“Vamos subiendo la cuesta que arriba mi calle se vistió de fiesta”. Los versos de Joan Manuel Serrat calzaban a la perfección en la noche de Rosario, una de las ciudades más queridas por el cantante catalán, uno de los españoles más argentinos. Desde su primera visita, tuvo un flechazo con esta tierra, en la que supo sembrar amigos y pasiones. Entre ellas, el fútbol. Hizo giras por todo el país y con algunas ciudades trabó una relación especial, como ocurrió allí, en donde cantó en incontables ocasiones. La noche del 17 de abril del ‘74, esa tierra se mimetizó con su canción, desatando una verdadera fiesta.
La Selección se preparaba, en forma bastante desconcertante, para el Mundial de Alemania, disputando amistosos contra combinados de diferentes provincias y ciudades. Quizá no era la mejor idea, en medio de esa improvisación, ir a enfrentar al de Rosario, que atravesaba el mejor momento de su historia en este deporte. Central había conseguido su primer título en la máxima categoría en 1971, hecho que repitió a fines del ‘73, al tiempo que Newell´s festejaría su primera estrella un mes y medio más tarde, a comienzos de junio. Mientras la selección naufragaba, a orillas del río Paraná navegaba plácidamente el mejor fútbol del país.
El estadio del Parque Independencia fue el escenario elegido y en el elenco local se buscó una manera ecuánime y democrática para su conformación: cinco de Central y cinco de Newell´s. Faltaba uno para los once, que terminó siendo la gran figura, dando comienzo a un mito inconmensurable: el Trinche Carlovich, de Central Córdoba, que actuaba en Primera B.
Miguel Ángel Brindisi era una de las figuras de la selección nacional y desde hacía varias temporadas, el mejor mediocampista del ámbito local, con su máximo esplendor en el Huracán campeón del año anterior. En diálogo con Infobae, rememoró las sensaciones de una noche que tuvo una estrella que alumbró más que las demás: “La pelota lo buscaba siempre, quería ser acariciada por él, que estaba bien parado en el lugar justo. Lo que hizo aquella noche fue una locura y fue la primera de las dos veces que sentí impotencia dentro de una cancha en toda mi carrera. La otra fue pocos meses más tarde, contra la Holanda de Johan Cruyff en el Mundial ‘74. Esa sensación era tan inmensa en la noche rosarina que no nos daba ni para tirar una patada, era una admiración profunda por tenerlo cerca. Cuando terminó el partido los fuimos a felicitar porque nos habían dado un baile infernal, que de alguna forma fue también humillante para nosotros. Fue una noche de fútbol espectáculo el que ellos brindaron, porque hay que tener en cuenta que tanto Newell´s como Central tenían dos equipazos, llenos de muy buenos jugadores, pero el diferente fue Tomás Carlovich”
Fue una jornada que quedó grabada a fuego, no solo por lo ocurrido dentro del campo de juego, sino porque se logró algo que se puede asemejar a una quimera, que en la actualidad no podría caber ni siquiera en la mente del guionista más fabulador: los hinchas de Newell´s Old Boys y Rosario Central estuvieron unidos, compartiendo cancha y simpatizando por el mismo equipo. Ese que iba a deslumbrar con la premisa del toque y el pulcro trato de balón, ADN inequívoco del fútbol rosarino. La selección nacional era la contracara, en un permanente naufragio. La desorganización sistemática hacía mella en los buenos jugadores, que no podían rendir como lo hacían en sus clubes. Enrique Omar Sívori había puesto un poco de orden, pero cansado de los malos manejos dirigenciales, cumplió su palabra y renunció como entrenador tras lograr la clasificación para el Mundial ‘74. Su reemplazante fue Vladislao Cap, cuya designación llamó la atención, ya que estaba fuera de todos los radares, porque llevaba dos años trabajando en Colombia.
Miguel Brindisi tenía solo 23 años, pero acumulaba muchos partidos con la camiseta nacional, siempre con el denominador común del caos. El ciclo previo a esa Copa del Mundo no era la excepción: “Íbamos por las provincias, jugando amistosos contra los combinados o equipos locales, como Sportivo Pedal de Mendoza, Liga Regional de Río IV o Colegiales de Villa Mercedes, en medio de un panorama desolador. Era imposible que las cosas saliesen bien en Alemania ‘74, pero pese a lo mal que nos fue, quedó algo positivo, que fue la llegada del Flaco Menotti como técnico unos meses después, dándole por primera vez seriedad a la Selección. Él la transformó, con orden, disciplina, jerarquizando ese puesto y respetando al país, porque la hizo federal, yendo a buscar a los buenos valores que estaban en las diferentes provincias. A partir de César, cada DT del cuadro nacional supo que tenía por delante la tranquilidad de poder trabajar durante cuatro años”.
Desde el mismo instante en que el árbitro Arturo Iturralde hizo sonar su silbato, comenzó la sinfonía de los locales vestidos con una particular casaca de color granate. El juego giraba en torno a la magia que se desprendía de los pies de Carlovich, haciendo una excelsa dupla en el departamento creativo con Mario Zanabria. Iban tan solo 9 minutos cuando se abrió el marcador, pero de manera fortuita: el legendario lateral derecho de Central, Jorge José González, avanzó por su sector, envió un centro cerrado y alto, que se coló por detrás de Miguel Santoro.
La Selección no lograba afirmarse, pese a contar con buenos valores como Enrique Wolff, Francisco Sa, René Houseman, Daniel Bertoni y el propio Miguel Brindisi. Las tribunas, sin distinción de banderas, tenían el color del buen fútbol en sus gargantas pletóricas y en sus palmas enrojecidas de aplaudir. A los 37 llegó el segundo, por intermedio de Alfredo Obberti, el centrodelantero de Newell´s, quien definió con calidad, tras una brillante habilitación de Carlovich. Con un 2-0 escaso y mentiroso en función de los que se había visto, culminó el primer tiempo. La dupla de entrenadores del cuadro local estuvo conformada por los respectivos DT de Central (Carlos Griguol) y de Newell´s (Juan Carlos Montes). Éste último recordó una situación particular vivida en ese momento: “En el entretiempo estábamos felices en el vestuario por el baile que estaba dando el equipo y en un momento vimos que se acercaba el Polaco Cap, el técnico de la selección. Me preguntó quién era el número cinco. Claro, como no jugaba en Primera División, no lo conocía. Y me pidió por favor que habláramos con nuestros muchachos para que bajaran el ritmo de juego, porque si la cosa seguía igual, iba a ser un papelón para la Selección. Y así lo hicimos”.
El combinado rosarino arrancó el complemento a un ritmo menor, pero la Selección no mejoraba de ninguna manera y a los 7 minutos llegó el tercero marcado por Mario Alberto Kempes, que así lo evocó: “No sé bien porque yo jugué para la representación de mi ciudad adoptiva, contra la Selección con la que había estado practicando, pero el resultado fue catastrófico… ¡para el conjunto nacional! Vestidos con una camiseta granate, les dimos un paseo histórico, al punto que algunos muchachos albicelestes nos pedían por favor que aflojáramos, temerosos de que la paliza les costara el pasaje hacia Alemania. Por un pedido de Cap en el entretiempo, bajamos un poco el ritmo para el segundo. Por esa noche, la figura de Carlovich tomó un cariz mitológico, aunque el Trinche desarrolló casi toda su carrera en el fútbol de Ascenso. Mi buena actuación me permitió, por primera vez desde el partido contra Bolivia en las Eliminatorias en octubre, ser titular de la Selección. Antes de partir hacia Europa, para efectuar una serie de amistosos que sirvieran como ensayos previos al Mundial, nos despedimos del público argentino en la cancha de Vélez con una victoria contra Rumania. En ese encuentro, disputado el 22 de abril, no solo jugué los 90 minutos, sino que marqué el segundo tanto, que selló el triunfo y se transformó en mi primer grito con el equipo mayor”.
Comenzaron los cambios y Carlovich le dejó su lugar a José Orlando Berta, cerrando su maravillosa actuación de esa noche y abriendo para siempre las compuertas de la leyenda. Y también de la historia contrafáctica: ¿qué hubiera pasado si el Trinche seguía en el campo de juego? Lo concreto es que, a poco del final, llegó el descuento de la Selección, en los pies de un símbolo inmenso del futbol rosarino, que esa noche vistió de celeste y blanco: Aldo Pedro Poy.
Más allá de lo ocurrido en aquella jornada ya mitológica de la ciudad de Rosario, Miguel Ángel Brindisi solo tiene palabras de elogio para Tomás Felipe Carlovich: “El Trinche fue la representación absoluta del barrio y de los potreros donde todos empezamos a jugar de pibes, haciendo los arcos con piedras o con dos latas de aceite. Sinónimo de destierro, esos lugares que carecían de muchas cosas, pero éramos completamente felices. Era el típico atorrante surgido de ese lugar, que fue mucho más allá de lo que habla todo el mundo de ese famoso partido del combinado de Rosario contra la selección nacional. Lo había visto un par de veces antes, cuando él estaba en Central Córdoba y venía a jugar a la Capital. Yo era un pibe que recién empezaba y en Huracán nos concentrábamos en el estadio desde el sábado al mediodía para jugar los domingos, pero el club alquilaba la cancha. Primero fue a Arsenal y más tarde a Deportivo Español, que actuaban en el Ascenso. Cuando sabíamos que venía Carlovich, bajábamos y nos ubicábamos en las plateas del Ducó, un poco para acortar los tiempos de concentración, pero fundamentalmente para observarlo a él. Y sinceramente le vi hacer maravillas con la pelota en los pies, con ese aspecto tan particular de medias caídas, lleno de talento”.
Hace 50 años la historia se escribía bien distinta en la cobertura de los medios. Los diarios y revistas más importantes estuvieron presentes, pero no así la TV. A comienzos del ‘74 había comenzado Deportes Belgrano por esa radio, el primer proyecto serio de competirle a la Oral Deportiva de José María Muñoz. El relator era Ricardo Podestá, que así evocó ese momento: “Nosotros transmitimos todos los partidos de esa gira, en las más diversas ciudades del interior, contra combinados o clubes locales. Estoy casi seguro que ninguno de ellos, incluido el de Rosario, se transmitió en directo por televisión, porque sinceramente, no se justificaban. Pasaron muchos años y me puedo equivocar, pero creo que fue así. Puntualmente el de esa noche en la cancha de Newell´s, lo recuerdo perfectamente: fuimos la única radio en emitirlo, ya que Rivadavia no fue. Me quedé en Buenos Aires para cumplir con otras tareas, como la de conducir las distintas tiras que teníamos durante la jornada, junto a Néstor Ibarra. El relator de ese encuentro fue Pablo Zaro. Con respecto a Carlovich, lo vi jugar dos o tres veces y poseía una habilidad especial, pero sin dudas, algo le debe haber pasado para no trascender más allá de Central Córdoba en el fútbol. Lo de esa noche fue sensacional, le dio un baile tremendo a la Selección. Y hay una anécdota que debe ser cierta, porque las dos personas involucradas me merecen la mayor credibilidad. Jorge Valdano contó en una ocasión que Marcelo Bielsa le había confesado que fue durante cuatro años seguidos a ver a Central Córdoba porque estaba Carlovich. Es mucho, pero tratándose de Marcelo, puede ser”.
Miguel Brindisi fue uno de los mejores futbolistas argentinos de todos los tiempos y la suya es una de las palabras más autorizadas para opinar, no solo por su talento, sino por la capacidad para analizar el juego. Sin dudar un instante, dejó esta sentencia sobre el Trinche: “No me gustaría ser irrespetuoso, pero en mi opinión fue el pre Maradona. La diferencia es que Diego era una pinturita físicamente cuando llegó a Primera y el Trinche, a quien no conocí personalmente, me lo imaginaba más bohemio, un atorrante del fútbol que, como otros talentos, tenía una característica diferente y por eso no pudo tener más continuidad. Verlo dentro de la cancha era identificarme con mi juventud. Él tenía una zurda mágica, llena de personalidad. Me quedó la sensación de que jugaba a la pelota como en el potrero y hacía feliz a la gente. Y esa noche, más allá de la vergüenza, nos hizo felices a todos”.
“Vamos bajando la cuesta, que arriba en mi calle se acabó la fiesta”. Así concluye la canción que Serrat escribió en 1970 y con la que cerró sus recitales en Argentina, justamente en esos días de abril del ‘74. La fiesta se había terminado en una noche de colección, que quedó en la retina de los afortunados espectadores que se dieron cita en la jornada mágica, dentro y fuera de la cancha, donde el pincel que el Trinche tenía en el pie izquierdo dejó los más bellos trazos de un cuadro que hermanó a todo el fútbol rosarino.