Era la tarde de un martes nublado y la selección argentina hacía su estreno en la Copa del Mundo de Estados Unidos. El termómetro marcaba 24 grados en Massachusetts y unas gotas de lluvia caían sobre el estadio Foxboro, que vibraba con el regreso de Diego Maradona a una cita mundialista. El Diez comandaba un equipo plagado de figuras que se imponía frente a Grecia con dos goles de Gabriel Batistuta y buscaba liquidar el resultado. Hasta que, a los 15 minutos del complemento, se produjo una magistral jugada que quedó grabada para la eternidad: Fernando Redondo recibió un pase de Abel Balbo y, en una combinación exquisita, a puro toque de primera, trianguló con Claudio Caniggia y con el capitán del combinado nacional, quien culminó la gran maniobra colectiva con un potente zurdazo que se clavó en el ángulo del arco griego.
Aquel gol fue el último que Maradona convirtió con la celeste y blanca. Fue el corolario de un capítulo de resurrección en su vida futbolística. Fue una pincelada antes de que su carrera comenzara a apagarse poco a poco. Fue hace exactamente 30 años, el 21 de junio de 1994.
La genialidad de su zurda quedó en la memoria de los futboleros tanto como su celebración. Con la mirada llena de fuego, tras colocar el balón al fondo de la red, Diego corrió hacia una cámara de TV gritando con una mezcla de furia y éxtasis. Era el grito de un hombre eufórico, rozagante, sediento de revancha. Su desaforado festejo, con los ojos eyectados y los puños apretados, se convirtió en una imagen icónica de la magia maradoniana en los Mundiales.
Maradona explicó aquel desahogo en el libro México 86. Mi Mundial. Mi verdad. Así ganamos la Copa. “Yo llegué al Mundial limpio como nunca, como nunca… Porque sabía que era la última oportunidad de decirles a mis hijas: ‘Soy un jugador de fútbol, y si ustedes no me vieron, me van a ver acá’. Por eso, por eso y no por otra cosa, no por alguna gilada que se dijo por ahí, grité el gol contra Grecia como lo grité. ¡No necesitaba droga para tomarme revancha y para gritarle al mundo mi felicidad!”, contó.
Atrás habían quedado la suspensión por doping, la salida del Napoli, la experiencia infructuosa en el Sevilla, el paso fugaz por Newell’s Old Boys, el regreso a la Albiceleste para el repechaje contra Australia y la puesta a punto para el Mundial en un campo de Santa Rosa, La Pampa, bajo las órdenes del preparador físico Fernando Signorini. Todo en cuatro frenéticos años desde aquella final perdida en Italia ante Alemania.
“Si Diego fuera alemán, no jugaría este Mundial. Solo alguien con la mentalidad de un argentino y la genialidad de Maradona es capaz de intentar esta locura a su edad, después de tantas batallas”, se asombró en su momento el alemán Bernd Schuster, ex compañero en Barcelona.
Aquella tarde, más de 54 mil fanáticos habían colmado el Foxboro Stadium. Situado en la localidad de Foxborough, a unos 40 kilómetros del corazón de Boston, el escenario del último gol del astro con la Selección fue demolido en 2001. En el mismo lugar se levantó su sucesor, el Gillette Stadium, que fue elegido como uno de los 16 recintos que albergarán la Copa del Mundo 2026.
El árbitro que dirigió ese duelo con Grecia, el mexicano Arturo Ángeles, contó sus recuerdos y reveló un consejo que le dio al Pelusa en pleno encuentro: “De repente Diego se me caía y le dije: ‘Diego, esta gente que está aquí es el mundo que tiene hambre de verte como estuviste en México’. Eso era cierto, porque la gente se acordaba del Maradona de 1986 y por las circunstancias que ya sabemos todos venía con molestias físicas, pero jugó lo mejor que pudo (...) Yo quería motivarlo para que demostrara su magia. Esa era mi idea, que él pudiese jugar lo mejor que pudiera y yo lo iba a proteger”.
“Maradona venía de varias circunstancias difíciles y regresaba a un escenario mundial y (los jugadores griegos) iban a tratar de detenerlo por su calidad, su carisma, liderazgo y todo. Digan lo que digan hay jugadores que se deben cuidar porque son los que generan las jugadas como magia. Y la magia que tenía Maradona no la tiene cualquiera”, agregó en una entrevista con Infobae.
La actuación del capitán también deslumbró a Víctor Hugo Morales. “Esas cosas de Diego, aparece un instante y es el más sublime de todos”, dijo en otro de sus relatos célebres. Enviado por Radio Continental, desde una de las cabinas de prensa describió la maravillosa jugada colectiva del gol como un “flipper azul” y se anticipó al alarido de la multitud: “Es un detalle muy interesante: el grito de gol antecede como medio segundo a la explosión del estadio. Es decir, grité gol antes de que la pelota entrase en el arco, porque ya estaba lanzado, tenía que ser gol. Pude haber cometido un error, porque la pelota pudo haber ido afuera o pegado en el palo. Lo que sucedió fue muy afortunado”, rememoró recientemente.
Al final, fue triunfo argentino por 4-0, con otro tanto de Batistuta que alimentó aún más las ilusiones de los hinchas de la mano del astro. Al día siguiente, el diario español El País habló en su portada de “un gol espectacular del renacido Maradona”. “La Resurrección de San Diego”, “Mágico gol del mágico Diego”, “Maradona, una fábula”, fueron otros titulares en el mundo.
Pero la dicha fue efímera. El destino, caprichoso y cruel, tenía otro giro reservado para el Diez. Tras el partido contra Nigeria, un control de dopaje positivo en pseudoefedrina lo marginó del resto del certamen. El mundo del fútbol se sacudió con la noticia. La tristeza y la controversia envolvieron la figura del ídolo, marcando un final abrupto y doloroso a su carrera mundialista.