Rosario respira fútbol. En cada esquina, en cada charla, en cada bar. Es algo que corre por las venas y no tiene distinción de edad o de género. Rosario y el fútbol. Indivisibles desde siempre. Por eso uno siente admiración por aquellos que estuvieron presentes aquel domingo 2 de junio de 1974 en el viejo estadio de Arroyito, cuando los dos grandes equipos de la ciudad dirimieron quién sería el campeón del torneo Metropolitano. Y el logro se iba a teñir, por primera vez en la historia, de negro y rojo, en un final dramático, digno del mejor guion de las series que son furor en las plataformas, medio siglo más tarde…
Una definición que tuvo todos los ingredientes para condimentar una tarde de leyenda, porque a Newell´s le bastaba con empatar en la cancha de su rival para festejar la primera estrella de su historia, mientras que Central tenía en sus manos la posibilidad de evitarlo, ya que, ganando, forzaba un desempate en el cuadrangular final que ambos compartían con Huracán y Boca. Pero el guion tenía suspenso, acción, drama y el lugar reservado para el muchacho de la película, que fue Mario Nicasio Zanabria, el elegante y excelso número 10, que marcó el gol del empate a pocos minutos del final y así lo recordó para Infobae.
“Al comenzar el segundo tiempo estábamos dos goles abajo, pero haber descontado rápido fue decisivo, porque si seguíamos 2-0, no sé si lo hubiésemos logrado empatar. Estar a un gol nos hizo una revolución interna, volvimos a creer en nosotros. A los 81 minutos se produjo aquella jugada: fue un centro de Carlos Picerni hacia el borde del área, allí me la bajó de cabeza Magán, y como venía la agarré de sobrepique desde afuera del área. La pelota salió con toda la fuerza y se clavó contra el travesaño de Carlos Biasutto. Cuando vi que entraba, y de la manera que lo hacía, fue una locura. Yo quise patear a ese lugar, pero no siempre sale así. Quedaban pocos minutos y estábamos mejor que ellos, si duraba un poco más, lo ganábamos. Estábamos alcanzando un sueño. Para el plantel fue importantísimo, pero sobre todo para la gente de Newell´s, que merecía un título. Luego llegaron por suerte varios más, pero siempre el primero es el que más se recuerda. Además, por haberlo logrado en el estadio del tradicional rival”.
En ese momento, la ciudad era, incuestionablemente, la capital del fútbol argentino. Central había conseguido en poco tiempo sus dos primeros títulos en torneos de AFA, con los Nacionales de 1971 y 1973. Newell´s venía golpeando las puertas, con buenos equipos, pero no podía alcanzar la gloria. Un mes y medio antes, se había desarrollado el famoso partido en el que el combinado de Rosario bailó a la selección nacional, iniciando el mito del Trinche Carlovich. La mitad roja y negra sentía que ese podía ser su momento, en un campeonato corto, dividido en dos zonas y con rápida definición, como lo evoca Zanabria: “Para nosotros fue una alegría enorme y que llegó en el momento justo. Era un secreto a voces que Newell´s estaba necesitando un campeonato, porque Rosario es una ciudad que no permite una diferencia muy grande en conquistas entre las dos instituciones. El fútbol tiene cosas poco previsibles, porque, por ejemplo, aquel 1974 lo encaramos con austeridad. El equipo fue consiguiendo resultados de a poco. Lo cierto es que se convirtió en una obsesión cuando llegamos al cuadrangular final, que comenzó y terminó en siete días, porque empezaba el Mundial. Para poder encararlo bien, el técnico Juan Carlos Montes decidió hacer una concentración en San Genaro, distante unos kilómetros de Rosario, para poder salir de la olla a presión que era la ciudad”.
Newell´s llevaba varios años con equipos competitivos y con excelentes futbolistas, pero los éxitos del eterno rival generaban un dejo de ansiedad en busca de la anhelada estrella. Uno puede suponer que, en ese contexto, se fue planificando a conciencia aquel ‘74 para desembocar en el título. Sin embargo, nada de eso sucedió. Juan Carlos Montes, fallecido en 2020, fue un entrañable personaje del fútbol, que uno tuvo la suerte de conocer. Inscribió eternamente su nombre en la historia por haber sido el entrenador que hizo debutar a Diego Maradona en Primera División, en aquel mítico octubre del ‘76. Pero un par de años antes, en su amado Newell´s, tuvo su primera experiencia como técnico y así lo describió: “Me lesioné a mediados del ‘73, la recuperación no fue como esperaba y decidí largar. El técnico de Primera era Urriolabeitia y me convenció para seguir ligado al club dirigiendo la Tercera, con la que realizamos una buena campaña. En los últimos días de diciembre, me acerqué al club para despedirme, porque finalizaba el contrato y allí tuve la sorpresa de que los dirigentes me ofrecieron la Primera. Fui para irme y terminé a cargo del equipo. Una locura (risas). No era fácil, porque todos los muchachos habían sido mis compañeros hasta unos meses antes. El día que asumí me encontré nada menos que con ¡83 jugadores! (risas), porque el club siempre fue de dar muchos a préstamo a diversas instituciones. La mayoría no sabía quiénes eran, como es lógico, pero los fui viendo y confeccioné la lista definitiva. Arrancamos casi sin traer ningún refuerzo y recién ganamos en la cuarta fecha, contra Estudiantes en La Plata por 1-0″.
El torneo fue muy parejo y Newell´s consiguió su clasificación al cuadrangular final en la última fecha de la fase de grupos, al vencer a San Lorenzo 2-1 en el Parque Independencia, con un gol de Juan Ramón Rocha a dos minutos del epílogo. El torneo reducido, que iba a determinar al campeón del Metropolitano, se disputó en apenas siete días. Uno no puede siquiera imaginar lo que debe haber sido esa semana en una Rosario vibrante, donde sus dos equipos arrancaron bien, como lo rememoró Zanabria: “Central le ganó a Boca 3-1 y nosotros 3-2 al Huracán del Flaco Menotti que era un equipazo, aunque no tenía ni a Brindisi ni a Houseman, que estaban en Alemania para el Mundial. Uno días después, el hecho de ganarle a Boca en Parque Patricios 1-0 con gol de Obberti fue importantísimo: nos dio la llave para llegar tranquilos a la última fecha, porque Central perdió con Huracán en La Bombonera. En los últimos minutos la pasamos muy mal, ya que nos atacaron mucho y Carrasco, nuestro arquero, fue el gran héroe de la noche: atajó todo y parecía invencible”.
Y había llegado el momento. Nadie podía haberlo soñado más atrapante, porque a orillas del Paraná estaba lo mejor de nuestro fútbol y entre los clásicos rivales se iba a determinar el título. El sorteo quiso que ese inolvidable encuentro tuviera como escenario el estadio de Central, que empezó mejor y se puso en ventaja, como recuerda Mario Zanabria: “Al principio no hubo superioridad de ninguno. Ellos mantuvieron su línea de juego de agruparse bien atrás y tratar de explotar en contragolpe, mientras nosotros tratábamos de llegar tocando. El primer tiempo ya se terminaba y Pavoni hizo un penal llegando tarde a un cruce. El árbitro Dellacasa indicó que se pateaba y listo, no había rebote ni segunda jugada. Gabriel Arias lo pateó muy bien. 1-0 abajo y a los vestuarios puteándolo a Pavoni por lo que había hecho (risas). Salimos convencidos de que podíamos, pese a que Central era un equipo difícil para entrarle. Las acciones eran equilibradas y a la salida de un córner, le hicieron una cortina a Carlos Aimar, que metió el cabezazo para el 2-0. El panorama era muy complicado, pero por suerte casi no tuvimos tiempo de ponernos a pensar, porque de inmediato llegó el descuento de Armando Capurro, también de cabeza”.
Un rato más tarde, cuando ya habían ingresado en la recta final del clásico, llegó el zurdazo inmortal de Marito, el que sigue produciendo la admiración de todos. De alguna manera, ese título, cerraba la herida abierta en diciembre del ‘71, con el famoso gol de Poy de palomita en el estadio Monumental, que le dio a Central uno de los triunfos más festejados de la historia. Zanabria también había jugado en esa tarde: “Aquello había sido muy doloroso para nosotros, sin bien era la semifinal, igual nos ganaron y luego fueron campeones. La gente de Newell´s lo tomó también así, como que la deuda estaba pagada”.
En el reloj del árbitro Dellacasa aún quedaban dos minutos por disputarse, pero los hinchas rojinegros se metieron en el campo de juego, provocando la suspensión y la represión de la policía con graves incidentes. Juan Carlos Montes dejó su testimonio de lo vivido allí, que se emparenta más con la ficción que con la realidad: “La gente no se aguantó e invadió la cancha de Central a pocos minutos del final, por lo que no pudimos dar la vuelta olímpica, cosa que sí hicimos en nuestro estadio, porque nos fuimos directo para el Parque Independencia. El tema es que el público también se metió y les sacaron toda la ropa a los jugadores, con el inconveniente de que a los pocos días teníamos que viajar a México para un cuadrangular amistoso, del que también participaba Central y dos equipos de ese país. En la utilería no había quedado nada de nada (risas). Yo tenía un negocio de ropa sport en el centro de la ciudad y había una persona que venía siempre, porque era hincha de Newell´s, que confeccionaba pulóveres. Le comenté de la situación y le dije si se animaba a hacer la indumentaria completa del equipo, aclarándole que era urgente. El hombre paró su fábrica y se puso a trabajar. El material lo conseguí yo mismo, hablando con otro conocido, que tenía una casa de venta de sábanas y manteles. Con esa tela, hicimos las camisetas y los pantalones, quedaron espectaculares, pero no era lo más adecuado para unas casacas, porque se pegaban al cuerpo, lo mismo que los pantaloncitos. Cuando me trajeron las muestras me di cuenta, porque soplabas y ya transpirabas (risas). Entonces hizo dos juegos de una especie de camisas con botones, con los números cosidos en la espalda. Había que ir si o si a México, porque la multa era de 7.000 dólares. Resulta increíble, pero fue así”.
La base era la misma de los años anteriores, apenas con el retoque del regreso de la estirpe goleadora del Mono Obberti, tras el breve paso por Brasil, y la incorporación de Sergio Apolo Robles, quien había demostrado su habilidad como puntero en Juventud Antoniana de Salta. No hubo inversiones enloquecidas ni grandes compras. La apuesta, como tantas veces en los equipos rosarinos, era al semillero y la gente del club. El cuadro se fue consolidando con el paso de las fechas, desde la sobria seguridad del golero uruguayo Carrasco y una línea de fondo con dos centrales que luego demostrarían su capacidad en River y en Boca respectivamente, como Pavoni y Capurro, más los laterales incansables, como el potente Rebottaro y el excéntrico Barreiro. El Gringo Berta los corría a todos en el medio, con el auxilio de Picerni, que también colaboraba con el departamento creativo que era casi exclusiva propiedad de la zurda de Marito Zanabria. Juan Ramón Rocha con un 11 mentiroso en la espalda, se tiraba atrás para la elaboración, con el fin de abastecer al olfato goleador de Obberti, y los infinitos desbordes de Cucurucho Santamaría.
Muchas veces, no hay mejor reconocimiento que el elogio del eterno adversario. Y en el caso de Rosario Central, nadie mejor que el inigualable Roberto Fontanarrosa: “En las escalinatas de la Piazza Spagana de Roma siempre se juntan jóvenes turistas, mochileros y desharrapados, que lo eligen como punto de encuentro. Allí mismo me había arrojado la sabiduría del destino, una tarde de 1974. Por ser mi primer viaje a Europa me había olvidado, en parte, que en Rosario ya se debería haber disputado esa final que proclamaba al campeón del Metropolitano. Entre la multitud de pibes que había en ese lugar, no tardé en detectar al grupo de argentinos, a quienes les pregunté, ansioso, por el resultado. Cuando me lo confirmaron, agradecí estar en esa ciudad disputada en la Edad Media, por bárbaros y bizantinos, residencia del Papa, y no en Rosario, donde, sin duda, los hinchas Leprosos deberían estar festejando como locos su primera estrella. Aquel de Newell´s era un equipazo. Un día, charlando con Jorge Valdano, le confié que si Dios hubiese depositado sobre mí la pesada carga de ser hincha de Newell´s, yo hubiese escrito, sin dudas, algún cuento sobre esa final de 1974 en cancha de Central. Porque tuvo todos los condimentos necesarios para armar un gran relato, mal que me pese. La tensión, el drama de la derrota inminente, la esperanza y el grito agónico de la hazaña sobre la hora. No por nada, aquel zurdazo de Marito, aún hoy es levantado como bandera de lucha por la gente del Parque”.
Y así será por siempre. Pasó medio siglo y aquellas fotos amarillentas parecieron cobrar vida, cuando hace unos años, en esos extrañamente maravillosos hallazgos, aparecieron las imágenes a color de una grabación casera. Allí pudimos detectar que nadie exageró y que el gol legendario fue tan extraordinario como lo contaron: ese zurdazo de Zanabria que se clavó una tarde en un ángulo y eternamente en el corazón rojinegro.