Trezeguet se lanza como DT y revela sus secretos: por qué para meter goles analizaba a sus compañeros en vez de a los rivales, la lección de Zidane y el sueño de dirigir a River

El ex delantero de Juventus y Monaco, campeón del mundo con Francia, apuesta a ponerse el buzo de entrenador a los 46 años: “Me falta la adrenalina de la cancha, el olor al pasto, el verde, la competencia...”

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Fue campeón del mundo con Francia en 1998: “La frutilla llegó al principio de mi carrera” (REUTERS/Sarah Meyssonnier)
Fue campeón del mundo con Francia en 1998: “La frutilla llegó al principio de mi carrera” (REUTERS/Sarah Meyssonnier)

-¿Por qué Trezeguet quiere dirigir en Argentina? ¿Por qué ir al barro cuando puede vivir de charlas por el mundo?

-Porque me falta la adrenalina de la cancha. Necesito volver a ese sentimiento que conocí. Quiero el olor al pasto, el verde, la competencia... El querer ganar. Viví el fútbol desde afuera durante ocho años y fue fantástico. Pero siento la necesidad de estar adentro.

-¿Hay un costado masoquista?

-Como entrenador todavía no sé cuál es la sensación, pero sí recuerdo bien cómo era cuando jugaba. Yo era un apasionado por hacer goles de visitante porque escuchaba el silencio del resto... En el Monumental me gustaba el antes, durante el partido no sentía los gritos como una presión. Hay una parte morbosa en esto de que te guste más afuera que de local. O en hacer algún gol especial, en alguna cancha puntual. Lo mismo como técnico: quiero ganar, imponer. Aunque no es algo individual. Deseo ayudar en la formación. El futbolista debe saber posicionarse para intervenir, un error que se ve todo el tiempo. El jugador que agarra la pelota de espaldas, que no tiene su cuerpo en diagonal, si no le hablan los compañeros no sabe si atrás suyo tiene un rival, un camión o un barrabrava. En estas situaciones interviene mucho el entrenador, es cierto, pero también está la capacidad de entender que si soy delantero y me pongo en la línea, el marcador de punta para poder jugar se tiene que ir a la tribuna.

Trezeguet habla como si estuviera sobrevolando el área rival. Perfilándose para recibir. O comandando un entrenamiento para explicar su idea. Lo hace con la inteligencia y la elegancia de los días con botines. Flaco, con el pelo rasurado como toda la vida, tiene 46 años pero se deja ver casi igual al delantero con la Copa del Mundo en Francia 98. Esa tarde consagratoria en París aún no había cumplido los 21... “La frutilla llegó al principio de mi carrera”, recuerda sin excederse en la nostalgia. Hoy David busca escribir un nuevo capítulo lejos de aquél. Aunque habla todo el tiempo de la diferencia del que ganó y el que no ganó, no sabe si podrá repetir. Pero no parece asustarlo. Después de ser el primer futbolista en estudiar Gestión Deportiva en la UCA, un dato que lo enorgullece, ahora arma su cuerpo técnico. Quiere salir otra vez a la cancha y, fundamentalmente, enseñar. Desde ahí se ilusiona con dirigir en una Argentina con muchos chicos que suben rápido a Primera. Después de muchos años en Europa, de cargos burocráticos, de jugar de Embajador de la Juventus, aspira a volver a su cuna. Piensa que “hoy se piensa más en el resultado que en la formación”. Y anhela cambiarlo desde adentro.

-Hablás de formar al jugador. ¿Se le puede enseñar al 9 a definir?

-Sí. Enseñarle al 9 es un objetivo para mí. Porque hoy el centrodelantero no tiene la cantidad de goles de antes. En Argentina hay un gran margen de mejora. Para hacer el gol, o para finalizar la jugada, hay un montón de situaciones que se deben provocar por ubicación en el área, por lectura de la jugada... Hay que trabajar más allá de la intuición del goleador. Yo me quedaba horas a definir de primera, que era una de mis características. Poco importaba cómo venía el centro. O sea, se ensaya y se mejora. Y después, tenés el conocimiento del compañero. En la Juventus yo sabía que Mauro Camoranesi, entre el minuto 45 y el 60, nunca tiraba un centro al segundo palo. Entonces debía atacar el primero.

-¿Pero cómo tenías ese dato?

-La mayoría estudia a los rivales. Yo hacía exactamente lo contrario. Tenía conocimiento de los defensores de los otros equipos, pero me convenía más analizar a mis compañeros. Sabía sus estadísticas. Hablaba con la gente que hacía los videos y estaba al tanto, por ejemplo, de que si el marcador de punta llegaba al fondo, el 90% de las veces tiraba el centro al segundo palo porque le resultaba más cómodo. En Italia me empezó a gustar el tema de los datos. Fue parte de mi crecimiento en un país donde las estadísticas son clave. Y lo fui profundizando. No era una obsesión, lo hacía casi en automático. Después me servían para tomar decisiones en los partidos.

-Inédito: en vez de estudiar a los rivales, analizabas a tus compañeros... ¿Y qué hacía Zidane, por ejemplo?

-De Zidane me impactó algo de su preparación para desequilibrar. Zinedine sabía que existía el doble marcaje sobre él. Todo arrancaba con marca individual, pero siempre con otro marcador escalonado para cuando se escapaba. Entonces trabajaba mucho físicamente. El tipo sentía la necesidad de estar mejor que el resto para lograr ese cambio de ritmo para aguantar y encarar. Cuando arranca esa dinámica, de un lado sos ejemplo y del otro lado tenés ejemplos. Yo jugué con Del Piero, otro fenómeno. ¿Por qué hizo 150 goles de tiro libre? Porque se quedaba dos horas todos los días a patear tiros libres... Yo también era de los que entrenaban tres horas. Hoy se entrena sólo una. Es un problema porque hay un gran margen de mejora que le pertenece al jugador. Pero se perdió un poco el amor por ese tipo de situaciones. Con la llegada de las redes sociales, el jugador es más profesional en su imagen que en su preparación.

-Dijiste que el 9 no es el goleador de antes. ¿Por qué creés?

-Porque han cambiado los sistemas. Como en su momento hemos perdido el número 10, ahora estamos perdiendo al 9. La última camada que me viene al recuerdo es Lewandowski, Cavani, Luis Suárez... En el 2004, yo iba a ir al Barcelona con Guardiola. Al final no fui porque renové en Juventus y en mi lugar llegó Eto’o. Pero éramos de características diferentes. Después empezó a jugar con esa dinámica de 4-3-3, con un 9 movedizo más que el clásico. Así se perdió al 10 y se empezó a perder al centrodelantero... Ahora pienso que lo vamos a recuperar a partir de Haaland, pero antes de él se estaba dejando de lado ese prototipo de atacante. No es que lo digo yo o me lo inventé: a nivel estadístico, más del 95% de los goles son dentro del área. O sea, es matemático que hay que poner a alguien allí.

Grito de gol en el ascenso con River frente a Almirante Brown (NA: MARCOS ADANDIA)
Grito de gol en el ascenso con River frente a Almirante Brown (NA: MARCOS ADANDIA)

-¿Hasta dónde puede llegar Julián Álvarez, un centrodelantero de otras características?

-Julián Alvarez está en un club donde se aprende en continuado. Él entendió que Haaland es el finalizador. Y su inteligencia es saber que si Haaland va al primero, yo voy al segundo palo, y viceversa. Si el gigante viene, él va. Eso es ser un tipo inteligente. Además, Julián patea tiros libres, algo que nadie se esperaba. Se perfeccionó en la parte técnica porque te contagian los compañeros y no podés no saber descargar en un equipo así. Es inteligente, humilde, escucha. Es el prototipo que se busca en la actualidad. Podría tener un protagonismo mayor, pero está con este monstruo. Hoy en Europa es Haaland o Mbappé, los dos que vienen después de Messi y Cristiano.

-¿A veces se piensa más en la elaboración que en la finalización?

-Esa es la nueva camada, con la cual no estoy muy de acuerdo. Es verdad que hoy el número 9 no se utiliza siempre como finalizador, si no con la responsabilidad de salir, de apoyar. Entiendo que se necesita atacar más la profundidad. Pero a mí me gusta el 9 tipo Batistuta de la Selección Argentina. Un delantero con sed de gol, con hambre. Que exija que el compañero se la tenga que dar y no viceversa. Yo iba al primer palo y si me tiraban centro atrás, los reventaba porque me hacían correr al pedo. ¡Ahora son todos centros atrás! Igual, claro, nadie tiene la fórmula. Giroud no hizo ningún gol y Francia terminó saliendo campeón del mundo en el 2018. Al otro Mundial, en Qatar, hizo más goles y no coronó... Fijate que en un momento a Mbappé lo han querido poner de falso nueve y él tiene la tendencia de irse a la izquierda. Aunque ésos son jugadores de un nivel alto, entienden más fácil al entrenador. En el fútbol argentino noto la falta de juego sin pelota, entender por qué hay que aparecer sin pelota.

-¿Para mejorar esos conceptos vos arrancarías a dirigir al equipo que fuera o debe asegurarte cierto material?

-Me gustaría ir a una estructura. El equipo debe asegurar cierta calidad. Yo creo poco en los milagros. Uno se puede sentir muy confiado en su capacidad, en su formación, pero debe entender que en los grupos la gran diferencia entre los jugadores es el que ganó y el que no ganó. No es lo mismo ser campeón que subcampeón. El campeón sabe lo que tiene que hacer para ser campeón, el subcampeón se quedó ahí. Siempre puse el ejemplo de Cristiano cuando llegó a la Juventus. Había ganado cinco Champions League. Había que seguirlo a él... Yo llegué a una final y la perdimos con Milan. No tuve la experiencia de ganar eso. Un Cristiano, que ganó, te da la diferencia.

-Pero en un deporte colectivo no siempre el que ganó es individualmente mejor. Hay campeones del mundo con Argentina que no son superiores que algunos que no levantaron la Copa.

-Ahí ganó el grupo que se apoyó en Messi. Con todo respeto, cuando vos ves individualmente, los jugadores de Argentina están en equipos medios. Nahuel Molina juega en el Atlético Madrid, que no es el Real. Cuti Romero fue al Tottenham, Tagliafico está en Lyon... Del otro lado, Upamecano es jugador del Bayern Munich, otra estructura. Pero yo acá le doy un valor a la Selección Argentina en general porque entendió que debía ir detrás de Messi. Se apoyó en un número 1 como Leo, igual que en el 86 con Diego. O sea, el que marca el “si me siguen a mí se gana” es el que ya ganó. Y lo digo tan convencido porque me pasó con Zidane. Era nuestro emblema. Fue un liderazgo simbólico que transmitió Platini en su momento y que hoy en día lo lleva Mbappé. Siempre hay que seguir al referente que ganó.

-Nombraste a Diego. A él lo conociste cuando perdiste. Maradona solía no dejarte solo en la mala.

-Sí. Lo conocí después de la final de Alemania 2006. Yo había errado el primer penal de la serie contra Italia. Él trabajaba para la TV mexicana, me acuerdo que estaba impecable físicamente. Andaba por nuestro hotel. Fue ahí que habló con mi mamá y ella me llamó. “Bajá que te quiero presentar a alguien que me preguntó por vos”, me pidió sin decirme de quién se trataba. Bajé a una sala y ahí estaba Diego con otra gente. Su humor permitía que todo se pudiera descontracturar en un minuto. De hecho cuento esta anécdota con mucho respeto porque Barthez es amigo, fuimos campeones juntos en el 98. El tema era que yo pensaba que el Pelado un penal iba a sacar. No sólo que no hubo una chance, si no que no salió ni en la foto, pobre. Se tiraba al lado contrario del que iba la pelota. Pero Diego no le dijo nada cuando lo vio ahí también. De hecho lo saludó a su manera y Barthez se fue. Justo ahí entré yo al lugar. Y el Diez me tiró rápido: “David, era imposible y lo sabés”. Entonces le respondo “no, ¿por qué?”. Y ahí la remató. “Tenías al Hombre Bala en el arco. Se tiraba así, ¡no sacaba las manos!”. Yo venía triste, pero en ese momento me hizo tentar, ja. Muy Maradona todo.

-¿Después se vieron más veces?

-Lo vi algunas veces. Era pasarlo a saludarlo diez minutos y cuando mirabas el reloj habían pasado seis horas. Cuando se ponía a hablar de fútbol era eterno. Le encantaba. Y nunca repetía la misma anécdota. Diego tenía algo distinto al resto de los grandes personajes. Ese contacto físico que él generaba era único. Algo muy diferente a Pelé.

En la Juve jugó con monstruos como Zigane y Del Piero
En la Juve jugó con monstruos como Zigane y Del Piero

-¿Como fue la arenga de Diego antes de jugar justamente con Pelé en París?

-Ese partido, Diego lo quería ganar sí o sí. Había que ganarle a Pelé. Fue previo a la Eurocopa 2016, en un evento de una marca de relojes. Pelé ya tenía problemas, andaba en silla de ruedas. Pero estaba en el banco de suplentes del equipo rival. Por eso Diego nos hizo toda una situación de vestuario. “Muchachos, hay que ganar, eh. No puede ganar este...” dijo y completó la frase. Era su forma de motivar, que fuera de contexto se puede tomar mal, pero el extranjero ya conoce el lenguaje argentino. De hecho estaba Seedorf jugando para nosotros y entendió perfecto... Diego era un amante de la victoria y además era su primer cara a cara futbolístico contra Pelé. Ya había tenido su encuentro en el programa que hacía por televisión. Pero acá había que jugar y ganamos. Después lo vi realmente contento a Diego. Cuando fuera un partidito, otra vez se sentía que era el mejor.

-Antes hablabas del jugador ganador, de seguirlo a él. Diego fue el mejor también en eso dentro de la cancha. ¿Pero es una demostración de que ser un futbolista distinto no te transforma en un entrenador top?

-No son muchos los top que ganaron de los dos lados de la cancha. Está el caso de Zidane, que fue un monstruo como jugador y ganó como entrenador. El otro es Johan Cruyff... Guardiola fue ganador como entrenador, pero yo les digo top a los jugadores Balón de Oro. Para resumir, porque si no hay miles. Zidane asimiló ideas de la fuerza de los entrenadores que nos tocó vivir, como Ancelotti, Lippi, Capello. Ellos te daban tips. No te tenían dos horas con información... A mí me gusta eso, que aparezca lo natural. Hoy se está perdiendo la inventiva porque es todo más sistemático. El chico se tiene que divertir. En un sector del campo hay que gambetear. No se puede perder lo espontáneo del jugador. Y menos se puede perder en el país de Messi.

-Gareca también declaró que en el fútbol sudamericano ya no se gambetea. ¿Por qué se perdió?

-Es una tendencia formativa que va a hacia la parte profesional. Se juega a dos toques en todos lados. Hoy no arriesga nadie. Ninguno hace un pase de 30 ó 40 metros. Nadie tira un caño. Con esta idea de un fútbol dinámico, se pierde la gambeta. Acá no existe más el uno contra uno. No está el duelo, que era lo lindo para marcar la diferencia

-¿Qué técnicos argentinos te gustan?

-Argentina tiene una escuela envidiable. Gaby Milito, Heinze, Gago, Demichelis... Apuestan al diálogo, a querer dejarle algo al jugador, a explicarle. Cada uno con su teoría, cada cual con sus sistemas. De hecho me siento más identificado con esta camada de entrenadores que con la anterior, a la cual la conozco y tenía otra visión en general. El jugador ahora se gestiona mucho más individualmente. La fuerza de un DT radica en pasar el mensaje de que más allá de lo individual es un deporte grupal. Antes mandaba el grupo.

-¿Y qué pibes que juegan de 9 te impresionaron?

-Hoy me gusta Ruberto. En otro formato de 9, pero con esa idea. Un tipo que está pendiente del gol. Que si viene, apoya. Pero lo suyo está en el área. Ese pibe tiene una buena dinámica. Después, otro número 9 que vi, más segunda punta, fue Santiago Castro. El jugador de Vélez que acaba de pasar al Bologna. Y el otro día vi a Gondou, de Argentino Juniors. Un prototipo interesante, mucho desplazamiento.

-Hablás mucho de River. ¿El sueño final es dirigirlo?

-Sí. El sueño es estar en el Mundo River. Me mueve desde lo emotivo, porque soy hincha, pero también por el formato. Para un entrenador es interesante porque le da valor a la formación. Se ve reflejado en estos pibes que son del riñón del club. Me resulta fascinante ese tipo de gestión para la identidad de un equipo. Los clubes históricos tienen su modo de jugar, que su público ama. Creo fuertemente que cada uno tiene su idiosincrasia. Hay técnicos muy buenos que fueron a Estudiantes y no pudieron imponer su juego por historia, como Milito. Yo jugué en Newell’s, donde se respira Bielsa, Martino... En River también sentí que esta ideología siempre estuvo. El pibe de River juega a la pelota. El de Boca tiene que meter. Gallardo de hecho le dio continuidad a lo que vivió toda su vida.

Beso a la Copa del Mundo que supo alzar con apenas 21 años
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-¿Vos no sentís que como entrenador ponés el juego el apellido que tenés como futbolista?

-Nunca lo reflexioné así. Yo vine al Mundo River en un momento muy difícil...

-¿Querés decir que era mucho más difícil jugar con River en la B que ahora ser entrenador?

-No pasa por ahí. Porque el momento de River no lo viví como algo crítico. Lo sentí como la chance de ponerme la camiseta del equipo del que soy hincha y competir en Argentina, algo que no llegué a conocer por irme muy joven de Platense. Aunque para el resto era un infierno, para mí fue una experiencia. Después, por supuesto, percibí cómo se movía todo alrededor... En lo individual, yo ya era campeón del mundo, campeón de Europa, había compartido vestuario con jugadores extraordinarios, tipos que fueron Balones de Oro. Mi carrera ya estaba realizada. Pero ese objetivo era muy preciso y lo desarrollé con una dinámica positiva. Yo llegué seis meses después y estaba contento de jugar con esa camiseta. Aunque la preparación de los partidos no era fácil para Matías (Almeyda) afuera ni para nosotros. Podíamos ver los videos, tener información, pero esos partidos eran de vida o muerte. No se podía negociar. Te decían el rival, los nombres, una idea del sistema, pero era una foto totalmente distinta cuando entrabas a la cancha. Había que estar fuerte de la cabeza.

-¿Cuánto es la cabeza y cuánto las piernas en un jugador?

-La cabeza es todo. Lo estudié en Gestión Deportiva, cuando hablaba con los Directores Deportivos sobre cómo era la compra de ciertos jugadores. Todos coincidimos en que idealmente debés tener dos o tres futbolistas por puesto. Pero lo que tenés que estudiar es quién va a jugar de local, quién va a rendir de visitante... Porque emocionalmente de local se juega de una manera y de visitante, de otra. Si va al ataque, si no va al ataque. Si se muestra o se esconde. Son situaciones que se estudian para comprar un jugador. Lo otro, que no es fantasía: no es lo mismo la camiseta de un grande que de otro club. Hay camisetas que pesan más.

-¿Para el técnico también hay camisetas que pesan más?

-Sí. Tiene que ver con lo emocional. En los grandes clubes todo es resultado. Aunque hay mucho ruido hoy en día... Se dice que un entrenador es muy profesional porque se quedó desde la mañana hasta la noche en el centro de entrenamiento. ¿Para qué? ¿Se quedó ocho horas para diseñar un tiro libre? Confío más en algo combinado. Y en los valores que se transmiten para lograr una entrega diferente del jugador. Para eso, sé que al tipo de nombre lo escuchan, como le pasa a Tevez. Pero después hay que convencer de verdad, como también está haciendo Carlitos. Yo apuesto a los grupos. Hay un análisis amplio, que va más allá del plus del DT. Tiene que ver con mirar el plantel rigurosamente. ¿Qué ganó o no ganó? ¿Hay hambre o no hay hambre? Al jugador de experiencia, ¿qué le queda por demostrar? ¿Quiere ganar prestigio? ¿Quiere un contrato más? ¿El pibe busca ser titular fijo o que lo vendan? ¿El que viene de afuera va a aportar porque necesita pegar el salto? Los grupos son los que te hacen sentir que podés ganar o te hacen saber que no vas a ganar.

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