Sucedió antes de que, en junio de 2020, se lesionara Bernd Leno y, con Mikel Arteta como entrenador, al fin consiguiera continuidad en el Arsenal, club que lo había prestado en reiteradas oportunidades sin asignarle un rol protagónico. Mucho, pero mucho antes de que gracias a su personalidad, su pericia en los penales y a sus artes escénicas, se convirtiera en pieza clave de la Albiceleste que se adueñó de la Copa América 2021, la Finalissima y el Mundial 2022. Sonó el teléfono de Omar Souto, histórico gerente de selecciones nacionales, y una figura paterna para muchos de los futbolistas que lo conocen desde cuando desembarcaron en Ezeiza con edad de juveniles. Del otro lado de la línea estaba Emiliano Martínez con un pedido: si le podía conseguir entradas para ver al combinado nacional junto a su hermano, como un espectador más de los que hoy lo vitorean, clamando por su ya mítico bailecito.
-Yo te consigo las entradas. Pero prometeme que la próxima vez que vayas a la cancha te voy a ver como arquero de Argentina, no te quiero ver sentado en la tribuna.
La frase de Souto, una chicana cariñosa, y a la vez un aguijón motivador, quedó resonando en la mente del arquero marplatense, competitivo por naturaleza, pero entonces sin la chance de asentarse para probar su valía. Y aceptó gustoso el desafío.
“Se lo dije porque lo conocía bien. En el Sudamericano Sub 17 de 2009 había sido figura. Contra Uruguay se había atajado todo; en la final contra Brasil, también. Después la perdimos por penales. De ahí lo terminó vendiendo Independiente a la Premier League siendo tan chico”, explicó aquel lance el gerente. En efecto, Dibu atajó cinco partidos y recibió solo cuatro goles en aquel torneo jugado en Chile, en el que el máximo anotador fue un viejo conocido del fútbol argentino: Edwin Cardona, con siete conquistas. Luego, también disputó el Mundial de la categoría, desarrollado en Nigeria. El combinado nacional tropezó en octavos de final frente a Colombia (2-3). Pero el Arsenal terminó adquiriendo su ficha por 500.000 euros por el 65% del pase.
Después, lo conocido. Su procesión por Oxford United, Sheffield Wednesday, Rotherdam United, Wolverhampton Wanderers, Getafe y Reading, con las idas y vueltas al Arsenal. Pero sin perder el foco, más allá de algún trance de desánimo. Igual que cuando a los 12 años abandonó su Mar del Plata natal para mudarse a Villa Domínico. O cuando hacía doble turno por iniciativa propia todas las tardes en Independiente, siendo apenas un adolescente, completando su preparación con dos o tres compañeros en el vestuario. O cuando le agregó yoga, pilates, o hasta clases de boxeo a su puesta punto, para estimular su evolución. También, la incorporación de un psicólogo a su staff.
En 2020 se reencontró con la senda que lo conducía a ser un arquero de élite. Ganó la FA Cup y la Community Shield con el Arsenal y apareció la oferta de alto impacto del Aston Villa. Al mismo tiempo, Lionel Scaloni lo cito a la Selección Mayor, con el respaldo de los informes de Martín Tocalli, entrenador de arqueros. En su primer día en Ezeiza, entró al predio y no paró hasta encontrarse cara a cara con Souto, con quien se estrechó en un abrazo. Había cumplido la promesa. Podía ayudar a que la Selección forjara su destino.
Luego, el vértigo. El COVID-19 que seguía apareciendo en las pruebas que le practicaban a Franco Armani, la posibilidad de atajar en la previa de la Copa América, y la titularidad en el torneo. Las atajadas clave, los penales ante Colombia que lo entronizaron, el “mirá que te como, hermano” que lo empujó al póster, el deseo concretado de asistir a Messi para que lograra su primer título con la Albiceleste a nivel Mayor, los 28 años de sequía de títulos en modo pasado. Y, tras obtener la llave que destrabó la cerradura del éxito, el premio mayor: la Copa del Mundo, otra vez con Dibu como as desde los 12 pasos y sus danzas heterodoxas como festejo.
“Es un fenómeno”, lo elogia Souto, quien confió en su pollo cuando ni siquiera estaba en el radar, cuando buscaba su espacio a nivel clubes para recién ahí saltar en el trampolín hacia la Selección. Fue ahí que le lanzó el desafío, inocente, casi un deseo a viva voz. Hoy ya no necesita pedirle entradas. Los hinchas compran las suyas, gustosos de ovacionarlo.