Pablo Cattoni es uno de esos personajes que entiende que en la vida los sueños están para cumplirlos. Sin importar el sacrificio económico, las adversidades temporales, el clima hostil o las dificultades que se puedan presentar, el maratonista protagonizó una aventura cargada de sentimientos cuando recorrió el pasado 17 de marzo la Stanley Marathon, la carrera más austral del mundo que se desarrolla anualmente en las Islas Malvinas.
Se trata de una competencia certificada por la Asociación de Maratones Internacionales y Carreras de Distancia que se disputa desde el 2005, y en todas las ediciones hay protagonistas argentinos. “La venía viendo hace mucho tiempo, porque siempre había soñado con viajar a las Malvinas”, reconoció en diálogo con Infobae, antes de comenzar a describir su travesía.
Como sólo hay un vuelo mensual desde Río Gallegos hacia el archipiélago, su partida inicial fue hasta Santiago de Chile, donde hizo escala previa al arribo a Punta Arenas, desde donde logró llegar al destino deseado. “Fue un viaje caro y complejo, pero no imposible”, recordó. Y cuando pisó por primera vez el territorio donde se produjo el conflicto bélico de 1982, entendió que estaba lejos de su hogar. “Mucha gente prefiere no ir, porque no le gusta que le pidan el pasaporte; pero yo no quería perderme esa experiencia por un trámite o un simple papel que hay que presentar. Viví emociones inolvidables durante esa semana, aunque no me gustara que me pusieran en el sello de Falkland Islands”.
Fueron siete días de intensidad, que le removieron los sentimientos más profundos que permanecían guardados durante mucho tiempo. “No se compara con ninguna otra carrera en la que haya participado, ni creo que vaya a correr”, analizó. Y de inmediato su memoria comenzó a labrar una serie de imágenes que guardará para siempre. “Playas que estéticamente parecieran del Caribe (con la única diferencia de la temperatura que marcaba el termómetro), paisajes paradisíacos, montes desolados y verdes esperando ser visitados y la emoción permanente por la historia viva de las batallas que se dieron en los lugares”, fueron algunas de las postales que logró describir en los instantes previos a que su voz se resquebrajara por el el recuerdo que le impuso el Cementerio de Darwin. “Ahí están nuestros caídos”, atinó a decir antes de interrumpir sus palabras y permanecer un momento en silencio para recuperar el aliento.
La odisea también tuvo circunstancias complejas. Si bien se hospedó junto a tres amigos en la casa de una isleña que los trató con amabilidad y respeto, el vínculo con los locales no fue el esperado. “Ellos se consideran naturalmente ingleses. No es fácil. Uno tiene que ser muy cuidadoso al viajar ahí. Por ejemplo, una de las recomendaciones era que no corriera con la camiseta argentina y tampoco se puede desplegar la bandera en ningún lugar, salvo en el Cementerio de Darwin. No les gusta para nada que uno hable de la soberanía, ni de la causa Malvinas, porque no tienen un buen recuerdo de 1982″, describió.
Algún rostro con expresiones de fastidio, miradas de desprecio y actitud poco receptiva, fueron algunos de los episodios que debieron tolerar para evitar disgustos. “No tuvimos grandes problemas, más allá de que alguien nos pusiera una cara desagradable. Una vez, saliendo de un restaurant, nos cruzamos con dos chicas que al pasar dijeron una frase fuerte para que la escucháramos”... Mothers fuckers, fue el insulto que prefirieron ignorar.
Desde el plano deportivo, la maratón se presentó bajo un clima hostil. “Es una carrera compleja, con varias cuestas largas y un tiempo inestable que complicó el ritmo”, subrayó. La jornada soleada con 15 grados que parecía ideal en la largada se convirtió en una pelea constante contra el tiempo, que se inició con nubes amenazantes y en el transcurso de la competencia arrojaron fuertes ráfagas de vientos de hasta 90 kilómetros por hora, con una lluvia copiosa y caída de un granizo inesperado durante dos tramos del recorrido. “Lo peor de todo fue una de esas rectas de 12 kilómetros en subida que pasó por el Puerto Argentino, que fue escenario de varias batallas”.
Así como alguna vez Pilar Geijo reveló que en sus extensas travesías por las aguas abiertas que apelaba a juegos mentales para motivarse, como imaginar una realidad alternativa en la que naufragios representaban el principal recurso para fortalecer cada brazada, Pablo Cattoni empleó el mismo recurso para llegar a la meta. “La emoción de correr en las Malvinas me prohibía frenar. Ahí estuvieron nuestros soldados. Había algo que me impulsaba y me empujaba hacia adelante hasta lograr el objetivo. Además, para mí fue especial porque quería hacer los 42 kilómetros, en la edición que se cumplieran los 42 años de la guerra”, deslizó. Y durante cada tramo que alcanzaba, recordaba sucesos de su pasado relacionados a dicho número. “Cuando crucé el kilómetro diez, me pregunté qué estaba haciendo a los 10 años, en 1992, y se me vino la imagen de la escuela. En el kilómetro 28, la escena de mi casamiento, en el siguiente el nacimiento de mi hija y así hasta llegar al final”...
Otro de los mecanismos que aplicó para superar el desafío fue la música. En su Play-list programó canciones nacionales de intérpretes como Charly García, Nito Mestre, la Negra Sosa, Fito Páez, Spinetta, y tantos otros que marcaron la cultura nacional a lo largo de la historia. “Hasta escuché la Marcha de San Lorenzo; pero lo más loco ocurrió cuando estuve a pocos metros de cruzar la meta. Justo en el último tramo empezó a sonar la Marcha de Malvinas. Fue llegar, cruzar la meta y buscar el primer cachito de pasto que encontré para tirarme al piso y besar la tierra ¡Nuestra tierra! ¡Besar a las Malvinas!”, confesó, mientras se le erizaba la piel de todo su cuerpo.
“Quería hacerlo porque para los argentinos tiene un condimento especial. Es una maratón que en ediciones anteriores fueron ex combatientes y siempre hay historias por conocer”, reveló sin darse cuenta que en esta ocasión el protagonista fue él. Y antes de emprender su regreso a Buenos Aires (otra vez por la vía chilena) entendió que los sellos migratorios corresponden a todos los turistas que ingresan a las Islas, sin importar su procedencia. “Uno de los empleados de la aduana me comentó que los británicos también deben presentar su pasaporte, porque a todas las personas que entran a las Malvinas se les sella el pasaporte. Más allá de eso, estar ahí no fue comparable con ningún otro viaje que haya hecho en mi vida. Cuando les decía a mis amigos que me iba de viaje a las Malvinas, pensaban que les estaba contando que me iba a ir a la luna; pero la verdad es que se puede hacer y no tiene tanta épica. No es imposible. Solo es cuestión de deseo”, concluyó.