“Aplaudan, aplaudan, no dejen de aplaudir, los goles de Gareca que ya van a venir”. Ese grito, que fue una bandera para los hinchas de Boca durante varios años, en la era post Maradona, luego de su mágico paso con la azul y oro en el ‘81; y siguió en las tribunas cuando jugaba la Selección, en los tiempos fundacionales, y controversiales del ciclo de Carlos Salvador Bilardo. Pasaron 40 años, y ahora es el momento en que el otrora gran goleador vuelva enfrentarse con Argentina, ahora por la Copa América. Hay una historia entre Ricardo y la Celeste y Blanca, de cuatro años muy intensos, vividos nada menos que bajo la dirección técnica de Menotti y Bilardo.
Su primer contacto con la Selección había sido en el tradicional torneo Esperanzas de Toulón, en 1979. Fue parte de un plantel con buenos nombres, que fue prontamente eliminado y apenas ingresó en algunas ocasiones en los segundos tiempos. Dos años más tarde iba a llegarle la convocatoria para la Mayor: “Sabía que Menotti estaba buscando delanteros y me convocó en octubre del ‘81 para unos amistosos, en la recta final rumbo al Mundial de España. Lo que me sorprendió del Flaco fue la tranquilidad que tenía y la claridad para transmitirte los conceptos. Además, había un muy buen grupo, en el que estaban casi todos los campeones del ‘78, que me recibieron de manera excelente y me sentí muy cómodo. Quedaban pocos meses y era como una prueba sin mucho margen de error y debo reconocer que no anduve bien y no pude aprovechar la oportunidad. Eran dos amistosos en cancha de River. El primero contra Polonia, en el que perdimos 2-1 y fui titular, pero para el segundo, contra Checoslovaquia, estuve en el banco. Después del partido contra los polacos, fuimos a tomar un café con unos amigos y no me había dado cuenta de que en ese mismo lugar estaba el Beto Alonso, quien se acercó a la mesa y después de saludar a todos, se sentó al lado mío. Yo nunca lo había tratado y me dijo: ‘Estuve en la cancha. Tenés que estar tranquilo, porque tu etapa recién comienza’. Eso me quedó grabado, porque él ya era una enorme figura y tuvo ese gran gesto”.
La autocrítica, esa carta que no suele jugarse sobre el paño de la vida en general, y del fútbol en particular, nos deja un trazo del personaje, del que uno ha tenido la suerte de entrevistar y recoger sus vivencias en celeste y blanco. Siempre afable, correcto y con una visión que no suele ser la habitual. Rememorando aquel contacto inicial con el Flaco, tiene un impacto que le quedó grabado: “Lo que más me llamó la atención de Menotti fue su capacidad para llegarle al jugador, a partir de las charlas y el convencimiento. En ningún momento vi un pizarrón para marcar cosas puntuales del juego, que era algo que se estilaba mucho. Basaba su estrategia en las ideas que tenía y en hablar con cada uno de sus jugadores, en forma individual o grupal. En las prácticas pedía constantemente movilidad y control de la pelota. Fundamentalmente protagonismo y prácticamente ninguna mención al rival”.
Gareca debutó en la Primera de Boca en 1978, pero nunca logró afirmarse en el primer equipo, hasta que a comienzos del ‘81, fue a préstamo a Sarmiento de Junín, que marcó un quiebre en su carrera. Allí se sintió titular, tomó confianza, y a los seis meses, cual hijo pródigo, regresó para insertarse en el equipo que venía de ser campeón. Post Mundial ‘82, el fútbol argentino estaba golpeado, un poco en sintonía con lo que se vivía en la sociedad, tras la guerra de Malvinas. La eliminación en la Copa del Mundo había sido dura y se produjo un inevitable éxodo de los mejores, como Maradona, Passarella, Kempes y Ramón Díaz, entre otros. Allí, comenzó a destacarse Gareca, gracias a sus goles y potencia arrolladora, que lo erigieron como una de las figuras en el ámbito local.
En marzo del ‘83, Bilardo dio a conocer su primera lista de convocados y Gareca era una fija. Así se dio, siendo uno de los 18 elegidos que arrancaron un proceso que tendría más de una piedra en el camino: “Desde el primer momento nos dimos cuenta que Carlos era un obsesivo en varios aspectos, sobre todo con los videos, porque era capaz de llamarte para hacértelos ver a cualquier hora. También en el trabajo de campo, donde podrías estar haciendo 200 saques laterales seguidos (risas). Reconozco que no me tocó compartir muchas cosas con el Bilardo más pintoresco, el de las anécdotas, sino el de una etapa angustiante, en los inicios, cuando las críticas eran terribles. Recuerdo muy bien el primer partido del ciclo que fue contra Chile en Santiago, donde empatamos 2 a 2 y tuve la suerte de convertir el segundo gol”.
En los tiempos de César Menotti como entrenador, Brasil se había convertido en una especie de sombra, una montaña imposible de escalar. En agosto del ‘83, se volvieron a ver las caras, en el estadio Monumental, en el marco de la Copa América, que por aquellos tiempos tenía otro formato. Se logró quebrar un maleficio que ya había juntado 13 años, gracias a un gol de Gareca, en una noche muy especial para él: “Fue uno de los momentos más importantes de mi carrera, sin lugar a dudas. Y quizás el acontecimiento más alto en mi etapa con la Selección. Había mucha expectativa en la previa, no solo por lo que encierra el clásico en sí, sino por la cantidad de tiempo que llevaba Argentina sin poder ganarle. Desde que salimos a la cancha, la vi muy enchufada a la gente, se estaba presentando un clima favorable, que es algo que el jugador o el entrenador enseguida percibe. Entre nosotros, en el plantel, sentíamos algo similar. El partido estaba empatado y Burruchaga me dio un pase perfecto hacia el punto del penal, cuando enfrenté al arquero, le definí arriba y con ese gol ganamos 1 a 0″.
La charla con Ricardo sobre la selección iba recorriendo todos los senderos, pero se apasionaba aún más cuando evocaba los primeros tiempos del Narigón, en los que la base de jugadores que se venía formando sentía como propia esa causa, luchando en los más variados frentes: “Bilardo no arrancó con un apoyo masivo, pese a que venía de ser campeón con Estudiantes, porque enseguida se desató la polémica con Menotti y se empezó a dividir todo. Había que tener un gran compromiso con el proyecto si eras de la Selección de Carlos, porque una parte de la prensa estaba buscando comparaciones en forma permanente. Al equipo le costó bastante al principio y eso llevó a que hubiera mayores críticas, sobre todo de un sector de periodismo que estaba enfrentado con él y caímos todos en la volteada. Hicimos una gira en el ‘84, que arrancó mal y terminó bien. Comenzamos perdiendo en Colombia, pero después en Europa el rendimiento subió mucho, ganándoles a Suiza, Bélgica y el recordado partido con Alemania. En medio de esos partidos, tuvimos una reunión junto a Enzo Trossero y otros muchachos con algunos de los periodistas más críticos, en la que intercambiamos ideas, pero fue algo nuestro, Carlos no se metió. Estábamos realmente muy comprometidos. También había otra parte de la prensa que lo defendía a muerte, como Víctor Hugo Morales y el grupo de Sport 80. En general fue un proceso bastante traumático”.
Aquella idolatría pletórica que le brindaban los hinchas de Boca comenzó a resquebrajarse en el ‘84, uno de los peores años de la institución, con problemas de pagos, deudas y la huelga de los profesionales. Gareca, junto con Ruggeri, quedó en el centro de la polémica, porque a fin de esa temporada, debían quedar en libertad de acción. Comenzaron los cantos agresivos y la situación ya no tenía retorno. Pero fue peor aún cuando ambos pasaron a River. Así comenzó el ‘85 para Gareca, que seguía siendo un puntal de la Selección, de cara al gran compromiso, que eran las Eliminatorias.
Sin embargo, sería un momento duro en su carrera. Cierta merma en su rendimiento se hizo evidente también en la Selección y así lo evocó: “El debut contra Venezuela de visitantes fue muy parejo, ganamos 3 a 2 y yo no tuve un buen partido. Para la semana siguiente contra Colombia, Carlos tomó la decisión de sacarme. Tuvimos una charla, en la que él me dio las explicaciones, hablándome bien, pero debo reconocer que mi reacción no fue la mejor, porque se mezcló mi temperamento y la ilusión que tenía en ese momento. Para ese encuentro, ni siquiera fui al banco. Después, la clasificación comenzó a complicarse y me volvió a tener un poco más en cuenta. Así llegamos al último cruce de la Eliminatoria, contra Perú en cancha de River, donde nos alcanzaba con el empate, pero al promediar el segundo tempo, perdíamos 2 a 1 y la gente empezó a pedirme. Siempre fui y soy un tipo de fe y estaba convencido de que iba a hacer un gol. Me llamó para ingresar y me dijo unas palabras que nunca voy a olvidar, pero que me las voy a guardar por siempre para mí. Jamás lo diré. Faltaba muy poco para terminar. Llegó ese centro de Burruchaga que Passarella bajó con el pecho, la cruzó derecha y la pelota pegó en el palo, quedando sobre la línea y la empujé. Como Daniel hizo un partido bárbaro y fue el emblema de esa tarde, muchos se lo quisieron dar a él, pero el autor fui yo. Fue una gran satisfacción porque estábamos consiguiendo el objetivo por el que veníamos trabajando desde el ‘83″.
No ser parte del plantel que viajó y se consagró en el Mundial de México fue una espina que dolió muchos años en su corazón futbolero: “Hasta último momento mantuve la expectativa de poder ir del Mundial, porque se hablaba de manera extraoficial que estaba en la lista, pero cuando salió, quedé afuera. Fue una gran desilusión; creo que pudo haber influido el hecho de irme del país, ya que luego de las eliminatorias pasé al América de Cali. Hice todo lo que estuvo a mi alcance para haber estado, pero no se dio. Nos encontramos muchas veces luego con Carlos, pero nunca se lo pregunté, porque fue algo doloroso en el momento, que fui superando con el paso de los años. Hubo muchas similitudes con lo que le ocurrió a Palermo en 2009. La misma cancha y rival, los dos éramos centrodelanteros, situación de angustia en la Eliminatoria, él también estaba en el banco, ingresó y convirtió para el desahogo. La diferencia fue que Diego se lo reconoció llevándolo al Mundial”.
El romance con la red siguió con la camiseta del América de Cali, donde se consagró campeón local y fue un permanente animador de cada edición de la Copa Libertadores. Sin embargo, tenía un desafío pendiente y fue en busca de su sueño: “Tuve cuatro temporadas buenísimas en Colombia, marcando muchos goles y llegando a tres finales de la Copa Libertadores, pero decidí regresar a mediados del ‘89, porque soñaba con estar en Italia ‘90 y Velez me había llamado varias veces. Es un club que me recordaba a mi infancia y se armó un gran equipo, con Coco Basile como entrenador, y también llegaron Juan Funes y el Pato Fillol. No fue una decisión fácil, porque allá me ofrecieron más plata para seguir y todas las comodidades, pero me quería jugar mi última ficha para poder estar en un Mundial. No se me dio”.
Podría hablarse, quizá, de un amor no correspondido, que incluso tuvo extensión en su etapa como entrenador, cuando alguna vez se lo mencionó para calzarse el buzo albiceleste. Los desapasionados números dirán que, en 26 partidos con la camiseta nacional, convirtió 6 goles, pero hubo uno que valió por miles. Y que dejará por siempre el contrafáctico y su duda: ¿qué hubiera pasado con Argentina un año más tarde, si Gareca no convertía ese gol contra Perú en junio del ‘85?