Llegó al Deportivo Laferrere en 2019. Por entonces el presidente del club era Roberto Zeballos y el Villero, como se conoce a la institución, estaba pasando algunas dificultades económicas. Entonces, Gabriel Aranda, Lalo, se presentó con mucha espalda detrás. Venía con el apoyo de la política, era miembro de la Corriente Clasista Combativa de Juan Carlos Alederete y manejaba muchísimos planes sociales. La tentación era grande y la Comisión Directiva cayó en la trampa: Zeballos lo nombró tesorero de la institución. Estaba engendrando el huevo de la serpiente que terminaría con el club vinculado según la Justicia al narco más pesado de todo el Conurbano: Chaki Chan, hombre ligado al gran comercio de estupefacientes y con un ejército listo para matar.
En poco tiempo, Aranda comenzó a urdir en silencio su plan. La barra había quedado descabezada tras la detención también por narcotráfico del grupo denominado La 79, cuyo líder era el Negro Toledo. Ahí logró colarse Nicolás Guimil, el famoso Chaki Chan, que por entonces había expandido sus negocios desde el Sur del Conurbano a toda la zona Oeste desde Ciudad Evita y el barrio Villegas en adelante. Puso a un hombre suyo ligado al Sindicato de la Carne, llamado Fabricio Martínez, al frente de la hinchada y desde atrás vio campo libre para dominar esa zona que tiene 42 barrios para hacerse fuerte en la comercialización.
La Comisión Directiva estaba aterrada con la nueva situación, salvo el tesorero Aranda. Que hizo una alianza táctica con la barra. Insólitamente, mientras mandaba en el club barrial Estrella Roja y lanzaba campañas contra la droga bajo la consigna “Ni un pibe menos por la droga”, en Laferrere se reunía con los dueños del paravalanchas que respondían al mayor narco de la Provincia y que tenía comprados favores de la policía, la política y la justicia según investiga la jueza federal de Morón, Amelia Vence.
Con esa relación afianzada, Aranda fue por más. Metió gente a la que les daba planes sociales en el club en el área de mantenimiento y limpieza y de a poco el clima fue enrareciéndose. No importaba si Lafe ganaba o perdía los sábados, en la semana los aprietes a la dirigencia eran moneda constante. La pandemia parecía que podía traer un poco de tranquilidad pero fue todo lo contrario: Aranda con toda la barra detrás para que nadie osara negarse, les hizo firmar la renuncia a los principales directivos del club, con Zeballos a la cabeza. Y ante la acefalía, asumió él y puso como uno de los vicepresidentes a Roberto Quiñonez, uno de los capos de la barra y también hombre vinculado para la Justicia con el narcotráfico, que terminó detenido el año pasado.
En paralelo a su poder creciente en el club, Aranda también sumó la presidencia de la Unión de Clubes de Barrio de La Matanza. Su figura iba siendo cada vez más importante a punto tal que aunque se alejó del caudillo eterno de la zona, Fernando Espinoza, su peso específico no se vio menguado. Por el contrario, comenzó a tallar fuerte en el Movimiento Evita, desde dónde haría su carrera política con un sólo objetivo: ser en el futuro el intendente del partido más popular de toda la Argentina. Por entonces Alderete se alejó de él previendo lo que podía ocurrir de ahí en adelante.
Así abrió dos caminos similares: por un lado en el club potenciando su alianza con la barra y entendiendo que una coronación en el torneo que devolviera al Villero a la Primera B lo pondría como indiscutido líder. Así, hizo migas con la Asociación del Fútbol Argentino, armó un plantel utilizando plata que según sus opositores sacaba del subsidio que recibía como titular de la Federación de Clubes de Barrio y en 2023 terminó ascendiendo. Al mismo tiempo también empezaba a pisar fuerte en un club salteño, llamado Campo Castañares, adónde llegó a llevar algunos jugadores. Su estrella estaba más fulgurante que nunca aunque la Justicia ya había empezado a investigarlo. Por eso ni siquiera se preocupó cuando cayó detenido por vínculos con el narcotráfico su segundo, Roberto Quiñonez. En aquel momento el club avisó que el vice ya no formaba parte de la Comisión Directiva pero el documento presentado era, para la oposición, predatado. Las balas picaban cerca pero su sensación de invulnerabilidad podía más. Por entonces, la interna de la barra dejó fuera de la tribuna a Fabricio Martínez pero rápidamente Chaki Chan, desde la cárcel, señaló al heredero: Federico Schorh, alias Fredy. Y con él también hicieron buenas migas. Tal era la impunidad que aún con los rumores que corrían por La Matanza, Patricia Cubría, la esposa de Emilio Pérsico, líder del Movimiento Evita, lo puso en su lista en un lugar expectante para ingresar como concejal en la nómina que ella encabezaba para intendenta. Cubría no logró desplazar en la interna a Espinoza, pero Aranda sí consiguió su banca. El segundo objetivo estaba logrado.
Ahora, con el club a su merced y un cargo político formal, creyó más que nunca que estaba por el buen camino. No importaba que la jueza Amelia Vence avanzara en la causa por narcotráfico a punto tal que procesó a la fiscal de La Matanza, María Belén Casal Gatto, por presunto encubrimiento de Chaki Chan. El creía que jamás lo tocarían. Pero ayer a la tarde la Policía se presentó en medio de una sesión del Concejo. Y Aranda cuando los vio avanzar hacia su persona, supo que estaba en problemas. Alcanzó a poner en su Facebook: “Acaban de subirme a una camioneta. Temo por mi vida, por favor. Si me pasa algo hago cargo a Matías López, de la policía de Alonso (NdR: Por Javier Alonso, ministro de Seguridad bonaerense). Todo sin orden judicial”.
Pero había orden judicial para llevarlo ante la jueza Vence. Como también la había para allanar al club Laferrere. Y ahora deberá aclarar su situación ante la magistrada. Que lo tiene apuntado por las causas derivadas del narcotráfico que pusieron tras las rejas al peligroso Chaki Chan. Política, narcos, barras y fútbol. Todo en un mismo combo de un flagelo que lacera como nada a la Argentina.