya sea en Brasil, en Rusia, en Chile, en Qatar, en Estados Unidos (REUTERS/Pedro Nunes)
Entre hinchas y entre Maradonas, Rodrigo González Cejas siempre en la tribuna cada vez que juega Argentina, ya sea en Brasil, en Rusia, en Chile, en Qatar, en Estados Unidos (REUTERS/Pedro Nunes)

Rodrigo González Cejas vive en Palermo pero está ahora, de civil, en Miami. Tiene 43 años. Este domingo estará en la tribuna del Hard Rock Stadium con su remera de San Lorenzo, la de Argentina debajo, la cara pintada, el 33 y el Máquina como leyenda, los amuletos: la coreo completa. La raíz, el umbral fue el Mundial de Brasil 2014. No fue un rupturista. Fue un argentino más que se embarcó en el sueño mundialista. Hizo algo de lo que después aprendería: compró pasajes en pleno fervor, a días del comienzo de la copa. Un pecado de novato. Planeó el viaje como lo haría siempre: a todo o nada, de principio a fin, para estar siempre en la tribuna. Un indicio de su idiosincrasia y de su gesta: presume haber ido a todos los partidos de Argentina en Eliminatorias, de local y de visitante, Mundiales, Copas Américas y Juegos Olímpicos. Faltó solo a un partido oficial en una década: el 16 de noviembre de 2023 regaló su entrada entre sus seguidores, como signo de su pleitesía. Argentina, vigente campeón del mundo y del continente, perdió dos a cero contra Uruguay en la cancha de Boca.

No fue a Brasil con esa idea de fidelización. Ocurrió como ocurren las epifanías. En ese torneo, compró todas las entradas en reventa. En el segundo partido de la zona de grupos, Argentina enfrentó a Irán en el estadio Mineirao el sábado 21 de junio. Rodrigo compró la entrada sobre la hora. Entró a la cancha cuando ya estaban sonando los himnos. Lionel Messi marcó el uno a cero en tiempo de adición: un zurdazo desde afuera del área que desató el delirio y el desahogo. Quedó rehén de esa clímax: “A partir de ahí dije que a la Selección no la voy a dejar de ver nunca más, que la voy a seguir a donde juegue y que a Messi lo voy a bancar en todas. Juré lealtad eterna ese día”.

"Solo puedo estar agradecido, no puedo pedirle más. Todo lo que venga es de yapa. Pensé que después de Qatar no iba a vivir ninguna emoción más. Y estoy acá en Estados Unidos, a punto de ver una final más", dice desde Miami
"Solo puedo estar agradecido, no puedo pedirle más. Todo lo que venga es de yapa. Pensé que después de Qatar no iba a vivir ninguna emoción más. Y estoy acá en Estados Unidos, a punto de ver una final más", dice desde Miami

Argentina perdió esa final y las dos siguientes de Copa América. En tres años consecutivos jugó tres finales: no ganó ninguna. El alemán Gotze arruinó la épica de Brasil 2014, los penales chilenos frustraron a Messi en 2015 y lo derrumbaron en 2016. Rodrigo vio toda esa tragedia en vivo. “No es como pasa ahora, que hay un furor impresionante. Pasé por esos momentos malos. Había conocidos que me decían: ‘¿Para qué vas si después te pierden las finales?’. Lo sufrí como hincha pero tomé el compromiso de estar siempre, más aún cuando le vaya mal. De eso se trata ser hincha, de estar siempre. Yo estuve con Argentina en las buenas, en las malas y en las más o menos”.

La clave -dice- es no dudar. Cuando la Conmebol informa los días, horarios y sedes de los partidos de Eliminatorias, saca el pasaje. Repite el procedimiento en cada torneo oficial con más de un año de anticipación. Las entradas después, primero los aéreos. “Los saco con tiempo para que después no me salga tan caro. Tiene que ser organizado. Te tenés que arriesgar. Si vas a ir, vas a ir por todo, desde el principio hasta el final y jugársela, salga como salga”, instruye. Y siempre apuesta a ganador: planifica el viaje hacia la final con Argentina clasificando primera de su grupo. Se mueve solo porque no quiere arrastrar a nadie a su ritmo intenso, energético y vertiginoso. Por algo le dicen el Máquina.

La foto que tiene de perfil en Whatsapp y su don de parecer estar en todos lados, como el perro Droopy
La foto que tiene de perfil en Whatsapp y su don de parecer estar en todos lados, como el perro Droopy

“Se me hizo una costumbre: es la costumbre más linda que tengo. Muchos me dicen que quisiera hacer lo que hago yo”, revela. Pero pocos lo hacen. “Sacrifiqué toda mi vida por Argentina, desde lo personal, lo sentimental, lo económico”, jura. En el Mundial de Brasil 2014 se enamoró de una brasileña que le consiguió la entrada de la semifinal con Holanda. En la Copa América de Chile 2015 entabló relación con una venezolana. En el Mundial de Rusia 2018 salió con una rusa que invitó dos veces a Buenos Aires. Ningún vínculo a distancia fluyó. ”Intenté tener pareja un montón de veces -precisa-. Cada vez que lo hice no me fue muy bien. Lo dejé ya en manos de Dios. Si me llego a casar y a tener hijos, va a tener que ser con una persona que banque esta pasión que tengo por la Selección. Sería un sueño cumplido que me quieran acompañar. Pero sé que es difícil mantener el ritmo de vida que llevo”. Dice que el tiempo le fue enseñando que había incompatibilidad de caracteres: “Me di cuenta de que no podía hacer las dos cosas: formaba una familia o hacía lo que más amo en el mundo que es seguir a mi país”.

Su fidelidad con Argentina se mide en viajes, en partidos y en deudas. Pero son números estimados: no sabe cuántos viajes, cuántos partidos, cuánta plata pagó y cuánta plata debe pagar. Lo que sabe es que siempre estuvo. Las cuentas dan que presenció 103 partidos de la Selección entre Eliminatorias, Mundiales (2014, 2018 y 2022), Copa América (2015, 2016, 2019 y 2021) y Juego Olímpico (Río 2016 dado que Tokio 2020 se realizó a puertas cerradas por la pandemia) y estima haber gastado -invertido- cincuenta mil dólares, el equivalente al departamento que no compró. “Dejé muchas cosas de lado, dejé de hacer muchísimas cosas, adopté una vida más austera pero nunca me bajé, porque precisamente lo tengo como prioridad. Hoy la Selección es mi prioridad”, dice. Es abogado recibido en la Universidad de Buenos Aires. Trabaja en el bufete que montaron sus padres. Tuvo problemas económicos. Lo trataron de loco. La gente le pregunta con insistencia cómo hace. “No soy rico. Me cuesta todo”, aclara.

A Rodrigo González Cejas no le importan las deudas: a pesar de ellas, viaja igual. Sabe que las pagará después. Su prioridad hoy es estar en la cancha cada vez que juega Argentina
A Rodrigo González Cejas no le importan las deudas: a pesar de ellas, viaja igual. Sabe que las pagará después. Su prioridad hoy es estar en la cancha cada vez que juega Argentina

Vive solo en Palermo. No tiene auto porque lo vendió. Se mueve en bicicleta. Los gastos fueron siempre suyos. Jura nunca haber recibido una entrada de protocolo y nunca haber revendido un ticket a precio vil. “Llevé la teoría a la práctica -asegura-. El amor que tengo por el fútbol es tanto que nunca lo consideré un negocio: nunca revendí entradas ni gané dinero a través de eso a pesar de haber tenido mil problemas económicos. Cuando tuve tres entradas de más para la final de Qatar, se las di a tres argentinos”.

El respaldo financiero ante imprevistos y bancarrotas es el banco y su familia. La entrada ante Holanda en las semifinales de Brasil 2014, el día cero de su versión William Wallace, la cubrió su papá Carlos: su capital se había diluido en las reventas de los partidos previos. Quedarse afuera de la cancha nunca es una posibilidad. “En el Mundial de Rusia tuve una crisis económica importante. También por conocer a esa chica rusa que la traje dos veces a Buenos Aires. Se me fue todo por las ramas: más allá de lo que había gastado en el Mundial, que ella venga para acá también fue muy costoso. Estaba enamorado. Era hermosa, era el sueño del pibe”, dice con nostalgia.

Otra vez en el Lusail, mezclado entre los hinchas argentinos que invadieron Qatar. Vendió un auto para ver 48 de los 62 partidos del mundial: llegó a asistir a tres encuentros por día (REUTERS/Kai Pfaffenbach)
Otra vez en el Lusail, mezclado entre los hinchas argentinos que invadieron Qatar. Vendió un auto para ver 48 de los 62 partidos del mundial: llegó a asistir a tres encuentros por día (REUTERS/Kai Pfaffenbach)

Pidió préstamos, recurrió a Ana, a Carlos, a sus hermanos, capitalizó el auto. “Mis papás me han condonado muchas deudas. Mi familia es mi sostén. Les agradezco un montón porque somos cinco hermanos, no soy hijo único y hasta mis hermanos me han ayudado. Nunca me he bajado de nada porque siempre de alguna manera u otra pude sustentar los viajes”. El préstamo más grande lo invirtió en Rusia, un certamen de trayectos largos y estadías costosas. Vendió su auto para comprar cincuenta entradas de Qatar 2022: presume arrebatarle a Carlos Maslatón el récord de haber visto cuarenta y ocho partidos de la última Copa del Mundo. Hizo la presentación en el libro Guinness, sin suerte. En 2023 su salud financiera se estabilizó, pero Argentina: compró un taxi, lo hizo auto particular, se lo robaron, lo chocaron, cobró el seguro y volvió a venderlo para tener liquidez este año, de alta participación de la Selección. Cuando vuelva de la Copa América, partirá con destino a París para asistir a los Juegos Olímpicos. “Ahora me manejo con una bicicleta. Cuando pueda recuperarme, volveré a tener un auto. Lo único importante hoy es ver a Argentina”, define.

El gol de Messi contra México en Qatar 2022 inspiró un flashback a los penales contra Holanda en Brasil 2014. La televisión lo retrató en los festejos del grito que marcó un quiebre. Rodrigo estaba detrás del arco donde Argentina convirtió los dos goles. No le correspondía estar ahí. Engendró un alzamiento tribunero para ocupar las butacas cabeceras. “El partido lo tenemos que ganar como sea. Que nos vengan a buscar, no nos va a sacar nadie de acá”, rememora haber vociferado. Alguien unió esas dos transmisiones. Había un hilo conector. Se repetían pocos personajes con ocho años de distancia. Uno era Messi, el otro era ese hincha de San Lorenzo de la cara pintada que se mimetizaba entre los hinchas. Publicó el hallazgo en las redes sociales y en esa vorágine espiritual del “elijo creer”, lo llamó el Talismán. Lo vieron diez millones de personas.

Rodrigo con la careta de Maradona en la mano, asumiendo una de sus promesas: no soltarla durante todo el partido. Lleva ese rito desde el partido contra México en el último mundial (REUTERS/Fabrizio Bensch)
Rodrigo con la careta de Maradona en la mano, asumiendo una de sus promesas: no soltarla durante todo el partido. Lleva ese rito desde el partido contra México en el último mundial (REUTERS/Fabrizio Bensch)

Eligieron creer. Omitieron que había presenciado también las dos finales por penales de Chile y la experiencia traumática de Rusia 2018. Otro lo identificó, sin la piel azulgrana y la cara albiceleste, en otra foto feliz abrazando a Juan Martín del Potro luego de superar a Rafael Nadal en las semifinales de Río 2016. Porque no es solo fútbol: emuló una doctrina maradoniana de alentar al deportista argentino sin discriminar disciplina. También Maradona se convirtió en una pieza valiosa de su misa futbolera.

El 26 de noviembre de 2022 Argentina enfrentó a México por la segunda fecha del grupo C del Mundial de Qatar. Se cumplían dos años y un día de la muerte de Diego. Leandro Villaverde, otro fiel hincha que persigue partidos argentinos por el mundo, repartió doscientas caretas de Maradona en el Lusail. Rodrigo recibió una. La sostuvo los noventa minutos. Messi, en el segundo tiempo y de zurda, destrabó el partido y el mundial. Repitió el ritual todo el torneo: la misma careta, la misma voluntad de tenerla siempre erguida y en sus manos. Emparchado, plastificado, reparado, castigado pero vigente, el amuleto sigue con él en esta Copa América. No está solo: lo acompaña también la estampita de San Dibu Martínez y algo más.

Salvo el partido el último partido contra Uruguay por Eliminatorias, el abogado de 43 años lleva una década asistiendo a cada partido oficial de la selección argentina: son más de cien encuentros
Salvo el partido el último partido contra Uruguay por Eliminatorias, el abogado de 43 años lleva una década asistiendo a cada partido oficial de la selección argentina: son más de cien encuentros

“Antes de ir a Qatar, mi hermano Román me había dado una piedra y me dijo que tenía que cargarla al sol. La guardé en una cajita con la virgen de Luján y la llevé. Yo no le doy bola a esas cosas, pero lo cumplí: llevaba la piedrita a la playa, la ponía al sol en el balcón del departamento”, cuenta. En ese diciembre místico de 2022, cuando el hincha argentino empezó a alinearse bajo una creencia energética o supersticiosa de que sí, esta vez sí, el Máquina se volvió el Talismán. El hincha creyente identificó su presencia como un designio divino: asociaba su aura al video de los penales de Chiquito Romero. “El Talismán nos va a dar el Mundial”, empezaron a replicar en las redes sociales. “‘Vos no te das cuenta pero el talismán es la piedra que te di’, me decía mi hermano. No se lo había contado a nadie, era una cosa entre él y yo”, relata.

Es un católico ferviente. En diez años visitó Tilcara más de veinte veces para cubrir la deuda del plantel campeón de 1986. Viajó a cada santuario cristiano del globo: al Vaticano, a Fátima, a Asís, a La Salette, a San Sebastián de Garabandal. Recorrió el camino de Compostela para agradecer por el Mundial de Qatar. Ejerce, sin embargo, una religión politeísta. Llevó la careta de Maradona a Nápoles también para agradecerle a él. La sostendrá este domingo. A ella, a la estampita de San Dibu, a la piedrita de su hermano. Se pintará la cara, se pondrá la camiseta de San Lorenzo por encima, la camiseta de Argentina por debajo. Hará lo que hace en cada partido hace diez años. Lo demás, las otras cosas de la vida, es menos importante.

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