* Una porción de las sentidas palabras del mallorquín
Un revés que se marchó fuera, al pasillo de dobles, fue el último golpe de Rafael Nadal, de 37 años, en la pista Manolo Santana de la Caja Mágica. El checo Jiri Lehecka lo superó por 7-5 y 6-4 en dos horas y un minuto, y en octavos de final lo dejó afuera del Masters 1000 de Madrid, ese que supo ganar en cinco oportunidades. No se trató de una ocasión más: el cuerpo del español, golpeado por las lesiones, pero empujado por una mentalidad inquebrantable, ofreció su última función en un escenario emblemático de su carrera, que marcha hacia su final.
Por eso la ovación en continuado, las cinco banderas representando cada uno de sus títulos en el reducto, ese discurso que supo a despedida, más allá de que todavía seguirá en competencia, con Roland Garros como gran objetivo. “No quiero agradecer a mi familia y al equipo porque no me estoy retirando. Eso lo haré el día que me retire”, advirtió el mallorquín en un trazo del discurso que emocionó al público, y durante el que hizo un esfuerzo sobrehumano para contener las lágrimas.
* Lo mejor de un partido con enorme carga sentimental
“Contento, ha sido una semana muy especial para mí, muy positiva en muchos sentidos. He tenido la oportunidad de poder jugar una vez más aquí, en esta pista que me ha dado tanto en todos los sentidos, a nivel deportivo, y a nivel emocional”, alcanzó a decir, antes de que las palmas superaran con su sonido el volumen de su voz.
“Hace algunas semanas, dos días antes de salir para Barcelona, no sabía si podía volver a competir en un partido oficial y he podido jugar dos semanas, y aquí ha sido una semana inolvidable”, añadió. “Lo único que puedo es dar las gracias, ha sido un viaje increíble que empezó cuando era muy pequeñito y la primera vez que vine aquí a Madrid, si no me equivoco era 2003, pero yo creo que la primera vez que llegué con...”, deslizó, pero la voz se le quebró, y no pudo continuar. Entre los que los que se emocionaron en las tribunas estuvo Diego Simeone, director técnico del Atlético de Madrid.
Tragó saliva, se repuso, y continuó con su alocución. “La primera vez que llegué siendo competitivo creo que fue en 2005, fue una de las victorias más emocionantes que tuve en mi carrera, cuando aún se jugaba en la pista cubierta, perdiendo dos sets a cero; desde ahí hasta el día de hoy sólo ha sido un apoyo y un cariño incondicional por parte de todos aquí en Madrid, no hay manera de agradecerlo”, evocó aquella definición ante Ivan Ljubicic.
“Soy un afortunado de la vida por todo lo que he vivido, no puedo pedir más. Espero haber sido un ejemplo para las nuevas generaciones. Es difícil, pero mi cuerpo me ha enviado señales de que este día tenía que llegar”, se lamentó, aunque sin perder un gramo de entereza. De hecho, luego de bañarse en el cariño de la gente en repetidas ocasiones, y antes de abandonar la pista, hasta se permitió una broma: “Era una broma, el año que viene vuelvo”. Es que su nombre es eterno, quedó grabado en cada escenario en el que brilló, como la Caja Mágica.
Con información de EFE