2003. Puerto Rico. Lobby del hotel donde concentran las delegaciones del Preolímpico clasificatorio para Atenas 2004.
Algunos de los jugadores de la Generación Dorada ya se reunieron en una habitación y están decididos a decirle a Rubén Magnano que no quieren ir al entrenamiento pautado para esa mañana. Entonces, mandan al jefe de equipo para que se lo informe al entrenador.
-Los chicos dicen que están muertos luego del juego de anoche. Creen que es mejor descansar. Me piden que suspendas el entrenamiento.
-Deciles que los espero en el micro. En cinco minutos la puerta se cierra y yo arranco con los que estén arriba.
Así, sin debates ni explicaciones, el entrenador subcampeón del mundo contestó y enfiló hacia el colectivo que estaba por salir al Coliseo Roberto Clemente. Una anécdota que resume la gran exigencia que tenía Magnano con aquel grupo de talentosos jugadores. Rubén sabía que la camada tenía mucho potencial y pensaba exprimirla al máximo. Y eso fue lo que hizo, entre 2000 y 2004. El descubrimiento y convencimiento de que se podía pelear con las potencias fue tarea de Guillermo Vecchio, entre 1993 y 1997, Julio Lamas adelantó el recambio generacional entre 1998 y 1999, pero el cordobés lo vio todo de cerca, siendo asistente de ambos. Por eso, cuando asumió, no tuvo dudas: el talento estaba y era mucho, el camino para dar un salto de calidad hacia la elite era espinoso. Pero era la única forma y lo aplicó. A veces pareciendo un militar, hasta un tirano, pero los resultados se vieron con el tiempo y aquella camada prometedora se convirtió en la mítica Generación Dorada y, para tantos, el mejor seleccionado en la historia del deporte argentino. Nada menos.
Aquellas épocas doradas quedaron lejos para el básquet argentino, pero cada tanto, alguna efeméride, cumpleaños o noticia, devuelve aquellos tiempos de gloria. Como fue este lunes el anuncio sobre el retiro de la dirección técnica por parte de Rubén, a los 69 años. Casi en silencio, como hizo todo. Sin polémicas sin alardes, aunque podría darse el lujo -y hasta tendría el derecho- de hacerlo. Pero, claro, no sería fiel a su esencia, a su forma de ser, a su humildad, a su don de gente. Magnano es otra cosa.
Hoy, relajado, intentando disfrutar de su familia, luego de años siendo el principal referente del básquet uruguayo -sí, uruguayo, nunca volvó a la selección que sacó campeona olímpica-, sonríe cuando se le recuerda la historia que inicia la nota. “Tengo presente el momento, aunque no con la precisión tuya... Pero sí recuerdo que el problema fue por un entrenamiento de la mañana. No sé cuántos estaban molestos, pero yo tenía que pensar en el equipo. Para tomar decisiones, yo siempre me sentaba con mi cuerpo técnico entero, escuchaba y resolvía. Las prácticas matutinas siempre eran difíciles, sobre todo en estos torneos de pocos días en los que se suceden esas mañanas, de saturación mental, por el cansancio de los jugadores. Pero yo, cada cosa que hice, siempre fue pensando en lo mejor para el equipo. En eso estoy tranquilo. Si yo consideraba que eran útiles para el equipo, se hacían. Hay cosas que no negociaba”, explicó.
Aquel torneo no fue nada fácil. En todo sentido. Argentina venía de sorprender al mundo en Indianápolis y debía ratificar. Había presión por lograr uno de los dos pasajes (uno, se descontaba, era para Estados Unidos con sus figuras de la NBA) y, además, el ambiente grupal no era el mejor luego de una gira por México que Magnano califica de inhumana. Sin embargo, el coach no cedió. Como era su estilo. “Lo que hubo fue un choque de conceptos y visiones. Pero el objetivo, conseguir el pasaje para los Juegos, se consiguió. Si bien perdimos con Venezuela y México, algo que tal vez no estaba en los planes, les ganamos a los candidatos y clasificamos”, recordó en charla con Infobae.
El cordobés llegó en el momento justo, para ser el líder de un camino distinto, de una exigencia, de un profesionalismo, de una línea de conducta que le dio el esencial golpe de horno que necesitaba una camada única de basquetbolistas. “Tal vez aporté una forma de direccionar un trabajo, una conducta, valores que sostuve todo el proceso y no negocié. Mis ocho años previos como asistente me permitieron desarrollar una capacidad de percibir actitudes y luego tomar decisiones. Consideré que lo fundamental era generar un marco de equidad muy arraigado, que el esfuerzo fuera de todos, sin concesiones. Y eso se contagió. Los jugadores estuvieron muy involucrados, porque ya eran conocedores de que el camino era ése. Hubo mucha humildad, solidaridad e inteligencia de estos muchachos. Supieron dar todo, el 100%, más allá de esos choques de visiones… Y así se forjó una identidad, una forma de hacer las cosas. Está claro que el camino fue duro, pero si es duro y se llega a lo que logramos, siento que ha valido la pena”, admitió.
Cuando Magnano dejó la Selección, tras ganar el oro olímpico, hubo una sensación de alivio entre los jugadores, algunos de ellos saturados por la exigencia del DT, pero con el tiempo el reconocimiento ha sido unánime. Incluso uno de ellos, Ale Montecchia, tuvo la deferencia de mandar a hacerle una réplica de la medalla de oro olímpica (NdeR: la organización no les entrega a los técnicos) y varios, públicamente, se han deshecho en elogios.
Cuando a Rubén se le recuerda esa devolución de los jugadores, se nota la emoción a través del teléfono. “Esa gratitud habla de la grandeza de los personajes. Más allá del nivel al que llegaron y de los disgustos que pueden haber tenido por los sacrificios realizados, esa gratitud es lo que queda. Y es lo que me llena de orgullo. Lo mismo que esos esfuerzos, algunos inentendibles para ellos por lo duros que eran, hayan terminado con logros, que se haya entendido que el objetivo se cumple respetando las normas, y que la meta haya estado por encima de la incomodidad de una de las partes…”, se sincera.
Tal vez aquella forma de trabajar le jugó una mala pasada porque, desde aquella partida a Italia, en 2004, nunca más volvió a dirigir la Selección. Es más, nunca fue tenido en cuenta ni lo ofrecieron el cargo. Algo casi insólito. “Me pareció poco considerado, realmente. Por todos los años que pasé en la Selección, 12 entre asistente y coach principal. No digo que me tuviera que haber elegido, pero sí al menos tenido en consideración. Cuando el cargo pasó de full a part time yo hablé con la dirigencia del Varese (Italia) y había un acuerdo para que yo pudiera dividir mi tiempo con la Selección… Pero ni siquiera estuve entre los tres candidatos para el cargo. Y eso me pareció desconsiderado, realmente”, rememoró sin querer entrar en polémicas. “No tengo idea si estuve prohibido. Hay que preguntarles a quienes tomaban las decisiones. No conozco los motivos. Pero si es por la exigencia, me parece excelente que no me hayan elegido. Brillante. Porque la exigencia del trabajo yo no la negocio”, cerró.
Así fue Rubén. Así forjó a diversos planteles que quedaron en la historia del deporte argentino y cambiaron la historia, desde aquel Atenas multicampeón (con Milanesio y Campana) que aún hoy permanece en la memoria colectiva de los argentinos como a aquella Generación Dorada que todavía hoy nos genera emoción. El arquitecto fue uno solo, el gran Magnano, que hoy, a los 69 años, decidió el descanso. Basta de entrenamientos, partidos y exigencias. La huella ya la dejó. Y es demasiado profunda. Sin dudas uno de los grandes entrenadores de la historia del deporte argentino.