Hasta no hace demasiado tiempo, inclusive pasada la primera década del Siglo XXI, a ningún periodista se nos hubiera ocurrido destacar algo tan obvio como que un partido de fútbol se juegue con hinchas de ambos equipos en las tribunas. Ni siquiera, o mucho menos, un River-Boca. Esto, que hoy no solo es noticia sino que llegó a convertirse en tema del día (sólo desplazado por el cachetazo que ligamos desde el Congreso), no es sino uno más de los asuntos que los argentinos naturalizamos hasta creernos que es lo mejor que podría pasar.
Una vez más. Usted y yo podríamos hacer una extensísima lista de cosas –hasta non sanctas- que podemos hacer y lugares –hasta nos sanctos- a los que podemos ir libremente y no se nos ocurriría incluir al fútbol.
Es más. No son pocos los dirigentes que, en off y en on, consideran que esto de que solo vayan locales a la cancha es el escenario más razonable y necesario. Con la lógica argenta, nadie hubiera cantado “Muchachooos…” en Qatar. No, al menos, en castellano.
Después de más de una década de restricciones, se han hecho visibles varias razones para justificar lo injustificable. En algún caso, el incordio que resultaría liberar un espacio para dedicárselo a los visitantes. Espacio que, por cierto, precisa de los llamados pulmones, zonas vacías que no aleje lo suficiente a unos y a otros. Porque a quien se le ocurre que puedan estar más o menos cerca dos personas que, siendo hinchas de camisetas diferentes, soló pueden despreciarse profundamente. Faltaba más.
Te dicen que está buenísimo asegurarse toda la cancha para los socios, que sería impopular dejar afuera a un par de miles de los propios, que no conviene meterse en el lodazal de la venta de entradas o que, solo con los locales, se abaratan los costos de los operativos de seguridad.
Y aquí, en el tema seguridad, radica el punto de partida del desquicio. Hoy, mientras palpitamos un Superclásico a 700 kilometros del lugar de origen de ambos equipos, y destacamos “QUE ES CON LAS DOS HINCHADAS!!!”, prescindimos de lo deforme que es la realidad que supimos conseguir: a partir de la violencia –o con la violencia como justificativo madre-, hemos logrado ponerle un cepo al espectáculo público que más nos apasiona.
En la Argentina no se combate a los barras bravas. En el mejor de los casos, se los esquiva mirando para otro lado. Y por lo general, se les permite ser dueño de la escena.
Con razón, algunos dirán que no siempre fue así. Que, por ejemplo, con el programa Tribuna Segura el Estado restringió la presencia en los estadios de miles de violentos disfrazados de defensores de nuestros trapos. Se quedaron fuera en Núñez, en La Boca y hasta en Moscú. Fue un buen intento inconcluso un poco porque no se pudo llegar a un límite pleno y, aunque sea a través del cotillón y sus segundas o terceras líneas, siguieron apareciendo en las tribunas y otro poco porque en ningún caso al derecho de admisión se le sumó la expulsión como socio. Curioso escenario: el mismo violento que no podía estar en la tribuna podía compartir el vestuario del club con tu pibe. Los mismos clubes que esquivaron el bulto argumentando inacción del Estado, cuando éste actuó apelaron a normas y estatutos para explicarnos que no era tan fácil dar de baja a gente que le hace mas daño a nuestra pasión que la estanflación a nuestro destino.
Aun queriendo evitar en abundar en datos y ejemplos que le dan más cuerpo a la teoría de que no hay mayor daño al fútbol argentino que el que provocan los barras y sus compinches/clientes en distintos ámbitos de la política, hay un par de ellos que son inevitables.
Antes del de esta tarde, la última vez que hubo dos hinchadas en un Boca-River oficial fue hace 6 años, en Madrid, por la Libertadores y en el remiendo para un partido que se iba a jugar en el Monumental y sólo con locales. Es decir, se jugó “normalmente” gracias a una carambola entre las piedras de un par de sacados, un operativo de seguridad que permitió que el micro boquense pasara a pocos metros de hinchas locales y la Conmebol, que no encontró otra alternativa que disputar el partido más trascendente de su historia a más de 10.000 kilómetros del escenario original. A propósito, sigue provocándome perplejidad que decenas de miles de socios de River, alguno de los cuales habrá pagado su cuota y su abono durante décadas, no haya podido ver el encuentro soñado pese a haber hasta estado sentado en la tribuna esperando por la salida de los equipos. Al margen, tanto pasó de aquel entonces, que de los 36 jugadores que participaron entre titulares y suplentes, solo 5 (Armani, Martínez, Fernández, Casco y Benedetto) juegan actualmente en los mismos equipos que entonces.
Ese mismo año, 2018, en marzo, hubo público de ambas hinchadas en Mendoza, en ocasión de la final de la Supercopa Argentina. Lo mismo podría haber pasado en un par de cruces de 2021, pero ahí se cruzó otro tipo de pandemia.
Entonces, para ubicar un partido de liga sin restricciones hay que irse hasta el 28 de octubre de 2012, cuando empataron 2 a 2 en el Monumental. Fue el día que arrancó con un tiro libre sorpresivo de Ponzio al minuto y concluyó con la definición de Erviti sobre la hora. En este caso ni siquiera buscamos quiénes siguen jugando hoy en River y Boca sino que nos conformamos con encontrar un par que no se hayan retirado.
Es decir que, aún con un par de excepciones, el fútbol argentino nos está debiendo a los visitantes casi 12 años de clásicos. Y de cualquier otro partido que se les ocurra.
Como para que aquello de que la génesis de la degeneración está en la violencia, basta recordar que la decisión de extender a la primera aquello que ya venía sucediendo en el Ascenso se produjo después de que el 10 de junio de 2013 un hincha de Lanús muriera en medio de un enfrentamiento con efectivos de la Policía Bonaerense. Fue en el Estadio Ciudad de La Plata y, al momento de la suspensión, Estudiantes ganaba 2 a 0.
Para otro momento quedará el análisis de hasta dónde se evitaron hechos de violencia gracias a la ausencia de visitantes: cuando esa violencia es parte del negocio y mientras los que se hacen cada vez más poderosos con esa lógica sean los únicos intocables, lo que históricamente pudo haber sido propios contra ajenos ahora son “barras oficiales” vs. “barras disidentes”. O directamente varias facciones de la misma barra. De cualquier modo, el latrocinio, las suspensiones, las tribunas vacias y las muertes sigue siendo parte del menú del dia.
Mientras tanto, los demás espectadores, amplia mayoría y financistas genuinos del negocio, miramos como lechuzas, sin pestañear, como nos pasan por arriba.
Pasa en la cancha. Paso en el Senado.