—Durante mucho tiempo, Jorge Guinzburg fue considerado el hincha de Vélez más famoso de la Argentina, ¿hoy te toca a vos ocupar ese rol?
—¡No! ¡Está Bizarrap, hermano! Él es el número uno del mundo ¡Y es del Fortín! También está Nicolás Cabré, y yo al lado de él soy un cuatro de copas. Gonzalo Heredia es otro fanático que se identifica con el club. Yo soy un enfermo que intenta poner a Vélez en todos lados. Es una lucha constantemente con cualquier productora que quiero inculcar, que a veces gano y a veces no.
Con la naturalidad que lo caracteriza y su cuota de humor en cada respuesta, Stefano De Gregorio se brindó al máximo para la nutrida charla que mantuvo con Infobae luego de su estreno en Manta Corta, el programa que conduce junto a Nani Serna, el Tano Di Gennaro y Delfi Peña en el canal de streaming de El Gráfico. Con los temores propios que le generó su nuevo rol, Yeyo se preparó con la misma dedicación que aplicaba en los elencos de Chris Morena, cuando llenaba el Gran Rex o causaba sensación por sus giras en el exterior.
Con una sinceridad notable, el mediático personaje aseguró que antes de iniciar su ciclo “tenía la cabeza en Disney”. Hasta la semana previa al estreno estaba ensayando para una obra de teatro que tenía la aspiración de llegar a la calle Corrientes. Sin embargo, las tablas no le significaban la motivación que requería para focalizarse al 100%. “Venía del Bailando, que fueron seis meses de mucha locura y la cabeza la tenía en cualquier parte. Nunca había trabajado en un lugar con tanta exposición mediática y no me gustó estar en la boca de todos mirando qué se inventaba o qué decían”, detalló.
Con un espíritu familiero, el artista acostumbra abrirle las puertas de su hogar a sus compañeros de trabajo para disfrutar de la gastronomía casera y afianzar los vínculos. “Siempre están las las míticas pizzas de mi mamá en Haedo. Soy muy de barrio y gracias a eso me la banqué bastante bien”, analizó. El vacío que le dejó el final del ciclo de Marcelo Tinelli le provocó serias dudas sobre su futuro. Tenía que reinventarse. Y en el deporte encontró su destino.
—¿Cómo te llevás con la pasión que genera el fútbol?
—Encontré mi lugar en esta etapa en la que trato de reinventarme permanentemente. Arranqué con la actuación a los siete años y pasé mucho tiempo entre novela y novela. Siento que las ficciones murieron en la TV, porque no hay actores haciendo una tira diaria. Eso no existe más. Y si quedan, son pocos y tocados con una varita mágica. No son muchos los que tienen la oportunidad de meterse en una plataforma como Netflix o HBO Max. Siento que bajó muchísimo el trabajo para el actor, ya sea en la pantalla o en la plaza del Teatro. No veo grandes elencos. Una cosa es ver a (Adrián) Suar con Julio Chávez a la calle Corrientes y otra es que vayamos dos o tres chicos de redes. Hoy hay que remar; y como soy un fanático de Vélez me animé. Miro todos los partidos que se juegan, desde las ligas europeas hasta el Brasileirao.
—¿Sos consciente de lo que significa empezar en El Gráfico? Durante mucho tiempo fue como una biblia del deporte, la gente tenía una línea de pensamiento según lo que se escribía en la revista...
—Totalmente. Si bien no me siento periodista deportivo, creo que estoy capacitado. Seguro que me faltan algunas herramientas, pero soy un pibe que está dispuesto a aprender todos los detalles de la comunicación. Soy un esponja. Soy consciente de que crecí en una Era digital, pero mi viejo me contó la historia que tiene ese medio. Fueron más de 100 años en los que tipos como mi papá esperaban los martes a la tarde en los kioscos de revistas para leerla al otro día. Yo tuve la suerte de ver fútbol siempre, pero antes los partidos no se televisaban y la gente se enteraba de cómo jugaba su equipo por lo que decían los periodistas. Y lo bueno es que no sólo era la pelota, sino que además era boxeo, automovilismo, tenis y todas las disciplinas en las que se destacaban los argentinos.
—Seguramente, tu papá también te habrá contado del Vélez de Bianchi que ganó la Copa Libertadores y la Copa Intercontinental, ¿qué locuras hiciste por El Fortín?
—¡Tengo un montón! Una de las anécdotas más lindas fue cuando di la vuelta olímpica con los jugadores en 2009 cuando le ganamos el campeonato a Huracán. Esa tarde terminé adentro del vestuario descontrolado con todo el plantel...
Aquel Clausura se resolvió en la última fecha con el recordado y polémico encuentro entre El Globo y El Fortín en el José Amalfitani. El pésimo arbitraje de Gabriel Brazenas fue determinante para la conquista del elenco de Villa Luro. Pero el contexto no le importó en absoluto a Yeyo De Gregorio, quien había ideado un plan con Carlos Daniel Soto para saltar al terreno de juego cuando la gesta estuviera cerca de concretarse. Tuvo la fortuna de que su amigo integrara el plantel de Ricardo Gareca y a los 35 minutos del segundo tiempo recibió la señal del futbolista para acercarse a la zona del banco de suplentes. Con la misión de pasar desapercibido, el actor se filtró con el grupo cercano de los campeones. “Estaba el Churry Cristaldo en muletas, porque estaba lesionado, el resto de los jugadores y algunos familiares”, recordó.
Cuando Maxi Moralez marcó el gol de la victoria, la euforia se instaló en Liniers. Los reclamos de los quemeros por la clara infracción de Joaquín Larrivey sobre Tortita Monzón le dieron más argumentos a los fanáticos para continuar con las cargadas sobre su rival. “¡Esconden las pelotas! ¡Cagones de mierda!”, se quejaba Ángel Cappa con indignación. Y lo que aparentaba ser una fiesta total se transformó en una breve pesadilla debido a la represión policial que intervino para desalojar a los intrusos que estaban dentro de la cancha. “¡No me lo olvido más! Fue a cara de perro. Vinieron los cabeza de tortuga y nos cagaron a palos”, rememoró Yeyo.
A los pocos minutos de haber “limpiado la zona” los fanáticos volvieron hasta llegar a las puertas del vestuario. “Se hizo un embudo de gente, porque también habían llegado un par de barras ¡Todos querían estar ahí! Es una anécdota un poco cruda, pero pude dar la vuelta olímpica con los campeones. Terminé con ellos festejando y hubo algunos que tiraron bombas de estruendo y prendieron bengalas azules y blancas. Parecía que estaba en una escena de Walking Dead. Me acuerdo que muchos estaban en pelotas con las duchas abiertas y a nadie le importó nada”, describió con una mezcla de orgullo y nostalgia.
—Imagino que en tu ropero tendrás mucha indumentaria que “le habrás robado” a los jugadores...
—No pido mucho, porque me da vergüenza. Si me caen al teatro a visitarme y alguno me trae una camiseta, bienvenida sea. Tengo un canasto que se llama “Museo”, que tiene todas prendas de jugadores. Y lo raro es que no son todas de Vélez, porque si bien soy fanático también me gusta ponerme ropa de otros equipos para ir a jugar un picado. Me han regalado del Pincha y considero que Estudiantes tiene una pilcha que está muy buena. Tengo de River y de Boca también, porque la mayoría de mis amigos son bosteros. Pero una de las que más quiero es la que me regaló el Tano Gracián.
—Y sin darte cuenta te terminaste poniendo una camiseta de un equipo de la Tercera División de España, ¿cómo fue esa experiencia como futbolista?
—Se dio cuando jugaba para Los Gauchos, que es la selección argentina de artistas. Como en el rubro hay mucha gente desempleada, muchos podíamos darnos el privilegio de jugar un martes a las 11 de la mañana en GEBA. En el grupo de WhatsApp muchos nos dicen que vayamos a laburar (risas) ¡Y tienen razón!
Todo surgió durante la pandemia, cuando decidió tomar en serio las palabras que le dijeron los hermanos Pellerano después de un partido en el que compartieron equipo. Un amistoso del que también fue parte el Zorrito Von Quintiero. “En esos picados hay de todo: tenés al futbolista que quedó libre y se viene a mover un poco o al músico que se va a divertir. Es lindo, porque en una jugada podés chocar contra uno que tiene un ritmo tremendo y de golpe pasás una pelota filtrada para alguien que no va a llegar porque el físico no le da. Por momentos, se puede dar un ritmo muy light y en otros sectores de la cancha se puede poner picante”, explicó. El ex central y actual entrenador de Tigre, Sebastián Domínguez, y el arquero con pasado en Boca, Agustín Rossi, fueron otros de los protagonistas que se sorprendieron con el talento oculto de Stéfano De Gregorio. “Una mañana anduve muy bien y tiraron que si me ponía bien físicamente, me daba para jugar en la Tercera División de España. Cuando me lo dijeron me cagué de risa y me prendí un cigarrillo”, detalló.
Como buen gamer, pasó la extensa cuarentena dedicado al Counter Strike y sus condiciones físicas no eran las adecuadas para afrontar un desafío tan ambicioso. De todos modos, durante la jornada inolvidable que sorprendió a sus colegas Yeyo con una producción brillante, sus goles cautivaron a Alan Bebchik, el representante del ex delantero de Huracán, Diego Mendoza, entre otros futbolistas. Y la propuesta del empresario fue concreta. “Esa noche me fui a dormir pensando que ese tipo estaba loco; pero cuando me levanté el otro día no sé qué pasó por mi cabeza que salté de la cama y dije: No puedo ser un enano cagón”. Toda su vida tuvo el sueño de convertirse en futbolista y la oportunidad le cayó a los 26 años. “Tengo que llamarlo y decirle que lo voy a intentar”, se convenció.
Más allá de que se considera un afortunado en el mundo del espectáculo, porque desde su infancia estuvo involucrado en proyectos de ficción, su cuenta pendiente siempre estuvo ligada a la pelota. “Todos los días le prendo una velita a Cris Morena, porque fue la que me impulsó a la actuación” confesó entre risas, antes de continuar con su relato sobre sus días en el Viejo Continente. “En seis meses cambié mi alimentación, me puse a entrenar como un animal y me fui a Europa para tramitar la nacionalidad italiana”, detalló
Como su apellido “es más italiano que el fetuccini” imaginó que el trámite le demandaría poco tiempo. Después de visitar el país de la bota, se instaló en la región de Murcia, donde tuvo una prueba satisfactoria en el Lorca. “Cuando vi el estadio y las instalaciones del club no lo podía creer. Era como un equipo de Primera División”, recordó. Para ese entonces ya había bajado la dosis de los cigarrillos a un 10%, Sólo fumaba “tabaquito armado” y también había reducido “el escabio”. En su preparación estuvo involucrado el Búfalo Szeszurak, quien por ese entonces dirigía en Excursionistas y al mismo tiempo le transmitía su sabiduría a Los Gauchos.
Prácticas en doble turno, ejercicios con pelota, mucho gimnasio y algunos detalles tácticos lo llevaron a pensar que ya estaba listo para dar el salto. Sin embargo, antes de su debut sufrió uno de los gajes del oficio más común en los jugadores: una dura lesión. “Me tuvieron que hacer una artroscopia de rodilla y la recuperación me llevó 4 meses”. Una vez más, el debut debía esperar. Aprovechó ese tiempo de inactividad para recorrer Italia, donde forjó una estrecha amistad con los Carboni.
—¿Cómo se dio ese vínculo con los hermanos Carboni? Valentín fue recientemente convocado por Scaloni...
— Fue tremendo. En una visita al San Siro me mandaron un mensaje por Instagram diciéndome que no podían creer que estaba ahí. Como ellos viven a una cuadra del estadio, porque estaban en las juveniles del Inter (Quinta División), me invitaron para que nos hiciéramos una foto y pegamos muy buena onda. Como estaba parando en Desenzano del Garda, cuando ya estaba mejor de la rodilla me iba hasta Milán para hablar con Valentín y jugar con los pibes de las inferiores del Inter. Eran aviones de 15, 16 o 17 años que volaban. A mí me venía bárbaro ese ritmo y cuando llegó el momento de la prueba en España viajé sin tener la ciudadanía europea, porque estaba demorada.
Finalmente rindió la prueba en el Lorca y sus condiciones le permitieron convivir con un plantel que tenía serias aspiraciones al ascenso. Sólo por los trámites burocráticos de la documentación no pudo firmar su contrato. “Estaba de novio y me dieron un departamento para que pudiera vivir con ella en la ciudad. Durante un tiempo entrené con el plantel, pensando que pronto iba a tener los papeles, pero a los cinco meses no me pudieron aguantar más y mi carrera terminó antes de empezar. Solo jugué dos amistosos”, describió con desilusión.
—¿Te quedaste con bronca de que no hayas podido jugar oficialmente por un tema legal?
—Fue una experiencia. Nunca me salieron los papeles, entrenaba de lunes a viernes y los fines de semana iba a ver el equipo con el mate. No me arrepiento de nada, porque me di el lujo de vivir durante más de cuatro meses como un futbolista profesional, con horarios para desayunar, planes de entrenamientos y la convivencia de un vestuario.
—¿Cómo fue esa conviviencia?
—Me costó mucho ganarme la confianza del director técnico. Jugué un amistoso completo y en otro me puso cinco minutos porque le di lástima. Ahí empecé a entender la cabeza del deportista. Yo soy muy simpático y en el fútbol hay que ser más crudo y calladito. Tuve varios cruces en el vestuario, pero gracias a Dios había tres o cuatro argentinos que me ayudaron mucho. Uno de la banda era Bruno Volpi, ex jugador de Quilmes, Ituzaingó y Platense.
—¿En qué consistió esa ayuda? ¿Te costó la adaptación?
—Los pibes fueron divinos conmigo, porque el mister me ponía a prueba. Me bardeaba delante de todo el plantel. Era para ver cuánto me la bancaba, y un par de veces me puse loco. Cuando estaba por reaccionar, los chicos me agarraban y me decían que no entrara en su juego. “Callate, que te está pinchando” o “No entres en esa”, eran los consejos que me decían. El tipo me exigía más que al resto y me tenía como un perro enojado.
El final de su etapa se dio una tarde en la que el director deportivo de la entidad ibérica le pidió que se volviera a Italia para terminar los trámites de su nacionalidad. Como otros jugadores extranjeros necesitaban el inmueble en el que estaba instalado, la excusa era perfecta. Además, Yeyo también empezaba a extrañar sus jornadas porteñas con amigos y diversión. “Había perdido la motivación inicial, volví a fumar y sentí que fue un episodio que no pude completar. Creo que tuve mala suerte, aunque la experiencia me quedó para toda la vida”, cerró aquel personaje que se lució en novelas memorables como Chiquititas, Floricienta y Casi Ángeles. Un jugador de toda la cancha que el fútbol no supo aprovechar.