Era agosto de 1997. Brandy Cole tenía la vida que quería en Saint Louis, su ciudad natal. Cursaba el último año del secundario, era la presidenta de la clase, jugaba muy bien al vóley, se divertía con sus amigas y tenía un novio -Justin Tatum- que amaba. Eran los últimos meses antes de graduarse. Pensaba en eso, en la ceremonia y la fiesta de fin de año y, claro, en el sueño universitario que vendría, estudiar abogacía. Pero, una tarde, todo cambió. Algunos indicios, en su cuerpo y con la menstruación, hicieron que se comprara un test de embarazo. El resultado la dejó shockeada. No supo cómo reaccionar cuando vio el positivo… Una media sonrisa se le dibujó en la cara, por un lado se puso contenta pero, por el otro, imaginó cómo cambiaría su vida, aunque nunca al punto de lo que vendría…
Fueron años de desafíos y sacrificios extremos, de penurias y tristezas, de a veces no tener para comer lo que quería, de no poder pagar las cuentas, de ver cómo le cortaban la luz, de no tener para muebles - ni siquiera para una segunda cama para su hijo, por lo que debían dormir juntos-, y hasta no poder hacer frente al préstamo bancario que había pedido para comprar un pequeño departamento... Y, sobre todo, el tener que luchar sola, como una madre soltera, de sólo 19 años. Con Justin, basquetbolista que perseguía sus sueños, primero en la universidad y luego en el exterior, tuvo sus idas y vueltas, la pareja no siempre funcionó y, a veces, el ala pivote de 2m01 encontraba trabajo en otros países… O, simplemente, no vivía con ellos, sólo pasaba para ver a su hijo…
Así fue que, contra todo, sin renunciar al camino que había soñado, Brandy siguió. Cursando en la facultad y criando a su hijo. En silencio, intentando que el pequeño Jayson no se diera cuenta de lo difícil que era… Y lo hizo, contra las estadísticas y los pronósticos. Hoy disfruta del soñado presente de un atleta de élite. Tatum es una de las superestrellas de la NBA. La figura de los famosos Boston Celtics que están a un triunfo del ansiado anillo que a la franquicia se le niega desde 2008, incluyendo la derrota en la final 2022. Un muchacho -hoy de 26 años- que mamó el sacrificio de su madre y siguió ese camino de una forma –inspiradora- que relataremos en esta nota. Un jugador –alero de 2m03 para más datos- que, además de un excelso talento, muestra aquellos valores, esos intangibles, que hicieron distinta a su madre y que le permitieron a él llegar a la elite mundial.
Jayson tenía seis meses cuando Brandy tomó una decisión trascendente: irse de la casa de la madre para hacer su vida. Para eso pidió un préstamo y compró una pequeña vivienda en el campus de la universidad a la que asistía. Pero, claro, mantenerla, no le fue fácil. Al contrario. Mientras cursaba la carrera, en sus tiempos libres hacía trabajos part time: en una oficina postal, en venta de pólizas de seguros o compensación laboral, en la venta de teléfonos celulares o en diversos trabajos administrativos que se le iban presentando. “Había muchas noches en las que no había vuelto a casa y yo me iba a dormir”, reconocería su hijo años después. Ver a su madre haciendo esos esfuerzos fue la inspiración para, ya siendo profesional, Jayson destinará dinero para iniciar un programa de apoyo -con vivienda y servicios públicos- para madres solteras trabajadoras.
En la casa de los Tatum, a veces alcanzaba para llegar a fin de mes y, a veces, no. En especial cuando Justin no enviaba su mensualidad. Era cuando tenía que recurrir a prestamistas usureros… Y cuando debían achicarse al punto de repetir la comida durante varios días. “Lo más habitual era la tarta de pollo, yo me comía el relleno y ella, los bordes”, recordó Tatum en una nota en Sports Illustrated. La opción era, a veces, ir a pedir al vecino de al lado, aunque la vergüenza fuera demasiada…
Ella, cansada por los múltiples quehaceres diarios, pero con la convicción de que no podía dejar el estudio, igual iba a cursar las materias. A veces, incluso, con Jayson, quien se entretenía con algún jueguito o durmiendo en un banco mientras ella escuchaba la clase… Brandy no estaba dispuesta a abandonar sus sueños. Ni los de Jayson, que en su caso estaban muy claros: jugar profesionalmente al básquet. Sí, desde chico, tuvo una convicción que explicitó cuando, a los siete años, su maestra le hizo la clásica pregunta.
-Vos, Jayson, ¿qué querés ser cuando seas grande?
-Jugador de la NBA
La maestra se sorprendió y no tuvo la respuesta más alentadora. “Creo que vas a tener que cambiar tus sueños. Elige una profesión más realista”, le dijo. Eso motivó una visita de Brandy a la escuela. “Me quedé helada cuando me lo contó. Fui y hablé con ella… Le dije que si hacía una pregunta y el nene contestaba, no era apropiado que le dijera que había algo que no podría conseguir, en especial cuando en la casa le vivíamos diciendo que cualquier sueño es posible”, relató la madre.
Jayson lo tenía claro, sobre todo al ver los esfuerzos y la cantidad de horas que su madre pasaba leyendo libros para terminar logrando una licenciatura en derecho, primero, y luego un master en derecho, nada menos. “No quiero nunca tener que hacer eso. Sólo quiero jugar al básquet”, le dijo en una de las tantas noches que la veía entre libros.
-Bueno, si eso quieres, mejor que trabajes muy duro, eh.
La respuesta se le quedó grabada y comenzó a hacerlo. Cada mañana se levantaba a las 5.30, solito, desayunaba y saludaba a su madre, que aún dormía. “Ma, me voy, que tengas un buen día. Te amo”, le decía antes de salir para el gym. Una hora y media de preparación antes de entrar a clases. Frank Bennett, el coach de Tatum en el secundario, recuerda bien aquella rutina. “Yo llegaba 6.30 y él ya estaba ahí, desde las 5.45 o las 6. Pero lo más impactante es que lo hacía cada día. Sólo un día no fue, luego de que ganamos el título estatal. Fue su único día libre. Así era él, sólo trabajaba y trabajaba”, recordó en una nota con The Bleacher Report.
Algunas cosas que fueron pasando le quedaron marcadas a fuego, sobre todo el día que volvieron a casa y encontraron un cartel rosa pegado en la puerta. Su corazón se quebró en dos cuando vio a su madre largarse a llorar desconsoladamente mientras sostenía en la mano aquella notificación de la ejecución hipotecaria por falta de pago. “Me quedé ahí y sólo atiné a abrazarla. No sabía qué hacer, no podía ayudarla, apenas tenía 11 años”, recordó Jayson. Fue el momento más bajo, más duro, de aquella dupla que se bancó todo. Pero luego de un par de horas de llorar y pensar qué hacer, ella se paró, lo miró y le dijo: “Bueno, le encontraremos la vuelta. Siempre lo hicimos”.
Y así fue. Como prometió. Al otro día fue al banco y solicitó una modificación del préstamo. El gerente, cuando la escuchó, la entendió y así pudo salvar la casa con la que vivía con Jayson. “Siempre estuve orgullosa de que pudiéramos tener una casa propia, sobre todo por lo que significaba, porque a él le encantaba estar ahí… Cuando sos niños, no está bueno tener que poner tus cosas en una valija e irte a vivir a lo de tu abuela. Para mí, además, era una cuestión de orgullo. Quería hacer todo para no ser parte de una estadística”, contó Brandy. Una lección que aprobó su madre y al niño le quedó grabada...
El pequeño Jayson se potenció deportivamente cuando su padre, ya retirado de su carrera como basquetbolista, volvió al vecindario –y a la vida del chico- para ser entrenador formativo. Claro, en ese sentido, Jayson tuvo prioridad. Y fue en ese momento cuando Justin admite haberse dado cuenta que su niño podía ser bueno y, sin dudas, mejor que él. “Lo llevaba a jugar un torneo con chicos más grandes y metía 25 puntos por partido. Todos me preguntaban qué edad tenía…”, recordó con una sonrisa. A algunos de ellos, el chico no los recuerda con tanta añoranza. “Algunos eran partidos duros, con jugadores más hechos, que no mostraban ninguna piedad conmigo. Hubo días que volví llorando a mi casa”, recordó el hoy NBA, quien no entendía por qué su padre lo ponía en situaciones de sufrimiento, con pocas chances de éxito.
Con el tiempo se dio cuenta que eran lecciones que lo harían mejor, más duro. “Sigue trabajando que vas a jugar en mejores lugares”, le aclaró el papá. El chico, apasionado, siguió los consejos y la motivación, lejos de decrecer, se acrecentó al ver cómo personas cercanas habían llegado adonde él soñaba, la NBA. Primero fue su primo, Tyronn Lue, quien debutó en 1998 y permaneció hasta el 2009, siendo campeón con los Lakers –hoy es el entrenador en jefe de los Clippers-, y luego su padrino, Larry Hughes, quien fue compañero –e íntimo amigo- de su papá y luego dio el salto, en 1999, hasta el 2012. El escolta tuvo dos temporadas de 22 puntos de promedio y jugó con LeBron, con el que fue subcampeón en 2007. Justamente el Rey era uno de sus referentes de este fanático de la NBA y aprovechó la amistad de Larry con Justin para llegar hasta él y sacarse una foto cuando tenía 10 años. Ya en 2012, con 14, le escribió un tweet que se hizo viral años después, pidiendo que James lo siguiera en esa red social… “Sígueme, soy el sobrino de Larry Hugues, de Sant Louis, y el primo de Abe y RJ, hijo de Justin”, le escribió. Cinco años después lo volvería a cruzar, pero ya dentro de una cancha de la NBA.
Eran épocas de motivación plena para Jayson. La más cercana fue Bradley Beal, otra estrella de la actual NBA, quien nació en la misma ciudad y conoció a Tatum a través de su madre, quien era la entrenadora de vóley de Brandy y, a su vez, ella había trabajado en la casa de los Beal, cuidando a Bradley. Beal, cinco años mayor que Jayson, era una figura local. En 2010, con 17 recién cumplidos, fue el MVP de Mundial U17 que USA ganó en Alemania y fue elegido el mejor jugador de secundario del estado tras promediar 32.5 puntos y 5.7 rebotes. Con Jayson compartieron un solo año en el Chaminade College, pero cancha en muchas ocasiones, ya sea en picados y o entrenamientos juntos.
Fue cuando Beal se dio cuenta del potencial que tenía Jayson y terminó siendo clave para que lo entrenara Drew Hanlen, importante coach de habilidades que había trabajado con él y otros prospectos NBA, como Andrew Wiggins, Kelly Oubre y Zach LaVine. Hanlen no tomaba chicos tan jóvenes pero dada la insistencia de Beal y de la madre, optó por darle una oportunidad. “Podría ser un jugador del tipo de Magic Johnson o un anotador del estilo de Kevin Durant. Y se lo dije a Drew: ´debes creerme, Jayson es especial”, recordó Bradley sobre lo que le dijo. “Se lo pido por favor, si es necesario que saque un crédito para pagarle, lo haré”, le dijo Brandy, con la habitual determinación ya famosa de la madre…
Hanlen lo puso a prueba. Fue tan intenso la primera práctica que a la media hora, Tatum casi se desmaya del esfuerzo. Pero, fiel a su ética de trabajo y sabiendo lo importante de este paso, no renunció. Ni dejó de ir ni un solo día. El coach entendió rápidamente que estaba frente a alguien distinto, como le había dicho Beal. Y, de a poco, le fue sumando los movimientos de referentes y que Jayson fue copiando a la perfección: el fadeaway de Kobe y la flotadora de Paul George, entre otros.
“Jayson no practica las cosas hasta hacerlas bien. Las practica hasta que no las hace mal”, describió Hanlen, quien lo armó a su gusto, como un rompecabezas, aprovechando la impactante disciplina de Tatum. Un perfeccionismo que incluía hasta entrenar cómo responder preguntas de los periodistas. En casa, mientras su madre se secaba el cabello, usaba el secador como micrófono para simular que era Craig Sager, el mítico periodista de campo de juego de TNT. “¿Quién me hará esas notas, ma? Alguien de ESPN, cuando seas uno de los mejores jugadores del país”.
Pasaron los años y cuando Jayson tenía 16, Hanlen le envió mensajes a los scouts de los Celtics. Fue el primer paso hacia el sueño del padre, que era hincha de Boston y siempre le pedía a su hijo que mirara a Paul Pierce. Jayson, en cambio, tenía otra predilección… “Desde que veo básquet, a los cinco o seis años, me hice muy fan de Kobe… Amo el básquet por él”, admitió quien hoy es el ídolo y mejor jugador de su archirrival, los Celtics. Aunque, claro, él no ha ocultado que su idolatría por Kobe lo llevó a fantasear jugar con los Lakers…
El crecimiento como jugador fue continuo y, en la última temporada en Chaminade, Tatum promedió 29.6 puntos y 9.1 rebotes, logrando el mismo premio que Beal, cinco años después: Jugador del Año Gatorade, en 2016. “Yo siempre estuve intentando alcanzar a Brad, pero él me decía que fuera mejor que él y rompiera sus récords. Que yo usara eso, porque él no había tenido a nadie que lo motivara”, contó Beal. Tatum, además, pasó por todos los eventos top, el McDonald’s All-American Game, el Jordan Brand Classic y el Nike Hoop Summit.
Pero, claro, antes ya había tomado la decisión de dónde seguiría su carrera: en la Universidad de Duke. Mike Krzyzewski, mítico coach formador que dirigió 42 años a la famosa facultad hasta el retiro hace dos años, estuvo uno convenciendo al jugador y su madre. Incluso, en una de las primeras entrevistas en personas, decidió volar en un avión privado hasta Saint Louis pese a que se había desatado una fuerte tormenta. Apenas una temporada en Duke fue suficiente para que Tatum –y su entorno- se diera cuenta que estaba listo para la NBA. Promedió 16.8 puntos y 7.3 asistencias antes de anunciar que se declaraba elegible para el draft.
Para “gastar” una elección en un jugador, las franquicias hacen todo tipo de mediciones e investigaciones. Quieren saber todo. Y, en el caso de Tatum, además de encontrar todo tipo de habilidades, físicas y técnicas, quedaron impactados por su cabeza y mentalidad, con la compostura, inteligencia y profesionalismo que mostró en cada respuesta y en cada persona que entrevistaron para saber de qué estaba hecho este chico que parecía tener muy claro todo. “En cuanto a habilidades, es ridículo, para mí el jugador más talentoso del país. Está hecho para jugar al básquet. Puede defender varias posiciones, mide casi 2m04, es largo. Y, además, pensando en el largo plazo, será el mejor de todos. No estarás eligiendo a alguien para ahora, sino para el futuro”, analizó Jay Bilas, analista estrella de ESPN, luego de verlo de cerca en un picado entre figuras históricas de Duke.
Estar entre los tres primeros de la clásica elección de jugadores -mayormente universitarios- que permite que los equipos se refuercen había sido una obsesión para Jayson desde que era adolescente. Los Celtics habían hecho un gran canje en 2013 con los Nets, que les dio tres selecciones en primera ronda, entre ellas la del 2016, justo cuando Brooklyn tuvo la chance de elegir bien alto. Se quedó con el pick N°1 pero sabiendo que los 76ers deseaban ir por Ben Simmons, hicieron otro inteligente intercambio. Boston se quedó con el lugar N° 3 y con ese pick se quedaron con Tatum.
Fue el comienzo de lo que hoy vivimos, mientras brilla en su séptima temporada como profesional. En cada una ha crecido, desde los 13.9 puntos, 5 rebotes, 1.6 asistencia y 30 minutos de la inicial a la actual, que llegó a 27, 8.1, 4.9 y 37m, transformándose en una superestrella –lleva 5 selecciones al All Star-, no sólo en fase regular sino también en Playoffs, en los que viene brillando como jugador de partidos importantes que es. Los Celtics lo fueron rodeando cada año mejor hasta este mercado de pases sumar a Jrue Holiday, la pieza que le faltaba a un equipo que fue madurando hasta estar listo para dar el gran salto.
Su madre lo disfruta desde la primera fila. Como la esposa Toriah -de Missouri, como ellos- y su pequeño Deuce, su adorado -y ya famoso- hijo que ella tuvo a los 20 años. Casi igual que Brandy con Jayson. Con otra realidad, otro presente económico, claro, aunque con los valores que han edificado una base sólida para superar cada obstáculo y cumplir los sueños.